Las construcciones en el territorio del joven señor de Tanyer no hacían más que multiplicarse, siendo los edificios comunales para los recientes soldados y esclavos los que más destacaban en los suelos infértiles y alejados de la vahir, a excepción de los dos grandes edificios todavía en desarrollo que se manifestaban en zonas marcadas por los dos hombres de tiras blancas en los brazos como lugares militares de uso exclusivo. Al parecer, después de una efímera conversación con el joven que parecía siempre pensar en el progreso, para un desarrollo mejor organizado, la vahir debería seccionarse en distintos sectores, hasta ahora solo cuatro marcados en el mapa: militar, civil, campos de cosecha y, recursos. La idea era simple, pero muy eficaz a largo plazo, al menos la intuición de sus títulos les dictaba a creer en ello.
La aldea dejaba de verse como tal para transformarse en un verdadero pueblo, aunque claro, todavía había ciertos aspectos pequeños a mejorar.
--Cinco días --Dijo con un tono tranquilo y una mirada afilada--. Podría felicitarlos por la hazaña, o matarlos por su estupidez.
Cuatro de los cinco individuos levantaron la cabeza con lentitud y cansancio, al tiempo que trataban de enfocar con dificultad las cuatro sombras enfrente de ellos. No respondieron, les fue imposible decir una sola palabra por sus gargantas secas, labios rotos y mentes lentas por la deshidratación.
Fira obedeció, llevando agua a las bocas de los sedientos hombres, quienes no dudaron en bendecir con total sinceridad el acto altruista de la dama. Derramaron un par de lágrimas al sentir un poco de vida en sus cuerpos, al igual que por el extremo dolor de sus muñecas y cuello.
--S-señor --Su voz era baja como un susurro, apenas entendible--... Barlok, le ruego misericordia. --Tosió, respirando con pesadez.
--Habla fuerte.
--Dijo...
--Silencio Fira, lo quiero escuchar de su propia boca. --Le interrumpió con una mirada poco cortés.
Se acercó, colocándose a centímetros del único hombre moribundo con la habilidad de hablar.
--Te escucho.
--P-p-piedad, Su... Excelencia... Piedad...
--¿Piedad? Tus palabras pueden dejarme confundido, desconozco si lo que me estás pidiendo es el final de tu sufrimiento con una daga en tu corazón, o para cortar la soga.
--La soga... --Dijo con dificultad, mirándole con los ojos vacíos por la vida que se escapaba.
--¿Por qué debería hacerlo? --Lo levantó de los cabellos para observarlo mejor-- Ordene solo dos días de castigo, a mi parecer suficientes, pero ustedes creyeron que mis palabras no deben ser escuchadas y continuaron insultando a la gente de este lugar ¿Cómo los llamaron? Dime, vamos, no te quedes callado. Maldito cobarde. --Sé alejó al soltarlo.
--Sangre... sucia... --Dijo una voz queda, lejana y rota por un daño en la garganta
Orion sonrió al voltear, el único bastardo que ni con el peor castigo había perdido la estupidez.
--Desatalo. --Ordenó.
Fira acató de inmediato, arrastrando al moreteado Fergus a los pies de su señor.
--Eres valiente y, una persona valiente en mi ejército tiene mucho valor --Lo ayudó a levantarse, pero sus piernas cansadas no pudieron soportar su peso, dejándolo arrodillado, solo sosteniendo el cuello de su camisa para evitar que cayera--. Pero por tu deslealtad me eres inservible --Hizo aparecer una daga en su mano, que segundos después ocupó para degollar al vencido hombre, quién cayó al suelo sin conocer realmente como había muerto--. Todos ustedes merecen la muerte por la desobediencia. Su deslealtad los vuelve inútiles para mi causa --La daga en su mano desapareció--, pero, hoy ya derrame la sangre necesaria. Desátalos. No piensen que los he perdonado, así que si quieren vivir otro día deberán ganarse mi favor. Tienen un día para recuperarse y volver a con sus comandantes para entrenar. Y si vuelvo a escuchar nuevamente ese término, los mataré, aunque ustedes no sean los verdaderos culpables.
Se despidió con una media vuelta, acompañado por dos damas guardianas y una sirvienta.
Los hombres continuaron acostados en el suelo por más tiempo del deseado, encontrando la fortaleza para levantarse cuando el crepúsculo fue evidente a los ojos de los mortales. Caminaron de vuelta a las murallas, en busca de cobijo y comida. El castigo había sido inhumano, pero el perdón los había vuelto más agradecidos con ese joven de aspecto temible, no deseando estar de vuelta en su lado malo.
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Los gritos, sincronizados como uno solo resonaban por toda la zona, ejerciendo una presión para todos los ajenos al arte del combate. Temibles hombres, altos y fieros guerreros que desprendían en cada golpe al aire la dignidad y orgullo que sentían por el dueño de Tanyer. Vestidos con armaduras negras completas, pesadas, pero flexibles.
--¡Saluden! --Dijo el comandante con un tono potente.
Los cincuenta hombres y mujeres golpearon el suelo antes de tomar una posición de firmes, al tiempo que imitaban el rugido de alguna bestia feroz.
--Señor Barlok --Hizo una brusca y pesada reverencia, culpa de su cuerpo robusto y alto--. Sicrela Mujina. --Repitió la acción. Dejando solo un asentimiento de cabeza al notar a Fira.
--¿Qué avances has tenido con mi habilidad? --Le miró, inquisitivo.
--Es milagrosa, mi señor --Dijo con el brillo en sus ojos--. Estos últimos tres días mi mente se ha despejado al enseñar a los soldados, me siento más cómodo, mi voz es escuchada por todos los presentes y, ellos mismos optan por entrenamientos más duros. Señor Barlok, prometo no hacer que se arrepienta al elegirme como sucesor de su habilidad.
--Una promesa que espero se cumpla. Continúa con lo tuyo. --Regresó a su caminata, perdiendo el interés en el comandante de sonrisa completa.
--Sus cuerpos se están volviendo contenedores poderosos, Trela D'icaya. --Asintió satisfecha.
--¿Listos para que les levante la maldición? Creo que quisiste decir.
--No, Trela D'icaya, no me atrevería a sugerirlo.
--Tranquila, yo también lo pienso. --Sonrió con astucia.