El pasillo estaba iluminado por las antorchas de un fuego color verdoso; se podía escuchar un eco lejano salir a través de las paredes. Las voces tenues denotaban algún tipo de dolor, eran como gritos ahogados, risas desmesuradas, frases con descalificativos; y de entre aquellos sonidos se podían distinguir golpes y hostigamientos físicos.
El joven de cabellos rubios y largos recorría con un paso firme esos corredores; sus ojos rojos resplandecían en contraste con su tez blanca pálida. De su cabeza se apreciaban unos cuernos enroscados con elegancia que terminaban hacia el lado opuesto de su cabeza; eran de un tono plateado y hacían juego con las ropas grises tipo militar que portaba. El Alto Príncipe avanzaba con una sensación de resentimiento y deslealtad a todo ese lugar pútrido. La mano derecha jugueteaba con tres bolas oscuras que se encontraban en el bolsillo del pantalón; el tacto palpaba el fresco del material cada que los esféricos pasaban por una especie de danza.
Una vez las voces opacaron la quietud, el joven se detuvo frente a la puerta de madera rústica; por fin comenzaría su plan y se adentraría a su camino, a su destino, a su verdadero objetivo. Suspiró con pesadez y abrió la puerta con cuidado; entró y aguardó frente al calabozo.
La habitación era cuadrada, con unas cadenas en las paredes que se usaban para aprisionar a los torturados. La iluminación era casi nula, ya que los hachones estaban en el frente y eran sólo cuatro; esto provocaba que un área quedara en penumbras. En esa ocasión, los guardias de turno estaban parados frente a un jovencito. El prisionero estaba encadenado de las muñecas, por lo que sus brazos estaban elevados hacia los lados, y el resto de su cuerpo recaía sobre sus rodillas. El muchacho tenía su cabeza agachada e impedía divisar su expresión; de los costados se apreciaban unos cuernos de base triple, gruesos y de un tono rojizo oscuro que se ondulaban hacia afuera. Su piel era rojiza clara, y su cuerpo estaba marcado por heridas frescas; su torso musculoso y su espalda tenían pequeños ríos de sangre que desembocaban en gotas. Las alas invertidas estaban atadas por unas cadenas gruesas que tenían unas bolas metálicas al final. Incluso la cola gruesa tenía ataduras, picos y otros objetos metálicos incrustados.
El príncipe fue capaz de percibir la respiración pesada del joven demonio; esa imagen lo alentaba a proseguir sin titubeos. Dio unos pasos hacia el frente y capturó la atención de los dos seres con facciones animalescas que pertenecían a los guerreros de la realeza.
—¿Príncipe?, ¿qué está haciendo aquí? —inquirió el guardia de la derecha; su boca parecía como un hocico de algún tipo de vivérrido. Tenía unos cuernos ondulados como caracol de color rosa claro.
Sin embargo, el príncipe no respondió. Su mirada estaba puesta en el demonio que gemía levemente por el dolor. No estaba seguro de la edad de ese joven, pues conocía muy poco sobre él; a excepción de que había sido capturado junto con el líder de la rebelión.
—Príncipe, le pido que se retire. Su Majestad ordenó que nadie puede ver al prisionero hasta mañana en la ejecución.
Pero, nuevamente, el silencio fue lo único que aconteció. El príncipe se acercó al guardia de la derecha y, de pronto, como un estruendo, sonrió complacido. Unos segundos después, el joven rubio cortó la cabeza del soldado con una espada mediana; esto causó pánico en el otro guerrero. Con unos movimientos precisos, el rubio esquivó dos arremetidas del mazo que portaba el enemigo. Con maestría el príncipe sujetó la muñeca del contrincante y lo despojó de su arma; alzó la mano con la espada y lo penetró en el pecho: en el corazón.
El demonio se percató del cuerpo del soldado al caer; levantó la mirada y mostró sus ojos amarillos cargados de miedo. El príncipe notó aquella expresión; así que caminó hacia el demonio, se inclinó y tocó el rostro del jovencito.
—¿Haz venido a matarme? —preguntó con una voz entre aguda y grave el joven demonio; aquello denotaba su corta edad.
