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27.77% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 15: Parte Segunda, Capítulo Quinto.

Chapter 15: Parte Segunda, Capítulo Quinto.

Las huellas en la arena se extendían, marcando el camino seguido por el escuadrón. El sol abrasador dificultaba la visión, envolviendo el paisaje en ondas de calor palpables.
Mirai limpió el sudor de su frente con el antebrazo, deteniéndose momentáneamente para enfrentar al sol implacable.
A su alrededor, el resto del equipo continuaba avanzando, aunque algunos mostraban signos evidentes de fatiga. Algunos se detuvieron para seguir el ejemplo de Mirai, buscando un respiro del agotador calor.
— Anochecerá pronto. — Comentó Hoki a su lado, su respiración ligeramente entrecortada tras la máscara. Se apartó el cabello del rostro para secarse el sudor con el antebrazo. —
Mirai lo miró con compasión, compartiendo su agotamiento en silencio.
Habían estado corriendo durante horas, pero parecía que no importaba la dirección en la que se dirigían; solo encontraban más y más arena. La zona no parecía ser propicia ni siquiera para pasar la noche, con los preocupantes rumores sobre el clima del país del viento rondando en la mente de todos.
— ¿Cuánto más tendremos que seguir así? — Preguntó Iwabee con evidente cansancio. — No encontramos nada...
— ¿Por qué Tanaka-san insistía en venir por aquí? Solo hay desierto por todas partes. — Se quejó Boruto, mostrando su fatiga. — ¿Qué opinas, Neechan? Pronto oscurecerá.
— ...
Mirai se tomó un momento para reflexionar.
Mirando al cielo, ordenó sus pensamientos. Si lo que le dijo Mitsuki era cierto, entonces podría ser posible que los adultos no la hubieran elegido como la opción de último recurso. Eso significaba que, al igual que confiaron en ella, Mirai debía ser seria y pensar con calma.
El atardecer se acercaba, pero el sol aún quemaba con fuerza.
Una vez, cuando aún era Genin, su Maestro solía compartir anécdotas de sus días en esa etapa. Le contaba cómo eran las misiones en el país del viento y cómo el sol se ocultaba en días como aquel.
— Cuando el sol está tan implacable, la noche puede ser peligrosa...
Al escuchar esa advertencia resonar en su mente, Mirai supo que no tenía otra opción más que actuar. Así que, conteniendo el impulso de tragar saliva y con el corazón latiendo a toda velocidad, se movió entre el grupo que empezaba a dispersarse. Todos procuraban mantenerse alejados unos de otros debido al calor.
— Escúchenme, este tipo de atardecer no es buena señal. — Habló Mirai en voz alta mientras se despojaba de la ropa, empapada en sudor. — Tenemos que aprovechar el poco tiempo que nos queda y construir un refugio. No nos queda mucho.
— ¿Un refugio? — Inojin preguntó con vacilación, entre sus inquisitivas indagaciones. — P-Pero podríamos dormir aquí. No hay muchos animales en el desierto que nos puedan atacar.
— No son los animales lo que me preocupa.
— ¿Eh? — El niño abrió los ojos sorprendido ante el repentino mandato de la adolescente. — Entonces... ¿Qué es?
Mirai se adelantó con sus propios preparativos antes de dar las órdenes. Revisó sus bolsillos y, encontrando lo que buscaba, extrajo una de sus cuchillas.
Por un instante, todos los niños quedaron boquiabiertos al ver el filo de la única cuchilla que Mirai había sacado. Sin embargo, cuando la joven con los ojos rojos la hincó en la arena y comenzó a trazar una línea mientras retrocedía, la sorpresa se convirtió en gestos de confusión.
— ¿Neechan?
El Uzumaki intentó llamar la atención de Mirai, pero ella lo ignoró y siguió trazando la línea. Los niños se agruparon en torno a ella para observar con atención lo que estaba haciendo su capitana.
La falta de respuesta de Mirai los preocupó aún más cuando vieron que la línea que estaba trazando empezaba a rodear por completo al grupo de niños. Sus mentes no lograban entender las intenciones de su capitana, y solo el Nara de ojos verdes pudo articular una pregunta.
