20 PRUEBA Y ERROR
-Lo han llevado a la Escuela de Batalla, ¿verdad?
-Sor Carlotta, ahora mismo estoy de permiso. Eso significa que me han dado la patada, por sí no comprende cómo maneja la F.l. estos asuntos.
-¡Que le han dado la patada! Vaya forma de expresarlo. Tendrían que haberlo fusilado.
-Si las Hermanas de San Nicolás tuvieran conventos, su abadesa la obligaría a hacer una seria penitencia por ese pensamiento tan poco cristiano.
-Lo sacó usted del hospital en El Cairo y lo envió derecho al espacio. Aunque se lo advertí.
-¿No se ha dado cuenta de que ha telefoneado directamente? Estoy en la
Tierra. Ya no dirijo la Escuela de Batalla.
-Es un asesino en serie, y usted lo sabe. No sólo mató a la niña de Rotterdam. Había un niño allí también, ése al que Helga llamaba Ulises. Encontraron su cadáver hace unas semanas.
-Aquiles ha estado todo el año en manos de médicos.
-El forense calcula que el asesinato tuvo lugar hace al menos un año. El cuerpo estaba oculto detrás de unos contenedores en la lonja de pescado. Cubrió el olor. Y eso no es todo. Un maestro del colegio donde lo ingresé.
-Ah. Es verdad. Usted lo ingresó en un colegio mucho antes de que yo lo hiciera.
-El maestro se cayó desde un piso superior y murió.
-No hay testigos. No hay pruebas.
-Exactamente.
-¿Ve una tendencia?
-Ese es mi argumento. Aquiles no mata de un modo negligente. Ni elige a sus víctimas a azar. Todo aquel que lo haya visto indefenso, lisiado, derrotado... no puede soportar la vergüenza. Tiene que expurgarla mediante la dominación absoluta de la persona que se atrevió a humillarlo.
-¿Ahora es usted psicólogo?
-Planteé los hechos a un experto.
-Los supuestos hechos.
-No estoy en un juicio, coronel. Estoy hablando con el hombre que ha metido a ese asesino en la escuela con el niño que elaboró el plan original para humillarlo. El niño que pidió su muerte. Mi experto me asegura que la posibilidad de que Aquiles no se vuelva contra Bean es cero.
-No es tan fácil como piensa, en el espacio. No hay muelles, para empezar.
-¿Sabe como supe que se lo habían llevado al espacio?
-Estoy seguro de que tiene sus fuentes, mortales y celestiales.
-Mi querida amiga, la doctora Vivian Delamar, fue la cirujano que reconstruyó la pierna de Aquiles.
-Que yo recuerde, la recomendó usted.
-Antes de saber lo que era realmente Aquiles. Cuando lo descubrí, la llamé. La advertí de que tuviera cuidado. Porque mi experto dijo que también ella corría
peligro.
-¿La persona que restauró su pierna? ¿Por qué?
-Nadie lo ha visto más indefenso que la cirujano que lo operó mientras yacía drogado hasta las trancas. Desde un punto de vista racional, estoy segura de que sabía que era malo dañar a esta mujer que le hizo tanto bien. Pero claro, lo mismo podía decirse de Poke, la primera vez que mató. Si es que ésa fue la primera vez.
-Entonces... la doctora Vivían Delamar. Usted la alertó. ¿Y que vió?
¿Murmuró él una confesión bajo los efectos de la anestesia?
-Nunca lo sabremos. La mató.
-Está usted bromeando.
-Estoy en El Cairo. Mañana será el funeral. Dijeron que se trataba de un infarto hasta que los insté a buscar la marca de una hipodérmica. Encontraron una, y ahora se considera asesinato. Aquiles sabe leer. Descubrió qué drogas necesitaba. Lo que no sé es cómo consiguió que ella se quedara quieta.
-¿Cómo puedo creer esto, sor Carlotta? El niño es generoso, simpático, la gente se siente atraída hacia él, es un líder nato. La gente de este tipo no mata.
