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35.71% Reyes de Oro y Plata / Chapter 5: 2

Chapter 5: 2

Capítulo 2 - La convicción de Elio.

Después del accidente donde perdió a toda su familia, Elio deseó haber tenido el poder de ver el futuro. De esa forma pudo haber evitado tantos eventos que lo dejaron en aquel lugar, sin familia ni sueños; perdido y en cuidado de un hombre tan frío como el hielo, y con la lengua tan afilada que cada que la utiliza para hablar solo daña a Elio en lo más profundo de su alma. No hay propósitos suficientes que lo mantengan con vida, salvo el quizás, el hubiera, lo que podría haber sido si todo fuera un sueño premonitorio.

Pero es imposible. No hay nada más que recuerdos que se desvanecen, sonidos que suenan lejanos, sentimientos cálidos que ahora son fríos.

Entonces, lo único que lo ata es lo que su familia dejó atrás, sobre todo su padre, Juan Reyes: sus palabras, sus gestos, los personajes que creó y abandonó, mundos incompletos que nunca podrán ser explorados en su totalidad, y una promesa que hace mucho tiempo se rompió.

Juan Reyes era un escritor no muy famoso, sin embargo, cada que se publicaba un libro suyo, la comunidad siempre salía a celebrar y juntarse a leer unos cuantos capítulos, aunque no todos disfrutaran la lectura. Lo que unía al pueblo era el cariño que le tenían a su padre, quien todo el tiempo tenía una sonrisa e historias fantasiosas que contar a los niños del vecindario. Fue algo que empezó a hacer para que su enfermiza hija no saliera de casa y tuviera amigos. Elio nunca fue muy fanático de los libros, pero sí de los de su papá, les tenía un cierto cariño y admiración, pese a que no fueran unos best-sellers.

En algún punto, el manuscrito de Reyes de Oro y Plata cayó en sus manos. Un libro que nunca se publicó, solo escrito para Elio como regalo de cumpleaños número dieciséis. Era inmenso, tedioso, pero hermoso. Trágicamente bello y fantasioso, por completo opuesto a lo que solía escribir. Leer ese libro era como si estuviera escuchando los cuentos antes de dormir de su padre para su hermana.

No había pensado en Reyes de Oro y Plata desde hace un año; no deseaba hacerlo después de lo sucedido. Se sintió como una maldición, algo que nunca debió estar en sus manos, ya que, un mes fue suficiente para que todo se cayera en pedazos: las peleas sin fin, las miradas furiosas y los portazos de los cuartos. Algo que se fragmentó y se perdió. Elio se sintió de esa forma, tan podrido por dentro por un mes hasta que acabó en el hospital sin familia.

Y como si la maldición de ese manuscrito regresara, Arian pregunta sobre ello.

¿Cómo es que si no tenían casi nada de comunicación con Arian es que sabe sobre Reyes de Oro y Plata?

Con esas dudas carcomiéndole la mente, el guardaespaldas abre la puerta de la camioneta negra con vidrios polarizados que se estaciona en fila con otras dos. Exagerado y extravagante, piensa Elio con una mueca de asco.

—Gracias —Eli dice en voz baja, subiéndose a la camioneta sin escuchar ninguna respuesta del guardaespaldas. La puerta se cierra detrás de él, y solo alcanza a suspirar hasta que nota la presencia de alguien más en el auto—. Buenas noches, secretario Torres.

—Buenas noches, señor Reyes. —Antonio Torres, el secretario de Arian (y algo así como el niñero de Elio) está sentado en el asiento del copiloto acomodando el horario de su tío en una tableta, sin mirarle en ningún momento por el espejo retrovisor como Elio lo está haciendo—. Espero que su caminata haya valido mi regaño y casi despido.

Elio resopla, apoyando su mano en la puerta y tapando su boca con una mano para no reírse sarcásticamente. El secretario Torres alza la mirada, ahora sí observándole por el espejo y alzando una ceja.

—No es mi culpa que no pueda hacer bien su trabajo —murmura con desdén. Elio no odia al secretario Torres, de hecho, todo lo contrario; siente pena por ese señor al que solo le saca canas verdes cada que se encuentran. Eli no desea ese orden en el que están planeando su vida, no quiere sentirse sofocado y cualquier oportunidad que tenga, es para escaparse de ese mundo tan ostentoso.