— ¿Mirai...? ¿Puedes decirnos qué estás tratando de hacer? — Preguntó, mirando con desconcierto a la chica que evaluaba su creación con insatisfacción. —
Finalmente, Mirai escuchó la pregunta o decidió no ignorarla. Se volvió hacia el grupo con una expresión de serenidad que se desvanecía, revelando su preocupación.
— Cuando cae la noche después de tantas horas bajo el sol abrasador, a menudo hay tormentas de arena. — Les reveló. — Me lo contaron, y no es una experiencia agradable si no tienes ninguna luz.
— ¿Una tormenta de arena? Estamos en el desierto. Es normal tener este clima durante el día. — Contradijo Shikadai. — ¿Cómo sabes que habrá una tormenta?
Mirai levantó su dedo índice en su dirección, a punto de revelar la razón.
Sus ojos rojos y penetrantes recorrieron a los niños que la observaban con atención.
— La arena se levantaba entre las ondas de calor. — Explicó. — No pudimos verlo porque estábamos ocupados limpiándonos. Pero, ¿no sintieron cómo la arena entraba en sus ojos?
Shikadai guardó silencio.
Él estaba familiarizado con el desierto debido a las visitas que realizaba a su tío. Su madre solía llevarlo al menos una vez al mes, y siempre tenían que caminar por el desierto una vez bajaban del tren.
Sin embargo, nunca había experimentado una tormenta de arena por sí mismo. Desde que era pequeño, solo las observaba desde el interior de la residencia del Kazekage.
— Es crucial que construyamos un refugio. — Mirai lo sacó de sus pensamientos. — Iwabee-kun, si no es mucha molestia, ¿podrías usar tu habilidad para crear un refugio basado en lo que acabo de dibujar?
— ¿Sobre esto?
— Sí, exactamente. — Confirmó ella. — Necesitamos preservar nuestro chakra. He trazado esta guía para que no tengas que construir uno o más refugios debido a que uno de nosotros no cabría. ¿Podrás hacerlo?
El moreno no pudo evitar sentirse sorprendido por su solicitud. En Konoha, no había sido de mucha ayuda cuando la aldea fue atacada. Se sentía un poco culpable de ser quien levantaría el refugio que protegería a sus compañeros.
Sin embargo, tragando su malestar, Iwabee asintió con determinación.
— ¡Déjamelo a mí, Mirai-san! — Exclamó con orgullo, levantando la barra que utilizaba para su estilo de piedra.
Mirai asintió con una media sonrisa. Estaba a punto de dirigirse hacia los Chunin del grupo para organizar la comida y otros objetos que habían recuperado de los escombros de la casa Sarutobi cuando Shikadai la detuvo al pasar a su lado.
— ¿Dónde aprendiste eso? Nunca había escuchado algo similar.
— ...
El paso de la Chunin se detuvo. Miró hacia abajo con una expresión imperturbable, debatiéndose si compartir lo que sabía o no. Sus dedos de la mano derecha se rozaban entre sí, mientras reflexionaba internamente.
Cuando llegó el momento, se volteó parcialmente para encontrarse con la mirada de Shikadai. Por un breve instante, ambos compartieron un momento de nostalgia y melancolía.
Cada vez que veía a ese niño, era como si viera a su maestro.
Se preparó para continuar su camino, casi dejando a Shikadai sin respuesta.
— Yo no sabía nada de eso. — Finalmente respondió. — Fue algo que mi maestro me contó.
El silencio que siguió a sus palabras hizo que el camino de Mirai hacia el grupo de niños se sintiera más frío, como si el calor del desierto de repente hubiera disminuido.
Los gritos de Iwabee resonaban en el aire justo antes de que su martillo improvisado golpeara el suelo, como si cada grito le otorgara más fuerza a su técnica característica.
La roca se elevó del suelo arenoso como si el moreno hubiera activado un interruptor oculto en las profundidades de la tierra, y en un abrir y cerrar de ojos, se erigió un iglú del mismo tamaño que el círculo que Mirai había trazado.
