Capítulo +18
Enjoy it ...Bitches !
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•Stephen•
No entendía que era lo que me estaba sucediendo como para soportar ver una película cómica. Si era malo ver un Adam Sandler en situaciones ridículas, verlo doble y disfrazado de mujer era aún peor, sobre todo porque había arrastrado al increíble Al Pacino a sus tonterías.
Giré mi vista para observar a Jessica, estaba sobre mi pecho, con el cabello enredado y las mejillas rosadas durmiendo profundamente. Me dediqué a observarla durante largos minutos, una extraña felicidad me invadía cuando compartíamos estos escasos momentos que si fuera por mi, serian eternos.
La levante con intención de llevarla a su habitación tomándola con cuidado, parecía tan calma cuando dormía, tan pequeña. Nadie imaginaría el carácter mercenario y casi homicida que tenía si la viera con los ojos cerrados descansando plácidamente.
Al apoyar su cuerpo en la cama se removió pero no despertó. Me acomode junto a ella y acaricié su mejilla. Era demasiado hermosa.
Unos ruidos en la sala me sobresaltaron y tuve que bajar a asegurarme que se tratara de alguien conocido. Estaba tranquilo, era uno de los edificios más seguros de todo Upper East Side así que nunca por mi cabeza pasaría la idea que algún delincuente se animara a intentar ingresar.
—¡Hey, mira! —señaló la mejor amiga de Jessica en mi dirección —¿Que haces tu aquí?
—Tiene sexo con Jess, ¿Que piensas que hace?
La pelirroja que suele pasar largas noches en el apartamento de Alexander sonrío maliciosamente, posando su vista en toda mi anatomía. Sinceramente nunca me había caído en gracia, se veía demasiado falsa para mi gusto.
—Bajen la voz, Jessica está descansando.
—No le has propuesto matrimonio otra vez a mi amiga, ¿No? —preguntó Mackenzie.
—¿Le has propuesto matrimonio? —exclama Cassidy llevándose las manos a la boca —¡Que intenso eres! ¡Jessica jamás aceptaría!
Tenia mucha suerte de ser mujer y que jamás tocaría siquiera un cabello de su cabeza, pero su comentario tan desagradable me provocaba ganas de darle un puñetazo para que se durmiera de una vez y dejara de hablar.
—¿Podrían cerrar la boca? ¡No están en su casa!
—¡El esposo ha hablado! —gritó.
La mejor amiga de Jessica lanzó una carcajada y se desplomó en el sofá en el que hacía unos minutos la dueña de la casa y yo veíamos películas. Cassidy se recostó apoyando la cabeza en su abdomen demostrando estar bastante mareada por el alcohol.
—Tendremos que dormir aquí. Jess y el amargado seguramente tendrán sexo en la habitacion —repuso la morena.
Como para no ser un amargado. Pretendía pasar tiempo a solas con Jessica pero en vez de eso, estoy aquí haciendo de niñero para dos niñitas completamente ebrias hasta la coronilla.
Y el día de mi cumpleaños.
Les acerqué la manta que habíamos usado para taparnos anteriormente y me volví a la habitación a recostarme junto a Jessica. Con los ojos cerrados e intentando conciliar el sueño, unos ruidos extraños en la sala comenzaron a alarmarme. El grito de una mujer penetro mis tímpanos, sus alaridos me hicieron apresurarme a buscar el origen del problema.
Baje la escalera con rapidez pero al llegar casi muero de vergüenza al notar que los gritos en realidad eran gemidos y la respiración agitada de Mackenzie Donovan quien disfrutaba visiblemente el hecho de tener el rostro de la pelirroja entre sus piernas. Suspire pesadamente volviendo por donde había venido y pensando en qué momento las mujeres se habían vuelto tan liberales. Los gemidos intensos se prolongaron por un tiempo hasta que al fin cesaron.
