En la oscura sala de reuniones del Castillo Demonstone, Rowena se sentaba al frente de una gran mesa de mármol oscuro, cuya superficie pulida reflejaba la tenue luz carmesí de las altas ventanas.
La sala, que antes era un bullicioso centro de reuniones familiares y discusiones importantes, ahora se sentía extrañamente vacía.
Las sillas que una vez rodeaban la mesa con conversaciones frecuentes estaban ahora desocupadas, dejando solo a Rowena, Seron y Silvano para ser testigos del pesado silencio.
La mirada de Rowena se perdía sobre la mesa, su mente retrocedía a una época en la que era solo una niña, cuando su familia estaba unida, cuando su hogar era un faro de fuerza y unidad.
Su padre, su madre, su tía, y su familia...
Ahora, la mayoría de aquellos que una vez habían estado a su lado habían desaparecido—ya sea caídos, traicionados o demostrado ser perjudiciales. El peso de su ausencia persistía en la sala como un fantasma.