Mientras tanto, otros miembros del equipo se ocupaban de separar la comida y hacer inventario de todo lo que habían recuperado de la casa Sarutobi.
— Tenemos suficiente comida para mañana, pero no nos alcanzará para dos días más. — Informó Hoki a su capitana, mientras ordenaba los bolsos shinobi en el suelo junto con otros compañeros. —
Mirai se agachó frente a ellos, uniéndose al grupo que organizaba el equipo.
— Hm... — Murmuró la joven, pero luego cambió su tono a uno más decidido. — No importa. Estoy segura de que encontraremos lo que necesitamos antes de mañana por la noche.
— Está bien.
En la ardiente arena del desierto, Mirai, Hoki, Boruto, Namida y Enko estaban de rodillas ordenando el equipamiento mientras el resto del equipo trabajaba con Iwabee en la construcción del refugio para la noche.
— No tenemos mucha comida... — Lamentó Namida, con preocupación evidente en su voz. — Ni siquiera es suficiente para racionar adecuadamente.
— No te preocupes por eso ahora, Namida. — intervino Boruto, tratando de calmarla. — Ya escuchaste a Mirai-Neechan. Además, yo puedo aguantar un poco sin comer.
— Pero no estarás en plenas condiciones si algo nos sucede... — objetó Namida. —
— ¡Exacto! — Boruto asintió con pesar, reconociendo la validez de la preocupación de la chica. — Tal vez tengas razón... no lo había considerado.
Un incómodo silencio se instaló entre ellos. Boruto se dio cuenta de que, en las misiones dirigidas por Konohamaru, nunca habían pasado hambre. Su sensei siempre se aseguraba de que tuvieran al menos una comida al día.
Al regresar a Konoha, siempre eran recompensados por Konohamaru de alguna manera. Pero esta vez, Boruto sabía que debía ser cuidadoso. No regresaría a la aldea solo para saciar su hambre; debían aguantar hasta encontrar lo que estaban buscando, aunque Boruto aún no estaba seguro de qué era exactamente.
Mientras estaba inmerso en sus pensamientos, Enko murmuró algunas palabras con curiosidad, llamando la atención del rubio y los demás sobre lo que tenía en la mano: un pergamino. Había varios de ellos esparcidos por el suelo arenoso.
— Esto dice... — Comenzó Enko, frunciendo el ceño mientras leía el pergamino. — ¡Es un pergamino de agua!
— ¿Agua? — Preguntó Boruto, confundido. —
Mientras se acomodaba como un niño de preescolar tratando de entender las palabras de su maestra, Mirai observaba a Enko con curiosidad. Por otro lado, Hoki extendió la mano y tomó el pergamino más cercano, leyendo el contenido sin mucha sorpresa.
— Ya veo. Este dice que contiene armas.
Mientras leían, Mirai y Boruto tomaron cada uno un pergamino.
— Éste también dice que es de agua potable. — Susurró Mirai, sorprendida. —
— Hay medicina por aquí. — Informó Boruto, frunciendo el ceño. — Bueno... plantas. Son plantas medicinales.
— ¡¿Tenemos medicina?!
Mirai se inclinó hacia adelante para revisar el pergamino que Boruto estaba leyendo, sorprendida. A su lado, Hoki también mostró asombro.
— Los adultos pensaron en todo. Seguramente la dirección en la que vamos estaba en sus planes, y la comida está calculada para que dure ese tiempo.
— Asombroso... — Murmuró Enko, con admiración. — ¿Cuánto tiempo llevan planeando todo esto?
Mirai se estremeció ligeramente fuera de la vista de los niños. Estaban completamente inmersos en la lectura de los pergaminos, sin prestar atención a su expresión.
Allí estaba ella, sentada en la arena, con la mirada perdida en el vacío.
Mientras los niños discutían entre ellos, tratando de encontrar una explicación al hecho de que los adultos les hubieran ocultado el incidente inminente, Mirai se sumergía en sus propios pensamientos. Se apartaba del mundo exterior y prestaba más atención a las reflexiones que rondaban por su mente en ese momento.
