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96.39% The Charm of the Beast / Chapter 107: Treinta y dos. Excusas.

Chapter 107: Treinta y dos. Excusas.

La guardia permanecía a la espera de que su líder volviera a sus filas, pero en vez de eso, Aro les ordenó adelantarse con un ademán. 

Edward decidió que era hora de irnos a nuestro lugar, empujándonos a Emmett y a mí. Nos fuimos rápidamente sin quitar la vista de los enemigos. Leah se fue con nosotros, cuidando a los niños y estando muy atenta a que nada nos pasara, mientras Jacob le cuidaba la espalda mientras retrocedía lentamente. Tenía el pelo erizado y le enseñaba los colmillos a Aro. Nos reunimos con nuestra familia al mismo tiempo que la guardia rodeaba de nuevo a Aro. 

La distancia entre ellos y nosotros se había reducido a cincuenta metros, una distancia que no me gustaba para nada, cualquiera podía cruzarla si era lo demasiado rápido. 

Cayo comenzó a discutir con Aro de inmediato. 

—¿Cómo soportas semejante ofensa? ¿Por qué permanecemos aquí sin hacer nada ante un crimen tan espantoso, burlados por un engaño tan ridículo? —

—Porque es la verdad hasta la última palabra. —le contesto Aro. —Observa el número de testigos. Todos ellos están en condiciones de dar testimonio: han visto a esos niños crecer y madurar en el poco tiempo que los han conocido. Todos ellos. Se han percatado del calor de la sangre que corre por sus venas. —

Cayo se serenó hasta obtener una expresión fría y calculadora al escuchar esas palabras. 

Cayo no cambio su mala cara mientras pensaba. Al darse cuenta de la situación su cara cambio a una más preocupada. ¿Qué le preocupaba tanto? ¿Sería capaz de dar un señal invisible para que nos ataque sin que nos demos cuenta a la primera? La respuesta era, si, si eran capaces. Estudié mi escudo. Lo noté tan impenetrable como antes. Hice que cambiara su forma a la de un domo para que cubriera a todos los de nuestro grupo. Sentía a mis amigos y a los miembros de mi familia como finas columnas de luz, cada una con una tonalidad propia. Lo que me preocupaban eran los huecos que existían alrededor de los puntos brillantes. Fruncí el ceño por el esfuerzo mientras intentaba que mi escudo tocara a todos. Carlisle era el más alejado. Moví el escudo centímetro a centímetro, para así poder llegar lo más lejos posible. 

Lo bueno es que el escudo estaba cooperando muy bien. Aumenté su tamaño, y cuando Carlisle cambió de posición para estar más cerca de Tanya, la protección se estiró con él. 

Fui poniendo mi escudo alrededor de cada silueta iluminada que correspondía a un amigo o a un aliado. 

Sólo había transcurrido un segundo y Cayo continuaba con las deliberaciones. 

—Los hombres lobo. —murmuró. 

Me sentí una completa tonta cuando me di cuenta de que no todos los lobos estaban protegidos. Pero algo raro paso, si los sentía brillar bajo mi escudo, pero no estaban en mi escudo, era algo...curioso. Quite por un momento el escudo de Amun y Kebi, los dos miembros más alejados del grupo en ese momento, que se hallaban en compañía de los lobos. Las luces de ambos se apagaron, pero no ocurrió lo mismo con los lobos: continuaban siendo columnas luminosas... o casi, por lo menos la mitad de ellos brillaban. Extendí de nuevo el escudo y en cuanto Sam quedó cubierto, todos volvieron a brillar. 

La conexión entre ellos debía de ser más fuerte de lo que pensaba. Si el Alfa se hallaba bajo mi escudo, las mentes de los otros miembros de la manada estaban tan protegidas como la del líder. 

—Ah, hermano. —dijo Aro apenado.

—¿También vas a defender esa alianza, Aro? —preguntó Cayo. —Los Hijos de la Luna han sido nuestros más grandes enemigos desde el inicio de los tiempos. Los hemos cazado hasta prácticamente extinguirlos en Europa y Asia, y a pesar de ello, Carlisle tiene un trato de familiaridad con esa inmensa plaga, sin duda en un intento de derrocarnos más adelante, lo que sea para proteger su corrupto estilo de vida. —

Edward carraspeó de forma tan audible que los reyes lo miraron. Aro fingió estar avergonzado.

