Viggo había decidido de todos modos entrar a la pintura de combate, donde estaría luchando durante ciento veinte días contra todo tipo de enemigos. Algo similar a los desafíos de Surtr, pero sin nadie que lo pudiera ver, socorrer, le diera premios por esforzarse o detuviera el desafío si fallaba.
Viggo había dejado las ropas de nobles atrás y estaba vestido como siempre, torso desnudo, cinturón con cabeza de león y túnica roja que le cubría desde la cintura a las rodillas. En sus manos las espadas del caos: mangos pequeños para el uso de una mano, guardamanos de oro y forma de cabeza de demonio con largos colmillos. Hoja de treinta centímetros de ancho por sesenta de largo, con la punta curvada hacia arriba como si fuera un largo cuchillo y varios dientes que le daban el aspecto de aserrado. Unas cadenas atadas a la parte del pomo que se extendían hasta los antebrazos de Viggo como si fueran serpientes que se enroscaban para no soltarlo.
Por otro lado, el interior del cuadro pintado era una tierra árida, plana y con un sol incandescente en el cielo; fácilmente habían 60° de calor.
Viggo tomo una profunda respiración, apretó su agarre sobre las espadas del caos y al moverse las cadenas atadas a sus brazos, titilaron. Pronto, todo su cuerpo se comenzó a cubrir de sudor y sus manos a traspirar. No había indicios de enemigos, pero de repente, una mano cadavérica salió de la tierra.
Viggo tomo una profunda respiración sintiendo que el mismo aire le quemaba los pulmones por dentro. Sin embargo, se mantuvo enfocado, con la mirada atenta a todos los movimientos de la criatura.
Un dragur, pensó Viggo al ver rostro cadavérico de la criatura. Solo llevaba un taparrabos, casi todo su cuerpo era esquelético y solo su rostro conservaba un poco de piel que se había vuelto tan dura como la textura de la corteza de un árbol. El draugr lo miró a los ojos y pudo ver el brillo ígneo en su mirada. Avanzo dando pasos torpes con su pie derecho mientras su pie izquierdo era arrastrado. Lanzaba gruñidos débiles y apagados.
Viggo soltó un bufido de desdén al ver tal criatura, pensando que se había equivocado al tomarse tan en serio las palabras de su tía Hera.
El draugr llego delante de él y Viggo tiro su mano hacia atrás, soltó la espada, la cadena se extendió. Viggo dejo que la cadena alcanzara los dos metros, la tomo con firmeza y tiro. La espada hizo un movimiento de látigo, se encendió con fuego del caos, puro y aterrador, más que el mismo calor que había en esta tierra árida. Golpeo al draugrs por la mitad y lo partió como si fuera una ramita.
El cuerpo del draugr cayó al suelo partido a la mitad, pero incluso así, la mitad superior se arrastró hasta donde estaba Viggo. Este último levantó su pie derecho y le aplasto el cráneo. Eso fue todo, la criatura dejo de moverse y la lucha termino.
Viggo tomo una profunda respiración, pensando que estos serían los ciento veinte días más aburridos de su vida. No dudaba del poder de su tía Hera. La enorme torre en la que vivía era testamento de su poderío, pero pensó que algo andaba mal.
Al instante siguiente se vieron más manos cadavéricas emergiendo de la tierra, una cada un metro. Viggo sonrió pensando que esto sería un juego de niños. Solo pudo ver diez draugrs emergiendo a su alrededor. Lo más difícil y molesto de este desafío sería aguantar el calor, pensó. Sin embargo, cuando empezó a ver que detrás de los draugrs que se alzaban de la tierra aparecían otras cinco filas más, ya no se lo tomo tan a la ligera. Así que rápidamente giro sobre su eje, soltando las espaldas del caos, extendiendo las cadenas hasta los tres metros. Entonces sujeto las cadenas con firmeza, dio un salto y azoto a los draugrs con las cadenas y espadas envueltas en el terrible fuego del caos. Eso diezmo a veinte draugrs de los más débiles de un golpe, pero a sus espaldas seguían emergiendo más draugrs.
