Para: jpwiggin%ret@gso.nc.pub, twiggin%em@uncg.edu
De: Gob%ShakespeareCol@MinCol.gob
Asunto: Tercero
Queridos padre y madre:
Algunas cosas no se pueden evitar. Para vosotros han pasado 47 años de silencio de vuestro tercer y más ¡oven hijo. Para mí, han sido los seis años en la Escuela de Batalla, donde viví sólo por una razón: destruir a los insectores. Luego el año posterior a nuestra victoria, durante el cual descubrí que en dos ocasiones había matado a otros niños, que había destruido toda una especie inteligente que no creo haber comprendido nunca y que todos los errores que había cometido llevaron a la muerte a hombres y mujeres de lugares situados a años luz de distancia. Por último dos años de viaje en los que no tuve un momento para manifestar mis verdaderos sentimientos sobre ningún tema.
Durante todo ese proceso, he estado intentando determinar qué significó que me dieseis la vida. Tener un hijo sabiendo que habíais firmado un contrato para entregarlo al gobierno en cuanto lo solicitase... ¿no se parece un poco a lo historia de Rumpelstiltskin? En el cuento, alguien oye por casualidad el nombre secreto que liberará a los padres de su promesa de entregar su hijo al enano. En nuestro caso, el universo no conspiró a nuestro favor, y cuando Rumpelstiltskin llamó a la puerta le entregasteis al niño. A mí.
Yo mismo tomé una decisión... aunque es difícil determinar lo que comprendía a los seis años. Creía que ya era yo mismo; no era consciente de ninguna deficiencia en mi razonamiento. Pero ahora, echando la vista atrás, me pregunto por qué escogí. Fue en parte el deseo de huir de las amenazas y la opresión de Peter, ya que Valentine era incapaz de detenerle y vosotros dos no teníais ni idea de lo que pasaba con vuestros hijos. Fue en parte el deseo de salvar a la gente que conocía, sobre todo a mi protectora, Valentine, de la depredación de los insectores.
Fue en parte la esperanza de acabar siendo un chico muy importante. Fue en parte el desafío de la situación, la esperanza de victoria sobre los otros niños que competían por ser grandes comandantes. Fue en parte el deseo de abandonar un mundo donde todos los días me recordaban que los terceros hijos eran ilegales, indeseados, odiados porque consumían más recursos del mundo de los que correspondían a su familia.
Fue en parte la sensación de que mientras tú llorabas (madre) y tú vociferabas (padre), mi ausencia sería positiva para nuestra vida familiar. Ya no seríais los que teníais un hijo de más sin sufrir las penalidades de la ley. Con ese monitor desaparecido, no tendríais ninguna excusa evidente. Os podía oír diciéndole a la gente: «El gobierno autorizó su nacimiento para que pudiese entrar en un programa de entrenamiento militar, pero cuando llegó el momento, se negó a ir.»
Yo sólo existía por una razón. Cuando llegó el momento, creí no tener otra opción decente que cumplir con el propósito de mi creación.
Lo hice, ¿no es así? Dominé a los otros niños de la Escuela de Batalla, aunque yo no era el mejor estratega (Bean lo era). Dirigí a mi jeesh y, sin saberlo, a muchos pilotos para lograr la victoria total en la guerra... aunque una vez más, en un momento crucial, fue Bean el que me ayudó a ver el camino. No me avergüenza haber necesitado ayuda. La tarea era demasiado grande para mí, demasiado grande para Bean y demasiado grande para cualquiera de los otros niños, pero mi papel consistía en dirigir sacando lo mejor de cada uno.
Pero cuando obtuve la victoria no pude regresar a casa. Se celebró el consejo de guerra de Graff. La situación internacional era que las naciones temían lo que podía suceder si Estados Unidos disponía del gran héroe bélico para comandar sus tropas en la Tierra. Aunque confieso que hubo algo más. Fui consciente de que mi hermano y mi hermana escribían ensayos deliberadamente destinados a impedirme volver a la Tierra. Peter por razones que puedo suponer, resultado de nuestra relación de niños. Él no puede vivir en el mismo mundo que yo. O al menos, entonces no podía.