—Estamos en pleno mediodía, Cayo. —dijo Edward mientras señalaba hacia Jacob. — Es más que claro que no son Hijos de la Luna. No guardan relación alguna con tus enemigos. —

—Aquí crían mutantes. —replicó Cayo.

—Ni siquiera son hombres lobo. Aro puede explicártelo todo si no me crees. —

¿No son hombres lobos? Miré a Jacob con confusión. 

—Mi querido Cayo, te hubiera dicho que no tocaras ese punto si me hubieras hecho partícipe de tus pensamientos. —murmuró Aro. —Aunque esas criaturas se consideren licántropos, en realidad, no lo son. "Metamorfos" es la palabra. La elección de la figura lupina es pura casualidad. Podría haber sido la de un oso, un halcón o una pantera cuando se realizó la primera metamorfosis. En verdad te aseguro que estas criaturas no guardan relación alguna con los Hijos de la Luna. Únicamente han heredado esa habilidad de sus ancestros. La continuidad de la especie no se basa en la infección de otras especies, como ocurre en el caso de los hombres lobo. — 

Cayo miro mal a Aro. Estaba irritado y se miraba un poco traicionado. 

—Conocen el secreto de nuestra existencia. —replico Cayo.

Solo buscaba escusas. 

—También ellos son criaturas del mundo sobrenatural, hermano, y tal vez ellos dependan del secreto más que nosotros. Además, es difícil que nos expongan. Ve con cuidado, Cayo. Las acusaciones sin sentido no nos llevaran a ninguna parte. — 

Cayo respiró hondo y asintió. Intercambiaron una larga mirada. 

Comprendí la advertencia de Aro. Las acusaciones falsas no les iban a ayudar en nada a lograr que sus propios testigos se pusieran de su parte. Tenían que pasar a la siguiente estrategia.

—Deseo hablar con la delatora. —dijo Cayo de repente, y miro a Irina. 

La vampira no prestaba atención a la conversación entre Cayo y Aro. No quitaba la mirada de sus hermanas y tenía una expresión llena de sufrimiento. 

—¡Irina! —grito Cayo. 

Lo miro asustada. 

Cayo chasqueó los dedos. 

Irina camino con cautela hasta estar cerca de él. 

—Has cometido un grave error en tus acusaciones, o eso parece. —comenzó Cayo. 

Tanya y Kate dieron un paso con ansiedad. 

—Lo siento. —dijo Irina en voz baja. —Quizá debería haberme asegurado de lo que vi, pero no tenía ni idea... —lo último dijo viéndonos con culpabilidad. 

—Mi querido Cayo. —intervino. —¿Cómo puedes esperar que ella adivinara de inmediato algo tan extraño e improbable? Cualquiera de nosotros habría pensado lo mismo… — 

—Todos estamos al tanto de tu error. —Cayo lo interrumpió. —Yo me refiero a tus motivos. —

—¿Mis motivos? —pregunto Irina nerviosa.

—Sí, para empezar, ¿Por qué viniste a espiarlos? —pregunto Cayo. —Estabas molesta con los Cullen. O ¿Me equivoco? —

—No, estaba enojada. —admitió. 

—¿Y por qué...? —quiso saber Cayo con urgencia. 

—Porque los licántropos mataron a mi amigo y los Cullen no se hicieron a un lado para poder vengarlo. —

—Así que…los Cullen se pusieron de parte de los Metamorfos y en contra de nuestra propia especie, incluso cuando se trataba del amigo de un amigo. —repitió Cayo. 

Edward gruño por lo bajo. Los Vulturis estaban usando la siguiente estrategia.

—Yo lo veo así. —dijo Irina. 

Cayo guardo silencio durante un minuto. 

—Si deseas formular alguna queja contra los Metamorfos y los Cullen por apoyar ese comportamiento, ahora es el momento. — 

Cayo soltó una sonrisa apenas visible llena de crueldad, esperando que Irina le facilitara la siguiente excusa. 