-¿Quiénes son los muertos? El maestro que se burló de él por su ignorancia cuando llegó por primera vez a la escuela y lo puso en evidencia delante de la clase. La doctora que lo vio bajo los efectos de la anestesia. La niña de la calle
de cuya banda se encargó. El niño de la calle que juró que iba a matarlo y lo
obligó a esconderse. Tal vez ese argumento convencería a un jurado, pero no a usted.
-Sí, me ha convencido de que, en efecto, podría existir ese peligro. Pero ya alerté a los profesores de la Escuela de Batalla de que podría haber algún riesgo. Y ahora ya no estoy al mando de la Escuela de Batalla.
-Siga en contacto. Si les da una advertencia más urgente, tomarán medidas.
-Les daré la advertencia adecuada.
-Me está mintiendo.
-¿Puede decir eso por teléfono?
-¡Quiere exponer a Bean al peligro!
-Hermana... si, eso quiero. Lo que pueda hacer, lo haré.
-Si permite que a Bean le ocurra algo, Dios se lo hará pagar.
-Tendrá que ponerse en cola, sor Carlotta. La corte marcial de la F.l. tiene preferencia.
Bean contempló el respiradero de su habitación y se maravilló de haber podido caber alguna vez ahí dentro. ¿Cómo debía de ser entonces, tan pequeño como una rata?
Por fortuna, con una habitación propia ahora, no estaba limitado a los conductos de salida de aire. Colocó la silla en lo alto de la mesa y se encaramó a las largas y finas exclusas que corrían por la pared que daba al pasillo. El respiradero constaba de varias secciones largas. El panelado estaba separado de la pared. Y también se desprendió con facilidad. Ahora había espacio suficiente para que casi cualquier niño de la Escuela de Batalla pudiera arrastrarse por el techo del pasillo.
Bean se despojó de sus ropas de inmediato y se introdujo una vez más en el sistema de ventilación.
Pero le resultó mucho más difícil esa vez; era asombroso lo mucho que había llegado a crecer. Se abrió paso rápidamente hasta la zona de mantenimiento cerca de los hornos. Descubrió cómo funcionaban los sistemas de luces, y con cuidado se dispuso a quitar bombillas y lámparas en las zonas que necesitaría. Pronto apareció un amplio pozo vertical que quedaba completamente oscuro cuando se cerraba la puerta, con profundas sombras incluso cuando estaba abierta. Con cuidado, trazó su plan.
Aquiles nunca dejaba de sorprenderse por el modo en que el universo se doblegaba a su voluntad. Todo lo que deseaba parecía cumplirse. Poke y su banda, al elegirlo a él entre los otros matones. Sor Carlotta, al llevarle al colegio de curas en Bruselas. La doctora Delamar al estirarle la pierna para que pudiera correr y así no ser distinto de los otros niños de su edad. Y ahora se encontraba allí, en la Escuela de Batalla, y quién era su primer comandante sino el pequeño Bean dispuesto a tomarlo a su cargo, a ayudarle a ascender dentro de esta escuela. Como si el universo hubiera sido creado para servirlo, con toda la gente sintonizada con sus deseos.
La sala de batalla era increíble. La guerra en una caja. Apuntabas con el arma, y el traje del otro niño se congelaba. Naturalmente, Ambul había cometido el error de demostrarlo congelando a Aquiles y luego riéndose de su consternación mientras flotaba allí en el aire, incapaz de moverse, incapaz de cambiar la dirección de su deriva. La gente no debería hacer eso. Estaba mal, y a Aquiles siempre le molestaba, hasta que podía enmendar las cosas. Tendría que haber más amabilidad y respeto en el mundo.
Como Bean. Pareció prometedor al principio, pero entonces Bean empezó a denigrarlo. Se aseguró de que los demás vieran que Aquiles fue el papá de Bean, pero ahora no era más que un soldado en su escuadra. No había ninguna necesidad de ello. No se podía denigrar a la gente. Bean había cambiado. Cuando Poke derribó a Aquiles al suelo y lo avergonzó delante de todos aquellos niños pequeños, fue Bean quien le mostró respeto.
«Mátalo», dijo. Sabía, entonces, aquel niño diminuto, sabía que incluso en el suelo, Aquiles era peligroso. Pero ahora parecía haberlo olvidado. De hecho, Aquiles estaba seguro de que Bean debía de haberle dicho a Ambul que congelara su traje refulgente y lo humillara en la sala de prácticas, para que los demás se rieran de él.
