No sabía por qué estaba tan emocionada. No me importaba el título de Princesa Consorte, pero cuando lo tuve, hubo una sensación indescriptible de alivio en lo más profundo de mi corazón. Esto significaba que ahora tenía el derecho de estar con Miguel, lo que me hacía sentir emocionada y jubilosa.
Sabía que este título no significaba nada.
Yo seguía siendo yo. Nunca había cambiado. Cuando no tenía nada a los ojos de los demás, aún sentía que estaba viviendo una buena vida porque tenía padres que me amaban, una familia completa y un alma independiente que me pertenecía.
Pero después de conocer a Miguel, me di cuenta de mis deficiencias y la enorme brecha entre nosotros a los ojos de los demás.
En el pasado, esta diferencia me había aterrado. Me esforzaba al máximo en decirme que esto no era mi culpa.
No tenía el poder de cambiar el mundo, no podía hacer que todos reconocieran mi existencia y no podía hacer que ese obstinado Rey me apreciara.