El príncipe lo único que hizo fue mover la cabeza en forma de negación; a continuación, arrojó una mirada de consternación, seriedad y un toque de dulzura. El rostro del demonio denotó sorpresa; ¿qué deseaba esa creatura?
—Si no estás aquí para matarme, ¿qué quieres de mí?
El muchacho rubio se levantó y comenzó a soltar las amarras que contenían al demonio. Había utilizado su habilidad para no lastimar al adolescente, puesto que su prioridad era mantenerlo con vida.
—Ven —ordenó el príncipe una vez permitió al demonio ponerse de pie.
El demonio obedeció casi de inmediato; no había otra opción si quería abandonar el castillo. Aunque sus sospechas lo hacían mantener su distancia.
***
Recorrieron los pasillos de regreso a las cámaras superiores; esquivaron a unos guardias de turno, pues debían evitar ser descubiertos a toda costa. Al arribar a una cámara de armaduras, el príncipe buscó un arma para el prisionero y se la entregó; sabía que no estaba demás ser precavido. Se adentraron hasta la torre del extremo sur y recorrieron los niveles de escaleras. Sin embargo, un grupo de soldados de facciones como animales de entre félidos y vivérridos, con cuernos de caracol, los encontraron.
—¡Allá! —gritó uno de los guardias imperiales—, ¡no los dejen escapar!
Los dos jóvenes aceleraron el paso hasta llegar a la cámara de observación. El ventanal era rectangular, enorme y estaba abierto; había también un aparato circular con una esfera en el centro: un 'mirador'. El príncipe jaló la mano del demonio y lo acercó a la ventana.
—Lo mejor será que saltes. El lago es profundo y amortiguará la caída. Si sigues el sendero del sur encontrarás un bosque antiguo y al cruzarlo toparás con la frontera. Sé que puedes regresar a la Zona Negra.
—¿Por qué me ayudas? —El demonio buscó con desesperación una razón lógica.
—Escúchame bien, niño —el príncipe habló con rapidez al detectar que los guardias estaban por llegar—, necesito que vayas a una vieja cabaña cerca del pantano encantado en la Zona Negra. Tú conoces el lugar, porque, por lo menos, sé que tu padre y tú son de allí.
—El pantano es muy grande y hay leyendas espeluznantes sobre ese lugar —explicó el demonio adolescente—, además, no has respondido mi pregunta.
—Busca ese sitio. En unos cuatro o cinco días nos veremos allí. No debes dejar morir a la rebelión, así que toma el lugar de tu padre. —De pronto el príncipe se acercó más al demonio—. Sé que serás bien recibido; por algo el rey deseaba ejecutarte a ti también.
El demonio agachó la cabeza y suspiró con pesadez; sintió sus ojos cristalizarse. Su padre había sido aniquilado frente a él una vez habían sido llevados al castillo imperial. También había presenciado el asesinato del resto de su familia; ahora estaba solo.
El príncipe sacó dos de las bolitas negras y las colocó en la mano del demonio; con este acto había interrumpido las imágenes traumáticas en el jovencito. El rubio no se compadecía del otro, en realidad lo que buscaba era darle un nuevo motivo para seguir. Cuando el demonio adolescente miró los extraños esféricos fue capaz de comprender el poder que emanaban ambos objetos.
—¿Por qué me das esto?
—En unos días más te lo explicaré. Por ahora, huye.
—¿Y tú? —el demonio cuestionó con inseguridad genuina.
El rubio dio unos pasos hacia el 'mirador' y se quedó de espaldas. Si quería conseguir la aceptación del pueblo oprimido, su mejor opción era rebelarse ante el rey y su padre. Empero, ese acto traería consecuencias peligrosas y que marcarían de por vida al joven príncipe; por su puesto que él lo sabía. El muchacho estaba listo para recibir el tormento que se aproximaba.
—Yo te buscaré en unos días, entre cuatro y cinco. Por favor, quiero que comprendas que con este acto te he revelado mi lealtad hacia la rebelión.
—¿Te unirás?
—Sí —aseguró el príncipe con un tono firme.
—¿Por qué? —se atrevió a preguntar el demonio.