Fui tu amigo y protector, Bean, porque mostraste respeto por mí. Pero ahora tengo que sopesar eso con tu conducta aquí en la Escuela de Batalla. No me tienes ningún respeto.
El problema era que los estudiantes de la Escuela de Batalla no tenían nada que pudiera ser utilizado como arma, y todo era completamente seguro. Nadie estaba nunca a solas, tampoco. Excepto los comandantes. Solos en sus habitaciones. Eso era prometedor. Pero Aquiles sospechaba que los profesores tenían un modo de localizar dónde estaban los estudiantes en todo momento. Tendría que aprender el sistema, aprender a evadirlo, antes de empezar a enmendar las cosas.
Pero sí sabía que aprendería lo que fuera necesario. Ya se presentarían las oportunidades. Y él, al ser Aquiles, vería esas oportunidades y las aprovecharía. Nada podría interrumpir su ascenso hasta que hubiera acumulado en sus manos todo el poder posible. Entonces reinaría la justicia en el mundo, no este miserable sistema que dejaba a tantos niños hambrientos, ignorantes y lisiados en las calles mientras los demás gozaban de todos los privilegios, la seguridad y la salud. Todos aquellos adultos que habían dirigido el mundo durante miles de años eran unos idiotas o unos fracasados. Pero el universo obedecería a Aquiles. El y sólo él podría corregir los abusos.
Al tercer día en la Escuela de Batalla, la Escuadra Conejo libró su primera batalla con Bean como comandante. Perdieron. No habrían perdido si Aquiles hubiera sido comandante. Bean estaba comportándose como un estúpido sensiblero, dejando que los jefes de batallón tomaran las riendas. Pero estaba claro que el predecesor de Bean había elegido mal a sus jefes. Si Bean quería ganar, necesitaba un control más férreo. Cuando trató de sugerírselo a Bean, el niño sólo sonrió confiadamente (una sonrisa alocada que tan sólo mostraba una falsa superioridad), y le dijo que la clave para la victoria era que cada jefe de batallón y, con el tiempo, cada soldado viera toda la situación y actuara con independencia para conseguir la victoria. Aquiles quiso abofetearle, por lo estúpido y testarudo que era. Él que sabía cómo manejar la situación, no dejaba que los demás metieran la pata por ahí. Él tomaba las riendas y tiraba, con fuerza. Golpeaba a sus hombres para que le obedecieran. Como dijo Federico el Grande: el soldado debe temer a sus propios oficiales más que a las balas del enemigo. No se puede gobernar sin hacer ejercicio de poder. Los seguidores deben inclinar la cabeza ante el líder. Deben rendir sus cabezas, usando solo la mente y la voluntad del líder para que los gobierne. Nadie más que Aquiles parecía comprender que ésa era la gran fuerza de los insectores. No tenían mentes individuales, sólo la mente de la colina. Se sometían de lleno a la reina. No podrían derrotar a los insectores hasta que aprendieran de ellos, hasta que se volvieran como ellos.
Pero no tenía sentido explicarle esto a Bean. No le escucharía. Por tanto, nunca podría convertir a la Escuadra Conejo en una colmena. Estaba trabajando para crear el caos. Era insoportable.
Insoportable... y sin embargo, justo cuando Aquiles pensaba no podría soportar más aquella situación tan absurda, Bean lo llamó sus habitaciones.
Aquiles se sobresaltó, al entrar, y descubrir que Bean había quitado la tapa del respiradero y parte del panel de la pared, para conseguir acceso al sistema de ventilación. Menuda sorpresa.
-Quítate la ropa -ordenó Bean.
Aquiles creyó que deseaba humillarlo. Bean se quitó su uniforme.
-Nos localizan por los uniformes -explicó-. Si no llevas puesto uno, no saben dónde estás, excepto en el gimnasio y la sala de batalla, donde tienen un equipo carísimo que detecta el calor corporal. No vamos a ir a ninguno de esos sitios, así que desnúdate.