Y esto es para mí un misterio. Fui un chico de doce años durante gran parte de mi año en Eros. Se me prohibía regresar a la Tierra. Mis hermanos se aliaban con los que querían mantenerme alejado. Y ni una sola vez, en ningún noticiario, vi una cita o una declaración de mis padres rogando a los gobernantes que dejaran volver a casa a su niño. Tampoco supe de ningún esfuerzo por vuestra parte para venir a verme, dado que yo no podía reunirme con vosotros.
En vez de eso, cuando Valentine se presentó, se me insinuó, clara o veladamente, que, por alguna razón, mi obligación era escribiros a VOSOTROS. Durante los dos años de nuestro viaje (cuarenta para vosotros), Valentine me tuvo al corriente de su correspondencia con vosotros y me dijo que debía escribiros. Y durante todo ese tiempo, sabiendo que podíais conseguir fácilmente mi dirección y que vuestras cartas me llegarían tan fácilmente como a Valentine, nunca supe nada de vosotros.
He esperado.
Ahora sois bastante viejos. Peter tiene casi sesenta años y gobierna el mundo... Se han cumplido todos sus sueños, aunque parece que por el camino ha tenido algunas pesadillas. Por las noticias, parece que habéis estado casi continuamente a su lado, trabajando para él y por su causa. Habéis hecho declaraciones a la prensa respaldándole, y en momentos de crisis le apoyasteis valientemente. Habéis sido unos padres admirables. Sabéis cumplir con vuestro deber.
Y yo seguía esperando.
Recientemente, al haber descubierto las respuestas a preguntas que no tienen relación con vosotros, decidí que, como la mitad del silencio entre nosotros había sido mío, no esperaría más para escribiros. Aun así, no comprendo cómo se convirtió en obligación mía abrir esta puerta. ¿Cómo salté directamente de la irresponsabilidad de un niño de seis años a la absoluta responsabilidad que parecía concretarse en que yo restableciese nuestra relación una vez que fue posible?
Pensé que os avergonzabais de mí. Mi «victoria» llegó con el escándalo de mis asesinatos; queríais apartarme de vuestra mente. Entonces, ¿quién soy yo para insistir en que me reconozcáis? Sin embargo, maté a Stilson cuando era todavía un niño que vivía en casa. Eso no se lo puedo atribuir a la Escuela de Batalla. ¿Por qué no asumisteis la responsabilidad de haberme criado y educado durante esos seis años?
Pensé que os asombraba tanto mi gran logro que os sentíais indignos de insistir en nuestra relación y, como en el caso de la realeza, esperasteis a que yo os invitase. Pero existe un detalle: Peter no os asombra tanto como para evitar estar con él, aunque podría argumentarse que sus logros son todavía mayores (después de todo, logró la paz en la Tierra); eso me indica que el asombro no es un motivo de peso en vuestras vidas.
Luego pensé que habíais dividido la familia. Valentine es un «co-padre» y me ha sido asignada, mientras que ellos se han dedicado a Peter. Otras personas se ocuparon de entrenarme para salvar al mundo; pero ¿quién entrenaría a Peter, quién cuidaría de él, quién le retendría si se excedía o se convertía en un tirano? Estabais donde erais necesarios; ésa era la labor de vuestra vida. Valentine me dedicaría la suya y vosotros dedicaríais la vuestra a Peter.
Pero si eso pensabais, creo que os equivocasteis. Valentine es tan buena como la recuerdo, e igual de inteligente. Pero no puede comprenderme, ni comprender mis necesidades. No me conoce tan bien como para confiar en mí, y eso la vuelve loca. No es mi madre ni mi padre, no es más que mi hermana, y sin embargo se le ha asignado (quizá lo haya escogido ella) el papel de madre. Lo hace lo mejor que puede. Espero que no se sienta demasiado descontenta con venir en este viaje. El sacrificio que realizó para venir conmigo fue demasiado grande. Me temo que cree que el resultado ha sido de muy poco valor.
No os conozco, un hombre y una mujer de ochenta años. Conocí a un hombre y una mujer de treinta y pocos, muy ocupados con sus correrás extraordinarias, criando a hijos extraordinarios que, durante un tiempo, llevaron el monitor de la F.I. en la base del cráneo. Siempre había alguien vigilándome. Siempre pertenecí a otro. Nunca sentisteis que yo era completamente vuestro hijo.