—No deseo formular queja alguna contra los lobos ni los Cullen. —dijo segura y firme. —Han venido para destruir a los niños inmortales y no existe ninguno. Me equivoque y asumo la responsabilidad. Los Cullen son inocentes y ustedes no tienen motivos para quedarse aquí. Lo lamento. —nos dijo lo último con un susurro y luego volteo a ver a los testigos de los Vulturis. —No se ha cometido ningún delito, ya no hay razón válida para que continúen aquí. —

Aún no había terminado de hablar la vampira y Cayo ya había alzado una mano, sostenía en ella un extraño objeto metálico tallado. Se trataba de una señal. Todo paso tan rápido que nos quedamos helados y sin poder hacer nada. 

Tres soldados Vulturis se adelantaron de un salto y cayeron sobre Irina. En ese mismo instante, un horrible crujido metálico se escuchó por todo el claro. Cayo llego en un parpadeo a donde estaban los tres soldados. El fuego comenzó a expandirse en una pila desmembrada de lo que ante era Irina. Los soldados se apartaron y caminaron como si nada hasta la fila para poderse reincorporar. 

Cayo se quedó solo junto a los restos en llamas de Irina, todavía sosteniendo el objeto que había comenzado ese fuego.

Un jadeo de horror recorrió a los testigos que estaban detrás de los Vulturis. 

Nosotros no sabíamos cómo reaccionar ante tan repugnante acción. 

—Ahora sí ha asumido por completo la responsabilidad de sus acciones. —aseguró Cayo con una fría sonrisa mientras miraba a Tanya y a Kate. 

Supe de inmediato que Cayo jamás había minimizado los lazos de una verdadera familia. Ésa era la táctica. Nunca tuvo interés en las reclamaciones de Irina, buscaba su desafío, un pretexto para poder destruirla y poder dejar en sus hermanas una chispa de venganza, dando así inicio a una confrontación que no podíamos ganar. Y Cayo lo sabía.

Pero también Edward. 

—¡Deténgalas! —grito Edward.

Y saltó a tiempo para agarrar el brazo de Tanya, que iba directo a un sonriente Cayo. No fue capaz de zafarse de Edward antes de que Carlisle la sujetara por la cintura. 

—Es demasiado tarde para ayudarla. —intentó razonar Carlisle a toda prisa mientras forcejeaba con ella. —¡No le des lo que quiere! —

Por otro lado Kate soltó un gruñido furioso y comenzó a correr. La más cercana a ella era Rosalie, pero ésta recibió un golpe y cayó al suelo antes de poder atraparla. Por suerte, Emmett la tomo por el brazo e impido que siguiera corriendo, luego la tiro para que retrocediera, pero ella rodo y se levantó de inmediato. Parecía imparable.

Pero sabía que ella no sería capaz de pasar mis ilusiones. Antes de que Garrett la agarrara, hice aparecer a un par de vampiros mucho más fuertes que Emmett, uno se acercó para retener a Tanya y el otro apareció detrás de Kate para poder abrazarla e incapacitarla. Solo se podía escuchar el sonido de las descargas que Kate aplicaba en mi fuerte ilusión. Todos me voltearon a ver con agradecimiento, sabían que sería difícil que la pararan cuando tiene un don tan doloroso. Garrett se acercó a ella para hacerla reaccionar. 

—Ciégalas. —le dijo Edward a Zafrina.

Rápidamente dejaron de forcejear.

—Devuélveme la vista. —exigió Tanya. 

—Tanya, Kate, es lo que él quiere, si atacan ahora moriremos. —

Tras esas palabras dejaron de forcejear y sus semblante cambio a uno más melancólico. 

Edward me miro y asintió, ahí supe que ya no atacarían e hice desaparecer mis ilusiones. Todos volvieron a sus lugares y volvieron a estar en guardia. 

La mirada más penetrante era la de Cayo el cual nos miraba con rabia e incredulidad. También Aro, que al saber de nuestros dones, nunca pensó que mis ilusiones serian lo suficientemente fuertes como para detener un don tan poderoso como el de Kate. Ahora ya sabía todo con más exactitud. Nunca había practicado mis ilusiones enfrente de mi esposo, tenía miedo de que Aro se diera cuenta de mi fuerza, pero ahora que lo sabía ¿Sería mi don otro más de los que quería poseer a dé lugar? 

