Justo entonces, un soldado arrastró a Aaria al foyer, una niña indefensa que lloraba y suplicaba —Déjame ir. Mi padre no... Sus palabras murieron en su garganta en el momento en que vio a su padre y a su madre tendidos en el centro del foyer, cubiertos de sangre. Se sacudió con fuerza la mano del hombre y corrió hacia sus padres, el horror apoderándose de su corazón.
—Padre… Madre… —gritó ella, pero antes de que pudiera alcanzarlos, una mano grande apretó con fuerza su delicada muñeca. —No está mal —comentó Elrod, sus ojos brillando con crueldad.
—Déjame ir —gritó ella, luchando por liberarse, desesperada por llegar a sus padres que no respondían a sus gritos, haciéndole dolorosamente consciente de que los había perdido. —Padre… estoy aquí… mírame… Madre…
—Luis, si me niegas a esta niña, rompo nuestra alianza —declaró Elrod, sujetando su mano, ignorando por completo sus esfuerzos por soltarse.
—Parece demasiado joven para ti... —comentó Luis.