Entonces Viggo se empezó a mover hacia adelante, sosteniendo las espadas del caos por el mango y canalizando fuerza del alma a las hojas para que ardieran con el fuego del caos. Viggo pasaba por al lado de los draugrs y en simples movimientos los paso cortando como si fueran mantequilla caliente; uno detrás de otro.
Viggo se detuvo por un momento, con el rostro cubierto de sudor y jadeando por el terrible calor. Miró en todas las direcciones y se veían pequeños ejércitos de draugrs viniendo en su dirección. Eso lo puso en estado de alerta, se lanzó de nuevo contra los draugrs y continúo destruyendo sus filas. Sin embargo, ahí donde él destruía a diez, veinte emergían de la tierra. Viggo se estaba sofocando con el intenso calor, así que se detuvo, guardo las espadas del caos dentro de su alma desvaneciéndolas del mundo físico y saco el hacha leviatán. Su sola presencia le trajo alivio al inclemente calor, canalizo fuerza del alma y la cabeza del hacha se cubrió de una gruesa capa de hielo.
—Eso está mejor— dijo Viggo con el rostro cubierto de sudor y el cabello mojado. Podía sentir como el inclemente sol quemaba su piel al punto del dolor. Sin embargo, tomo una profunda respiración, se concentró y comenzó a desbaratar a los draugrs que continuaban viniendo en su dirección.
Viggo tomo el hacha por el mango con ambas manos, junto fuerza, soltó un rugido de furia y lanzó el hacha. La cual voló dejando una estela celeste en el aire, golpeando a los draugrs en su camino y destruyéndolos en el proceso. El hacha cayó al suelo, Viggo levantó su mano derecha y el hacha voló de vuelta a su mano. Entonces Viggo repitió el mismo proceso varias veces, manteniendo el control y la cantidad de fuerza del alma que gastada. Sin embargo, se dio cuenta de que el hielo en la cabeza del hacha se derretía muy rápido. A lo sumo aguantaba dos a tres minutos, así que para mantenerse fresco canalizo de forma constante fuerza del alma, hasta cuando empezó a ver todo borroso y se dio cuenta de su error.
Viggo se movió con torpeza al punto de que se tropezaba con sus propios pies. Guardo el hacha leviatán dentro de su alma y observo a los draugrs que no paraban de emerger uno detrás del otro. Viggo utilizo touki para disminuir su debilidad e incomodidad. Algo que debió haber hecho desde el principio, pero por subestimar el desafío, no lo hizo. Se sentía más fuerte, pero su mente aún estaba abotargada por el uso constante de fuerza del alma. Tuvo la tentación de sacar la botella de estus que andaba trayendo en su anillo, pero se contuvo.
—No, la necesitare más adelante, esto no es tan simple como se ve— murmuro. Él se puso en guardia y empezó a lanzar poderosos puñetazos que destrozaron a los draugrs. Fue más rápido, más fácil y menos desgastador que ocupar las armas. Viggo casi se golpeó a sí mismo por haber empezado a luchar de manera pretensiosa desde un principio. Sin embargo, se concentró, disciplinó y mantuvo el control de sus fuerzas, pendiente de cada movimiento, cada ataque y contraataque. Todo lo que pudiera pasar a su alrededor. Tuvo la tentación de ocupar su clarividencia para moverse lo justo y necesario, atacando a los draugrs que realmente lo atacarían, pero descarto la idea.
Después de dos horas de lucha, Viggo ya estaba cubierto de sudor, cansado, sediento y sintiendo que el inclemente calor le estaba carcomiendo la conciencia. Lo peor de todo, es que los draugrs normales fueron sustituidos por draugrs con espadas.
—Esto no tiene fin— dijo Viggo a dos horas de haber empezado el desafío de los ciento veinte días de lucha.