La guardia se inclinó hacia adelante esperando una orden para poder actuar. 

Los cuarenta y tres testigos permanecían detrás de ellos con una expresión diferente a la del comienzo, ya que habían pasado de la confusión a la sospecha. El asesinato de Irina los había conmovido a todos. Aro miró a sus espaldas. Pude ver su exasperación. Le gustaba tener público, y ahora le había salido mal la jugada. 

Era muy evidente que Aro no quería que sus testigos pensaran que moldeaban las reglas a su veneficio, pero no creía que nos dejaran en paz solo para salvar su reputación. Lo que creía era que estaba considerando también terminar con ellos después de nosotros, Demetri les daría caza hasta acabar también con todos ellos. 

Demetri debía morir. Por Jacob, Mi, Leah y Soo, por Alice y Jasper, por Alistair. 

Aro toco el hombro de Cayo. 

—Irina ha sido castigada por levantar falsos testimonios contra esos niños. —comenzó Aro. 

—{Puras excusas.} —pensé.

—¿No deberíamos volver al asunto principal, Cayo? —termino preguntándole.

Cayo solamente cambio su expresión a una seria y ya no dijo ni hizo más. 

Aro camino unos pasos. Renata, Félix y Demetri lo siguieron de inmediato. 

—Me gustaría hablar con unos cuantos testigos, por simple perfeccionismo. —dijo. — Ya sabes, puro trámite. — 

Edward gruño y cerró los puños con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Carlisle miro a mi esposo con ansiedad, preguntando con la mirada que iba a pasar.

Aro parecía haber hecho una estrategia más eficaz. Camino hasta donde estábamos, quedando a unos diez metros de Amun y Kebi. Los lobos más cercanos se pusieron tensos y no lo dejaron de ver por ni un segundo. 

—Amun, mi vecino del sur... ¡Cuánto tiempo ha pasado desde tu última visita! —dijo Aro amable. 

—Poco significa el tiempo para mí. Apenas noto su tránsito. —murmuró Amun sin mostrar los ansioso que estaba. 

—Muy cierto. —concordó Aro. —Pero ¿No hay tal vez otro motivo para ese alejamiento? Organizar a un aquelarre consume muchísimo tiempo, lo sé muy bien. Por suerte, cuento con otros para hacerse cargo de esa tarea tan tediosa. No sabes cuánto me alegra que tus nuevas incorporaciones hayan encajado tan bien. Me encantaría que me los presentaras. Estoy convencido de que tu propósito es visitarme pronto. —

—Por supuesto. —dijo Amun con un tono que no sabía si era sarcasmo o miedo. 

—Pero ahora todos estamos reunidos ¿No es maravilloso? —

Amun asintió si expresión.

—Por desgracia, el motivo de su presencia aquí no es agradable. ¿Los llamo Carlisle para que fueran testigos? —pregunto Aro.

—Sí. —

—¿Y qué van a testificar a su favor? — 

—He observado a los niños. —comenzó Amun sin quitarse esa mascara fría. —Fue evidente casi desde un principio que no eran niños inmortales... — 

—Quizá convendría redefinir nuestra terminología. Ahora que parece haber nuevas clasificaciones. —lo interrumpió Aro. —Por supuesto, con "Niños inmortales" te refieres a niños humanos transformados en vampiro tras ser mordidos. —

—Sí, a eso me refiero. — 

—¿Y qué más has observado en ellos? —

—Las mismas cosas que seguramente habrás visto en la mente de Edward. Los pequeños son sus hijos biológicos. Crecen. Aprenden. — 

—Sí, sí, por supuesto. —dijo Aro con un poco de impaciencia por no obtener información que dijera que mis hijos son malos. —Pero en las pocas semanas de estancia aquí, ¿Qué has visto? —

—Crecen muy... rápido. —dijo Amun. 

Aro sonrió. 

—¿Crees que debería permitirles vivir? —

Se me escapo un gruñido que no pude ni quise retener, y no fui la única. La mitad de los vampiros de nuestro grupo y los testigos de los Vulturis soltaron sonidos de protesta. Edward se pegó más a mi lado y paso un brazo por mi cintura.

Amun miro a su alrededor con incomodidad.

—No he venido para emitir juicios. —dijo. 

