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20.68% EL MUNDO DE LOS HISTRIONICOS / Chapter 6: 2.3

Capítulo 6: 2.3

—¡CORRE! — . Fue todo lo que el conejo, de orejas puntiagudas, gritó a su paso por donde se encontraban Adam y Oliver.

El robot víbora vaciló un momento antes de arrancar con dirección al monte sosteniendo al niño en brazos. En cuestión de minutos, Adam visualizó el límite de la tierra por lo que era menester tomar una decisión. Sin embargo, no tenía muchas opciones. Al costado derecho se encontraba el robot humanoide y el gigante a lado izquierdo.

Entonces, Adam abrazó al niño, de manera que su cuerpo de acero se llevará todo el impacto de la caída, y se lanzó por la pendiente. No obstante, antes de caer al suelo rocoso, apareció una rueda traslucida, con bordes rojos llameantes, que los absorbió de inmediato. Poco después, aterrizaron en medio de los matorrales y la hierba silvestre que cubría gran parte de un lote baldío.

El robot víbora soltó al niño una vez que tocó tierra. Oliver no podía levantarse porque el suelo no dejaba de moverse gracias a las pisadas del gigante. Todo ocurrió muy rápido. Para cuando recuperó la estabilidad, descubrió que seguían en el mismo desierto, salvo que ahora el entorno y la textura de la flora parecían más realistas. Atrás quedó el tono opaco y sin vida, tanto de la atmosfera como del clima. Incluso las ramas de los arbustos recibían agradecidas los rayos del sol.

Adam le pidió al niño que mantuviera la calma y guardara silencio para no poner sobre aviso a los autómatas. Es hasta ese punto que Oliver pudo dimensionar la gravedad de la situación; los robots eran reales, la destrucción también. Y es que al principio llegó a sentirse como un espectador, usando gafas "3D" cuando en realidad era el protagonista dentro de la película.

Oliver recordó a su padre en la cabina de control junto al robot que apareció en su casa poco antes de que su mundo se complicará. «¿Mi papá me está buscando?», fue lo primero que pensó.

—Los robots, ¿dónde están? — preguntó Oliver casi de inmediato.

Antes de que Adam contestará, un portal llameante y muy luminoso se formó en el cielo y de él bajó el conejo robot que aterrizó frente a Oliver y Adam. El portal desapareció al instante.

—Aún sigue aquí — murmuró el conejo robot modulando su voz de modo que nadie, excepto el niño, lo escuchará. Luego hizo la seña de guardar silencio posicionando su mano por encima del mentón. Ahí, Oliver descubrió que ese robot carecía de boca, pero sí tenía dos pares de enormes bigotes que fácil alcanzaban el medio metro.

El conejo robot estaba recubierto por una fina capa de acero fundido de color blanco con destellos brillosos adoptando un tono turmalina. A simple vista, sobresalían las uniones entre brazos y antebrazos, así como en las piernas y los pies; eran extremidades muy semejantes al de un ser humano. Su cabeza era ovalada; tenía dos ojos de azul oscuro con pupilas redondas y dilatadas. Aunque en apariencia se trataba de un conejo, las puntas de sus orejas se asemejaban más a las de un gato montés, solo que demasiado largas y puntiagudas. Los incisivos sobresalían a través de dos orificios, por encima del mentón y alcanzaban el comienzo de los hombros.

En resumen, tanto Adam como el conejo compartían ciertos rasgos: la fisonomía del cuerpo humano, pero su cabeza representaba a un animal determinado. Con todo, a Oliver le parecía un robot mucho más escalofriante que el fabricado por el señor Tavares. Aunque… ¿Podría confiar en el conejo?, no, eso era obvio. De los extraños se debe desconfiar. Sin importar que sean humanos o robots.

—¿Quién eres? — cuestionó Adam al conejo, un momento después. En la base de datos del robot víbora no aparecía información o imágenes relativas a este espécimen de orejas largas. En parte, debido a un candado de programación relacionado con los recuerdos y el cual necesitaba una contraseña que casualmente no podía desbloquear.

—Soy un histriónico al igual que tú, ¿Quién más puedo ser? — contestó el conejo robot, ufano.