Bean estaba desnudo. Mientras Bean fuera primero, Aquiles no podría sentirse avergonzado haciendo lo mismo.
-Ender y yo solíamos hacer esto -añadió-. Todo el mundo pensaba que Ender era un comandante brillante, pero la verdad es que sabía todos los planes de los otros comandantes porque sal��amos a espiar a través de los conductos de ventilación. Y no sólo a los co- mandantes. Descubrimos lo que estaban planeando los profesores. Siempre lo sabíamos todo de antemano. No es difícil ganar de esa forma.
Aquiles se echó a reír. Esto era magnífico. Bean podía ser un idiota, pero ese Ender del que tanto había oído hablar sí sabía lo que estaba haciendo.
-Hacen falta dos personas, ¿no?
-Para llegar al sitio donde se puede espiar a los profesores hay que pasar por un pozo ancho, completamente oscuro. No puedo bajar. Necesito que alguien me vaya bajando y me aupe. No sabía en quién con fiar en la Escuadra Conejo, y entonces... apareciste tú. Un amigo de los viejos tiempos.
Estaba volviendo a suceder. El universo se doblegaba a su voluntad. Bean y él
estarían solos. Nadie los localizaría. Nadie sabría lo que había sucedido.
-Voy contigo -resolvió Aquiles. .
-Aúpame -dijo Bean-. Eres lo bastante alto para auparte solo.
Estaba claro que Bean ya había hecho esto muchas veces. Se internó en el conducto, sus pies y su culo iluminados por la luz que se filtraba desde los pasillos. Aquiles se fijó en dónde ponía manos y pies, pronto fue igual de hábil sorteando el camino. Cada vez que utilizaba su pierna, se maravillaba de poder hacerlo. Iba donde quería que fuese, y tenía la fuerza para sostenerlo. La doctora Delamar podría ser una cirujana habilidosa, pero incluso ella dijo que nunca había visto un cuerpo que respondiera tan bien a la cirugía como el de Aquiles. Su cuerpo sabía cómo ser entero, esperaba ser fuerte. Todo el tiempo anterior, todos aquellos años en que había estado lisiado, habían sido la forma que tenía el universo de enseñarle a Aquiles lo insoportable que resultaba el desorden. Y ahora Aquiles poseía un cuerpo perfecto, dispuesto a actuar para enmendar la situación.
Memorizó con mucho cuidado la ruta que seguían. Si se presentaba la oportunidad, regresaría solo. No podía permitirse perderse, o traicionarse. Nadie sabría que había estado en el sistema de ventilación. Mientras no les diera ningún motivo, los profesores nunca sospecharían de él. Todo lo que sabían era que Bean y él eran amigos. Y cuando Aquiles llorara por el otro niño, sus lágrimas serían reales. Siempre lo eran, pues había nobleza en aquellas trágicas muertes, esplendor mientras el gran universo cumplía su voluntad a través de las diestras manos de Aquiles.
Los hornos rugían cuando llegaron a una sala desde donde era visible el entramado de la estación. El fuego era bueno. Dejaba pocos residuos. La gente moría cuando por accidente caían a las llamas. Sucedía continuamente. Bean, al reptar por allí solo... sería bueno si se acercaran al horno.
En cambio, Bean abrió una puerta que daba a un espacio oscuro. La luz de la abertura mostraba un agujero negro no muy lejos.
-No te acerques al borde -dijo Bean alegremente. Recogió del suelo un trozo de cable muy fino-. Es una estacha. Forma parte del equipo de seguridad. Impide que los obreros se pierdan a la deriva en el espacio cuando están trabajando en el exterior de la estación. Ender y yo lo preparamos... pasa por una viga allá arriba y me mantiene entrado en el pozo. No se puede agarrar con las manos: es muy fácil te corte si te roza la piel. Por eso hay que envolvérselo alrededor cuerpo, para que no resbale, ¿ves?, y entonces te sujetas. Aquí no hay mucha gravedad; por tanto, puedo saltar. Lo hemos medido, así luego me detengo al nivel de los respiraderos que dan a las habitaciones de los profesores.
-¿No duele cuando te paras?
