Para: ADelphiki%Ganges@LigaCol.adm, PWiggin%ret@PLT.adm
De: EWiggin%Ganges@LigaCol.adm/viaje
Asunto: Arkanian Delphiki, ésta es tu madre. Petra, he aquí a tu hijo
Estimada Petra, estimado Arkanian:
En muchos aspectos, es demasiado tarde, pero en lo importante llega ¡usto a tiempo. El último de tus hijos, Petra; tu verdadera madre, Arkanian. Dejaré que él te cuente su historia, y tú podrás contarle la suya. Graff realizó hace tiempo las pruebas genéticas y no hay duda. Nunca te lo contó, porque él jamás hubiese podido reuniros y creo que pensaba que no haría más que ponerte triste. Puede que tuviese razón, pero creo que mereces tener esa tristeza, si al final es tristeza, porque te pertenece por derecho. Esto es lo que la vida os ha hecho a los dos. Ahora veamos lo que cada uno de VOSOTROS hace por la vida del otro.
Sin embargo, Petra, deja que te diga lo siguiente. Es un buen chico. A pesar de la locura durante su infancia, en el momento de crisis fue el hijo de Bean y el tuyo. Y nunca conocerá a su padre, excepto a través de ti. Pero Petra, te aseguro que he visto en él aquello en lo que Bean se convirtió. Gigante por su cuerpo. Un corazón bueno.
Mientras tanto, amigos míos, yo viajo. Ya era lo que había planeado hacer, Arkanian. Tengo otra tarea de la que ocuparme. No me desviaste de mi trayectoria. Sólo que en la nave no me dejarán pasar a estasis hasta que no sanen mis heridas... en estasis no se sana.
Con amor, ANDREW WlGGIN
En una casita con vistas a la costa agreste de Irlanda, no lejos de Doonalt, un hombre muy débil estaba arrodillado en su jardín, arrancando hierbas. O'Connor llegó en su deslizador para entregarle la compra y el correo, y el anciano se puso lentamente en pie para recibirle.
—Pasa —dijo—. Tengo té.
—No puedo quedarme —respondió O'Connor.
—Nunca puedes quedarte —quejóse el anciano.
—Ah, señor Graff—confirmó O'Connor—, eso es cierto. Nunca puedo quedarme. Pero no es por falta de ganas. En muchas casas esperan a que les lleve lo que les llevo.
—Y no tenemos nada que decirnos el uno al otro —añadió Graff, sonriendo. No, se reía en silencio, su frágil pecho se sacudía.
—En ocasiones no hace falta decir nada —dijo O'Connor—. Y en ocasiones un hombre no tiene tiempo para tomar el té.
—Antes era gordo —dijo Graff—. ¿Te lo crees?
—Y yo antes era joven —dijo O'Connor—. Nadie se lo cree.
—Ya está —concluyó Graff—. Después de todo, hemos conversado.
O'Connor rio... pero no se quedó después de haberle ayudado a entrar las cosas. Y por tanto Graff estaba solo cuando leyó la carta de Valentine Wiggin.
Leyó el relato como si oyese la voz de la chica contándolo... tal era el don de Valentine como escritora, ahora que había dejado de ser el Demóstenes creado por Peter y se había convertido en sí misma, aunque siguiese usando aquel nombre para sus libros de historia.
Aquella historia jamás la publicaría. Graff sabía que él era el único destinatario. Y dado que su cuerpo seguía perdiendo peso con lentitud pero sin pausa y cada día estaba más débil, le pareció que era una verdadera pena que Valentine hubiese invertido tanto tiempo para introducir recuerdos en un cerebro que los contendría durante muy poco tiempo antes de dejar que la memoria pasase a la tumba.
Sin embargo, había tenido aquel gesto con él y se alegraba de haberlo recibido. Leyó sobre el enfrentamiento de Ender con Quincy Morgan en la nave, y la historia de la pobre chica que creía estar enamorada de Ender. Y la historia de los bichos de oro, parte de la cual Ender ya le había contado... pero la versión de Valentine se apoyaba también en entrevistas con otros, por lo que incluía detalles que Ender desconocía o había omitido deliberadamente.
Y luego, Ganges. Parecía que a Virlomi le había ido bien. Qué alivio. Era uno de los grandes alumnos; su orgullo la había hecho caer, sí, pero no hasta después de conseguir ella sola enseñar a su gente a librarse de un conquistador.
Finalmente, el relato de Ender y el chico Randall Firth, que se había hecho llamar Achilles y que ahora se llamaba Arkanian Delphiki.
Cuando terminó de leer la carta, Graff asintió y la quemó. Ella se lo había pedido, porque Ender no quería una copia flotando por la Tierra. «Mi meta es ser olvidado», así citaba Valentine a Ender.
No era probable, aunque Graff no podía predecir si le recordarían bien o mal.
—Cree que al fin recibió la paliza que Stilson y Bonzo pretendían darle —le dijo Graff a la tetera—. A pesar de todo su cerebro, el chico es un tonto. Stilson y Bonzo no hubieran parado. No eran hijos de Bean y Petra. Eso es lo que Ender debe comprender. Realmente hay maldad en el mundo, e infamia, y todas las formas de estupidez. Existen la mezquindad y la crueldad... Ni siquiera sé a cuál de esos grupos pertenezco yo. —Tocó la tetera—. Ni siquiera tengo un alma que me escuche.
Sorbió el líquido de la taza antes de que la bolsita de té hubiese podido cumplir su cometido. Tenía poco sabor, pero no le importaba tomarlo así. Ya no le importaba mucho casi nada, siempre que pudiese seguir respirando y no hubiese dolor.