El touki fue un gran aliado, lo protegió de muchos descuidos y le dio la oportunidad de darse cuenta de que a pesar de que se sentía más fuerte y rápido que los draugrs, su forma de combate no era perfecta. Sin embargo, cuando llego a esa revelación era muy tarde. Los draugrs con espadas habían sido sustituidos por unos fuertes draugrs que conservaban mucha de su masa muscular, utilizaban espadas de buena calidad y escudos.
Entonces Viggo recordó que tenía un escudo. Se miró la mano izquierda y vio el brazalete dorado sobre su antebrazo. Quiso darse un puñetazo y si hubiera estado su maestro se lo hubiera dado sí o sí. Viggo tomo una profunda respiración, miró a los draugrs que venía por delante, dando pasos lentos con su cuerpo cadavérico, sus escudos en alto y sus espadas preparadas.
—Vamos— grito Viggo con furia, corrió hacia ellos y esquivar y golpear cuando los draugrs estaban desprotegidos. Como ya se sentía mejor, invoco las espadas del caos, pero sin inyectarle fuerza del alma para que emitieran fuego. En su lugar, solo ocupo la extensión de la cadena y el efecto látigo que adquirían al alargar la cadena y después tirarla. Sin embargo, todavía no era suficiente. El sol en el cielo estaba ascendiendo y volviendo el calor más insoportable que nunca, al punto de que Viggo era capaz de ver las ondas de calor sobre la tierra. Viggo invoco el hacha leviatán, canalizo fuerza del alma, pero solo un poco para bajar el calor. Después volvió a las espadas del caos, bloqueando con el escudo, esquivando los golpes y entrando en un espiral de instinto como ningún otro, donde él se olvidó de lo que hacía, quien era y porque lo hacía. Solo era él y los draugrs, ellos debían morir o él moriría en su lugar.
A Viggo le dio la noche y su única ayuda fue la luz de la luna. Los draugrs continuaban emergiendo uno detrás de otro, pero a estas alturas estos monstruos eran robustos, armados con enormes hachas de batalla y martillos de guerra. Cada golpe debía ser evitado o gastaría demasiado mana produciendo touki y eso lo debilitaría.
Viggo perdió la noción del tiempo y cuando la noche comenzaba a desvanecerse mostrando los primeros rayos del sol, solo quedaba en pie él y el último draugrs con una gran hacha de batalla. La criatura cadavérica saltó hacia adelante, tomando el hacha de batalla con ambas manos y dando una embestida como si fuera un ariete.
Viggo paso por al lado sosteniendo las espadas del caos, avanzó hasta casi quedar a unos centímetros del draugrs. Le clavo ambas espadas en el cuello, después soltó las espadas, extendió la cadena, retrocedió dos pasos y tomo las cadenas. Después se dio la vuelta y tiro de las cadenas. El cuerpo del draugr se elevó en el aire formando un arco y cayendo al suelo sobre su cabeza.
Viggo tiro de las cadenas y las espadas abandonaron el cuello del draugrs. El monstruo quedó tendido en el piso y se desvaneció en un montículo de tierra.
Viggo jadeaba en ese momento, corría un aire frio que se colaba hasta sus huesos, pero estaba concentrado en luchar. Viggo se dio la vuelta, mirando la amplia tierra árida sin nada más que una planicie abandonada. La tierra estaba suelta donde estaba él, pero treinta metros más allá, la tierra estaba cubierta por una fina capa de hielo que poco a poco se comenzaba a resquebrajar. Entonces Viggo reconoció este escenario. Estaba solo, completamente solo, igual que en el cuadro pintado de meditación. Sin embargo, al ver la extensión de la tierra, no se sintió tan oprimido. Al menos tenía a donde ir, aunque no hubiera nada.
Viggo cayó sentado en el suelo, aun jadeando, pero con más suavidad. Miró los alrededores, recordado lo que su tía Hera le había indicado. Tenía cuatro horas para comer y dormir. Después de eso todo empezaría de nuevo y por lo visto, empeoraría día a día.