Miranda
Para mi cumpleaños número veintiocho, si no fuese por la grata compañía de Emiliano, hubiese enfrentado una gran frustración al no saber nada de Axel.
Me molestó que olvidase de nuevo mi cumpleaños. Me hizo sentir que no le importaba como él a mí sí, ni siquiera un breve mensaje me envió.
Por suerte, desde muy temprano Emiliano me esperaba frente a mi casa para ir a dar un paseo por las afueras de la ciudad.
A esa hora, no esperaba a que Axel me escribiese o me llamase. Tenía la esperanza de que lo hiciese al anochecer. Así que me despedí de mamá después de que me felicitase y me encontré con un Emiliano emocionado.
—Feliz cumpleaños, mi queridísima y hermosa Miranda —dijo al verme—. El día de hoy te tengo una sorpresa, así que prepárate para una humilde, pero inolvidable celebración.
—Gracias, qué lindo eres… Pero dime a dónde iremos, no me gustan mucho las sorpresas —dije.
—Es que se trata de una sorpresa —replicó, a la vez que esbozaba una bella sonrisa—. Sin embargo, te revelaré por ahora que te llevaré a desayunar los mejores croissants de la ciudad.
—Oulala, eso me gusta.
Emiliano, desde ese preciso instante, me trató como una princesa. No estaba acostumbrada al tipo de caballerosidad que me mostró, pues me abrió la puerta de su auto, se la pasó toda la mañana haciéndome cumplidos y me llevó a lugares que jamás pensé conocer.
Minutos después, Emiliano me llevó a un restaurante con temática francesa, en el que incluso en todo el menú predominaban las exquisiteces de dicho país. Yo, dejándome llevar por su recomendación, ordené un croissant y un chocolate caliente, pues hacía bastante frío a esa hora.
Emiliano tenía razón, el croissant fue una delicia y el mejor que probé en mi vida en ese entonces. No había comparación con la textura y el sabor, además de la combinación espectacular que hizo con el chocolate caliente.
Tan pronto terminamos de desayunar, al salir del restaurante, Emiliano dijo que iríamos a un lugar que me encantaría.
Se trataba de un pueblo que no conocía y en el que predominaba la artesanía y venta de dulces tradicionales.
La imagen que tuve de ese lugar distaba de lo que era en realidad, pues en todo el sentido de la palabra, La Estancia era un pueblito pintoresco y acogedor, con casas construidas a partir del barro y la madera.
El ambiente me hizo viajar en el tiempo, a mis días de estudiantes de primaria, cuando en los libros de historia veía las imágenes de la época colonial y el estilo de las casas.
Conforme Emiliano conducía por las calles del pueblo, noté que había bastante afluencia de personas, en su mayoría turistas, que compraban artesanía local y dulces tradicionales. Los lugareños eran fáciles de distinguir por sus atuendos, que aunque lucían como campesinos, llevaban prendas encantadoras, sobre todo las mujeres.
Emiliano siguió conduciendo hasta un punto alejado de La Estancia, a unos metros de una laguna en la que varias personas se daban un baño y hacían parrilladas. Se notaba un ambiente animado, aunque lo que llamó mi atención fue el lugar en el que nos detuvimos, frente a una casa grande y lujosa en comparación con las del resto del pueblo.
—¿Por qué nos detenemos aquí? La laguna está allá —pregunté.
—Vinimos a visitar a alguien —respondió.
—¿Quién vive aquí? —insistí.
—Pues, nada más y nada menos que Jacinto De Palma —respondió.
—Y… ¿Ese quién es? —repliqué confundida.
—Ya lo descubrirás, mi querida Miranda, ya lo descubrirás.
—Bueno —dije para seguirle la corriente a su misterio.
A los pocos segundos, salió de la casa un señor con el ceño fruncido y mascando tabaco; me dio asco que escupiese tanto.
—¡Buenos días, señor De Palma! —saludó Emiliano.
—¡Vaya! Emiliano Saavedra, ¡me da gusto verte! —respondió el señor, incluso cambió su semblante—. ¿Qué te trae por aquí, muchacho?
—Pues, el día de hoy, mi bella compañera está de cumpleaños y me gustaría que aprendiese del mejor alfarero del país algunas técnicas para la alfarería. Ella es una excelente escultora —respondió Emiliano.
«¿Compañera?» pensé, aunque más me llamó la atención que le hablase al señor De Palma de mi profesión.
—Pues, no hay mucho que una escultora pueda aprender de mí… La escultura no dista de la alfarería, pero estaré complacido de compartir mis conocimientos —dijo el señor De Palma.
—Mucho gusto, señor —dije al acercármele—. Mi nombre es Miranda Ferrer.
—Felicidades por su cumpleaños, señorita Ferrer… Por favor, acompáñenme a mi taller.
Nos dirigimos entonces a un pequeño taller detrás de su casa.
Era un lugar acogedor en el que tenía todo a disposición para dedicarse a su artesanía, o trabajo, como le decía el señor De Palma.
