—Sebastian... —Elle pronunció su nombre una vez más—, deseando con todo su corazón poder levantar su mano para tocarlo. Pero él la mantenía apretada con tanta fuerza contra la pared mientras yacía sobre ella, cubriendo su cuerpo con su duro cuerpo.
Su corazón se apretó fuerte cuando escuchó que él tomaba respiraciones profundas que salían temblorosas. Podía sentir cuánto esfuerzo estaba haciendo para calmarse.
Entonces, ella se movió y apoyó su cabeza en su pecho. Esperaba que este gesto suave y obediente de ella de alguna manera calmara sus volátiles emociones. Señor... ¡las cosas que este hombre le hace! La enojaría y enfurecería y lastimaría a las mayores alturas posibles, y luego en el siguiente momento, la haría sentir así.