Su madre podría haber simplemente guardado todo esto para sí misma. Pero lo ocultó, y las razones detrás de sus acciones eran ahora más claras para Mirai, especialmente después de lo que Tanaka les había revelado.
Era evidente que su madre quería protegerla de lo que estaba por venir. Y, sobre todo, quería evitar que alguna visita inesperada arruinara sus planes.
Ninguno de los miembros que, según Tanaka, habían ayudado al Séptimo Hokage a llevar a cabo su plan de supervivencia, habría imaginado que los recursos de emergencia de los sobrevivientes de Konoha estarían ocultos en la casa de una ex shinobi.
Si su madre, que ya se había retirado del mundo shinobi, había estado involucrada, entonces esas personas no eran algo trivial. Uchiha, Uzumaki, el clan Ino-Shika-Cho... todos eran niños importantes. Eran los últimos vestigios de las leyendas de su época.
Protegerlos no era solo cuestión de estar presente; tenía que hacerse visible, demostrar que podían confiar en ella. Sentada y esperando el respeto no era suficiente.
En esta ocasión, no se trataba simplemente de su deseo de ser reconocida; era una obligación, la última misión que le había encomendado su maestro y el Séptimo Hokage.
— ¿Eh? ¿Mirai-neechan?
Mirai volvió en sí en un instante. Al levantar la vista, se encontró con Boruto, quien la miraba con una ceja alzada.
Ese chico era el vivo retrato de su padre...
— Separen los pergaminos correctamente. — Dijo ella, levantándose de un salto. — Yo iré a ver cómo están los demás.
— Entendido... ¿Qué haremos con la fogata? — Preguntó el joven, con cierta duda ante el repentino cambio de actitud de la Chunin. — Hará frío esta noche, y no tenemos mucho para quemar.
— Encontraremos una solución. — Respondió Mirai con una sonrisa. — Tenemos a Sarada, que es muy buena en jutsus de fuego. Ya se me ocurrirá cómo aprovechar eso.
— De acuerdo.
Pasó un tiempo suficiente para tener todo preparado antes de la supuesta tormenta. Aunque todavía no había oscurecido, aprovecharon el tiempo restante para revisar y contar cuidadosamente sus provisiones, así como inspeccionar detenidamente los pergaminos.
Mirai ingresó a la posada improvisada después de hacer un breve patrullaje por los alrededores. Al confirmar que estaban solos, sintió una cálida sensación de alivio al verlos a todos juntos bajo el techo de piedra.
Los niños estaban sentados, contentos de poder descansar. La mayoría de ellos habían extendido sus capas en el suelo para evitar el incómodo y sucio contacto con la arena. Estaban bastante exhaustos para lidiar con eso.
Después de un rápido vistazo para asegurarse de que estuvieran bien, Mirai se sentó en el lugar más cercano. Gracias al dibujo que había hecho antes, todos cabían perfectamente en el refugio.
— ¿Qué han encontrado? — Preguntó, cruzando las piernas como una niña pequeña. —
Boruto, quien estaba en el grupo de inspección, se volteó con una mueca.
— Hay un total de diez pergaminos de armas, siete de agua y medicina, y cuatro extraños.
— ¿Extraños?
— Esos cuatro tienen nombres distintos. — Wasabi habló tras Boruto. Mostró el costado del pergamino a la mayor. — Agua, tierra, viento, fuego. Son los nombres de cada uno.
Mirai se estremeció ligeramente. Los cuatro elementos en pergaminos individuales... ¿Qué podría significar eso? Los anteriores tenían como título lo que guardaban en su interior: armas, medicina, agua. ¿Qué contendría un pergamino de fuego? ¿Sería una llama candente? ¿O acaso un material defensivo para ellos, quizás? Ella ya no sabía qué pensar. Solo había articulado una duda.
— ¿Y están seguros de que son los cuatro elementos? ¿Cómo sabemos que el pergamino del Agua no es simplemente agua potable?
— La caligrafía es diferente. — Denki informó, ajustándose los lentes rotos para enfocar su mirada en la conversación. — Los cuatro tienen la misma caligrafía, fueron escritos con el mismo pincel. El trazo es más grueso pero preciso.