Pero soy vuestro hijo. Hay en mí, en mis capacidades, en las decisiones que tomo sin ser consciente de haberlas tomado, en mis sentimientos profundos sobre la religión en la que creíais secretamente y que he estudiado cuando he podido, en todo eso hay rastros de vosotros. Vosotros sois la explicación de mucho de lo que es inexplicable.
Y mi capacidad para apartar por completo de mi mente ciertos asuntos (dejarlos de lado para poder trabajar en otros proyectos) también es vuestra, porque creo que eso es lo que habéis hecho conmigo. Me habéis dejado de lado, y sólo puedo recuperar vuestra atención pidiéndola directamente.
He observado relaciones dolorosas entre padres e hijos. He visto padres controladores y padres que desatendían a sus hijos, padres que cometen errores terribles que hieren profundamente a sus hijos, y padres que perdonan a hijos que han cometido actos horribles. He visto nobleza y valor; he presenciado espantoso egoísmo y ceguera absoluta, y he visto todo eso en los MISMOS padres, educando a los mismos hijos.
Lo que ahora comprendo es lo siguiente: no hay trabajo más duro que el de ser padre. No hay relación humana más potencialmente destructiva. A pesar de todos los expertos que escriben sobre ese tema, nadie tiene ni la más remota idea, en el caso de un niño concreto, de si una decisión será acertada, la mejor o «no demasiado horrible». Es un trabajo que, simplemente, no es posible hacer bien.
Por razones que desde luego estaban más allá de vuestro control, me convertí en un extraño para vosotros; por razones que no comprendo, no os esforzasteis por defenderme y llevarme a casa, ni por explicarme por qué no lo hicisteis, no podíais hacerlo o no debíais. Pero permitisteis que mi hermana se reuniera conmigo, perdiéndola. Fue un gran regalo: una ofrenda conjunta, vuestra y suya. Incluso si Valentine ahora lo lamenta, la nobleza del sacrificio no es menor.
He aquí por qué os escribo. Por mucho que intente ser autosuficiente, no lo soy. He leído suficiente psicología y sociología, y durante los dos últimos años he observado gran cantidad de familias, y comprendo que en la vida de una persona no hay forma de reemplazar a los padres, y que no es posible seguir sin ellos. A los quince años he logrado más que todos los grandes hombres de la historia, excepto un puñado de ellos. Puedo repasar los registros de lo que hice y ver, con claridad, que así es.
Pero no me lo creo. Miro en mi interior y sólo veo al destructor de vidas. Incluso mientras evitaba que un tirano usurpase el control de esta colonia, incluso cuando ayudaba a una ¡oven a librarse de una madre dominante, en el fondo oía una voz que me decía: «¿Qué representa este gesto en comparación con todos los pilotos que murieron porque tu mando fue torpe?
¿Qué es esto en comparación con la muerte a tus manos de dos niños, degenerados, sí, pero jóvenes? ¿Qué es esto comparado con el exterminio de una especie a la que destruiste sin saber si realmente hacía falta?»
Hay algo que sólo los padres pueden ofrecer, y yo lo necesito y no me avergüenza pedíroslo. De mi madre necesito saber que todavía soy parte de ti, que no estoy solo.
De mi padre preciso saber que yo, como ser humano individual, me he ganado mi lugar en el mundo.
Voy a recurrir a las escrituras, que sé que tanto han significado para vosotros a lo largo de vuestra vida. De mi madre, necesito saber que observó mi vida y que «guarda todo esto en su
corazón». De mi padre, necesito oír: «Lo has hecho bien, siervo fiel y bueno... ¡Comparte la felicidad de tu señor!»
No, no me creo Jesús y no creo que vosotros seáis Dios. Simplemente, creo que todo niño necesita lo que María entregó, y el Dios del Nuevo Testamento nos enseña que un padre debe formar parte de la vida de sus hijos.
Esto es lo irónico: al tener que pedíroslas, dudaré de vuestras respuestas. Por tanto, no sólo os las pido, os pido también que me ayudéis a creer que lo digáis.