Aro soltó una risita. 

—Dime tu opinión. —

Amun alzo la barbilla y le dijo serio: 

—Los niños no son ningún peligro. Aprenden más rápido de lo que crecen. — 

Aro se vio resignado y desilusionado por su respuesta, de dio vuelta y comenzó a caminar, pero Amun lo llamo. 

—¿Aro? —

—Dime, amigo mío. —

—He dado mi testimonio y no tengo nada más que hacer aquí. A mi compañera y a mí nos gustaría irnos ahora mismo. —

Aro sonrió amable. 

—Por supuesto. Estoy tan feliz de haber tenido la oportunidad de haber hablado contigo, aunque haya sido poco tiempo, estoy seguro de que nos volveremos a ver muy pronto. — 

Amun apretó los labios al escuchar la amenaza apenas disimulada. Tocó el brazo de Kebi y corrieron adentrándose al bosque. Algo me decía que correrían por mucho tiempo.

Aro camino entre nosotros, siempre con sus guardaespaldas cubriéndolo, y se detuvo enfrente de Siobhan. 

—Hola, Siobhan, estás tan hermosa como siempre. Dime, ¿Tus repuestas son iguales a las de Amun? —

—Sí, pero añadiría algo más. —dijo. —Soo y Mi comprenden los límites y no ponen en peligro a los humanos. Son una mezcla mejora de nosotros, y no son una amenaza a nuestro secreto. — 

—¿Enserio? —preguntó Aro, sombríamente. 

Edward soltó un gruñido fuerte y profundo. 

Renata se acercó más a Aro para protegerlo con su escudo. 

—Perdón, pero no entiendo. —dijo Siobhan. 

Aro sonrió y se acercó más a Demetri, Félix y Renata. 

—No se ha quebrantado ley alguna. —dijo Aro pacifico, eso hizo que me enojara tanto, solo buscaba estúpidas escusas. Usé esa ira a mi escudo, haciéndolo más grueso, y me aseguré de que todos estuvieran protegidos. —No se ha quebrantado ley alguna. —repitió. —Ahora bien, ¿Pero podemos garantizar que no habrá peligro en el futuro? No. —dijo sacudiendo la cabeza. 

Aro camino pensativo, con cada paso se acercaba más y más a la guardia. 

—Los niños son únicos, singularmente únicos. Sería un desperdicio acabar con un par de criaturas tan adorables, sobre todo cuando podríamos aprender tanto de ellos... — suspiró. —Pero existe un peligro imposible de ignorar, así de simple. —

Nadie hablo así que volvió a su monologo. 

—Resulta irónico que cuanto mayores son los logros tecnológicos del ser humano y más afianzan su dominio del planeta, más lejos estamos de ser descubiertos. Nos hemos convertido en criaturas más espontaneas gracias a su incredulidad ante lo sobrenatural, pero la tecnología ha reforzado a los hombres hasta el punto de que serían capaces de amenazarnos y destruir a algunos de nosotros en caso de proponérselo. El secreto ha sido durante miles y miles de años una cuestión de conveniencia y comodidad más que de verdadera seguridad. Este último siglo han sido creadas armas de tal potencia que ponen en peligro incluso a los inmortales. Ahora, nuestra condición de simples mitos nos protege de verdad de las criaturas que cazamos. Intuimos el potencial de estas criaturas tan... sorprendentes. —dijo apuntando hacia mis hijos. —Ellos saben con absoluta certeza que siempre van a poder permanecer ocultos tras el velo de oscuridad que nos protege, pero nosotros nada sabemos sobre qué clase de criaturas van a ser en su edad adulta. Hasta sus propios padres están llenos de dudas. No hay forma de conocer cuál será su naturaleza al crecer. —hizo una pausa y miro con pesar a sus testigos. —Únicamente lo conocido es seguro y aceptable. Lo desconocido es... vulnerabilidad. —

Cayo sonrió de forma maliciosa. 

—Ahora estás mostrando tus cartas, Aro. —dijo Carlisle con voz sombría. 

—Paz, amigo. No nos precipitemos. —dijo Aro con una sonrisa falsamente amable. — Contemplemos el problema desde todos los ángulos. —

—¿Puedo sugerir uno para que consideren? —pregunto Garrett en voz alta. 