— Qué complicado... — Se quejó Boruto con cansancio. — ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado? ¿No hay alguna instrucción en ellos?
— Creo que no...
Denki, sin entender la retórica, volvió a examinar los pergaminos.
— Esto es un problema. — Suspiró Mirai. — Ahora no tenemos idea de si son peligrosos o no. Lo mejor por ahora es no abrirlos. Quién sabe qué podrían ocultar.
— Quizás el agua nos ahogue... — La voz temblorosa de Namida se sumó al eco del escondite. —
Todas las miradas se dirigieron hacia ella. La niña estaba absorta en sus pensamientos, pasando sus manos por una de sus coletas.
— Tal vez el viento podría cortarnos en pedazos... El fuego nos quemaría hasta los huesos, convirtiéndonos en polvo. ¡Ah! ¡Quizás...! Si nos convertimos en polvo, nos mezclaremos con la arena y nadie sabrá qué nos pasó... Cielos, cielos, cielos... Nadie sabrá cómo morimos. Y si estamos en el pasado, nadie sabrá de nuestra existencia, nadie sabrá de Konoha.
— ¡Namida, cálmate! ¡Nada de eso va a suceder! — Tsuru tomó a la castaña por los hombros mientras se arrodillaba a su lado. —
La mirada de los demás se posó en Namida, quien palideció bajo la escasa luz restante. Aún sostenida por Tsuru, parecía perdida en sus pensamientos, con la mirada perdida en el vacío.
— Nadie va a morir. — Le susurró Tsuru con suavidad. – Estamos a salvo. A salvo. —
— ...
Mirai se sentó junto a la niña, ocupando el espacio que Hako dejó libre. Namida parecía despertar de su trance, estremeciéndose al enfrentarse a la dura realidad. Abrazándose a sí misma, mostraba la angustia en su rostro.
Dado que Tsuru ya había retirado sus manos, Mirai abrazó a Namida, pasando su brazo por encima del hombro de la castaña.
Los demás observaban la escena con estupefacción. Intentaban desviar la mirada, pero el nudo en sus gargantas les recordaba las palabras de Namida. Un tema que hasta ahora nadie había mencionado: el pasado.
¿Cómo enfrentarían ese obstáculo?
No tenían dinero. Lo poco que tenían era lo que llevaban consigo para gastos mínimos. La catástrofe había llegado sin previo aviso, y la mayoría ni siquiera tenía dinero encima.
— ¿Cuánto dudaremos una vez que encontremos lo que buscamos?
La mirada de Mirai recorrió a cada uno de los niños.
Sus rostros amargados, la melancolía palpable, la negación. Todo estaba presente, incluso en el imperturbable Mitsuki.
El recuerdo de su conversación con Tanaka-san regresó como un tormento en su cabeza.
Las palabras, tan pequeñas como agujas, pinchaban su ser hasta perderse en lo más profundo. Había cosas que Mirai no había analizado adecuadamente, pero que ahora estaba presenciando en carne propia.
La decadencia mental de cada individuo avanza a su propio ritmo, y ninguno de ellos era la excepción. Incluso, no estaba segura de si ella misma estaba en pleno juicio en este momento, o si lo estaría para el día siguiente.
En ese instante, tenía entre sus manos a una niña indefensa que repetía el incidente en su mente como un disco rayado.
No sería sorpresa que todos estuvieran experimentando lo mismo.
Esos niños son de vital importancia.
Las palabras de Tanaka-san resonaban en su pecho. La aguja incrustada allí era un recordatorio de la tarea que Mirai había asumido.
— No se preocupen por eso. Estaremos bien. — Las palabras repentinas de Mirai tomaron por sorpresa a más de uno. —
Su juicio no se había presentado desde que dejaron el bosque cercano a la aldea.
— Es muy doloroso. Y lo sé muy bien. Pero si nos quedamos estancados, lo único que nos espera es arrastrarnos hasta que lo peor llegue por fin.