•Jessica•
Voltee a observar a mi acompañante quien estaba colapsado por un ataque de nervios. Nunca en la vida había experimentado tal sensación, era una mezcla de desagrado, miedo y adrenalina que me invadía todo el cuerpo. Acelere lo más que pude y todo lo que dio el maldito motor del auto mientras brotaban lágrimas de mis ojos por la rabia.
¿Por qué tuve que venir hasta aquí?
¿Por qué me gano la desconfianza?
Me odiaba. Por culpa de mi impertinencia estábamos aquí, luchando por sobrevivir. En solo un parpadeo el auto sintió un impacto y patinó en la acera.
Todo se volvió negro.
—¡Nooooooooo!
El mismo grito que había emitido provocó que me despertara sofocada y con la garganta rasposa. A mi lado, Stephen se reincorporó y me observó con preocupación.
—¿Estas bien?
—Si, solo he tenido una pesadilla —susurre apretando los párpados por la punzada que se proyectó en mi cabeza —¿Por qué estamos aquí? Estábamos en la sala.
—Te has dormido y te traje a tu cama.
—¿Y decidiste quedarte?
El sonrió de forma muy provocativa, y lo odie por lo bien que se veía recién despierto. Yo seguramente era un desastre monumental.
—Sigo de cumpleaños así que sigues siendo de mi propiedad —aseguró, apoyándose en sus codos para poder apreciarme mejor.
—¡Aprovechado!
—¡Tus amigas no me han dejado dormir de tanto sexo que han tenido en tu sofá!
Lo miré espectante, con la esperanza que aclarara las dudas que venían rondando mi cabeza hace mucho tiempo y que no me animaba a confirmar.
—¿Qué? ¿Quienes?
—Mackenzie y Cassidy
—¡Lo sabía! —grite golpeando la cama.
Por un lado sentía felicidad de que al fin mi amiga se abriera a lo que deseaba, pero por el otro me sentí triste en notar que no había confiado lo suficiente para comentarme lo que le sucedía.
Stephen volvió a arrojarse a la cama y puso la almohada tapando su rostro.
—Vuelve a recostarte, necesito dormir un poco más. Tantos gemidos perturbaron mi sueño.
—Seguro la has pasado muy mal, ¿No? —exclame con diversión —¿Te has quedado a verlas?
—¿Que? ¡Claro que no! Prefiero escucharte gemir a ti. ¡Son muy escandalosas, se escuchaban hasta aquí!
—¿Escandalosas como Cheryl Hamilton?
—Peores —aseguró —Hablando de Cheryl, me ha vuelto loco pidiendo que la llames. No lo harás, ¿Verdad?
Puse los ojos en blanco al volver a toparme con el maldito obsesivo y controlador. No podía evitar ser celoso y por más que aclarara y le volviera a aclarar cuales eran mis intenciones en cuanto a lo que sucedía entre nosotros, parecía no importarle.
—No, pero no porque tú lo exijas, sino porque no juego dos veces con el mismo juguete —aclare. Se le iluminó el rostro, como si le hubiese dado el mejor regalo de cumpleaños que esperaba recibir.
—Eso me hace sentir especial entonces.
—Cállate —ordene estirando mis brazos para desperezarme —Iré a darme una ducha, sería bueno que comiences a preparar el desayuno.
—¿Yo? —su expresión de sorpresa me provocó una sonrisa.
—¡Si, tu!
Me levante y arrastre mis pies hacia el baño, con una sonrisa en el rostro a causa de su desconcierto por mi pedido. Apostaba mis manos que Stephen era de esos hombres mimados que jamás se habían hecho ni siquiera un café por su cuenta.
Me quite la camiseta que había pertenecido a Scott y usaba para dormir las noches en las que necesitaba tenerlo junto a mi, la ropa interior, llené la tina de agua caliente y observé la imagen que se reflejaba el espejo. Estaba completamente despeinada, tenía los ojos hinchados acompañados de oscuras ojeras y el maquillaje corrido.
