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24.13% EL MUNDO DE LOS HISTRIONICOS / Chapter 7: 2.4

Capítulo 7: 2.4

—Es importante decir lo que sientes pues al guardar tus emociones solo conseguirás más dolor y afectará tu salud física. La verdad es que no es malo llorar, no tengas vergüenza de estar triste. No porque seas un humano, significa que debes soportarlo. Los niños también lloran — continuó hablando el conejo robot adoptando un tono de voz soporífero y, por momentos, hasta hipnótico. De cualquier modo, Oliver no prestó mucha atención, no porque no quisiera, sino porque luchaba por sobrevivir a la falta de aire.

—Aquí estaré por si decides pedir ayuda — añadió el conejo poco después.

Más tarde, el viento comenzó a soplar aire fresco y con ello una extraña sensación de alivio invadió la cara del niño. La brisa en forma de fragancia rodeó todo su cuerpo y gracias a que sus músculos se relajaron, pudo contemplar los nubarrones en el cielo, los cuales anticipaban fuertes descargas de lluvia sobre el campo. Pensar en la lluvia le permitió recuperar el ritmo de la respiración: inhalar y exhalar adecuadamente y bajo el ritmo natural de. La visión antes borrosa que tenía sobre Adam fue adquiriendo forma conforme los malestares disminuían.

—¿Sabes? Te pareces mucho a una niña que conozco. No eres el único que pierde el control de su mente. Ella suele tener momentos de mucha angustia que desembocan en un torbellino de emociones. A veces se pierde en su cabecita y no deja que nadie la ayude. A veces recupera la alegría y el tiempo pasa volando en infinidad de aventuras. Así que, como su robot protector, debo acompañarla en las buenas y en las malas. Soy su leal sirviente y mi vida depende de ella. Todas las noches suelo cantar su canción favorita y cada día antes de ir a la escuela, me despido de ella con un fuerte abrazo. Todo lo que hago tiene un propósito esencial: que el cerebro de mi niña segregue oxitocina, serotonina y dopamina. Así la protejo y evito una tragedia: así la mantengo con vida — relató el conejo robot.

Mientras escuchaba al robot, poco a poco, Oliver logró destrabar los músculos de sus brazos y piernas. A continuación, el hormigueo y dolor de cabeza le dieron la bienvenida. Adam continuó manteniendo su distancia, pero era testigo de la enfermiza palidez del chico quien se acurrucaba como un ovillo sobre la fría tierra. A cuenta gotas, la lluvia hacia acto de presencia. Varias de ellas resbalaron sobre la superficie metálica del robot víbora. Adam intentó tomar el líquido con sus manos, pero consiguió un efecto contrario al que esperaba: no sintió la temperatura, y la sensación le reveló lo que tanto se negaba a creer.

Al otro extremo, el conejo robot dio un brinco, entusiasta por la fuerza de voluntad del pequeño.

—¡Muy bien!

Mientras saltaba de un lado al otro consiente de que Adam no le quitaba un ojo de encima. Le pidió al niño que contara hasta seis, retuviera el aire y lo soltara lentamente.

—No…yo…no… — carraspeó Oliver. Su voz era temblorosa y apenas audible por todo el esfuerzo que empleo su garganta. Al final resolvió intentarlo. Le costó mantener la concentración para no equivocarse en contar los números y en sostener el aire.

Adam se incorporó cuando su sensor en la mano detectó que el nivel de oxigenación del niño por fin se había estabilizado. Entonces, avanzó hacia Oliver, pero se detuvo cuando éste alzó el brazo indicando que se abstuviera de ayudarlo.

Ya entrada la noche, el conejo robot se acercó al niño, aunque a una distancia prudente para no invadir su espacio personal e incomodarlo y no por mandato del robot víbora.

—¿Puedes verme? — preguntó, una vez que el niño abrió los ojos.

Oliver mintió. Aunque podía ver la silueta del robot, no alcanzaba a distinguir del todo la configuración del conejo, gracias a la oscuridad acrecentada por las nubes y que, a la vez, ocultaban a la luna. El conejo robot, como si leyera la mente del pequeño, encendió una esfera de luz constituida por un espectro de colores que emergió de sus manos y ascendió unos cuantos centímetros. La bola de luz se convirtió en una llama circular que producía calor y destellos de luz a un radio considerable de espacio. Luego la envío hacia el niño. Solo así, Oliver pudo ver al robot blanco de largas orejas puntiagudas en todo su esplendor. Oliver se mantuvo impasible, en gran parte por el cansancio y el agotamiento mental. Ni siquiera se movió de lugar cuando la bola de luz lo alcanzó; por el contrario, se animó a sonreír.

Entonces, se dio cuenta de que el robot tenia extremidades delgadas, asimétricas y toscas. La coraza se extendía desde las muñecas hacia los hombros. Su torso se constituía de una intrincada armadura de cristal por la cual se podía ver el esqueleto del robot, así como un pequeño aro azulado que parpadeaba de manera intermitente.

Lentamente, Oliver sintió que el aire regresaba a sus pulmones y los hacia más grandes. El trago amargo por fin había pasado. Luego realizó movimientos rotativos con las manos para recuperar la agilidad y el movimiento. Entonces abrió y cerró las manos enfocándose en estirar los dedos. El hormigueo en sus piernas bajó de intensidad, así como la cefalea y las punzadas de dolor. A continuación, logró sentarse y recargarse sobre una roca.