—¿Histriónico? — dudó Adam. En su base de datos tampoco apareció esa palabra relacionada a un robot que pertenezca a la familia de Katia.

Las orejas del conejo robot se movieron con gracia como si representaran un signo de interrogación. En cierta medida, adoptaban un estado de ánimo, algo inusual considerando que se trata de una máquina programada que no posee sentimientos. Antes de que pudiera decir una palabra, el gigante robot lanzó una advertencia desde lo más alto en el cielo, para todo aquel que intentará invadir su propiedad en el futuro:

—Los histriónicos nunca podrán salir del mundo virtual. Quien se atreva, desaparecerá.

La sentencia del gigante robot retumbo en la cabeza del niño, acabando con cualquier mínima esperanza de regresar a casa. En cambio, las ideas intrusivas y los escenarios caóticos donde pierde la vida o sale lastimado, desbordaron su frágil mente. «¿Mundo de los humanos?, ¿mundo virtual?» se cuestionó Oliver mientras su mirada se perdía en el matorral que ocultaba las piernas del conejo.

—Ya era hora — dijo el orejón cuando abandonó el matorral de un brinco e hizo estiramientos de brazos y piernas como si fuera un ser humano — pensé que nunca se iba a rendir.

Oliver quedó perplejo al ver a ese robot que le recordaba a una caricatura de los años setenta y que tantas veces le sacó una carcajada por su conducta traviesa.

—¿A qué se refería ese robot con que ningún robot saldrá del mundo virtual?, ¿estamos en el mundo virtual? ¿Qué es el mundo virtual? — cuestionó Adam. Oliver agradeció que se le adelantará pues también tenía las mismas dudas. Inclusive se le arrugó el entrecejo.

El conejo entornó los ojos y su cabeza se inclinó ligeramente para inspeccionar al pequeño humano, así como al robot que tenía enfrente. De nuevo, sus orejas se movían en varias direcciones. Esto hizo que Oliver dejará escapar una risita involuntaria y nerviosa.

—¡Valla!, ¿siendo un histriónico, no conoces el lugar en donde estás parado? ¡Me sorprende! El mundo virtual es la dimensión alterna del mundo real— puntualizó el robot, luego se dirigió al niño — ¿Qué sucede?, ¿estás bien, pequeño humano?, ¿este histriónico te pertenece?

—No, no lo sé…— contestó Oliver, con un hilo de voz. Quería responder que sí, pero no estaba seguro.

—No sé de lo que hablas. ¿A qué te refieres con el mundo virtual y el mundo real? — insistió Adam con su voz impasible.

—¿No lo sabes? — inquirió el conejo robot.

Adam se encogió de hombros, apático y con poca paciencia.

—¿Qué clase de autómata eres?, ¡DIME! — exigió el conejo con voz rimbombante mientras saltaba de un lado al otro en cuatro patas. Oliver volvió a reír.

—Yo soy…— comenzó Adam, dejando la oración incompleta al darse cuenta de que ni él comprendía cuáles eran las circunstancias que lo llevaron a tal situación — yo soy… en verdad no lo sé.

Adam quería sincerarse, pero había un problema: la presencia del niño. Por él se detuvo en dar explicaciones a riesgo de perturbar su pequeña cabecita inmadura. Aunque esperaba resolver algunas incógnitas con ayuda del conejo.

—Eres el robot de mi papá. Te llamas Adam — intervino un Oliver torpe y visiblemente afectado.

Ambos robots miraron al niño como si apenas se dieran cuenta de su presencia. «Oliver, ¿por qué tenías que hablar?», pensó el niño arrepentido por meter la pata, de nuevo.

—Eres un humano especial — recalcó el conejo robot. Más que pregunta, resultó una afirmación. Ahora sus ojos brillaban de curiosidad.

Adam se interpuso en el campo de visión de aquel robot blanco para frenar su curiosidad por el niño, por si acaso tenia malas intenciones. Oliver se movió de lugar gateando hacia los cimientos de lo que antes era una bodega. En ese punto los oídos le zumbaban y le costaba escuchar. Ni siquiera le molestaron las piedras ni las ramas con espinas.

El conejo robot ladeo la cabeza, divertido. Luego puso su mano al lado de su oído derecho, imitando la forma de un cono para mejorar la audición.