Ahí estuvimos durante el resto de la mañana y parte de la tarde. Aprendiendo, tanto Emiliano como yo, a modelar arcilla y convertirlas en vasijas con formas básicas.
Emiliano fue un desastre total, y reí a carcajadas con su torpeza y la forma en que el señor De Palma lo regañaba. Mientras que yo, me adapté muy rápido a las técnicas de modelado, e incluso hice una vasija muy linda que, una vez estuvo seca, se me fue obsequiada antes de nuestra despedida.
Fue muy amable el señor De Palma, que más allá de darnos clases, nos invitó a un delicioso almuerzo y nos guió en un tour por el pueblo.
En la mayoría de los puestos donde vendían artesanía, los productos eran fabricados por nuestro anfitrión, quien, en pocas palabras, generaba parte del comercio en La Estancia.
El pueblo estaba bastante concurrido, y la mayoría de los establecimientos tenían un pequeño grupo de clientes.
Visitar La Estancia fue uno de los mejores regalos que recibí por parte de Emiliano, que sin darme cuenta logró que olvidase a Axel por esos momentos.
Ya cuando se hicieron las siete de la tarde y después de comprarme un cupcake de chocolate con glaseado de fresa, Emiliano me dejó en casa y se despidió de mí con un cálido abrazo y un beso que esperé en mis labios, aunque me lo dio en la mejilla.
Esbozó una bella sonrisa y yo le di las gracias por hacerme pasar un bonito cumpleaños. Incluso lo invité a quedarse un rato más conmigo, pero alegó que tenía ensayo con la banda.
Cuando entré a casa, mamá me recibió con un abrazo y varios besos. Estaba en compañía de mi tía Alma, que en sus manos llevaba una caja envuelta en papel de regalo. Finalmente, me guiaron hasta el comedor para enseñarme una torta de cumpleaños.
—Feliz cumpleaños, cariño —dijo mi tía Alma—. Quería llevarte a un bar que inauguraron y buscar un par de galanes, pero tu mamá ya me dijo que tienes novio y que es mejor celebrar moderadamente.
—Yo no tengo novio, tía, al menos no todavía… Gracias por la torta —respondí.
—La torta la compré yo, mi niña —intervino mamá—, todavía no sé qué te va a regalar Alma, lleva rato presumiendo esa caja.
La tía alma me entregó su regalo, pero me dijo que lo abriese por la noche antes de dormir.
Así que optamos por cantar el Cumpleaños feliz y picar la torta para degustar un poco antes de la cena. Mamá preparó una rica lasaña, y con un buen vino tinto, pasamos una noche de mujeres espectacular hasta que llegó la hora de irme a dormir.
Se hicieron las nueve, luego las diez y finalmente las once de la noche, y no tenía un solo mensaje de Axel. Esto me hizo enfurecer un poco, pero mantuve la calma y me centré en el regalo de mi tía Alma.
Sin embargo, no pude dejar de pensar en él y la idea de su olvido al compartir tiempo con otra mujer. Así que, me puse celosa e intenté llamarlo para reclamarle. Por suerte, recibí un mensaje de texto de Emiliano, quien me citó al día siguiente en la heladería de su madre para hablarme de una gran noticia.
Habiendo recuperado la calma, abrí el regalo de mi tía Alma y me llevé la grata sorpresa de encontrar un bello vestido blanco vintage de falda corta, un collar de plata con un pendiente en forma de M y una corona de rosas blancas de papel.
Junto a ello, había una carta en la que me pedía que lo usase en un momento único, y no necesariamente una boda por ser un vestido blanco, sino en algo que pudiese marcar mi vida.
Querida Ana Miranda.
Este es un regalo que tiene un gran valor sentimental para mí. Usándolo, di mi primer beso en la escalinata de la Plaza central en Puerto Cristal, fundé mi primer emprendimiento, obtuve mi título universitario en Finanzas y muchas cosas más.
Fue un regalo especial de tu abuelo, y como no tuve la dicha de tener una hija a quien heredárselo, opté por la segunda persona más importante de mi vida, que eres tú… Espero que te guste.
♦♦♦
Pasados unos días, luego de que Emiliano me contase la gran noticia de que la banda llamó la atención de una reconocida disquera, cenábamos en un modesto restaurante italiano. Conversamos sobre la posibilidad de pasar menos tiempo juntos una vez que obtuviesen un contrato, pues él estaba seguro de que lo obtendrían.
—Te noto muy optimista al respecto —dije.
—Es que garantizamos ingresos por doquier. Tenemos una gran fanaticada que nos popularizó en todas las plataformas musicales. Con la promoción de la disquera, podremos llegar a más público que esté dispuesto a comprar mercancía con el nombre de la banda y nos permita realizar conciertos a nivel nacional e internacional… No es mi sueño hacer de esto un negocio, pero es cómo funcionan las cosas, es decir, somos una apuesta segura.
—Brindo por eso —dije al alzar mi copa de vino.
—Por el éxito de la banda —replicó él alzando su copa.
Chocamos nuestras copas para brindar, pero por alguna razón, a pesar de las buenas noticias, a Emiliano se le notaba un poco afligido.