Su rostro se puso serio, una seriedad calmada que, hasta cierto punto, resultaba reconfortante. El tono pasivo de su voz aumentaba la sensación de tranquilidad que dirigía a los niños.
— Lo único que tenemos en nuestras manos... es una posibilidad de encontrar respuesta a lo que sucedió. — Dijo, haciendo referencia al objeto perteneciente a Tanaka-san. — Centrémonos en continuar. Cuando estemos a salvo, les aseguro que las cosas cambiarán para mejor.
Hubo un momento de silencio en respuesta. Su tono, aunque apacible, parecía amortiguado por la tensión en el ambiente. Mirai, como todos allí, estaba igualmente asustada. Incluso podría atreverse a decir que estaba más asustada que cualquiera de ellos.
Ella era la mayor, la capitana. La vida de todos reposaba en sus hombros, y el más mínimo error podría sellar su destino a un olvido indigno en tierras lejanas, más allá de cualquier reconocimiento. El peor castigo para aquellos niños sería el olvido, y ese temor empezaba a arraigarse en su interior.
Trató de racionalizarlo, de encontrarle lógica o sentido para desvanecerlo, pero su mente siempre encontraba la manera de alimentar sus preocupaciones.
Si quería llevarlos a todos a salvo, debía ser cautelosa.
— Quedan un par de horas antes del anochecer. – Dijo Mirai a Namida, quien la miró desde abajo. –
Con cuidado, ayudó a la castaña a levantarse del suelo, pasando su brazo por encima de sus hombros y guiándola hacia el exterior, atravesando las miradas curiosas de cada uno de los niños.
Un silencio frío envolvió el lugar, desencadenando una oleada de tristeza en el pecho de la pelinegra.
Mirai salió de allí con la cabeza gacha, sumergida en sus pensamientos.
¿Cuándo había perdido la capacidad de tener esperanza?
En el hospital de la Aldea de la Arena, la atención de los ninjas se centraba en la habitación más apartada del centro, reservada para casos de emergencia. Dos figuras permanecían de pie en el pasillo, observando con atención a través de la ventana el tratamiento que recibía la principal víctima del reciente incidente.
Temari y Yamato apartaron la mirada de la ventana cuando notaron un leve bullicio en el punto ciego del pasillo. Más allá de la puerta principal del segundo piso, se acercaba el Kazekage, moviéndose con paso rápido a pesar de su conocida paciencia. Caminaba con las manos detrás de la espalda, seguido de cerca por Kankuro, su hermano mayor.
Al llegar, Yamato se adelantó para saludar. Aunque había sido traído por la hermana del Kazekage, no consideraba apropiado ser descortés al encontrarse con Gaara. Sin embargo, antes de que pudiera terminar su saludo y explicar el motivo de su visita, Gaara lo interrumpió con su característica calma, sin ser brusco ni repentino.
— ¿Puedes contarme qué sucedió en tu camino aquí? — Preguntó Gaara. —
Antes de que Yamato pudiera responder, Temari intervino.
— No tenemos muchos detalles, Gaara. Solo sabemos que se trata de un ninja desconocido que atacó a uno de nuestros shinobis. — Respondió ella con una mueca de preocupación. — El mayor problema es que no sabremos por qué este incidente está relacionado con Konoha hasta que lleguen los mensajeros.
Gaara dirigió su mirada hacia Yamato después de escuchar la explicación.
— ¿Es posible que los mensajeros traigan más información que tú?
— No estoy seguro. Hay posibilidades. — Respondió Yamato con cautela. — Mi misión era preparar el terreno, pero me encontré con un problema en el camino.
— Parece que te has cruzado con algo más que una simple obstrucción. — Observó Kankuro junto a Gaara, mientras sus ojos se desviaban hacia la ventana de la habitación, donde se podía ver el blanco de las cortinas. — ¿Quién era?
Temari, dándose cuenta de que la pregunta iba dirigida hacia ella, negó con la cabeza.
— No lo sé. Nadie sabe quién es.
— ¿Por qué entonces dicen que es uno de los nuestros?
— Porque llevaba el uniforme y una bandana de la aldea. — Explicó Temari. — Además, su maquillaje es característico de nuestra aldea.