-Una barbaridad -dijo Bean-. Pero quien algo quiere algo le cuesta, ¿no? Me suelto de la cuerda, la ato a un trozo de metal y se quedó allí hasta que vuelvo. Tiraré de ella tres veces cuando regrese entonces tú me izas. Cuando llegues al lugar por donde entramos a la viga y sigue hasta tocar la pared. Espera allí hasta que yo pueda controlar la oscilación y aterrice en este resquicio. Entonces me suelto y vuelves y recogemos la estacha hasta la próxima vez. Sencillo, ¿eh?
-Entendido -dijo Aquiles.
En vez de caminar hasta la pared, sería sencillo seguir andando. Dejar a Bean flotando en el aire donde no pudiera asirse a nada. Entonces habría tiempo de sobra para encontrar un modo de cortar la cuerda dentro de aquella sala oscura. Con el rugido de los hornos y los ventiladores, nadie oiría a Bean pedir ayuda. Entonces Aquiles tendría tiempo para explorar, para descubrir cómo podían acceder a los hornos. Traer a Bean de vuelta,
estrangularlo, llevar el cadáver al fuego. Dejar caer la cuerda por el pozo abajo. Nadie la encontraría. Posiblemente nadie encontraría jamás a Bean, o si lo hacían, sus tejidos blancos estarían consumidos. Todo indicio de estrangulación habría desaparecido. Muy limpio. Tendría que haber algo de improvisación, pero sucedía siempre. Aquiles podía encargarse de los pequeños problemas a medida que fueran surgiendo.
Aquiles se pasó el cable por encima de la cabeza, y luego lo tensó bajo sus brazos mientras Bean se enrollaba el otro extremo.
-Listo -dijo Aquiles.
-Asegúrate de que está tenso, para que no te corte cuando yo llegue al fondo.
-Sí, está tenso.
Pero Bean tenía que comprobarlo. Pasó un dedo bajo el cable.
-Más tenso -dijo. Aquiles lo tensó más.
-Bien -dijo Bean-. Ya está. Hazlo.
¿Hazlo? Era Bean quien se suponía que tenía que hacerlo.
Entonces la estacha se tensó y Aquiles fue izado en el aire. Con unos cuantos tirones más, quedó colgando en el oscuro pozo. El cable se clavó en su piel.
Cuando Bean pronunció la orden «hazlo», hablaba a otra persona. Alguien que ya estaba allí, esperando. Un traidor hijo de puta.
Sin embargo, Aquiles no dijo nada. Extendió la mano para ver si podía tocar la viga que había sobre él, pero no la alcanzó. Tampoco podía trepar por el cable, no con las manos desnudas, no con el cable tensado por el peso de su propio cuerpo.
Se rebulló, empezando a balancearse. Pero no importaba hasta dónde llegara en cualquier dirección, no tocaba nada. No había pared, ningún sitio donde aferrarse.
Era hora de hablar.
-¿De qué va esto, Bean?
-Es sobre Poke.
-Está muerta, Bean.
-La besaste. La mataste. La tiraste al río.
Aquiles sintió que la sangre se agolpaba en su rostro. Nadie lo había visto. Sólo estaba haciendo suposiciones. Pero entonces... ¿cómo sabía que Aquiles la había besado primero, a menos que lo hubiera visto?
-Te equivocas -replicó.
-Vaya, qué triste. Entonces el hombre equivocado morirá por el crimen.
-¿Morir? Seamos serios, Bean. No eres un asesino.
-Pero el aire caliente y seco del pozo lo hará por mí. Te deshidratarás en menos de un día. Ya tienes la boca un poco seca, ¿verdad? Y seguirás ahí colgado, momificándote. Éste es el sistema de entrada, así que el aire se filtra y se purifica. Aunque tu cuerpo apeste durante algún tiempo, nadie lo olerá. Nadie te verá: estás por encima de las luces que entran por la puerta. Y nadie entra aquí de todas formas. No, la desaparición de Aquiles será el misterio de la Escuela de Batalla. Contarán historias de fantasmas sobre ti para asustar a los novatos.
-Bean, no lo hice.