—Sé que a usted no le importo yo, y créame que usted tampoco a mí. Como el señor Reyes dijo: solo estoy haciendo mi trabajo. Si quiere descargarse en alguien, puede hacerlo en el gobernador, no en mí. No soy su niñero, señor Reyes, espero lo comprenda. —Una sonrisa falsa y demasiado grande aparece en el rostro del secretario volviendo a la agenda.

Elio lo observa un momento: está en una guayabera blanca, cabello castaño con algunas canas embarrado de mucho gel, ojeras tan oscuras y profundas que pareciera que en cualquier momento cederá ante el cansancio, y unas manos grandes con mucho vello que no parecen hechas para el trabajo de secretario. Se ve tan demacradamente político que le sigue dando lástima.

—También, absténgase de no seguir su agenda. Por algo me tomé el tiempo de hacerla. Es importante que obedezca si quiere dejar de pasar tiempo en la oficina del gobernador. Si tanto detesta estar en la misma habitación que él, ¿por qué sigue comportándose inmaduramente y llevándose regaños que ni a usted, ni a mí, ni al gobernador nos beneficia?

Se abstiene de soltar otro resoplido, cansado del mismo discurso.

—Tanto usted como yo sabemos que es una mierda tenerlo de familia. Después de todo, lleva trabajando desde el comienzo de su carrera. Lo conoce mejor que yo, secretario Torres —se encoge en su asiento, reposando la cabeza en su mano y el codo en la orilla de la ventana del auto. Observa cómo la brisa se lleva algunas hojas de los árboles que hay en el cementerio de la ciudad. No es un día normal. No se siente como uno. No debería sentirse normal, después de todo, hace un año fue la última vez que vio a su familia—. No sé qué imagen tiene de mi tío, pero, yo no puedo verlo más que como una persona que abandonó a quienes más lo necesitaban. Para mí, él nunca se ganará mi perdón por más que ruegue.

Antonio Torres sigue viendo la tableta, pero no escribe ni acomoda nada. Solo se queda quieto, su respiración más tranquila que antes. Sus labios apretados, sin poder hacer nada por Arian Reyes y el desprecio que le tiene su sobrino. Él conoce a la perfección a la persona para la cual trabaja, cómo no. El secretario es la mano derecha del gobernador. Han sido amigos desde la universidad, lo ha apoyado desde que Arian decidió ser político. Pero, no lo sabe. No conoce por qué Arian se contiene, cambia, se apuñala a sí mismo por un mocoso malagradecido.

¿Por qué?, le ha preguntado tantas veces. Arian solo le lanza una mirada intensa, llena de un enojo indescriptible, como si el simple hecho de preguntar lo ofendiera.

Porque es mi familia, una vez respondió y nada más.

—No tengo ninguna imagen de él, más que la de mi jefe y este tipo de conversación es inapropiada. Aunque no lo respete, yo sí lo hago y que hable mal del gobernador a sus espaldas, me resulta grosero e incómodo —espeta el secretario, regresando a su trabajo. La plática parecía a punto de morir, sin embargo, cuando alza la mirada por unos segundos, Elio Reyes le observa... con una sonrisa a medias, sin los lentes de contacto de color. La piel se le eriza, sin haberlo notado unos minutos atrás.

Los ojos grisáceos con tonos de un dorado brillan con enojo, tristeza, resentimiento. Hipnóticos y bellos. Escalofriantemente extraños.

—Lamento haberlo puesto incómodo, secretario Torres. Pero no tengo intención de disculparme por las cosas que acabo de decir sobre mi tío. Tenga razón o no; sea un ángel o no, él ha sido tan poca familia para mí que ya no importa nada que haga para enmendar sus errores y faltas. —Con ello, Elio deja de mirarle y vuelve su vista fuera del vehículo.

Antonio Torres aprieta sus labios en una fina línea, sin saber qué responder sin sonar enojado, porque lo está, completamente. Pero se tiene que recordar que Elio es un niño y Arian tampoco ha sido el más amable con él. Y, de todos modos, no puede evitar sentirse frustrado al no entender por qué tienen que sufrir y odiarse para estar en familia, juntos.

—Señor Reyes-...

Antes de que Antonio pudiera decir algo más, Arian Reyes entra a la camioneta de lado contrario a Elio, cerrando la puerta detrás de sí. Suspira, observándolos a los dos con el ceño fruncido. El aire se siente más tenso de lo normal y pareciera que ninguno de los tres pudiera respirar correctamente.

