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51.85% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 28: Parte Segunda, Capítulo Décimo.

Chapter 28: Parte Segunda, Capítulo Décimo.

En el oscuro refugio subterráneo, Boruto se impacientaba mientras daba instrucciones a sus compañeros. La situación no admitía distracciones, y a pesar de los intentos de algunos por tranquilizarlo con sus murmullos, la ansiedad continuaba palpable en el aire. La gran anciana, con su aura de sabiduría eterna y un aspecto misterioso, permanecía en una esquina, como si estuviera ajena a la inquietud de los jóvenes ninjas.
— ¡Vamos, ¿qué está esperando?! ¡Necesitamos entrenar ahora mismo! — Exclamó Boruto, sintiendo la carga de guiar a sus amigos en este lugar desconocido. —
La gran anciana, con una mezcla de serenidad y destellos de demencia senil, respondió con calma:
— Sí, sí, les enseñaré lo básico, pero primero deben observarme a mí.
Con su cabello plateado y su mirada sabia, la anciana se colocó en el centro del círculo formado por los jóvenes ninjas. Su expresión fluctuaba entre la serenidad y esos momentos de demencia, añadiendo un aura de misterio a su presencia. Con movimientos lentos pero seguros, indicó que comenzaría enseñando lo básico, pero que antes quería que contemplaran su arte.
Un silencio profundo envolvió la estancia mientras todos los ojos se posaban en la anciana. Sarada, siempre imperturbable, se mantenía al lado de Boruto, observando con atención. El trío Ino-Shika-Chou, con su característica calma, también dirigía sus miradas llenas de curiosidad desde cierta distancia.
La gran anciana inició una serie de movimientos fluidos, similares a los que habían presenciado en los hombres enmascarados tiempo atrás. Parecía estar danzando con la energía misma del lugar, absorbiéndola y fusionándose con ella. Los jóvenes se sintieron envueltos en una sensación extraña, como si estuvieran conectados con la naturaleza subterránea a través de la anciana.
De repente, la anciana se elevó del suelo con un salto, lanzando ambos pies en una patada doble. A su alrededor, la tierra se levantó, formando escalones altos como pilares. Los movimientos enérgicos y precisos de la anciana parecían ordenar a la tierra que obedeciera su voluntad.
Los jóvenes ninjas observaban con incredulidad lo que sucedía. Boruto estaba atónito, sintiendo una mezcla de asombro y cierta incomodidad. La anciana continuaba saltando de pilar en pilar con una agilidad impresionante, como si fuera una hoja llevada por el viento. A pesar de estar descalza, parecía estar en perfecta armonía con la naturaleza subterránea que la rodeaba.
Cada vez que la anciana daba un salto, la tierra de la superficie de los pilares se levantaba con ella. Finalmente, llegó a la última plataforma, la más alta de todas. Permaneció allí inmóvil, extendiendo el brazo y flexionando su cuerpo como si estuviera solicitando el permiso del aire para su próximo movimiento.
Desde abajo, los jóvenes observaban con sorpresa y fascinación. Sarada, ajustándose los anteojos, apenas mostró un destello de asombro en su habitual serenidad. La anciana chasqueó los dedos y giró con fuerza sobre sus pies, generando un remolino de aire que los impactó con firmeza pero de manera casi imperceptible, dejándolos ilesos como si el viento hubiera pasado a través de ellos en lugar de sobre ellos.
Entonces, la anciana habló en voz alta, sus palabras resonando con sabiduría y misticismo.
— Los métodos tradicionales enseñados a nuestro pueblo nos conectan con la naturaleza. Cuando esta se muestra perturbada, debemos aceptarlo y superar el desafío, en lugar de manipularla a nuestro antojo como lo hace el Chakra. Aprendan a aceptar los desafíos que se nos presentan y a sobrevivir; bajo tierra, solo hay tierra y apenas hay brisa. Aprendan a utilizar el escaso aire que queda, los huecos entre la tierra, para elevarse y alcanzar lo que desean.