—Puedo escuchar los latidos de tu corazón, pequeño, humano. Eso no es normal, ¿acaso tienes miedo? — canturreó el robot.

El conejo intentó acercarse, pero otra vez, Adam se le impidió. Cuando Oliver percibió que el robot de orejas largas se dirigía a él, sintió un nudo en la garganta que le impidió, por unos segundos, el paso de aire a los pulmones. Ser el centro de atención nunca fue algo que el pequeño disfrutara ni en su casa ni en la escuela, mucho menos ante extraños.

—¡Oye!, ¿no vez que el humano tiene problemas? — se molestó el conejo robot.

—No es asunto tuyo. No interfieras— amenazó Adam.

De cualquier manera, el sistema de sensores en el conejo captó un incremento en los niveles de cortisol (una hormona que se libera en respuesta al estrés) Así que, era cuestión de tiempo para que el niño comenzará a hiperventilar. Esto no era algo nuevo en la corta vida de Oliver. Desde hace unos meses que solía sentirse desbordado sin lograr detener aquellos escenarios catastróficos que se apoderaban de su mente. Algo que también le sucedía cada vez que leía en voz alta o cuando sus padres discutían. 

—Niño, sé que no te encuentras bien. Si necesitas mi ayuda, no dudes en pedírmela. Soy un histriónico que protege la vida humana — aseguró el conejo robot.

Sin embargo, Oliver se mantuvo callado porque no le gustaba dar explicaciones que a su juicio resultaban incomodas. Siempre que lo intentaba, su madre decía que todas las personas sufren y que no es el único; que se ahoga en un vaso de agua o que solo quiere llamar la atención. Un día, Oliver se armó de valor para contarle a su madre que deseaba acudir con un psicólogo.

La respuesta de Melinda dejó devastado al niño: — Tu padre piensa que son unos charlatanes, no creo que le agrade la idea, cariño. Lo mejor es no hacerlo enojar.

—¿No puedes hablar o no quieres hablar? — preguntó el conejo robot después de un largo rato en silencio.

Adam no se movió de lugar, en cambio, mantenía toda su atención en el autómata. Estaba atento a sus movimientos para atacarlo de ser necesario, ya que sentía la obligación de proteger al chico.

Oliver negó con la cabeza, inseguro de hablar a riesgo de complicar las cosas. Lo que menos quería era que los robots enfurecieran. Antes, cuando tenía que exponer una clase o hablar en público, sentía un miedo irracional de que le fallara la voz y que todos en el salón comenzarán a burlarse de su desgracia. Pero ahora todo era diferente, ya no solo debía lidiar con otros niños.

—Si tienes ganas de llorar, hazlo. Tú no eres un robot, eres un humano — afirmó el conejo mientras caminaba hacia una roca donde finalmente se recargó. Adam también mantuvo la distancia con el chico, aunque sin perderlo de vista.

Oliver tomó una bocanada de aire, luego se animó a decir: —Tengo miedo.

—Es comprensible, eres tú quien no pertenece a este mundo. ¿Se puede saber cómo lograste entrar?

—No tienes por qué responder, Oliver — interrumpió Adam manteniendo la calma para no asustar al niño.

Oliver murmuró algo, pero al final negó con la cabeza. Iba a decir que sospechaba del robot víbora cuando carraspeó para despejar la garganta, pero el nudo se aferró y no lo dejó hablar.

—Es extrañó, solo un ser humano puede abrir portales gracias a que su cabeza tiene alojado…— inició el orejón. El conejo robot dejó de hablar como si de buenas a primeras recordará cerrar la boca o lo que sea que le permitiera comunicarse.

—No te detengas, termina de hablar— alentó Adam, en cierta forma provocativo. Quería saber sobre los portales, así como de la persona que podía abrirlos. Para el señor Tavares no era un secreto el profundo interés que tanto su jefe como la misma Katia tenían sobre las investigaciones que involucraban a seres humanos con robots, pero desconocía hasta qué punto podrían llegar. Si conseguía obtener la mayor información posible, Oliver conseguirá regresar antes del crepúsculo.

—Con ello quiero decir que es poco probable que salgas de aquí, niño. Ni tú ni nadie — reveló el conejo robot.