—Parece que estaban charlando de algo importante —Arian rompe el silencio incómodo.

Elio solo suspira, volviendo su vista hacia la ventana e ignorando a su tío y el secretario que se quedan viendo por el espejo retrovisor. Unos segundos después, el chófer entra al vehículo para irse una vez que ya está todo listo, ignorante de la situación.

Arian alza una ceja, sacando su celular cuando mensajes empiezan a llegar y sin despegar la vista del aparato, habla con fastidio:

—Torres, envía un guardaespaldas con Elio para que lo siga a toda hora.

Eli observa a su tío por el reflejo de la ventana, escuchando cada palabra, sin saber qué está haciendo. Nunca le había puesto guardias. Se siente suficientemente enjaulado y ahora... ¿le quiere poner un maldito guardaespaldas? Ni siquiera tiene opinión en esto, por lo que ni intenta refutar la orden su tío. Se siente impotente.

—¿A toda hora? ¿Aún en horas de escuela? —El secretario Torres pregunta, bajando la mirada hacia la pantalla de la tableta.

Arian voltea a ver a Elio también por el reflejo, ladeando la cabeza hacia su ventana y baja la mirada otra vez a su celular, sin extrañarse que Elio no dijera nada, porque no tiene autoridad.

—Sí, aún en horas de escuela, Torres.

~*~

Se arranca nerviosamente un pellejo de su dedo pulgar con su uña del que pronto sale sangre, pero Elio sigue como si nada porque el sonido de teclas siendo oprimidas lo tiene más preocupado.

Diez minutos han pasado desde que Elio fue citado a la oficina de su tío, y ahora se encuentra ahí enfrente de él, arrancándose pellejos de lo ansioso que está, esperando por algún sonido salir de la boca de Arian, no importa si es un regaño, suspiro o insultos... Solo quiere librarse de esta situación rápido. Pero, para su tutor, es más importante terminar su trabajo que regañar a Elio, así que le toca esperar en silencio mientras recorre su mirada por todo el lugar.

Elio ha estado varias veces en la oficina de su tío, y siempre hay algo diferente en ella; si son los cuadros, los libros, los muebles o nuevas adquisiciones. Esta vez, Arian tiene un nuevo librero con enciclopedias, de las que duda mucho que siquiera abra para leerlas, parecen más adornos. También nota que varios cuadros fueron reemplazados por una colección del tipo abstracta de la que Elio no entiende nada. Nunca fue muy fanático del arte.

Sin embargo, cuando está en este espacio profesional de su tío, es como si fuera otra persona. Los gustos de Arian cambian, al igual que las máscaras que utiliza para engatusar a la gente en los escenarios. La primera vez que vio cómo Arian se desenvolvía enfrente de miles de personas, sonriendo y hablando carismáticamente, pensó lo genial que era. Después, Elio notó que le caía mejor la máscara de su tío que su verdadera persona.

—Cambiaste las pinturas. No sabía que estabas tan metido en el arte abstracto —Elio, sin poder aguantar más ese silencio incómodo, abre la boca volviendo su mirada hacia su tío, quien detiene sus dedos del teclado de la laptop.

Arian ni siquiera le observa.

—Simplemente... me aburrieron las otras. —Suspira cortamente antes de volver a escribir.

Elio sonríe de lado, con sorna.

—Te aburren muchas cosas con rapidez, Arian. —Apoya su mentón en su mano mientras su codo se reposa encima del brazo de la silla. Sus ojos estudian la postura de Arian, sentado en una silla negra que se ve muy cómoda, su escritorio de caoba gigante tiene muchos documentos alineados para que todo sea fácil de encontrar y útiles que van acomodados por color.

Arian entrecierra sus ojos, lamiendo sus labios antes de hablar:

—Tu psicóloga me dijo que has estado faltando a sus sesiones.

Ajá, piensa Elio, así que solo querías tocar este tema con la excusa del maldito regaño.

Baja la mirada hacia sus manos para evitar los ojos grisáceos de su tío.

—Estuvo bien las primeras semanas, me comenta ella, que entrabas a la sala y te quedabas callado, pero por lo menos estabas presente. Ahora... —Arian suspira poniendo sus manos sobre el escritorio y entrelazando sus dedos— te quedas la hora enfrente de su consultorio y después te vas. Eso ha estado pasando desde hace dos meses.

Elio trata de aguantar la sonrisa burlesca, porque escucharlo de la boca de su tío es gracioso. Dos meses haciéndose el tonto.