—Nómada... —dijo Aro mientras asentía y le daba la palabra. 

Garrett camino al frente con la barbilla arriba y miro a los testigos de los Vulturis. 

—He venido aquí a petición de Carlisle en calidad de testigo, al igual que los demás, y a lo referente a los niños, eso ya ni viene al caso. Todos vemos qué son. Me he quedado para ver algo más, a ustedes. —los señaló. —Conozco a dos de ustedes, Makenna y Charles, y compruebo que muchos de ustedes son aventureros, como yo. No le deben nada a nadie. Escuchen bien lo que les diré. Los antiguos no han venido aquí a impartir justicia como les han hecho creer. Muchos lo sospechábamos y ahora ha quedado probado. Fueron mal informados, cierto, pero acudieron porque tenían un pretexto válido para desencadenar la ofensiva. Sean testigos ahora de la debilidad de sus excusas a la hora de continuar su misión. Miren y analicen sus esfuerzos para encontrar una justificación a su verdadera intención: destruir a esa familia de ahí. —Garrett hizo un gesto que abarco desde Carlisle a Tanya. —Los Vulturis están aquí con la intención de borrar del mapa a quienes perciben como una amenaza a su trono. Quizá ustedes, como yo, miren a ese clan de los ojos dorados y se maravillen. No es fácil comprenderlos, en verdad, pero los antiguos miran y ven algo más que esa extraña elección, ven poder. He presenciado los lazos de unión de esa familia, y digo familia, no aquelarre. Estos extraños de ojos dorados niegan su propia naturaleza. Los he estudiado un poco a lo largo de mi estancia en esta zona y me parece que algo específico de esos vínculos familiares tan intensos, los cuales hacen posible todo lo demás, es el carácter pacífico de esta vida de sacrificio. No hay entre ellos el menor atisbo de agresión, a diferencia de los grandes clanes sureños, cuyo número aumentaba y disminuía enseguida durante el transcurso de sus salvajes venganzas. Nadie se molesta en pensar en la dominación, y Aro lo sabe mejor que yo. — 

Pude ver con algo de satisfacción que Aro se llenaba de tención, esperaba la, reacción de sus testigos mientras Garrett les daba tan elocuente discurso. Pero el jefe Vulturi les dio una expresión de amable burla, así cuando un adulto espera que un niño deje de hacer berrinche. 

—Cuando nos informó de lo que se avecinaba, Carlisle nos aseguró a todos que no nos llamaba para luchar. Esos testigos de ahí. —dijo mientras señalaba a Siobhan y Liam. —Estuvieron de acuerdo en brindar su testimonio para así poder parar el avance de los Vulturis y que así Carlisle tuviera la oportunidad de defender su causa. Pero algunos de nosotros nos preguntábamos. Si a Carlisle le bastaría tener la razón de su parte para detener la así llamada justicia. ¿Qué han venido a proteger los Vulturis? ¿Nuestra seguridad o su propio poder? ¿Pretenden eliminar a un par de criaturas ilegales o una forma de vida? ¿Se quedarían satisfechos cuando el peligro resultara ser un simple malentendido o echarían los restos sobre el tema sin contar con la coartada de la justicia? Ahora tenemos las respuestas a esas preguntas en las palabras engañosas de Aro, alguien provisto del don de conocer la verdad de las cosas, y en la sonrisa maliciosa de Cayo. Su guardia es una simple herramienta sin inteligencia, un instrumento en manos de sus maestros para lograr su objetivo: la dominación. Por eso, ahora plantéense nuevas preguntas. ¿Quién nos gobierna, nómadas? ¿Responden ante alguien que no sean ustedes mismos? Díganme, ¿Van a ser libres de elegir su camino o van a ser los Vulturis quienes decidan su forma de vida? —los testigos se miraron entre sí, la sonrisa de Aro flaqueo un poco. —He venido a dar mi testimonio y me quedo para luchar. A los Vulturis no les importa las muertes de los niños. Persiguen la muerte de nuestro libre albedrío. —miro a los reyes. —¡Sea lo que sea, díganlo! No inventen más mentiras. Sean honestos con sus intenciones y los demás lo seremos con las nuestras. Elijan ahora, y dejen que sus testigos se den cuenta de la verdad. — 

Garrett volvió a ver a los testigos.