—Porque lo que el rey ha hecho no debe seguir pasando por algo normal. Toda la vida es sagrada y debe ser respetada. No puedo seguir tolerando esta opresión y abuso del rey y mi padre.
De un momento a otro, los soldados entraron a la sala de observación y se acercaron al príncipe. De inmediato, el joven rubio sacó su espada y se enfrascó en una pelea.
—¡Anda! ¡No hay tiempo! ¡Huye! —dijo el príncipe entre sonidos de espadas al chocar.
El joven demonio asintió con la cabeza y saltó por el ventanal; debido a que sus alas estaban dañadas, no podía planear ni moverse por los cielos. Su mente recordaba con detalle las palabras del príncipe y le agradecía en silencio una y otra vez. De algo estaba seguro ahora, comandaría a la rebelión al tomar el puesto de su padre y aceptaría la ayuda de ese joven de la realeza.
—Su Alteza, ¿qué está haciendo? —cuestionó con confusión y molestia uno de los soldados que habían quedado de pie en la batalla.
El príncipe no replicó. Para él no valía la pena gastar sus energías en explicaciones irrelevantes; en especial si su oyente era un simple proto-demonio sin ninguna influencia. Se acercó a los enemigos y los atacó con precisión mortífera; empero, otro grupo de soldados apareció por la entrada.
—Suficiente —una voz varonil y profunda infundió terror en el joven rubio.
Poco a poco la pelea llegó a su final y el príncipe fue capturado; había sido complicado enfrentar a más de seis soldados al mismo tiempo. El joven sintió sus manos ser aprisionadas y su cuerpo ser arrojado al suelo. De pronto escuchó los pasos del Alto General del imperio.
—Ishtar Astaroth, ¿por qué no me sorprende? —habló con repudio el hombre. Su rostro tenía unas facciones gatunas; tenía cuernos enroscados de caracol de un tono brillante. Su tez era negra opaca, con unos ojos rosados que resplandecían. Portaba una armadura ligera que cubría una parte de su torso musculoso y sus hombros anchos—. Tu padre no aceptará este tipo de comportamiento; además, lo has colocado en una mala posición frente a Su Majestad.
Cuando el Alto General levantó el cuerpo del príncipe, lo encaró con un rostro enervado.
—¿Por qué has ayudado al prisionero?
—No tengo que responder ante una basura como tú —expresó el príncipe con una sonrisa.
Sin previo aviso, el Alto General abofeteó el rostro del joven, luego lo sujetó con sus garras y lo sostuvo con fuerza del cuello.
—Pagarás por tu insubordinación. Por tus actos, tu padre será obligado a aceptar otro castigo; ¿a caso no lo comprendes?
—No me interesa lo que a mi padre pueda ocurrirle. Nadie de ustedes merece seguir con vida.
—Llévenselo. Llévenlo ante el rey. Yo llamaré al resto de la corte y al Máximo Canciller.
El cuerpo del príncipe fue empujado con fuerza; estaba seguro de que aquella noche sería complicada. Sin embargo, aquél pensamiento no era más que una forma positiva de describir lo que estaba por ocurrir. El príncipe iba directo al último lugar donde sería condenado por su raza y su familia.
El recorrido final por el castillo fue abrumador. El joven príncipe recapitulaba su vida en ese sitio como una cinta que se reproducía una y otra vez. Primero el recuerdo de su madre lo invadía; una hermosa presencia llena de cariño y una sonrisa incansable. Luego estaban aquellas memorias con su hermano menor; juegos de niños inocentes, donde lo que más resonaba eran las risas y palabras de emoción.
Las dos compuertas que dirigían a la sala del rey eran de un tono caoba oscuro; estaban llenas de imágenes talladas sobre madera. La compuerta fue abierta con prontitud y por fin la habitación majestuosa hizo su aparición. Había unos pilares alargados de un tipo de materia que se movía como cascadas de arena; el color dorado hacía juego con la alfombra roja y elegante que era angosta y larga.
Y en el trono se encontraba una figura oscura, con un rostro con facciones caprinas; sus cuernos estaban enroscados con una punta hacia atrás del lado opuesto de la cabeza. Los ojos resplandecían de un amarillo fuerte y miraban con enojo al joven príncipe.
Ese era el principio del final; el joven lo sabía.