Sinceramente, un caracol moribundo sería más seductor que yo en este momento.
Los recuerdos de la situación que había vivido anoche me golpearon y la angustia se adueñó de mi una vez más. Con las manos apoyadas al lavabo, me obligué a no dejarme llevar por la tristeza.
La puerta se abrió y Stephen ingresó mientras yo lo observaba a través del espejo. Se quitó la camiseta dejando exhibir su torso por el cual más de una mujer desearía pasar su lengua.
—He aprendido a ducharme sola, digo, por si tenías esa duda.
—Pensé que podríamos ahorrar agua y ducharnos juntos —expresó con calidez y diversión —¡Contribuiríamos al cambio climático!
Seguí sus movimientos con la vista. Su cuerpo se apoyó sobre el mío y con una lentitud casi calculada, beso mi cuello de manera completamente excitante.
—El ahorro de agua es para defender la sustentabilidad del planeta, no por el cambio climático Stephen —mi voz salió como un susurro.
—¡Algunas veces eres tan nerd!
Me di la vuelta y lo miré directamente a los ojos, mientras su vista recorría todo mi cuerpo desnudo.
Tomó mi nuca con su mano derecha y se acercó uniendo nuestros labios en un beso salvaje y apasionado. Tuvimos que separarnos cuando el aire dejó de ingresar a nuestros pulmones, y las manos de Stephen descendieron hasta mi cintura mientras me dejaba besos por toda la clavícula.
—¡Quítate la ropa y métete en la tina! —dije señalando el agua cristalina.
—Lo que ordenes —bajo la voz para convertirla en un susurro tan seductor que me erizó la piel.
Se quitó la poca ropa que le quedaba dejándome admirar su cuerpo esculpido por los mismos dioses griegos del Olimpo. Aunque los Griegos seguramente no se hayan dedicado en esculpirle el miembro, ya que el ideal de estos eran los penes de tamaño diminuto que, según expresaban, era el ideal de la masculinidad.
Si me tenía que guiar por ellos, Stephen no era para nada masculino. La naturaleza y el adn lo habían dotado muy bien en sus partes nobles.
—Siéntate —ordene.
—Has despertado muy demandante, ¿La pesadilla te ha dejado estresada? —preguntó burlón.
—Cállate y baja las piernas —mi expresión fue impasible, mientras ingresaba a la tina y tomaba asiento sobre sus piernas. Tomé sus manos y las coloqué en mis hombros —¡Necesito masajes!
Con una sonrisa salvaje y los ojos denotando lujuria, comenzó masajeando mis hombros y bajando por toda la espalda pasando por la cintura como todo un profesional, y logrando que emita gemidos de satisfacción.
—Deberías dejar de gemir así si no quieres despertar al monstruo, nena —susurro mordiéndome el lóbulo de la oreja.
—Tu monstruo está repiqueteando mi espalda desde que me senté encima de ti, nene —repliqué.
Sus manos tocaron suavemente mis pechos y cierro los ojos disfrutando de la sensación placentera que me produce su tacto. El roce de sus labios en la piel de mi espalda me estremeció.
—No te das una idea cuanto te deseo —exclamó casi gruñendo.
—Me temo que tendré que abrir la ducha para que te baje la calentura, Stephen.
Estire la mano, abriendo la grifería y dejando que el agua comenzara a salpicarnos. Me observó con esa mirada oscura que escondía más perversiones de las que podía imaginar y emitió una sonrisa.
—Creo que eso no funciona —aseguró.
Tomó mis caderas y encajó su erección introduciéndola dentro de mi. Cerré los ojos disfrutando la sensación, mientras gemía de placer con sus embistes. Sus manos tomaron mis pechos y jugó con mis pezones provocándome escalofrios.
—¡Más rápido! —pedí.
—Lo siento, hoy voy a disfrutar cada segundo cariño.