—Pueden considerar la posibilidad de unirse a nosotros. Si piensan que los Vulturis los van a dejar con vida para que puedan contar esta historia, se equivocan. Tal vez nos destruyan a todos, pero también es posible que no. —se encogió de hombros. —Quizá tengamos una posición más segura de lo que creen. Es posible que los Vulturis hayan encontrado al fin la piedra en su zapato. En todo caso, les aseguro una cosa: si nosotros caemos, ustedes también. — 

Garrett se volvió a colocar a un lado de Kate, al termina su discurso. Luego, se inclinó hacia delante, tomando una postura de defensa, estaba listo para luchar. 

Aro sonrió. 

—Un gran discurso, mi revolucionario amigo. —

—¿Revolucionario...? —gruñó Garrett sin dejar su postura. —Si me permites la pregunta, ¿Contra quién me revelo? ¿Acaso eres tú mi rey? ¿Deseas que también yo te llame amo, como esa guardia tuya tan sumisa? — 

—Paz, Garrett. —dijo Aro. —Me refería únicamente a tu época de nacimiento. Veo que sigues siendo un patriota. —

Garret lo fulmino con la mirada.

—Preguntemos a nuestros testigos. —sugirió Aro. —Tomaremos la decisión después de conocer su decisión. —nos dio la espalda y camino hasta estar enfrente de sus testigos. —Así que dígannos, ¿Qué piensan de todo esto? Les puedo asegurar, que no es a los niños a quienes tememos. ¿Nos arriesgamos a dejarlos con vida? ¿Ponemos en peligro nuestro mundo para salvar a su familia? O como dijo Garrett ¿Se van a unir a ellos contra nuestra repentina búsqueda del poder? —

Los testigos soportaron la mirada de Aro. Una mujer de pelo negro miró a su compañero, un vampiro de pelo rubio oscuro que estaba a su lado. 

—¿No tenemos otra opción? —pregunto la mujer. —¿O estamos de acuerdo con ustedes o luchamos contra ustedes? — 

—No, por supuesto que no, mi encantadora Makenna. —dijo Aro, fingiendo estar horrorizado de que alguien pudiera pensar así. —Pueden irse tal y como hizo Amun, por supuesto, incluso aunque no estén de acuerdo con la decisión que tomemos. — 

Makenna intercambió otra mirada con su compañero, éste asintió de forma casi imperceptible. 

—No vinimos a luchar. —dijo ella. —Asistimos sólo para ser testigos, y nuestra conclusión es que la familia acusada es inocente. Todo lo que testifica Garrett parece cierto. —

—Ah, cuánto lamento que lo veas de ese modo. —dijo Aro con tristeza. —Sin embargo, ésa es la naturaleza de nuestro trabajo. —

—No es lo que veo, pero sí lo que siento. —dijo esta vez su el compañero de Makenna, y después miró a Garrett. —Él mencionó que los Vulturis tienen una forma de identificar las mentiras. También yo tengo la forma de saber cuándo oigo la verdad y cuándo no. —se acercó más a su compañera con miedo mientras esperaba la reacción de Aro. 

—No nos tengas miedo, amigo Charles. El patriota se cree su discurso, eso no lo pongo en duda. —comentó Aro riéndose entre dientes. 

Charles entrecerró los ojos. 

—Hemos cumplido nuestro función y ahora nos vamos. —anunció Makenna.

Ella y Charles caminaron hacia atrás lentamente hasta perderse entre los árboles del bosque. Otro desconocido se fue de la misma manera y tres más lo siguieron. 

Aro se alejó de los testigos y regresó junto a su guardia. Se detuvo y se dirigió a ellos con voz clara. 

—Nos superan en número, queridos amigos. —dijo. —Y no podemos esperar ayuda exterior. ¿Debemos dejar sin solución esto para salvarnos? —

—No, amo. —susurraron al unísono. 

—¿Es más importante la protección de nuestro mundo que algunas bajas en nuestras filas? — 

—Sí. —dijeron de igual forma. —No tenemos miedo. —

Aro sonrió y camino hacia los otros dos reyes. 

