Parecía ser que desde que lo conoció, se volvió más vulnerable. En su vida asada, luego de pasar un año en prisión, ella aprendió a tolerar el dolor y no dejar que caigan lágrimas. Sin embargo, ahora todo ese esfuerzo parecía ser en vano. Con Li Lei a su lado, ella se volvió la chica que lloraba ante cualquier cosa.
¡Li Lei eres un gran tonto! ¡Gran tonto! ¡gran tonto!
Mientras lloraba, maldecía. Luego de un tiempo, se abrió la puerta de salón del té. Xia Moyan, vestido de blanco, apareció frente a ella. Él notó sus ojos rojos, pero no estaba sorprendido. Él solo dijo: —Puedes venir ahora.
Ella lo siguió. Xia Moyan le devolvió el amuleto. Xia Ling miró al amuleto confundida, y sintió que no había cambiado en nada. La madera rojo obscuro de paulownia seguía sin ningún adorno y seguía sin llamar la atención.