Se separó de mi, levantándome para obligarme a mirarlo a la cara. Me tomó de la cintura y sin ningún esfuerzo me levantó. Tuve que rodearlo con las piernas ya que mi estabilidad estaba comprometida y no quería que terminemos en el suelo con nuestras cabezas abiertas.
Eso no era nada sexi.
Me apoyo sobre la pared poniendo todo su peso en mi, el contraste de sensaciones era sumamente excitante. Estar entre los fríos cerámicos y el cuerpo ardiente de Stephen mientras me embestía con fuerza y rudeza hizo que mi cuerpo temblara de deseo.
—Cuando te vuelves rudo me fascinas —susurré en su oído quitándole un gruñido de satisfacción.
—Soy el único que puede darte lo que quieres, Jessica.
Una parte de mi se sentía ofendida, pero no podía dejar de darle la razón. Había tenido bastas experiencias sexuales a lo largo de mi vida, algunas muy provechosas y otras... no tanto, pero la química irresistible que manejábamos los dos era imparable.
Implosionábamos.
Nos fundíamos en uno solo, éramos fuego contra fuego, tan intenso, tan abrasador y maravilloso.
Su personalidad posesiva que tanto me irritaba mezclada con el sexo espectacular hicieron que mi cuerpo estallara en un orgasmo violento, jadeando por el agua que corre sobre nuestros cuerpos desnudos. Al llegar al clímax, toda su anatomía se contrajo y hundió su rostro en mi cuello mientras nuestra respiración se restablecía lentamente.
—¡Pensé que ahorraríamos agua! —pregunte mientras peinaba mi cabello.
—En otra ocasión, linda.
Seco su cuerpo con lentitud y no pude evitar clavar la vista en el. Era imposible no sexualizarlo, los músculos firmes e hinchados, la actitud imponente que tenía sumada a ese rostro que cuando sonreía querías desesperadamente comértelo entero como si fueses la reencarnación de Hannibal Lecter.
—Se te está haciendo costumbre correrte dentro de mi —dije intentando salir de mis pensamientos no aptos para menores de edad.
—Lo siento. Pediré que te traigan el anticonceptivo de emergencia.
—Tengo un chip hormonal. No necesito anticonceptivos.
Su rostro se contrajo con curiosidad, ladeando la cabeza de forma muy tierna. Me golpeé mentalmente al darme cuenta que sonreía como una tonta.
—¿Un que?
—Un chip hormonal... mira —le enseño la parte posterior de mi brazo y toca por sobre la piel localizando la pequeña barra.
—Nunca había visto eso, ni siquiera sabía que existía. Entonces deberías quedarte tranquila, no te embarazaré.
Solo pensar en niños me causaba escalofrios. No quería ser madre, el solo hecho de pensarlo me causaba náuseas. No tenía un buen ejemplo de figura materna y la idea de hacer sufrir a un pequeño ser humano por mis errores no estaba en mis planes.
Ni ahora ni nunca.
Una ginecóloga me había dado la opción del implante hormonal anticonceptivo, que era un beneficio a largo plazo ya que duraban más de tres años y uno debía olvidarse de los nervios de tener algún que otro descuido.
—No lo harás —asegure enarcando una ceja —Y si lo haces, te lo entrego y me doy a la fuga.
—¿Te darás a la fuga? —emitió una sonrisa encantadora.
—Exacto.
—Sabes que podría encontrarte, ¿Verdad? —cruzó los brazos contrayendo sus músculos y observándome descaradamente mientras me enrollaba en la toalla.
—Cambiare mi nombre y teñiré mi cabello.
—Aún así te encontraría, cariño.
Aquel Stephen, tan relajado y deshinibido me encantaba. Me puse seria al recordar que debía ser responsable.
—¡Quiero que me des tus estudios médicos!
—¿No confías en mi?
—No se trata de confianza, Stephen... ¡se trata de salud!