A cambio, os ofrezco lo siguiente: comprendo que os fue imposible tenerme como hijo. Creo que en todo momento decidisteis hacer lo que creíais mejor para mí. Incluso aunque no esté de acuerdo con vuestras decisiones (y cuanto más lo pienso, más de acuerdo estoy), creo que nadie que supiese lo poco que vosotros sabíais podría haber escogido mejor.
Mirad a vuestros hijos: Peter gobierna el mundo, y parece estar haciéndolo con el mínimo derramamiento de sangre y el mínimo terror. Yo destruí al enemigo que nos aterrorizaba por completo y no soy un mal gobernador de una pequeña colonia. Valentine es un ejemplo de entrega y amor... y ha escrito y escribe historias brillantes que contribuirán al modo en que la humanidad entenderá nuestro pasado.
¡Qué hijos tan extraordinarios! Tras darnos vuestros genes, tuvisteis el terrible problema de intentar educarnos. Por lo que he visto de Valentine y lo que ella me cuenta de Peter, lo hicisteis muy bien, sin que vuestra mano pesase nunca excesivamente en nuestras vidas.
Y en cuanto a mí, el ausente, el hijo pródigo que no volvió a casa, en mi vida y mi alma sigo percibiendo vuestra huella, y me alegro de aquellas cosas en las que encuentro rastros de vosotros. Me alegro de haber sido vuestro hijo.
Sólo ha habido tres años durante los cuales hubiese podido escribiros. Lamento haber tardado tanto en ordenar adecuadamente mi mente y mi corazón para encontrar algo coherente que decir. Para vosotros han pasado cuarenta y un años, durante los cuales creo que os tomasteis mi silencio como una petición de silencio.
Ahora estoy muy lejos de vosotros, pero al menos volvemos a movernos por el tiempo al mismo ritmo, día a día, año tras año. Como gobernador de la colonia, tengo acceso constante al ansible; como padres del Hegemón, creo que vosotros disfrutáis de una ventaja similar. Cuando estaba de viaje, podríais haber invertido semanas en redactar una respuesta y para mí hubiese sido como si sólo pasara un día. Pero ahora, tardéis lo que tardéis, ése será el tiempo que esperaré.
Con amor, pesar y esperanza, vuestro hijo,
ANDREW
Valentine se acercó a Ender con las páginas impresas del libro que su hermano había escrito.
—¿Cómo lo vas a titular? —preguntó con la voz temblorosa.
—No lo sé —dijo Ender.
—Imaginar la vida de las reinas colmena, ver nuestra guerra desde su punto de vista, atreverse a inventar toda una historia para su especie y contarla como si hablase la mismísima reina colmena...
—No me lo he inventado —dijo Ender. Valentine se sentó en el borde de la mesa.
—Fuiste con Abra a buscar el lugar de la nueva colonia. ¿Qué encontraste?
—Lo sostienes en la mano —dijo Ender—. Encontré lo que he estado buscando desde que las reinas colmena permitieron que las matase.
—¿Me estás diciendo que encontraste insectores vivos en el planeta?
—No —dijo Ender, y técnicamente era cierto... sólo había encontrado un insector.
¿Y realmente era posible considerar «viva» una pupa aletargada? Si te encontrases con una única crisálida, ¿dirías que has encontrado «mariposas vivas»?
Probablemente. Pero a mí no me queda más opción que mentir a todo el mundo. Porque si se supiese que una reina colmena todavía vive en este mundo, en un capullo del que podría salir con millones de huevos fertilizados en su interior, y en su fenomenalmente enorme mente todo el conocimiento acumulado por todas las reinas colmena anteriores, las simientes de la tecnología que casi nos destruyó y el conocimiento para crear las armas más espantosas si lo deseara... Si eso se supiese,
¿cuánto tiempo sobreviviría el capullo? ¿Cuánto tiempo permanecería con vida quien quisiera protegerlo?
—Pero encontraste algo que hace que estés seguro de que esta historia que has escrito no es simplemente hermosa sino cierta —dijo Valentine.
—Si pudiese contarte más, lo haría.
—Ender, ¿alguna vez nos lo hemos contado todo?
—¿Lo hace alguien?
Valentine tomó la mano de Ender.
—Quiero que en la Tierra lo lean todos.
—¿Les importará? —Ender sentía esperanza y desesperación. Quería que su libro lo cambiase todo. Sabía que no cambiaría nada.
