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—Sunny mordió la espina de la Serpiente Azul, encendiendo lo poco que le quedaba de fuerza en un estallido violento y furioso. Alborotándose, sombras y llama surgieron de sus escamas de ónice y lo envolvieron como un sudario funerario. Sus ojos brillaban con demencia, morbosa malicia homicida e intensión de matar fría y escalofriante.
—Su mandíbula apretaba con suficiente fuerza como para hacer añicos montañas.
—...Pero la espina de una Gran Bestia era mucho más fuerte que una cadena montañosa. Resistió sus colmillos de obsidiana, negándose a romperse, rajarse o siquiera arañarse.
—¡Muere! ¡Muere!
—Ahogado en furia, Sunny puso toda su resolución, todo su odio y todo su deseo en aplastar el hueso indestructible. Sacudió su cabeza violentamente de izquierda a derecha, royendo la espina como un perro rabioso. Si no podía morderla, la serraría. Si no podía serrarla, la desgastaría...
—La Serpiente Azul iba a morir, no importaba qué.
—Ya estaba medio muerta, de todos modos...