—Estoy aquí. Y no permito que nadie tome lo que es mío —murmuré, pensando en sus palabras.
El dolor de anoche me recordó todo lo que había ocurrido, pero el pensamiento de Snow a mi lado, manteniendo guardia, calmaba algo muy adentro de mí.
La manera en que me había mirado, con esa protección feroz, permanecía conmigo, evitando que los peores recuerdos tomaran control.
Justo cuando empezaba a quedarme dormida, hubo un suave golpe, luego la puerta se entreabrió. Mi corazón se sobresaltó, pero los pasos ligeros y un calor familiar me dijeron quién era.
—¿Zara? —la voz de Ella sonó.
Mis ojos se abrieron, y allí estaba ella, su sonrisa habitual iluminando la habitación. Un alivio me inundó mientras cruzaba la habitación.
—¡Oh, gracias a las estrellas, estás bien! —me envolvió en un abrazo con cuidado y pude oler el familiar perfume floral que se sentía como en casa.
—Ella —la apreté de vuelta, sintiendo que la tensión se disipaba aún más—. No esperaba verte aquí.