—A algunos —dijo Valentine—. A los suficientes. Ender rió.
—Así que se lo mando a un editor y lo publicará. ¿Luego qué? Recibo cheques por los derechos que podré canjear por... ¿Qué se puede comprar aquí?
—Todo lo que necesitamos —dijo Valentine, y los dos rieron. Luego, con más seriedad, Valentine añadió—: No lo firmes.
—Me preguntaba si debía hacerlo.
—Si se sabe que es cosa tuya, que es de Ender Wiggin, entonces los críticos se dedicarán a psicoanalizarte y prácticamente no dirán nada del libro en sí. La conclusión será que se trata poco más que de tu conciencia intentando hacer las paces con tus diversos pecados.
—No esperaba nada mejor.
—Pero si se publica de forma anónima, entonces lo leerán por lo que el propio libro dice.
—La gente creerá que es ficción, que me lo inventé.
—Eso será siempre así —dijo Valentine—. Pero no parece ficción. Suena a verdad.
Y algunos como tal lo aceptarán.
—Así que no lo firmo.
—Oh, sí que lo harás —dijo Valentine—, porque quieres que haya algún nombre por el que puedan referirse a él. De la misma forma que yo sigo usando el de Demóstenes.
—Pero nadie cree que sea el mismo Demóstenes que soliviantaba tanto antes de que Peter tomase el control del mundo.
—Invéntate un nombre.
—¿Qué tal «Locke»? Valentine rió.
—Todavía hay gente que le llama así.
—¿Qué tal si lo llamo Necrológica y firmo... Funerario?
—¿Qué tal si lo llamas Panegírico y lo firmas «La voz en el funeral» ?
Al final, lo llamó simplemente La Reina Colmena y lo firmó como «La voz de los muertos». Y en su correspondencia anónima y segura con su editor, insistió en que fuese impreso sin ningún tipo de derechos de autor. El editor estuvo a punto de no aceptar, pero Ender fue muy insistente.
—Indica en la portada que la gente tiene libertad de hacer tantas copias como quiera, pero que tu edición es especialmente bonita, para que la gente la lleve encima y la subraye.
Valentine se divertía.
—¿Comprendes lo que haces? —dijo.
—¿El qué?
—Haces que lo traten como a las escrituras. ¿De verdad crees que la gente lo leerá con ese espíritu?
—No sé qué hará la gente —dijo Ender—, pero sí, lo considero sagrado. No quiero ganar dinero con ese libro. ¿Para qué iba a usar el dinero? Quiero que lo lean todos. Quiero que todos sepan quiénes eran las reinas colmena. Qué perdimos cuando las erradicamos.
—Salvamos nuestra vida, Ender.
—No —dijo Ender—. Eso creíamos, y por eso no se nos debería juzgar... pero lo que realmente hicimos fue masacrar a una especie que deseaba desesperadamente hacer las paces con nosotros, intentar comprendernos... pero que nunca comprendió lo que son el habla y el lenguaje. Ésta es la primera vez que han tenido la oportunidad de encontrar una voz.
—Demasiado tarde —dijo Valentine.
—Así son las tragedias —dijo Ender.
—¿Y su defecto trágico fue la... mudez?
—Su defecto trágico fue la arrogancia: creían que podían terraformar cualquier mundo que no contuviese una inteligencia que ellos supieran reconocer... seres que se hablaban mente a mente.
—Como los bichos de oro hablan con nosotros.
—Los bichos de oro gruñen... mentalmente —dijo Ender.
—Encontraste uno —dijo Valentine—. Te pregunté si habías encontrado
«insectores» y dijiste que no, pero diste con uno.
Ender no dijo nada.
—No lo volveré a preguntar jamás —dijo Valentine.
—Eso está bien —dijo Ender.
—Y ese uno... está solo.
Ender se encogió de hombros.
—No lo mataste. No te mató. Te contó... No, te enseñó todos los recuerdos que has reflejado en el libro.
—Para ser alguien que no va a volver a preguntar, haces un montón de preguntas, señorita —dijo Ender.
—No te atrevas a hablarme como a una niña.
—Soy un hombre de cincuenta y cuatro años —dijo Ender.
