Arabela permitió que una sonrisa genuina pasara por sus labios ensangrentados mientras levantaba sus delgados dedos hacia su mirada.El señor Caciatore realmente debería frenar ese hábito autodestructivo, clavándose las uñas en la palma de la mano como un adolescente reprendido.
Presionó sus dedos contra su nariz, oliendo el dulce aroma de cobre y hierro. Apenas pudo reprimir un gemido cuando la inhaló.
Trazó esos dos dedos ensangrentados a través de sus labios, permitiendo que ambos se mezclaran en un acto íntimo del que una de las partes no estaba al tanto. Arabela no pudo preocuparse acerca de ello cuando su lengua salió disparada para saborearla. Siempre había sido un poco ansiosa y ahora no era la excepción, no con la tentación de él en sus labios. Un gemido escapó de su garganta, bajo y gutural cuando sumergió sus dedos en su boca, arremolinándola allí como un buen vino.
Stefano Caciatore sabía como la ambrosía.