—Deberías alegrarte un poco más, ¿no crees? —pregunté con voz socarrona.
—Estoy emocionado, pero me entristece la idea de perder contacto contigo si las cosas llegan más lejos de lo que estimo —respondió.
—Emiliano, por Dios… No perderemos contacto, quizás dejemos de vernos seguido, pero ya el resto podemos resolverlo con llamadas telefónicas.
No le parecieron convincentes mis palabras, pues mantuvo silencio hasta que preguntó algo que no me esperaba.
—¿Qué te parece si nos tomamos unos días para recorrer la costa del estado?
—¿Cómo dices? —repliqué asombrada.
—Un viaje, de unos diez días, para que conozcas la costa del estado —dijo.
—¡Vaya! No lo sé, Emiliano… La verdad es que no me gustaría abusar de la confianza de mi tía, y ahora que está por fundar su segunda tienda, no quiero irme por diez días en un momento en el que tanto me necesita.
—Yo hablaré con ella, seguro que puedo convencerla —aseguró.
—Lo dudo, pero eres libre de intentarlo —repliqué.
Tan pronto salimos del restaurante, nos dirigimos a la casa de mi tía Alma y la llamamos para que Emiliano conversase con ella. Este no tardó ni cinco minutos en convencerla. No podía creer que se tomase tan a la ligera la petición, deseándonos incluso que disfrutásemos el viaje.
Entonces, con el paso de una semana, luego de convencer también a mamá de que me iba de viaje con Emiliano, partimos desde la costa de Nueva París y establecimos como destino Puerto La Paz, ubicado a unos trescientos kilómetros de la ciudad.
El viaje lo hicimos en su automóvil, a una velocidad prudente para darnos el tiempo de conocer las maravillas de nuestras playas.
Solamente Emiliano y yo, viajando y disfrutando de la costa y el extenso océano, haciendo paradas largas en cada pueblo y ciudad, donde nos tomamos bastantes fotos y nos dimos el tiempo de conocer los lugares turísticos de dichas localidades.
Jamás imaginé que tendría la oportunidad de disfrutar un viaje como ese. Me hizo bien tener esa bonita e inspiradora experiencia.
Entonces, llegamos a Puerto La Paz en dos días y nos establecimos en unas bellas cabañas a orillas de una playa.
Emiliano y yo pasamos siete días en el puerto, conociendo lugares maravillosos, disfrutando de bellas playas y la gastronomía de la zona.
La pasé mucho mejor de lo que me esperaba.
En los días de bronceado, lucí varios bikinis que me compré en una tienda cercana a las cabañas. El pobre Emiliano se sonrojaba cuando me veía en bikini, aunque luego se acostumbraba.
La última noche en Puerto La Paz, decidimos encender una fogata y dejarnos llevar por el sonido de las olas, sentados en la suave arena y bajo la luz de una hermosa luna llena. Era un ambiente agradable e inolvidable, en el que quise detener el tiempo para disfrutar más junto a Emiliano, quien afinaba su guitarra y aclaraba su garganta.
—Escuchemos que nos canta el señor Emiliano, aunque dudo que se te den los ritmos suaves y melódicos —dije con sorna—, sé de primera mano que lo tuyo es el rock, mi querido amigo.
—Pues —hizo una pausa con notable nerviosismo—, hace unos días te escribí una canción.
—¿En serio? —pregunté emocionada—. Venga entonces, que ya quiero escucharla.
Emiliano esbozó una sonrisa titubeante y evitó mirarme a los ojos, como si el hecho de hacerlo le impidiese sincronizar sus movimientos.
Aclaró su garganta e inició su canción con una linda melodía que me atrapó al instante. Fue un sonido tierno y romántico que me permitió deducir su propósito.
Cuando estoy contigo, el tiempo se detiene…
Cuando estoy contigo, el dolor no duele.
Con esa introducción me conmovió, y el resto de la letra fue la segunda declaración romántica más hermosa que me hicieron en la vida.
Nunca imaginé que él sintiese ese amor por mí, pues siempre pensé que entre nosotros, además de la amistad, solo había una mutua atracción física.
Me sentí un poco confundida al principio, pues la idea de que Axel ya estaba en una relación con otra mujer me hizo enojar y actuar por impulso; aún tenía fuertes sentimientos por él.
Sin embargo, un pensamiento lógico me hizo actuar con respecto a la situación que se presentó junto a Emiliano, por lo que amablemente le agradecí por la canción y lo besé.
Me hizo sonreír su reacción, pues se mantuvo en silencio durante algunos minutos y notablemente ruborizado, esbozó una bella sonrisa.
¿Sentí culpa? Claro que sí. Tuve el pensamiento de estar traicionando el amor de Axel, pero estábamos solteros en ese entonces y de nada servía mortificar mi vida con una inexistente traición.
Por muy puro que fuese nuestro amor, las circunstancias no nos favorecían.
¿Acaso vale la pena esperar tanto tiempo cuando tienes la oportunidad de amar y ser amada nuevamente? Yo pensé que no, que mi relación con Axel ya era parte de un pasado que debía olvidar.