—Puede que nacieses hace cincuenta y cuatro años —dijo Valentine—, pero sólo tienes dieciséis y, da igual la edad que tengas, yo soy dos años mayor.
—Cuando llegue la nave colonial, subiré a bordo —dijo Ender.
—Creo que ya lo sabía —dijo Valentine.
—No puedo quedarme aquí. Debo hacer un largo viaje. Alejarme de todos los humanos.
—Las naves sólo van de mundo en mundo. Hay gente en todos ellos.
—Pero le lleva tiempo llegar —dijo Ender—. Viaje tras viaje, con el tiempo dejaré atrás a la humanidad tal y como es ahora.
—Será un viaje largo y solitario.
—Sólo si voy solo.
—¿Es una invitación?
—Para que vengas conmigo mientras te resulte interesante —dijo Ender.
—Es cierto—dijo Valentine—. Supongo que ahora que has salido de la depresión permanente serás mejor compañía.
—No lo creo —dijo Ender—. Mi intención es permanecer en estasis durante los viajes.
—¿Y perderte las lecturas de obras durante el camino?
—¿Puedes terminar tu libro antes de que llegue el momento de partir? —preguntó Ender.
—Probablemente —dijo—. Al menos este volumen.
—Pensaba que era el último.
—El penúltimo —puntualizó Valentine.
—Has tratado todos los aspectos de las Guerras Insectoras y ahora escribes sobre la última batalla.
—Quedan dos grandes nudos por deshacer. Ender cerró los ojos.
—Creo que mi libro deshace uno —dijo.
—Sí—dijo Valentine—. Me gustaría incluirlo al final de mi nuevo volumen.
—No tiene derechos de autor —dijo Ender—. Puedes hacer lo que te plazca.
—¿Quieres saber cuál es el otro nudo? —preguntó Valentine.
—Deduzco que es la unificación del mundo por parte de Peter tras el final de la guerra —aventuró Ender.
—¿Qué tiene eso que ver con una historia de las Guerras Insectoras? El último nudo eres tú.
—Soy un nudo gordiano. No me deshagas, córtame.
—Voy a escribir sobre ti.
—No lo leeré.
—Vale —dijo Valentine—. No te lo enseñaré.
—¿Podrías hacerme el favor de esperar? —Quería decir «hasta que haya muerto», pero no dio tantos detalles.
—Quizás un tiempo —dijo Valentine—. Veremos.
Ender dedicaba los días a los asuntos de la nueva colonia. Preparaba los detalles de la llegada y se aseguraba de que en los cuatro asentamientos se cultivara de más, así como en la nueva colonia, de forma que los recién llegados pudiesen tener malas cosechas durante dos e incluso tres años sin pasar hambre.
—Y necesitaremos dinero —dijo Ender—. Aquí donde todos nos conocemos, esta especie de comunismo informal ha funcionado bien. Pero para el comercio nos hace falta un medio de intercambio.
—Po y yo te encontramos los bichos de oro —dijo Sel Menach—. Así que tienes oro. Acuña monedas.
Abra se las ingenió para adaptar una prensa de aceite y fabricar una estampadora de monedas, y uno de los químicos desarrolló una aleación que no soltara continuamente oro a medida que las monedas pasasen de mano en mano. Uno de los jóvenes con talento dibujó a Sel Menach y una de las ancianas dibujó, de memoria, el rostro de Vitaly Kolmogorov. Sel insistió en que Kolmogorov apareciese en las monedas de menor valor:
—Porque es el rostro que verán más a menudo. A los grandes hombres siempre se les otorga la de menor valor.
Practicaron con el uso del dinero para que los precios se ajustasen antes de la llegada de los nuevos colonos. Al principio era una broma. «Cinco pollos no hacen una vaca.» Y en lugar de llamar a las monedas «cincos» y «unos», las llamaron
«seles» y «vites». «A Sel lo que es de Sel, pero quédate con Vit.» «Sel es sabio, Vit tonto.»
Ender se esforzó por fijar el valor de las monedas con respecto al dólar internacional de la Hegemonía, pero Valentine le paró los pies.
—Que adquiera con su propio valor, fijado por lo que la gente pague, por lo que sea que acabemos exportando a otros mundos. —Así que la moneda flotó dentro de su propio universo privado.