-Te vi, Aquiles, pobre idiota. No me importa lo que digas, te vi. Nunca creí que tendría la oportunidad de vengarme de ti. Poke no te hizo nada malo. Le dije que te matara, pero tuvo piedad. Te convirtió en el rey de las calles. ¿Y por eso la mataste?
-Yo no la maté.
-Déjame que te lo aclare, Aquiles, ya que eres demasiado estúpido para ver dónde estás. Lo primero es que te olvidaste de dónde estabas. Allá en la Tierra, te acostumbraste a ser mucho más listo que todos los que te rodeaban. Pero aquí en la Escuela de Batalla, todo el mundo es tan listo como tú, y la mayoría somos más listos. ¿Crees que Ambul no advirtió el modo en que lo miraste? ¿Crees que no supo que estaba condenado a muerte por haberse reído de tí? ¿Crees que los otros soldados de la Escuadra Conejo dudaron de mí cuando les hablé se ti? Ya habían visto que pasaba algo raro contigo. Los adultos tal vez lo hayan pasado por alto, pueden haberse tragado todos tus rollos, pero nosotros no. Y como acabamos de tener un caso de un niño trató de matar a otro, nadie está dispuesto a tolerarlo otra vez. Nadie iba a esperar a que atacaras. Porque hay algo que tenemos muy claro: nos importa una mierda la justicia. Somos soldados. Los soldados no dan una oportunidad a su enemigo por puro deporte. Los soldados disparan por la espalda, ponen trampas y emboscadas, mienten al enemigo y aplastan al otro hijo de puta a la menor oportunidad que tienen. La clase de asesino que eres sólo funciona entre civiles. Y fuiste demasiado fanfarrón, demasiado estúpido, demasiado necio para darte cuenta de eso.
Aquiles supo que Bean tenía razón. Había cometido un tremendo error de cálculo. Se había olvidado de que cuando Bean le dijo a Poke que lo matara, no había mostrado solamente respeto hacia él. También había intentado que lo asesinaran.
Esto no estaba saliendo muy bien.
-Así que sólo tienes dos formas de terminar. Una, sigues colgando ahí, nosotros nos turnamos para asegurarnos de que no te escapas, hasta que mueras y luego te dejaremos y seguiremos con nuestras vidas. La otra forma: lo confiesas todo, y quiero decir todo, no sólo lo que piensas que ya sabemos, y sigues confesando. Confiesa ante los profesores. Confiesa ante los psiquiatras que te envíen. Confiesa cuando te lleven a un sanatorio mental allá en la Tierra. No nos importa qué elijas. Todo lo que importa es que nunca vuelvas a caminar libremente por los pasillos de la Escuela de Batalla. Ni en ningún otro lugar. Así que... ¿qué será? ¿Te quedas seco en la cuerda, o dejas que los profesores sepan lo loco que estás?
-Llama a un profesor, confesaré.
-¿Acaso no me he explicado bien? ¡No somos estúpidos! Confiesa ahora. Ante testigos. Con una grabadora. No traeremos a ningún profesor aquí arriba para que te vea colgando y sienta lástima por ti. El profesor que venga sabrá exactamente qué eres, y lo acompañaran seis marines para mantenerte sometido y sedado porque, Aquiles, aquí no se juega, A la gente no se le da ninguna oportunidad para escapar. Aquí no tienes derechos. No volverás a tener derechos hasta que hayas regresado a la Tierra. Aquí tienes tu última oportunidad. Ya es hora que confieses.
Aquiles casi se echó a reír. Pero era importante que Bean pensara que había ganado. Como había hecho, por el momento. Aquiles se dio cuenta entonces de que no podría quedarse en la Escuela de Batalla ningún modo. Pero Bean no era lo bastante listo para matarlo y acabar. No Bean le perdonaba la vida, algo que era completamente innecesario, Y mientras Aquiles estuviera vivo, el tiempo movería las cosas a su favor. El universo se doblegaría hasta que la puerta se abriera y Aquiles saliera libre. Y eso sucedería más pronto que tarde.
No deberías haber dejado abierta una puerta para mí, Bean, pens�� Aquiles. Porque te mataré algún día. A ti y a todos los que me han visto aquí indefenso.
-Muy bien -dijo Aquiles-. Maté a Poke. La estrangulé y la tiré al río.
