—Tienes mi palabra de que mis intenciones son puras y honestas. Esto no es una trampa —Lochra se levantó mientras se sacudía la ropa.
—Más te vale, porque si mi bebé llora de nuevo, acabaré contigo —La mano de Salaark le apretó el cuello por detrás durante un segundo antes de teleportarse de vuelta al Desierto.
Los encantamientos del palacio de Silverwing podrían protegerla de un Guardián, pero no de dos al mismo tiempo, dejándola expuesta al ataque sorpresa del Señor Supremo.
—¡Buenos dioses! Todos cálmense —Dijo Silverwing entre toses mientras el moretón en forma de mano sanaba mucho más lento de lo que debería— No tengo ninguna agenda oculta. Lo juro por mi amor por Ripha y Elphyn.
—Entonces, ¿por qué me pediste que te encontrara en tu propia fortaleza en medio de la nada? —Solus señaló el pequeño castillo.