El Vacío habría pensado que lo habían llevado a Jambel, pero el paisaje no era el de ninguna ciudad del norte que conociera. Desde las ventanas, podía ver árboles y césped hasta donde la vista alcanzaba.
La casa estaba cerca de un lago donde ardillas, ciervos y muchos pequeños animales bebían o descansaban sin preocuparse por el desconocido desconcertado de siete ojos.
Un golpe repentino en la puerta hizo que se diera la vuelta, conjurando su magia de nuevo.
—Lith, ¿puedo entrar y hablar? —preguntó Kamila a través de la sólida y encantada madera.
Al Vacío le tomó un par de segundos darse cuenta de que en realidad estaba en la torre y dos más para usar el sistema de seguridad. Sólo después de que los Centinelas le informaran que él, Kamila y Solus eran las únicas personas en kilómetros abrió la puerta.
—¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar? —El miedo y la furia aún teñían sus siete ojos de blanco, pero su voz era tranquila.