Después de recopilar toda la información en la región fría, al noreste del Lago de los Nueve Reinos, Rosewisse y Viggo volaron a través del bosque Oeste con dirección al sur y vieron el final de un bosque oscuro a orillas de un rio de treinta metros de ancho.
Rosewisse aleteo un poco más para darse impulso mientras cargaba a Viggo. Eso los ayudo para finalmente salir del bosque oscuro, cruzaron el rio de treinta metros de ancho y alcanzaron el muelle. Entonces vieron detalladamente una huerta donde habían plantado todo tipo de vegetales para comer. Un poco más allá un gran árbol que desde esta distancia parecía tener cuatro patas gruesas con una base plana. Y más allá del árbol, un bosque con hojas de color rojo, vividas, además de plantas silvestres de color azul y fucsia.
Rosewisse comenzó a desacelerar su vuelo hasta que se detuvo cinco metros por encima del muelle y soltó a Viggo, quien cayó sobre sus pies. Ella descendió con suavidad detrás de él y ambos comenzaron a caminar por el muelle. Vieron que a las orillas del rio había jaulas para pescar, una red de pesca, un bote y su remo. Después miraron hacia adelante, donde estaba la huerta con todo tipo de vegetales, plantas y por último un enorme árbol de varias decenas de metros de grosor. Sin embargo, el árbol parecía tener cuatro gruesas patas y en ese momento, se levantó, dejando ver una especie de casa bajo su base. Entonces se vio una puerta de madera, la cual se abrió y de ella salió una mujer de cabello castaño, con un aspecto promedio mientras vestía túnicas de colores opaco, sin mangas y con los pies descalzos.
—Buenas tardes— dijo Viggo con una actitud tranquila —lamento meterme en tus terrenos, pero ando buscando algo—
—¿Qué podría querer un dios de otras tierras en mi jardín?— preguntó la mujer con voz clara y suave en una actitud despectiva
—Técnicamente no soy un dios, pero dejando eso de lado, buscamos con mi esposa un lugar. No te preocupes, no tocaremos nada ni te molestaremos—
—Tú, la niña— dijo la mujer, ignorando la explicación de Viggo —¿Eres una valkiria?—
—Sí, señora— dijo Rosewisse con un tono de voz educado —como dice mi marido, venimos por algo, pero no tienes de que preocuparte, buscaremos por nuestra cuenta sin dañar nada de tu jardín y nos iremos—
—Eres…— dijo la mujer entrecerrando los ojos —demasiado niña, joven ¿Cuántos inviernos has vivido? ¿Quince, dieciséis? Te dejare husmear todo lo que quieras en mi jardín si tomas una taza de té conmigo—
Rosewisse miró a Viggo, este último frunció el ceño, pero asintió. Podía sentir que la mujer tenía otras intenciones diferentes de tomar té, pero no eran malas en el sentido que quería herir a Rosewisse. Era como si quisiera hablar con un amigo o algo así.
—Me tomare mi tiempo— dijo Viggo y se fue a caminar por la huerta hacia la izquierda.
Rosewisse camino ante la mujer de cabello castaño, tenía una apariencia cansada y trabajada, como la mayoría de las personas que viven en reclusión. Posiblemente una ermitaña o una bruja.
—Estas muy lejos de casa, niña— dijo la mujer —¿Tú nombre?—
—Rosewisse, señora— dijo Rosewisse en un tono de voz respetuoso. Ella vio que la mujer sonrió con ternura y diversión, como si le pareciera chistosa su forma de hablarle. Rosewisse quedó confundida, se miró a sí misma y noto que vestía su armadura dorada. Llevaba varios días vistiendo de la misma manera y solo se la quitaba para darse un baño o hacer el amor con Viggo.
—Lo siento— dijo Rosewisse y guardó la armadura de valkiria dentro de su alma, dejando puesto solo un vestido de una pieza de color celeste claro. La tela se le pegaba al cuerpo dejando ver una figura glamurosa y abundante en el pecho, el trasero y los muslos.
—Muy joven— dijo la mujer admirando la belleza de Rosewisse, sobre todo puso atención en las alas blancas —son muy hermosas— comentó.