— Pero eso...
Mientras los hermanos intercambiaban palabras sobre el joven, Gaara se acercó a paso lento hacia la ventanilla de la habitación, sin dudarlo.
Se tomó un momento para observar al chico recostado en la cama, asegurándose de tener una visión clara.
Las sábanas cubrían su vestimenta, pero notó que su rostro estaba desprovisto de maquillaje, lo que sugirió que habían comenzado a tratarlo adecuadamente, como había mencionado Temari.
El joven tenía cabello castaño y las sábanas lo envolvían hasta el cuello, casi ocultando su cabeza en las almohadas de calidad superior de la habitación destinada a los ninjas de la aldea.
Observó cómo las sábanas se movían suavemente arriba y abajo, indicando una respiración lenta y constante. Gaara perdió la cuenta del movimiento un par de veces, ya que el joven parecía estar profundamente dormido mientras la enfermera ajustaba la bolsa de suero a su lado.
Los minutos transcurrieron y la discusión entre sus hermanos se desvanecía en la distancia. La atención de Gaara estaba completamente centrada en el niño inconsciente. ¿Quién era él? ¿De dónde venía? Gaara no recordaba haberlo recibido en su oficina, y era bastante bueno recordando rostros, especialmente los de su gente.
No le costó concluir en voz alta que el niño no era uno de sus ninjas, ya que no había dudas al respecto.
— No he visto a ese niño en mi oficina en absoluto. — Murmuró Gaara, interrumpiendo las voces detrás de él. — Es bastante extraño... ¿Por qué lleva el uniforme?
— ¡Por aquí! — Se escuchó a alguien decir. — ¡Gaara-sama!
— Siempre hay algo... — Kankuro se quejó en voz alta, ya no rodeado por los ancianos y sintiéndose libre para expresar su opinión. — ¿Qué pasa? ¡Estamos en medio de algo importante!
Sin embargo, el llamado de atención de Kankuro fue ignorado por un ninja de la aldea de la Arena que se apresuraba desde el otro extremo del pasillo. Todos los presentes se callaron al notar a quienes lo seguían.
Dos de ellos eran; Una chica con cabello rubio atado en un moño alto, y Un Chico de larga cabellera y presencia imponente.
Eran Chunin de Konoha, con el aspecto cansado pero determinado de aquellos que han atravesado un largo y difícil viaje.
— Son ninjas de Konoha. — El ninja de la Arena anunció, señalando hacia los recién llegados. — Dicen que traen un mensaje para ti.
Gaara se ajustó para recibir adecuadamente a los nuevos participantes en este asunto. Sus ojos se encontraron de inmediato con los cansados ojos de un Nara joven, quien, como él, parecía desconocer gran parte de la situación actual.
Pero ninguno en esa habitación tenía idea de las consecuencias que esta reunión traería consigo. La mirada dura y penetrante de Shikamaru hacia el Kazekage, indicaba el peso del mensaje que traían, haciendo eco de futuros inexistentes en los suelos.
— Lamento la interrupción. — Se disculpó el pelinegro de los tres, acompañado por sus dos compañeros. —
Aunque intentaba mantener la calma, el dolor se asentaba detrás de su máscara serena. Sin embargo, la urgencia de su presencia aquí y ahora era evidente. Aunque Shikamaru intentara convencerse a sí mismo, Yamato podía percibir la mínima desconfianza en sus ojos.
— Traemos un mensaje de Hokage-sama para ti, Gaara.
En el estado más tranquilo del tiempo, es cuando los contrastes se hacen más evidentes. Como las estaciones del año, que, regidas por la naturaleza y sus propios ritmos, imponen su orden sobre aquellos que se encuentran bajo su influencia.
Cuando el clima es frío, aquellos que no pueden soportarlo deben abrigarse, pues carecen de la capacidad para resistirlo. Es una ley de la naturaleza que cada uno debe aceptar y adaptarse a las condiciones del entorno, ya sean adversas o favorables.
En última instancia, todos deben encontrar la forma de sobrellevarlo y sobrevivir, independientemente de las circunstancias que enfrenten.

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