—Elio, ya pasaron siete meses desde que saliste del hospital. Lo comprendí los primeros meses porque sí, hablar sobre el accidente es... delicado. Pero, son siete meses y no has dicho nada. —Arian se echa hacia atrás, con una mirada cansada—. No puedes hacer como si nada hubiera pasado. No puedes simplemente borrar de su existencia lo que pasaste hace un año. No quiero forzarte, pero ¿de qué otra forma vas a avanzar si no puede hablar de ello?

Elio sigue sin decir nada, jugando con sus dedos, porque no piensa abrir la boca frente a esa psicóloga. No quiere sentirse como un idiota enfrente de una señora de mediana edad con una sonrisa falsa, la cual le quiere dar seguridad y el efecto es completamente el contrario. No quiere sentirse como un bicho raro, que lo diagnostiquen, porque lo sabe. Algo está mal en él.

—Y no has tocado el piano tampoco desde hace un mes, tienes una presentación pronto. Necesitas practicar. —Su tío niega con la cabeza—. ¿Es esto acaso tu fase de rebeldía? ¿O por qué de la nada ya no quieres tocar el piano?

Elio se cubre el rostro con sus manos y se ríe sin gracia. De la nada, esas palabras se repiten en su mente. El piano para Elio es algo sagrado, un pasatiempo suyo que se le da bien porque a su padre siempre le gustó el sonido que produce, cómo la música puede relajarlo. Elio tocaba solo para su familia. Nunca se creyó un "genio" ni esperó ningún reconocimiento. Ahora estar sentado por horas frente al piano, tocando piezas con las cuales está poco familiarizado, siendo regañado cada que se equivoca y repetir una y otra y otra y otra vez hasta no sentir sus dedos... lo drenó.

Está cansado, y ya no puede tocarlo.

—No puedo tocarlo. —Por fin habla, armándose de valor para decir lo que siente respecto al instrumento—. No es algo de querer, Arian. Simplemente no puedo.

—Elio, si es algo psicológico, con más razón debes hablarlo con la especialista. Estoy haciendo una inversión en ti porque creo que podrás hacer más que solo esto. Te han reconocido como un genio, podrías ganar mucho de ello. Si compitieras tal vez...

—Tú no entiendes —se exaspera Elio—. No quiero competir, no quiero tocarlo, no quiero tener nada qué ver con el maldito piano. No puedo, no quiero.

Arian cierra sus ojos un momento, tratando de reprimir la desesperación que siente por no poder cambiar nada en Elio, no poder ayudarlo. No entiende cómo es que Elio puede sacar lo peor de sí mismo, si es algún tipo de habilidad. Siente que cualquier palabra que sale de la boca de Elio es ofensiva, a veces un pedido de ayuda o un capricho. Pero, esto... no sabe cómo tomárselo.

—¿Por qué crees que "no puedes"? —Cuestiona el tío de Elio, abriendo sus ojos y controlando su temperamento, que al parecer es de familia.

Él se queda en silencio. Desvía su rostro hacia un lado, reacio a responder por qué, no pone esfuerzo en que lo entienda. Cada oración suya parece capricho, y Arian no tiene excusa para perdonar su comportamiento. No lo comprende, no puede conectarse con su sobrino en ningún maldito momento porque está cansado, preocupado, ansioso y teme que la situación se esté saliendo de su control y llegue un punto donde todo explote.

—Elio ... No creo que entiendas lo importante que es que vayas con la psicóloga. No tiene que ser ella, si eso es lo que tú deseas. Pero, no podemos estar teniendo este tipo de enfrentamientos cada maldita semana. Esto... —señala por completo al adolescente, quien sigue sin dirigirle la mirada—, este comportamiento, no me dice para nada que estás bien. ¿Crees que no sé qué no duermes? ¿Te has visto en un bendito espejo? Ni siquiera comes bien...