—Lo voy a decir de todas formas —dijo Graff—. Pobre niño tonto. El pacifismo sólo funciona cuando el enemigo no soporta asesinar a un inocente. ¿Cuántas veces vas a tener la suerte de encontrarte con un enemigo así?
* * *
Petra Arkanian Delphiki Wiggin visitaba a su hijo Andrew, a su esposa Lani y a sus dos niños más jóvenes, los dos que todavía vivían en casa, cuando le llegó la carta de Ender.
Entró en la sala donde su familia jugaba a las cartas, el rostro arrasado de lágrimas, agitando la carta, incapaz de hablar.
—¿Quién se ha muerto? —gritó Lani.
Pero Andrew se acercó a su madre y la estrechó en un tremendo abrazo.
—No es pena, Lani. Es alegría.
—¿Cómo lo sabes?
—Madre rompe cosas cuando siente pena, y esta carta sólo está arrugada y húmeda.
Petra le dio un golpe ligero, pero aun así rio lo suficiente como para poder hablar.
—Léela en voz alta, Andrew. Léela en voz alta. Han encontrado a nuestro pequeñín. Ender lo encontró para mí. ¡Oh, si Julián pudiese saberlo! ¡Si pudiese hablar una vez más con Julián! —Lloró un poco más hasta que Andrew se puso a leer.
La carta era corta. Pero Andrew y Lani, como tenían hijos propios, comprendían exactamente lo que significaba para Petra, y lloraron con ella hasta que los adolescentes se fueron asqueados, uno de ellos diciendo:
—Llamadnos cuando os controléis.
—Nadie controla nada —dijo Petra—. Somos todos mendigos ante el trono del destino. ¡Pero en ocasiones el destino se apiada de nosotros!
* * *
Como no llevaba a Randall Firth a su exilio, la nave estelar no tuvo que regresar a Eros siguiendo la ruta más directa. Añadía cuatro meses al viaje subjetivo (seis años de viaje en tiempo real), pero la ComF.I. lo aprobó y al capitán no le importó. Dejaría a sus pasajeros donde le pidiesen, porque incluso si nadie de la ComF.I. comprendía quiénes eran Andrew y Valentine Wiggin, el capitán lo comprendía. Justificaría el desvío ante sus superiores. Su tripulación había empezado con él, también recordaba y no le importaba.
En su camarote, Valentine cuidaba de la salud de Ender entre los ratos que dedicaba a escribir la historia de la colonia Ganges.
—Leí esa estúpida carta tuya —le dijo un día.
—¿Cuál? Escribo muchas —respondió él.
—La que se supone que sólo debía ver si morías.
—No es culpa mía que el doctor me administrase anestesia general para volver a colocarme la nariz en su sitio y sacar los trozos de hueso que ya no encajaban en su lugar.
—Supongo que quieres que olvide lo que leí.
—¿Por qué no? Yo ya lo he hecho.
—No es verdad —dijo ella—. Todos estos viajes no son para ocultarte de tu infamia, ¿verdad?
—También disfruto de la compañía de mi hermana, la metomentodo profesional.
—La caja... buscas un lugar donde poder abrirla.
—Val —dijo Ender—, ¿te interrogo yo acerca de tus planes?
—No te hace falta. Mi plan es seguirte hasta que me aburra tanto que no pueda soportarlo.
—Creas lo que creas saber —dijo Ender—, te equivocas.
—Bien, si me lo explicas tan claramente... Luego, un poco más tarde:
—Val, ¿sabes? Por un momento creí que iba a matarme.
—Oh, pobrecito. Debe haber sido devastador comprender que te habías equivocado con el resultado final.
—Había pensado que si llegaba ese momento, si realmente sabía que iba a morir, me resultaría un alivio. Ya nada de este mundo sería problema mío. Otra persona podría encargarse de recoger la basura.
—Sí, yo. Me alegro mucho de que fueses a echármelo todo encima.
—Pero cuando se acercaba para acabar conmigo... Yo ya sabía que planeaba darme una o dos patadas en la cabeza, y mi cabeza ya estaba tan confusa por la conmoción que supe que eso acabaría conmigo. Cuando se me acercó no sentí nada de alivio. Quería ponerme en pie. Lo hubiera hecho de haber podido.
—Y habrías salido corriendo... si tuvieses cerebro.
—No, Val —dijo Ender con tristeza—. Quería ponerme en pie y matarle yo antes. No quería morir. No importaba lo que yo creyese merecerme, lo que creyese que me fuese a conceder la paz o al menos el olvido. Entonces ya no tenía en la cabeza nada de eso. Simplemente: vive. Vive, haz lo que sea necesario para vivir. Incluso matar.
—Caramba —dijo Valentine—. Acabas de descubrir el instinto de supervivencia.
Todos los demás lo conocemos desde hace años.
—Hay personas que no tienen ese instinto, no de la misma forma —dijo Ender—, y les concedemos medallas por lanzarse sobre granadas o entrar corriendo en casas en llamas para salvar a bebés. Postumamente, claro. Pero todo tipo de honores.
—Tienen ese instinto —dijo Valentine—. Simplemente hay algo que les importa todavía más.
—A mí no me importaba más nada.
—Dejaste que te pegase hasta que tú ya no podías luchar contra él —dijo Valentine—. Sólo cuando supiste que no podías hacerle daño te permitiste sentir ese instinto de supervivencia. Por tanto, no me sigas contando esas tonterías de que eres la misma persona malvada que mató a esos dos chicos. Demostraste que puedes ganar perdiendo deliberadamente. Hecho. Ya basta. Por favor, no te pelees con nadie a menos que pretendas ganar. ¿Vale? ¿Lo prometes?
—No hago promesas —dijo Ender—. Pero intentaré que no me maten. Todavía me quedan tareas por realizar.