Los brazos de Oliver perdieron fuerza, lo que provocó que se desplomará. La revelación del robot cayó como un balde de agua fría. 

—¿Por qué estoy aquí? — preguntó Oliver esforzándose por mantener la voz lo más estable posible.

El conejo robot se cruzó de brazos. De momento decidió que se quedaría en silencio hasta que el niño recuperará su fuerza mental.

—¿Estoy muerto? — preguntó Oliver.

—No — respondió el conejo.

—¿Es un sueño?

—No

—¿Entonces?, ¿Qué es este lugar?

—Ya te lo dije.

—Dinos cómo podemos salir porque hay una salida, no seas dramático — intervino Adam cansado de las respuestas monosilábicas.

Ante este nuevo escenario, Oliver no supo cómo resolver el desorden en su mente. Pues si no estaba muerto o en un sueño, ¿Dónde se encontraba? El chico se resistía a creer en las palabras de un robot con pinta de oportunista. Las manos del niño comenzaron a temblar al mismo tiempo que sentía punzadas de dolor en las yemas de los dedos. Dolor semejante a cuando te pinchas con un alfiler.

—¿Oliver, que sucede? — preguntó Adam mientras se acercaba al niño, intentó levantarlo, pero el niño se alejó de él con un manotazo. En los siguientes minutos, Oliver se acostó sobre la tierra para aliviar la carga que pesaba en sus hombros y en la cabeza. Se debatía entre comenzar a correr hasta perderse en el horizonte o quedarse en el lugar lamentándose de su destino. Al final decidió permanecer en el fulgor de la tierra con los parpados ocultando sus ojos de la luz solar. Decidió esperar a que el dolor en su corazón se detuviera o en su defecto, dejará de latir.

De pronto, el conejo robot cortó un par de ramas de hoja ancha, de un ébano que estaba a unos cuantos metros, y comenzó a ventilar la cara del niño, para que consiguiera aire fresco y pudiera mejorar su respiración. No obstante, Oliver se llevó una mano hacia el pecho sin dejar de revolcarse en el suelo.

—Si quieres llorar, hazlo. Si quieres gritar, adelante. Si deseas hablar, puedes contar conmigo, yo te escucharé sin juzgar — aseguró el conejo robot con un tono de voz hipnótico. Su objetivo era hacer que el chico entrará en trance y con ello manipular su mente. Así sería más fácil ayudarlo a salir de la crisis. — ¿Tienes miedo?

El niño lo ignoró, tenía la cara sonrojada. El conejo robot empujó al inútil robot víbora para acercarse al niño. Luego se agachó frente a él.

—Mira a tu alrededor, ¿puedes describir lo que ves?, Observa las plantas, las piedras y todo lo que está en la zona. ¿sientes el viento? Por lo que veo, pronto comenzará a llover. Pero no tengas miedo, aquí estoy para cuidarte.

Oliver sintió una oleada de dolor en el pecho que se extendió por todo su cuerpo hasta finalizar en su cabeza. Lugar en donde sintió un constante burbujeo, el cual aumentaba a la par de la crisis emocional. Se llevó las manos a la cabeza para contener el malestar e intentó hablar, pero la voz le falló. Pese al sufrimiento, Oliver no lloró, no gritó y no dijo nada. Seguía guardando sus emociones y por consiguiente el dolor se volvió insoportable.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte? — insistió el conejo robot.

—Nada, solo vete — interrumpió Adam, apartando de un manotazo al autómata.

El conejo se incorporó con rapidez, ignoro la agresión y siguió concentrándose en Oliver quien ahora tenía ambas manos a la garganta.

—Pequeño…

—¿Oliver? No sé qué hacer para ayudarte. Veo que solo quieres llamar la atención, ¿no te das cuenta del ridículo que estás haciendo? — interrumpió Adam acurrucándose al lado del niño. De esta manera consiguió que el conejo se apartará.

En ese momento, la información fluyó en la cabeza de Adam, consciente de que Oliver siempre fue un chico sentimental al que le faltaba forjar carácter. De acuerdo a la información recolectada a través de su sistema de sensores (señales del entorno), así como del historial médico del niño, podía concluir que no había peligro que respaldará su actitud. Por ende, Adam se mantuvo en silencio para acompañarlo hasta que decidiera levantarse.


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