—Estoy bien. Estoy perfectamente. Todo está excelente. Soy tu inversión, ¿no? ¿Por eso en este momento te preocupas tanto por mí? ¿Porque "gastaste un dineral en mí"? ¿Tanto temes que tu "producto" deje de funcionar? —Elio lo enfrenta, sonando burlesco, una sonrisa sin gracia apareciendo por su rostro—. Me mato en el instituto. ¿He reprobado alguna materia? No, soy el mejor en cada una de ellas. Siempre participo. Socializo. No voy a fiestas. No bebo. No me drogo. No fumo ni me junto con delincuentes. ¿Qué más quieres que tu inversión haga por ti, Arian? —Pregunta retóricamente. No está gritando, ni siquiera muestra tanta emoción, solo... suelta verdades—. Ah —dice furioso—. Lo olvidaba... También soy un miembro activo en la política, por ti. Estoy en el ojo público por ti. Y te digo "padre", aunque lo último que piense de ti es como un familiar. —Niega con la cabeza, incrédulo—. Te estoy pidiendo una sola cosa: yo no quiero ni deseo volver a tocar un piano en mi vida, y espero que puedas respetarlo.

Elio no está tratando de convencer a su tío, sino a sí mismo. Lo puede sentir, cómo se debilita con cada día que pasa. Las ojeras que están maquilladas con corrector, su piel pálida y la pérdida excesiva de peso porque no tiene apetito. Sabe que no ha podido dormir por las noches, ya que las pesadillas lo persiguen. El cansancio y el mal humor no dejan su sistema, y Arian lo sabe. Él se dio cuenta que Elio no está bien desde que salió del hospital. Nada lo está. Su mente no está tranquila, y su cuerpo tampoco.

Y es que, está tan cansado. Solo quiere llorar todos los días, a cada minuto, cada hora. Quiere que su mamá lo abrace. Quiere que su papá le acaricie la mejilla.

Quiere regresar a casa.

Pero eso ya no existe. Lo ha perdido todo.

Así que, con una sonrisa falsa pregunta:

—¿Qué más quieres de mí, tío Arian?

Arian lo observa, exhausto.

—Que hables con la especialista, Elio. Yo no estoy dispuesto a seguir desgastándome emocionalmente con estas peleas para que estés a gusto, encerrado en ti mismo.

Elio asiente, no sorprendiéndose. Aprieta sus labios en una fina línea y se levanta de su silla, retirándose de la oficina de su tío porque no quiere llorar. No quiere que su tío vea ninguna lágrima suya, no quiere darle la satisfacción. Tiene que seguir guardándose todo lo que siente para poder olvidarse de sus sentimientos. En algún punto, tal vez esas emociones atroces que le carcomen el alma desaparezcan, así como sus pesadillas.

Azota la puerta detrás de él, sintiéndose impotente, lleno de enojo y tristeza.

Se rasca la cicatriz que tiene el pecho, la única causada por el accidente, que le llega de su hombro hasta la mitad de su abdomen. Le causa una comezón nerviosa, como si aún estuviera curándose. Abre la puerta de su cuarto y la cierra con rapidez para quitarse la maldita camisa que le sofoca y roza contra la cicatriz. Pasea de un lado hacia el otro, sin saber qué hacer. Quiere romper algo, tirar las macetitas con plantas que tiene acomodadas en su escritorio, romper los libros del instituto de los que está tan harto o simplemente sacar esa energía que se arremolina en su pecho como si le quemara.

Se sienta en su cama, se vuelve a levantar y a pasear, rascándose la cicatriz hasta que su piel está roja a punto de sangrar. Y repite el mismo ciclo por unos cinco minutos más, observando la camisa ser pateada varias veces en el suelo.

Entonces, recuerda el manuscrito, del que preguntó su tío. Elio rápidamente va hacia su escritorio y abre uno de sus cajones, encontrándose con el libro.

—Esencia, esencia —murmura por lo bajo, observando la portada con el cuarzo agrietado. Hojea las primeras páginas de éste, leyendo en la guía el significado de la palabra que su tío le dijo—: Energía. Alma de una persona, pero que ha evolucionado para sentirla y manipularla...

Elio se sienta en la silla de su escritorio y toca una de sus plantas con delicadeza, entrecerrando los ojos sin quitarlos de encima. Por fin respirando con tranquilidad, relajándose. Frunce el ceño en concentración, pensando que podría pasar algo, pero nada. La planta o siquiera una hoja se mueve, quedándose quieta.

Se supone que, en el libro de su padre, tener esencia hacía posible la manipulación de los árboles y plantas de cualquier tamaño, tal vez Arian pensaba que hay algo extraño en él para mencionar ese término y el manuscrito.

Pero, se siente como un tonto al final. La magia no existe, y Elio sigue siendo un bicho raro. Por lo que, llega a una conclusión:

—Arian es un imbécil —y tira el libro a su lugar con furia.  


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