—Gracias, todo el mundo elogia mis alas ahora que son blancas, pero en un par de años se pondrán negras ¿Me preguntó si dirán lo mismo?—
La mujer se dio la vuelta y camino a la puerta que había en la casa por debajo del gran árbol —¿Qué me dices del muchacho pelirrojo? Aunque haya dicho que no lo es, puedo sentir su poder divino. Si ese es el caso ¿No cambiara de parecer?—
—No lo sé, nunca me lo he preguntado— respondió Rosewisse —solo sé que amo a Viggo y no quiero apartarme de él—
Una vez que entraron a la casa de la bruja, Rosewisse vio una casa rustica, con una chimenea del lado izquierdo y un caldero hirviendo con una sustancia mágica que emitía un brillo fucsia, normalmente ocupada para realizar magia vanir. Hace mucho tiempo que no veía nada parecido, así que se relajó. Del lado derecho había una mesa de madera y una silla.
—Siéntate en la silla, no te preocupes, tengo otra— dijo la bruja en un tono de voz casual
Rosewisse camino hasta la silla, un poco acomplejada por sus alas que la obligarían a sentarse en el borde, pero para no llevarle la contraria a la bruja, se sentó sin señalarlo. Se sentía raro y especial encontrar a alguien así en Midgar sin que los traten de matar.
—Oh, lo siento, no me había percatado de tus alas— dijo la bruja volviendo a la mesa, ella mostro una sonrisa sincera en ese rostro que se veía joven, pero sin nada que destacara. Ella dejo la tetera hecha de metal y cubierta por una capa de hollín oscuro como la noche, sobre la mesa. Después fue a buscar un taburete rustico con una base de unos treinta centímetros de diámetro. Se lo tendió a Rosewisse pero viendo su figura a través del vestido, soltó una risita pensando que el trasero de Rosewisse era demasiado grandes y haciendo a esta última ruborizarse y llevar sus manos a la espalda para cubrirse el trasero.
—Me rio, pero no te avergüences, las mujeres mataríamos por tener una figura como la tuya— dijo la bruja de buen humor —me recuerdas a una persona que conocí hace mucho tiempo. Era tan hermosa como tú—
—Gracias— dijo Rosewisse con timidez. La bruja le paso el taburete, Rosewisse le acercó la silla y ambas se sentaron a la mesa.
—¿Mucho mejor?— preguntó la bruja mientras tomaba la tetera cubierta por el hollín negro y vertiendo agua caliente en una taza de greda
—Sí, señora, muchas gracias— respondió Rosewisse —¿Tiene manzanilla?—
—Claro, dame un momento—
La bruja se terminó de servir agua caliente y dejo la tetera en el suelo. Después se acercó a unos frascos que tenía en un estante a un lado de la chimenea y reviso varios de ellos hasta encontrar lo que buscaba. Una vez que encontró la manzanilla, volvió a la mesa y se lo tendió a Rosewisse mientras ella le echaba unas hojas de té en el agua.
—Es raro ver a una valkiria por estos lugares— dijo la mujer de cabello castaño de manera casual —más en su estado físico ¿Qué te forzó a volver a tu estado normal?—
—Soy nueva— dijo Rosewisse con timidez —gane mis alas hace cinco inviernos, pero nadie me ha podido enseñar la espiritualización ¿Usted ha escuchado de eso?—
—Un poco— dijo la bruja con una sonrisa incomoda —un poco, casi nada, se lo escuche a una amiga—
—Veo ¿Usted conoce a alguien de Vanaheim? Yo, pienso que usted sabe mucho y me da una sensación de familiaridad—
—Sí, algo así, conozco un poco Vanaheim. Soy mayor que tú, así que pude vivir en Vanaheim antes de que el dios cuervo prohibiera los viajes y la serpiente del mundo rebalsara el Lago de los Nueve Reinos—
—En ese caso ¿Usted conoció a mi mamá? Se llamaba Freida—
La bruja quedó en blanco por unos segundos, recordando a una bebé de cabellos de plata, antes de que se fuera a vivir con aquel hombre nefasto. Gondul había dado a luz en aquella época. Un tiempo lamentable —no— dijo mirando hacia otro lado —soy una bruja común y corriente. Fui a Vanaheim, practiqué la magia vanir, pero eso no me hace alguien importante. Lo siento, es una pena—
—Entiendo— dijo Rosewisse agachando la mirada
La bruja al notar a la joven Rosewisse triste, le empezó a relatar sobre algunos lugares concurridos en Vanaheim. Rosewisse se animó y le fue contando como habían cambiado esos lugares. Bueno, hasta la última vez que los vio, hace como tres años atrás, antes de que el consejos de los vanir expulsara a su familia al bosque de muerte.