—Estoy buscando a Emma, ¿sabes dónde está? — preguntó el conejo robot poco después posándose frente al niño. Sus ojos eran saltones e inhumanos; y su sonrisa perturbadora. A pesar de ello, extrañamente, el niño no sentía miedo.

Oliver negó con la cabeza, iba a decir algo, pero se retractó cuando Adam empujó al otro robot.

—No conocemos a esa tal Emma. De cualquier modo, gracias por ayudar a Oliver. Ahora nos iremos — dijo Adam acercándose al niño para levantarlo. Oliver lo pateó.

—La pregunta va dirigida al pequeño humano, no a ti, antipático robot —le respondió el conejo cruzándose de brazos y alzando la cabeza en señal de orgullo.

— ¿Cómo te llamas? — se armó de valor Oliver con voz fina.

—Mi nombre es Hari y soy el protector de Emma. Mucho gusto en conocerte, pequeño humano.

Hari extendió la mano hacia su nuevo amigo como muestra de cordialidad. El niño también se presentó y le concedió un, accidentado, apretón de manos, pues sus articulaciones aún seguían intrincadas.

—Quiero salir de aquí, ¿me puedes ayudar? — preguntó Oliver minutos después.

—Es difícil abandonar el mundo virtual de los Histriónicos — respondió el conejo robot. Aunque, enseguida se llevó una mano al mentón y otra a la cintura mientras reflexionaba sobre algunas alternativas.

—No sé qué son los Histriónicos — ya había escuchado el término en una conversación que Hari y Adam tuvieron en el pasado, pero tenía curiosidad por saber del tema.

—Son los robots que pertenecen a la programación utilizada en el mundo virtual, tu robot también es un histriónico, aunque no lo acepte o, ¿Será que su programación no se completó?

Adam negó con la cabeza. No rodó los ojos solo porque, en ese momento, sus cavidades carecían de ellos. Él no se consideraba un robot por mucho que los demás lo asegurarán. Al menos no en esencia. Oliver mantuvo el contacto visual en el robot víbora. Se preguntó qué era entonces, si no se concebía como un histriónico. De pronto, recordó al maquinista en la cabina de conducción del tren, cuyos rasgos faciales eran muy similares a los de su padre. Aunque no estaba completamente seguro de lo que vio.

—¿Sabes dónde está Emma? — le insistió Hari al niño. En ese punto, las placas de metal blanco ocultaron el exoesqueleto y las articulaciones.

—No, Hari. No lo sé. ¡Ah!, ¿Hari? — la voz del niño detuvo al conejo robot, ya que se estaba caminando rumbo al norte.

—¿Qué sucede? — cuestionó el conejo.

—Creo que mi papá también se encuentra aquí.

Adam trastabilló.

—Eso es imposible — contestó el robot de largas orejas.

—No, yo lo vi en el tren. Era el maquinista.

—No, Oliver. No había ningún ser humano en el tren porque me hubiera dado cuenta. Quizás lo imaginaste.

Oliver asintió con la cabeza, decepcionado.

«Se veía tan real».

—Quiero decir que, en el mundo virtual de los histriónicos, nada es lo que parece y de eso te tienes que cuidar. Esta dimensión se diseñó para los robots, no para los humanos — concluyó el conejo robot.

«Quizás tienes razón», pensó el niño.

Por primera vez en su corta existencia, Oliver se detuvo a reflexionar sobre lo acontecido minutos antes y de cómo creyó que se estaba ahogando. Aceptó que era un chico débil y asustadizo, así que no sería inverosímil para él imaginar cosas que no existen. En el fondo, Oliver quería ver a su padre pese a sus diferencias, porque lo extrañaba. Si bien no creía en todo lo que el conejo robot relataba, al menos estaba de acuerdo en que el entorno y la ciudad tenían un aspecto lúgubre y sin vida en el cual un ser humano nunca podría vivir.

Hari se alejó unos pasos. Levito un par de metros y se transformó en un tierno conejito de felpa con orejas más cortas que caían a los costados de la cabeza; solo conservó el color azulado en los ojos. Ahora tenía una boca, una pequeña nariz y bigotes menos largos. También disminuyó de tamaño, adquiriendo los 25 cm de estatura para convertirse en un conejo de verdad.

Oliver se limpió las lágrimas y tomó una bocanada de aire para darse valor y aceptar la ayuda de Adam. Finalmente se puso de pie.

—Este soy yo en realidad. Al principio, Emma también me tenía miedo, así que me transformé en su conejo de felpa preferido. Con el tiempo cambie de apariencia, pero no es la única, aún puedo evolucionar. Todo depende del estado de animo de mi dueña y de la cantidad de energía que absorba mi núcleo medular del exterior— continuó platicando Hari mientras lideraba el camino.

De repente, el robot se detuvo y señaló con su mano al centro de su torso donde se encontraba el aro de energía, encima del núcleo. Oliver observó que era similar al que portaba Adam, solo que en color azul. El núcleo medular de Adam era una pequeña batería con forma de diamante, que no sobrepasaba el tamaño de una moneda de veinte pesos. El de Hari tenía forma de corazón humano.

—No eres un conejo de verdad así que no te esfuerces en aparentarlo. Jamás dejarás de ser un robot — dijo Adam mientras sostenía el brazo derecho del niño al mismo tiempo que avanzaban hacia la carretera "Camino a Icamole".

—Si lo soy, porque soy Hari, el leal protector y amigo de Emma — replicó el conejo altanero, dando brincos como el conejito adorable y travieso que es.

Oliver sonrió.


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