-Continúa.
-¿Qué más? ¿Quieres saber cómo se cagó y se meó encima mientras se moría?
¿Quieres saber cómo se le reventaron los ojos?
-Un asesinato no hará que te confinen en un psiquiátrico, Aquiles. Sabes que has matado antes.
-¿Qué te hace pensar eso?
-Porque no te molestó.
Nunca me molestó, ni siquiera la primera vez. No entiendes lo que es el poder. Si te molesta, entonces no estás capacitado para tener poder.
-Maté a Ulises, naturalmente, pero sólo porque era una molestia.
-¿Y?
-No soy un asesino de masas, Bean.
-Vives para matar, Aquiles. Escúpelo todo. Y luego convénceme de que no te has dejado ningún detalle.
Pero Aquiles sólo estaba jugando. Ya había decidido contarlo todo.
-La más reciente fue la doctora Vivían Delamar -dijo-. Le dije que no me operara con anestesia total. Le dije que me dejara alerta, que podía soportarlo aunque doliera. Pero ella tenía que tener el control. Bueno, si le gustaba tanto el control, ¿por qué me dio la espalda?
¿Y por qué fue tan estúpida de pensar que yo tenía de verdad una pistola? Al apretarle con fuerza la espalda, conseguí que ni siquiera sintiera la aguja entrar junto al lugar donde le clavaba los depresores linguales. Murió de un ataque al corazón en su propia consulta. Nadie supo jamás que yo estaba allí. ¿Quieres más?
-Lo quiero todo, Aquiles.
Tardó veinte minutos, pero Aquiles les relató la crónica entera, las siete veces que había enmendado las cosas. De hecho, le gustó contarlo. Nadie había tenido nunca hasta ahora la posibilidad de comprender lo poderoso que era. Quería ver sus caras, eso era lo único que echaba en falta. Quería ver el disgusto que revelaría su debilidad, su incapacidad para mirar al poder de frente. Maquiavelo comprendía. Si quieres gobernar, no te arredra matar. Saddam Hussein lo sabía: tienes que estar dispuesto a matar con tus propias manos. Y Stalin lo comprendía también: nunca puedes ser leal a nadie, porque eso sólo te debilita. Lenin fue bueno con Stalin, le dio su oportunidad, lo sacó de la nada para convertirlo en el guardián de las puertas del poder. Pero eso no impidió a Stalin aprisionar a Lenin y luego matarlo. Eso era lo que estos idiotas nunca comprenderían. Todos aquellos escritores militares eran solamente filósofos de sillón. Toda aquella historia militar. La mayoría era inútil. La guerra era únicamente una de las herramientas que los grandes hombres empleaban para conseguir el poder y conservarlo. Y la única manera de detener a un gran hombre era hacer lo que hizo Bruto.
Bean, tú no eres ningún Bruto. Enciende la luz. Déjame ver las caras.
Pero la luz no se encendió. Cuando terminó, cuando se marcharon, sólo quedó la luz que entraba por la puerta, que recortó sus figuras mientras se iban. Eran cinco. Todos desnudos, pero cargando con el equipo de grabación. Incluso lo probaron, para asegurarse de que habían recogido la confesión. Aquiles oyó su propia voz, fuerte y segura. Orgulloso de su hazaña. Eso demostraría a los débiles que estaba «loco». Lo mantendrían con vida. Hasta que el universo doblegara las cosas a su voluntad de nuevo, y lo liberara para reinar con sangre y horror sobre la Tierra. Como no le habían dejado ver sus caras, no tendría otra opción. Cuando todo el poder estuviera en sus manos, tendría que matar a todos los alumnos de la Escuela de Batalla. Eso sería una buena idea, de todas formas. Como todas
las mentes militares más destacadas de la época se habían reunido allí en un momento u otro, estaba claro que para gobernar con seguridad, Aquiles tendría que deshacerse de todos los que hubieran pasado por la Escuela de Batalla. Entonces no habría ningún rival. Y seguiría probando niños mientras viviera, encontrando a todos los que tuvieran una mínima chispa de talento militar. Herodes entendía cómo se mantiene uno en el poder.