Malphus se había sentado en otra lápida, inclinándose hacia atrás mientras miraba fijamente la lápida de su madre en profunda concentración. Su otrora hermosa madre había respirado lo último que le quedaba después de dar a luz al segundo hijo.
Desde que su madrastra había aparecido en sus vidas, sus vidas no eran las mismas y eso había cambiado a su padre. La infidelidad llegó a su padre como una primera naturaleza, olvidando a su propia esposa a la que una vez amó para ser reemplazada por una mujer más joven, por su belleza. Malphus no sólo había llegado a odiar la existencia de la nueva mujer, sino también a su padre. Podía ser joven, pero su memoria era tan brillante como el sol que brillaba en el cielo ahora mismo. Las voces en la parte posterior de su cabeza eran claras. Los gritos y llantos nublaban sus oídos, mientras se sentaba con su espalda contra la lápida de la desconocida, de la época en que era pequeño.