—¿Cómo conociste a ese muchacho?— preguntó la bruja
Rosewisse se sonrojo, sonrió con una belleza única y le dijo —fue el destino, verás, un día…—
La bruja escuchaba Rosewisse hablar de sus sentimientos e ilusiones, fascinada por el reflejo puro del primer amor. Un hombre galante, apuesto, conversador y amistoso. Siempre paciente, un poco tonto, pero excelente amante y compañero. Divertido incluso cuando no quiere serlo. Alguien en el que ella puede confiar.
—Pero él es un dios y tú una valkiria— dijo la bruja —¿Eso está bien? ¿No piensas que él se aburrirá de ti en algún momento?—
—No lo sé— respondió Rosewisse agachando la mirada —no me lo he preguntado, pero si tengo otras preocupaciones. Verás, él es importante y en estos momentos está siendo ayudado por muchas personas para que se vuelva en un buen rey de los…— Rosewisse tomo una pausa y después continuo —en un buen rey. Sin embargo, él está tomando como ejemplo a un mal rey porque dice que aquella persona es inteligente. Yo le digo que es un mal ejemplo, que no debería ni siquiera considerarlo como un modelo, pero él insiste y tengo miedo de que se vaya por el mal camino. Que transforme su tierra natal en un lugar vacío. Yo, tengo miedo—
—¿De perderlo o de que se vuelva malo?— preguntó la bruja
—¿Perdón?— preguntó Rosewisse mirando a los ojos
—¿De que tienes miedo?¿De perderlo o de que se vuelva alguien malo?—
—Yo, últimamente no lo sé— dijo Rosewisse agachando la mirada y dejando que sus largos mechones de plata colgaran a los lados de su rostro —yo creo, que más me importa perderlo a él. Lo he pensado, pero incluso si él se volviera malo, incluso así, yo, no podría odiarlo—
—¿Estas segura de que él te ama?—
—No lo sé, pero lo siento en mi corazón. Cada vez que salimos juntos, que nos abrazamos, que hacemos el amor, que me enojo y él cede, a pesar de que no me gusta que se ponga condescendiente. Si tuviera una queja es que él no es solo mío. Tengo muchas rivales ¿sabes? Muchas— Rosewisse levanto su mano y las comenzó a nombrar una a una —esa mujer fría, Semiramis, Scheherezade, las mellizas, Tsubaki, esa diosa rubia que se cuelga de su brazo cada vez que lo ve. Me da rabia, me dan ganas de golpear a Viggo de solo pensarlo—
—Pero—
—Pero no hago nada— dijo Rosewisse soltando un suspiro —solo espero que me busque, que me mime, que me diga que me ama y con eso se me olvida todo ¿Piensas que soy muy barata? Debería castigarlo por ser tan lujurioso—
—Bueno, digamos que el amor no es perfecto— dijo la bruja con una sonrisa irónica —te deseo lo mejor y espero que tu matrimonio no termine como el mío—
—¿Estuviste casada?— preguntó Rosewisse
—Bueno— dijo la bruja soltando una risa de autodesprecio por la nariz —algo así, pero no es algo que una joven como tú debería escuchar. Es un terrible mal ejemplo, bueno, tú marido no toma muy buenos ejemplos—
—Me gustaría escuchar, a lo mejor, es como dice Viggo y si entiendo en donde estuvo tu error, puedo evitar caer en el mismo—
—Eres tan inocente y optimista— dijo la bruja soltando un suspiro —mi nombre es Freya y algún día fui tú reina y diosa…—
La ojos de Rosewisse se ampliaron de la incredulidad, pero se había llevado tan bien con la bruja que no la interrumpió en ningún momento y solo la escucho.
Por otro lado, Viggo vio a través de su clarividencia que Rosewisse se estaba llevando bien con la bruja y esta última no parecía tener intenciones de dañarla. Así que las dejo solas, se fue al muelle y se acostó sobre la madera mientras miraba el cielo y escuchaba como el rio pasaba por debajo del muelle.