El poder demostrado por la anciana trascendía el dominio del Chakra y los Jutsus; era una habilidad ancestral arraigada en la esencia misma de la naturaleza. Los jóvenes ninjas estaban desconcertados por la existencia de una técnica tan ajena a su conocimiento. Incluso Sarada, cuyo conocimiento la había llevado a considerar la biblioteca como su segunda casa, nunca había escuchado algo similar.
Ejecutar algo de tal magnitud sin recurrir al Chakra era inconcebible. Sin embargo, eso era precisamente lo que habían presenciado, y ese conocimiento tenía un precio.
Un silencio sepulcral cayó sobre la escena mientras todos observaban a la anciana desde abajo, susurrando entre ellos en un intento por comprender lo que habían presenciado.
Boruto, con los ojos desorbitados por la experiencia, estaba entre los más sorprendidos. Él, cuyo cuerpo albergaba los secretos del tejido mismo de la existencia, se encontraba frente a algo que desafiaba parte de lo que creía saber.
A su lado, Sarada sujetaba una de las patillas de sus gafas como si esa simple acción la mantuviera anclada a la realidad. Fijaba su atención en la anciana mientras su mente bullía con teorías en turbulencia.
Justo cuando se disponía a abrir sus ojos para intentar comprender el fenómeno, un murmullo de incredulidad resonó cerca.
— No hay rastros de Chakra.
Inojin, el último descendiente de los Yamanaka, se encontraba cerca. Su cabello ceniza parecía en sintonía con su expresión, y las marcas chamuscadas apenas visibles en su piel daban testimonio del cataclismo que había devastado el mundo. 
Negaba suavemente con la cabeza; el chico que había compartido risas y entrenamientos con sus amigos ahora mostraba un atisbo de melancolía. El Chunin del equipo observaba con serenidad, preparado para enfrentar cualquier amenaza.
Sarada aflojó el agarre en sus gafas y detuvo el avance del carrito. Era evidente que la situación ya no requería su intervención.
— ¿Estás seguro de que no hay un error? — Preguntó la Akimichi, visiblemente más confundida que sus compañeros. — No entendí del todo, pero ¿no mencionó algo sobre el Chakra cuando la conocimos?
Inojin negó con un gesto, indicando que había buscado minuciosamente.
Mientras tanto, Shikadai mantenía su mirada sobre Inojin, estudiando sus reacciones con un interés disimulado. A su lado, Boruto también observaba a la anciana en la plataforma elevada, su asombro palpable.
— Puedo sentir el Chakra de todos nosotros, claramente este cambio no afecta mi capacidad de detección. — Informó el Yamanaka, tratando de dar sentido a lo inexplicable. — Sin embargo, fui incapaz de detectarla...
— Eso no puede ser, incluso mi mamá podía sentir a Hima mucho antes de que aprendiera a usar el Chakra. — Murmuró Boruto, sus palabras cargadas de ansiedad. –
Sarada, como la conexión entre el equipo Ino-Shika-Chou y su equipo, observaba en silencio.
— Ella misma mencionó que utiliza la energía de la naturaleza. — Aportó Mitsuki, uniéndose al coro de incógnitas. Sus ojos serpentinos permanecían fijos en la figura en lo alto. Un fruncimiento apenas perceptible marcaba su frente. — Pero eso no explica por qué es indetectable...
— ¿Cómo...? — Shikadai comenzó a preguntar, pero fue interrumpido. —
— ¡Tiene que ser mentira! — Exclamó Boruto, la incredulidad teñida de frustración en su voz. —
Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando divisó nuevamente a la Anciana en la plataforma.
— Congeniar con tu entorno es un trabajo arduo que se acumula con años y años de experiencia. — Les comenzó a decir la mujer. — Pero eso solo se limitaba a cosas tales como la detección de Chakra, fuerza física, y más rendimiento.
Mientras se enumeraban los límites de tales hazañas, Boruto no tardó en hallarle una similitud a lo que decía. Había estado familiarizado con un término y técnica que jugaba con las mismas reglas, y la había presenciado montones de veces.
Después de todo, en la mayoría de ocasiones, él era la razón por la que tal técnica era activada.