—Es mucho lo que debemos considerar, hermanos. —afirmó con voz lúgubre. 

—Deliberemos. —dijo Cayo malicioso. 

—Deliberemos —dijo Marco aburrido. 

Aro nos dio la espalda. Los tres se tomaron de las manos hasta formar un triángulo. 

Otros dos testigos de los Vulturis desaparecieron de manera sigilosa por el bosque en cuanto Aro centró su atención en la deliberación. 

Había llegado el momento. Con cuidado, solté los brazos de Mi de mi cuello y miré a Soo que estaba en los brazos de su padre. 

—Acércate, Leah. —le dije sin dejar de ver a mis hijos. —<¿Recuerdan lo que les dije, Mis angelitos? > —

Se les llenaron los ojos de lágrimas, pero asintieron. 

—<Te amamos.> —me dijeron. 

Edward, Jacob y Leah nos miraron con los ojos muy abiertos. 

—<Yo también los amo.> —les aseguré. Acaricie el guardapelo que estaba en el cuello de Mí, —<Más que a mi propia vida.> —

Los lobos soltaron un sonido de queja por no saber que pasaba cuando le di un beso en la frente a mis bebés. 

Me acerqué más a los lobos y les susurré: 

—Esperen a que estén distraídos para huir con ellos. Váyanse lo más lejos posible. Cuando estén lo suficientemente lejos como para poder caminar como humanos, Soo y Mi llevan todo lo necesario para poder escapar. — 

Los rostros de Edward, Leah y Jacob me miraban con horror, aunque dos de ellos eran lobos. 

Mi alzó las manos en busca de su padre y Soo de los míos. Él la tomó en brazos. Se abrazaron el uno al otro con fuerza, mientras yo hacía lo mismo con mi pequeño hombrecito.

—<Si escapan juntos, cuida mucho de tu hermana.> —le susurre en el oído a Soo. —<Cuídense entre los dos, Mi angelito.> — 

El asintió.

—¿Era esto lo que me ocultabas? —me pregunto en un susurro mi esposo. 

—A ti no, a Aro. —susurré. 

—¿Fue idea de Alice? — 

Asentí. 

El dolor y la comprensión llegaron a su rostro. 

Edward besó a Mi en la frente y ambas mejillas. Luego, la dejo sobre el lomo de Jacob, y tomo a Soo e hizo lo mismo, pero a él lo dejo en el lomo de Leah.

Jacob y Leah me miraron a los ojos, pude ver el dolor en su mirada. 

—No podría confiárselos a nadie más. —murmuré. —No podría soportar esto de no saber cuánto los quieren y sé que ustedes los cuidaran bien. — 

El Jacob soltó un aullido lastimero.

—Siempre serás mi mejor amigo. —le susurre.

Una lagrima se deslizo por el pelo de Jacob. 

Los demás no prestaron atención a nuestra despedida. Sus ojos estaban fijos en los tres reyes.

—Entonces, ¿No hay esperanza? —susurró Carlisle. 

Su voz no mostraba miedo, solo resignación. 

—Siempre hay esperanza. —dije en voz baja. —Nunca se sabe lo que pueda pasar. — 

Edward me tomó de la mano. 

La respiración de Esme sonaba entrecortada a mis espaldas. Se acerco, acariciándonos los rostros al pasar, para estar junto a Carlisle. Se tomaron de la mano. 

Todos comenzaron a despedirse y a decirse palabras de cariño.

—Si sobrevivimos…te seguiré a cualquier parte, mujer. —le susurro Garrett a Kate.

—¿Y ahora me lo dices? —le contesto en un susurro Kate mientras sonreía. 

Rosalie y Emmett intercambiaron un beso rápido, pero cargado de pasión. 

Tia acarició la mejilla de Benjamín, éste le devolvió la sonrisa con alegría, le tomó la mano y la sostuvo junto a su mejilla. 

No termine de ver todas las muestras de cariño, mi escudo percibió un cambio que llamo mi atención. No sabía de donde venia, pero me di cuenta de que estaba dirigida a los extremos de nuestro grupo, en especial a Siobhan y Liam. La presión no causó daño alguno y luego desapareció. 

—Prepárense. —les susurre a los demás. —Está a punto de comenzar. —


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