... Sólo para ver a Karl de pie junto a ella.
Llevaba el traje rojo oscuro que se había probado el otro día y estaba radiante. Tenía una sonrisa ingenua y congraciada en su rostro.
Miró a Tanya y sonrió.
—He venido, Tanya.
Los ojos de Tanya enrojecieron al instante. Agarró con fuerza la mano de Karl, pero se dio cuenta de que éste sostenía una pequeña pistola plateada en la otra mano. La pistola apuntaba a Nora.
No dijo nada, pero los agentes encubiertos que se escondían entre la multitud no se atrevieron a dar un paso adelante.
Tanya estaba sorprendida.
—Papá, ¿qué estás haciendo?
Una sonrisa apareció en la cara de Karl cuando la oyó llamarle «papá».
—No te preocupes, es tu mejor amiga, nunca le haría daño. Es que tengo que hacer esto para ver tu boda hasta el final.
Sin embargo, Nora lo entendió. Se quedó allí perezosamente, sin miedo a la pistola de plata que la apuntaba. Porque... no había balas en la pistola.