Agarré el cojín con ambas manos y lo estampé fuerte contra su cara.
—Cariño —sacudí el cojín hacia atrás y lo golpeé en su costado, una y otra y otra vez—. ¡Cómo! ¡Pudiste! ¡Hacerme! ¡Esto! —Golpeé tras cada palabra que grité, sintiendo mis ojos calentarse y mi cuerpo temblar.
Natha simplemente se quedó sentado mirándome con los ojos muy abiertos mientras lo golpeaba una y otra vez. ¿Qué pensaba que no me enfadaría? ¿Pensaba que me pondría sentimental?
—¿Sabes lo difícil que ha sido para mí todo este tiempo? ¿Sabes cuán confundida estoy por todo porque te pareces tanto al doctor? —Transmití toda la frustración, agitación y ansiedad que había sentido durante los pasados seis meses a mis brazos que agitaban el cojín. En algún momento, el cojín se rasgó por los puños de metal y las cadenas del atuendo de Natha y sus cuernos, enviando plumas alrededor nuestro.