Un embarazo era el menor de los problemas que una podía tener por practicar sexo sin protección. Las enfermedades de transmisión sexual eran algo más importante por lo cual estar preocupada.
—Tienes razón —rodeo su cintura con la toalla y se encaminó hacia la habitación para tomar su teléfono —Te los enviaré por mail así quedarás tranquila.
Fui hacia el vestidor y me coloqué una camiseta de tirantes y un short, mi estómago comenzó a hacer ruidos extraños demostrando el apetito casi asesino con el que había despertado.
Al bajar a la sala, me sorprendió notar el desorden. Caminé hasta la cocina y encontré a mis dos amigas algo adormiladas aún bebiendo café.
Mackenzie levantó la mirada de su celular y pude ver como sus comisuras se elevaban en una sonrisa burlona.
—Si no bajaban llamaríamos a los bomberos porque no sabíamos lo que sucedía dentro de tu baño y teníamos miedo que no estuvieran bien.
—Creí que los habían llamado anoche —dije enarcando las cejas.
—¿Anoche? —preguntó frunciendo la nariz.
—Si, Stephen y yo escuchamos las bocinas de los bomberos —toque mi mentón fingiendo confusión —No, espera... ¡Eras tu gimiendo mientras Cassidy te hacía trabajos orales!
Sus ojos se abrieron tanto que creí que se saldrían de su rostro como en los dibujos animados. Su rostro perdió el color poniéndose pálido rápidamente. Cassy lanzó una carcajada, a ella nada le avergonzaba.
—¡Oh, por Dios!
—No me veas así, no te dio vergüenza correrte sobre mi hermoso sofá — reclame sonriente —¡Sírveme café!
Su mano se estiró tomando una tostada frente a ella y me la aventó con fuerza. Lance una carcajada, me encantaba cuando se veía pudorosa.
Al terminar el desayuno, Stephen se retiró con la excusa de tener juntas de cumpleaños familiares que atender y me sentí aliviada. No quería que pasara todo el día conmigo, ya bastante había arruinado su fiesta. Además necesitaba un tiempo con mis amigas y que me comentaran todo lo que había sucedido.
—Y bien... ¿Como les ha ido en la fiesta? —pregunte disfrutando de la tostada con jalea y mantequilla de maní.
—Estábamos bien hasta que Sienna se embriagó y lloró como si fuese el fin de los tiempos —comentó Cassy haciendo una mueca.
—¿Que le sucedió? —deje de tragar, preocupada por la seguridad de la sirenita. Ella era tan frágil, tan pequeña.
—Al parecer su "novio"... ¡esta casado! —exclamó mi mejor amiga.
—Oh, maldición.
Conocía a esos tipos, el mundo en el que se movía mi padre estaba lleno de ellos. De actitud engreida creyendo que podían engañar a sus esposas y también embaucar a sus amantes diciéndoles que muy pronto pondrían fin a su matrimonio.
Eso nunca sucedía.
—Le explicamos que nunca abandonan a sus esposas pero esta ciega. Dijo que lo amaba y que no podía vivir sin el.
—Pobrecilla, es tan hermosa y se nota que es buena persona —negué con la cabeza —Debe dejar de ser la segunda opción de un imbecil, se merece mucho más.
—Theo tuvo que ayudarla, vomitó sobre todo lo que encontraba, incluso sobre el —agregó la pelirroja —Hace un momento llamo y dijo que estaba llevando a Sienna a casa y que se encontraba muy nerviosa por lo qué dirían sus padres.
—¿Donde durmió? ¿Por qué no la trajeron con ustedes? —cuestione.
—Theo la llevó a su apartamento y para tu tranquilidad Alex no estaba allí, se ha ido con una de mis amigas.
Sonreí.
Theo era de esos hombres amables, el prototipo de «príncipe azul» que todas las mujeres esperan tanto pero no divisan por estar con su vista puesta en los chicos malos.