— El Modo Sabio. — Decir eso le ganó unas miradas, incluyendo la de Sarada. — Es igual que el Modo Sabio de mi padre, pero, por alguna razón... siguen siendo muy diferentes.
Uzumaki Naruto, el séptimo Hokage y padre de Boruto. A pesar de su legendario nombre y la admiración de millones, para Boruto, él era solo su padre. Solo Boruto conocía los lados más íntimos de ese hombre.
Desde muy pequeño, había deseado despertar ese lado en su padre. Más allá de ser el hijo de una leyenda, le resultaba divertido.
Que su padre, un héroe de guerra y el Hokage, activara el Modo Sabio era un orgullo para Boruto.
Que un hombre tan fuerte y ocupado, capaz de crear más de cien clones con una simple invocación, limitara esa técnica a solo cuatro clones para su hijo, podría considerarse una pérdida de tiempo para muchos. 
Quizás su padre lo hizo para poder localizarlo más fácilmente, lo que ahorraría tiempo y le permitiría continuar con su trabajo. Pero esos días juntos fueron divertidos. Y se preguntaba si su padre alguna vez lo vio de la misma manera.
— Son cosas completamente distintas. — Respondió la mujer a su duda, después de un momento de silencio. — El Modo Sabio ayuda al humano a entender la naturaleza. Lo que les mostré... es solo una muestra de lo que la naturaleza puede hacer para ayudarnos a entendernos entre nosotros.
— Pero ¿cómo funciona todo esto sin chakra? ¡¿Cómo lo haremos?! — Seguramente más de uno quería preguntar, pero la certeza yacía presente a sus pies, y no podían hacer más que observar a la única persona que les había tendido la mano después del cataclismo. —
Aunque no lo entendieran del todo, al menos algunos de los más astutos habían captado la forma de comportarse de esta mujer.
Por más que preguntaran, no recibirían una respuesta clara. Incluso deberían considerarse afortunados de que ella se haya dispuesto a enseñarles algo así en tan poco tiempo de conocerse.
En sí, la confianza y disposición de esta mujer para ayudarlos era un misterio. Su sola presencia emanaba un aura de misticismo.
— Aprender lo básico es crucial en su situación. — Les dijo la anciana con una seriedad inusual en su tono. — Yo misma... he hecho un juramento. Si fallo en cumplir con mi deber, estaría decepcionando a todos aquellos que conocen estas técnicas.
— ¿Un juramento? — Se preguntó Namida, sumergida en la ola de misterio, intentando descifrar las palabras de la anciana. —
Su forma de expresarse... parecía como si estuviera obligada a mantener un equilibrio delicado entre la verdad y la moralidad. No parecía tener malas intenciones, pero tampoco daba indicios de que los trataría como lo que eran: ninjas.
Para Boruto, cuyo poder fue el catalizador que desencadenó toda esa ola de sangre y pérdida, era una realidad un tanto surrealista. De manera egoísta, nunca se había visto a sí mismo como un niño necesitado de cuidado. Cuando se convirtió en shinobi, había esperado que las cosas cambiaran.
Pero su padre nunca permitiría que unos niños lucharan por él, ya fuera como Hokage o como un padre común y corriente.
Ese sentimiento ya lo había experimentado antes. Quizás en la academia, cuando su relación con su padre era más complicada. O tal vez no hace mucho, cuando había aceptado que tarde o temprano, Boruto moriría si la sed de poder dentro de él tomaba el control.
Un sentimiento familiar, pero no del todo bienvenido.
— Comenzaremos por orden de nacimiento.
La anciana saltó de la plataforma con agilidad, aterrizando en el suelo con suavidad. Recogió el báculo que había dejado en el suelo y, como si estuviera hecho de nieve o tierra, las plataformas regresaron a su lugar de origen, apenas provocando ruido, amortiguados por los ecos distantes de los subordinados entrenando.
Todos los ojos estaban fijos en ella, y la anciana no pudo ocultar su expresión sombría mientras hablaba con claridad.
— ¿Quién de ustedes es el mayor?
