—Por favor, perdóneme, señorita Sun... —suplicó Meng Jiao. Desechó su orgullo sabiendo que estaba hasta el cuello y solo Sun Feiyan podía ofrecerle la salvación.
A diferencia de Lu Xinyi, no podía medir el temperamento de Sun Feiyan. ¿Cómo se suponía que debía saber que esta vez no podría escapar de la muerte?
—¿Que te perdone? —La empujó hacia el suelo y levantó la mano derecha, que había usado para tocar la cara de Meng Jiao. Ye Xingjie dio un paso adelante y limpió su palma y cada uno de sus dedos.
—Señorita Meng, ¿recuerda por qué la ayudé y patrociné su estadía en Silver Leaf?
Meng Jiao, que parecía una muñeca de trapo olvidada por su dueño, sollozó y sostuvo su rostro hinchado.
—La señorita Sun quería que vigile a Lu Xinyi y la obligara a dejar la academia... —respondió.