—Sabíamos que estarías con Stephen y ya sabes como es Sienna —Mackenzie chasqueo la lengua —Si los oyera en pleno acto sexual les rociaría agua bendita, los haría rezar tres padres nuestros, cinco aves marias y los exorcizaría.
—¡Eso y que ustedes no hubiesen podido hacer sus porquerías en mi sala! —agregue con una sonrisa, ganándome su mirada cargada de molestia.
—¡Cállate ya!
—Debo irme, más tarde les escribo —exclamó cassy caminando hacia la sala para buscar su chaqueta y desaparecer de nuestra vista.
Me levante de mi asiento para colocarme a un lado de mi mejor amiga, quien miraba su taza de café pensativa, como si estuviese debatiéndose el origen de las especies.
Al notar mi presencia junto a ella, levantó la mirada y enarcó una ceja.
—¿Qué?
—Cuéntame lo que sucedió en la sala.
—¡Tu cuéntame lo que sucedió en el baño! —masculló con desagrado.
Me acomode en mi asiento y comencé el relato.
—Primero exigí a Stephen que me hiciera masajes, una cosa llevo a la otra y terminamos teniendo sexo salvaje y rudo —Enumere cada suceso —Nos duchamos, vestimos y bajamos a desayunar.
—¡No quería saber tanto, Jessica! —gritó.
—No te he dicho mucho, omití la parte en la que me mordió como si fuese a comerme y se corrio dentro de mi —agregué ganándome un golpe en la cabeza.
—¡Asquerosa! —hizo una mueca que le deformó el rostro —¿Lo dejaste venirse dentro de ti? No deberías desafiar a la suerte, Jessica. Esa cosa que tienes en tu brazo tiene su porcentaje de falla.
Podía ver sus intenciones de desviar la atención que estaba puesta en ella para centrarla en mi.
No iba a funcionar.
—¡No cambies de tema! ¿Que sucedió?
—Solo me dejé llevar. Me gusta, pero no se si es lo que quiero, creo que solo lo he hecho por causa del alcohol —dijo muy poco convencida tomando un sorbo de su café.
No quería presionarla. Pretendía que confiara en mí y respetaría su espacio.
—Quizá era un deseo oculto. Una curiosidad o un fetiche, eso no quiere decir que quieras estar formalmente con una mujer.
—Lo se —suspiró hondo y clavó los ojos grises en mi —Parece que el millonario controlador del que tanto has huido al fin te ha capturado.
—¿Acaso soy un pokemon? —pregunte frunciendo el ceño —¡Nadie me ha capturado, tonta!
Señaló mi escote, donde una mancha roja bastante visible predominaba. ¡Me marcó! ¡El malnacido me había marcado como un ganado!
Refunfuñe con molestia prometiéndome a mi misma vengarme del tatuado por semejante atrevimiento.
—¿Que pasó con tu regla de «sólo tengo sexo y los descarto»? —preguntó con voz chillona.
—Siempre hay una excepción, un paréntesis, la letra pequeña del contrato.
—Ahh, ¿si? —preguntó mostrando su incredulidad a mis palabras —¿Que dice la letra pequeña?
—Que si es buen sexo y hay química, ¡puedes repetir! —mordí un bocado de su tostada, con una sonrisa triunfante.
Entrecerró los ojos negando con la cabeza.
—No quieres admitir que Stephen te gusta —señaló.
—¡Pues claro que me gusta! —manifesté elevando las manos —¡Sobre todo cuando está encima de mí con ese cuerpo tan ardiente!
Mi amiga me golpeó en el brazo.
Era cierto que estaba rompiendo las reglas que me había puesto a mi misma en cuanto a la relación que manejaba con los hombres, pero me era inevitable intentar resistirme a Stephen James.
El hombre sabía exactamente qué botón tocar para que estallara.
Me quedé pensativa. Necesitaba un juguete nuevo o acabaría cayendo en el interés romántico y eso me traería muchos problemas.
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