Al principio la primera edición de La Reina Colmena se vendió lentamente, pero luego cada vez más rápido. El libro fue traducido a muchas lenguas, aunque casi todos en la Tierra poseían conocimientos básicos de común, ya que era la lengua
oficial del Pueblo Libre de la Tierra de Peter... el nombre propagandista que había escogido para su nuevo gobierno internacional.
Mientras tanto, por las redes circulaban ejemplares gratis, y un día apareció incluido en un mensaje que recibió una xenobotánica. Fue contándoselo a todos en Miranda, y se imprimieron ejemplares que pasaron de mano en mano. Ender y Valentine no comentaron nada; cuando Alessandra le entregó un ejemplar a Ender, éste lo aceptó, esperó un tiempo y lo devolvió.
—¿No es maravilloso? —preguntó Alessandra.
—Creo que lo es, sí—dijo Ender.
—Oh, sí, esa voz analítica, esa actitud desapasionada.
—¿Qué puedo decir? —dijo Ender—. Soy como soy.
—Creo que este libro me ha cambiado la vida —dijo Alessandra.
—Espero que para mejor —dijo Ender. Y luego, dando un vistazo a su vientre hinchado, preguntó—: ¿Ha cambiado tu vida más que tu bebé?
Alessandra sonrió.
—Todavía no lo sé. Dentro de un año te lo cuento.
Ender no dijo: «Dentro de un año estaré lejos, en una nave espacial.»
Valentine terminó el penúltimo volumen y, cuando se publicó, incluyó el texto completo de La Reina Colmena con una nota introductoria.
«Sabemos tan poco de los insectores que me resulta imposible, en mi labor como historiadora, contar la guerra desde su punto de vista. Por tanto, incluyo una versión artística de la historia, porque, aunque no se puede demostrar, creo que es una historia real.»
No mucho después, Valentine fue a hablar con Ender.
—Peter leyó mi libro —dijo.
—Me alegro de que alguien lo haya leído —dijo Ender.
—Me envió un mensaje sobre el último capítulo. Dice: «Sé quién lo ha escrito.»
—¿Y acertó?
—Sí.
—Mira que es listo.
—Le emocionó, Ender.
—Parece que a la gente le gusta.
—No sólo les gusta, y lo sabes bien. Deja que te lea las palabras de Peter: «Si puedes hablar en nombre de los insectores, seguro que puedes hablar por mí.»
—¿Qué se supone que significa?
—Quiere que escribas sobre él. Sobre su vida.
—Tenía seis años la última vez que vi a Peter y unas horas antes había amenazado con matarme.
—Entonces estás diciendo que no.
—Digo que hablaré con él y veremos qué pasa.
Hablaron por ansible en periodos de una hora. Peter con casi sesenta años, con un corazón débil que preocupaba a los médicos, Ender todavía un muchacho de dieciséis. Pero Peter seguía siendo el mismo, y también Ender, sólo que ahora no había furia entre ellos. Quizá porque Peter había logrado todo lo que había soñado y Ender no se había interpuesto en su camino y ni siquiera, al menos en opinión de Peter, le había superado.
Tampoco en opinión de Ender.
—Lo que hiciste —dijo Ender— sabías que lo hacías.
—¿Eso es bueno o malo?
—Nadie tuvo que engañar a Alejandro para que conquistase Persia —dijo Ender—
. De haber sido así, ¿le llamaríamos Magno?
Una vez que Peter le hubo contado su vida, todo lo que había sido lo suficientemente importante como para salir en las conversaciones, a Ender le bastaron cinco días para escribir un libro delgado titulado El Hegemón.
Le envió una copia a Peter con una nota que decía: «Como el autor será "La voz de los muertos", sólo puede publicarse después de tu muerte.»
Peter le respondió: «Para mí no llegará lo suficientemente rápido.» Pero en una carta a Valentine, le reveló a ésta todo lo que significaba para él ser comprendido tan completamente. «No ha ocultado nada de lo malo que he hecho. Pero todo está en equilibrio. En perspectiva.»
Valentine le mostró la carta a Ender y éste rio.
—¡Equilibrio! ¿Cómo puede alguien saber el peso relativo de los pecados y los grandes logros? Cinco pollos no hacen una vaca.