Durante las próximas tres horas, la amplia sala solitaria en la que se encontraban, iluminada únicamente por unos rayos del día que se filtraban por el techo, se convirtió en un escenario de intensa concentración y actividad.
Bajo la mirada serena pero penetrante de la anciana, los jóvenes shinobi se sumergieron en su entrenamiento, llevando a cabo una serie de ejercicios que, si bien no desafiaban sus habilidades ni los empujaban más allá de sus límites como ninjas, sí los obligaban a permanecer en un estado de mayor conciencia.
Superar todo, sin utilizar ni una pizca de chakra.
La anciana comenzó dirigiéndolos a meditar. Formaron un círculo en el suelo y cada uno cerró los ojos, buscando centrarse en sus propios pensamientos. Sin embargo, Iwabee, el mayor del grupo, optó por cerrar los ojos ante las indicaciones de la anciana. 
Mientras los demás intentaban mantener la mente despejada mientras experimentaban las sensaciones del mundo exterior, Iwabee se encontró conectando con la brisa que la anciana les proporcionaba.
Sin embargo, su concentración se vio abruptamente interrumpida cuando una plataforma de piedra emergió repentinamente debajo de él, lanzándolo al aire con una expresión de sorpresa en su rostro. La plataforma desapareció tan rápidamente como había aparecido, y Iwabee aterrizó en el suelo con un chasquido de dientes.
El silencio que había envuelto a los demás se rompió mientras observaban la inusual escena con asombro y, en algunos casos, conteniendo las ganas de hacer preguntas. Pero no era el momento adecuado para ello.
La anciana observó a Iwabee con una ligera sonrisa, como si estuviera esperando su reacción.
— Para fusionarse con la naturaleza, deben sentir sus embates y, además, temerlos. Manténganse alerta, ya sea con los ojos cerrados o abiertos. — Dijo la anciana con una voz calmada pero firme. —
A partir de ese momento, el entrenamiento se convirtió en un delicado equilibrio entre meditación y alerta constante. Iwabee, decidido a no ser sorprendido nuevamente, se transformó en un torbellino de movimiento mientras se desplazaba entre los demás, desatando rápidos ataques y distracciones (y algunos empujones y exclamaciones de aquellos que querían poner fin a esto).
Cada vez que alguien se distraía o perdía el enfoque, él estaba ahí para recordarles que la concentración constante era esencial. Boruto pensó en la posibilidad de dejar que Iwabee recibiera algunos golpes, pero sabiamente optó por guardarse ese pensamiento. Lo último que deseaba era provocar peleas innecesarias entre ellos.
Mientras Iwabee se convertía en una especie de ninja inexperto (aunque no lo era), lograba esquivar los ataques como podía. Aunque no salió victorioso en todos los enfrentamientos, podía levantarse con honor por haber aceptado un golpe decente.
El resto del grupo se debatía entre concentrarse en sus propias mentes y mantener una vigilancia constante para evitar ser sorprendidos por los movimientos impredecibles de Iwabee.
La persecución llegó a su fin cuando Iwabee se levantó con una solicitud de rendición.
Doushu, en su intento por mantenerse en sintonía con su entorno, fue alcanzado por un ataque de piedras pequeñas que lo lanzó hacia atrás con un gemido de dolor. La anciana no mostró ninguna simpatía y simplemente declaró: "La lección es para todos".
En las siguientes horas, todo transcurrió según lo planeado por la anciana desde que Mirai partió en su misión contrarreloj. Entre las actividades que podrían parecer simples para un ninja, había otras que serían casi imposibles sin el uso del chakra.
Boruto no perdió el tiempo y mientras su cuerpo se ejercitaba, registraba mentalmente cada detalle. Anotaba cuidadosamente cada punto importante y agregaba notas para sí mismo.
El ejercicio de salto entre plataformas era exactamente igual a la demostración de la Gran Anciana. Boruto lo entendió cuando vio a Iwabee caer al suelo y notó que la plataforma esperada nunca apareció. La anciana, sentada en el suelo con su báculo en mano, colaboraba agregando y quitando plataformas de manera impredecible. Boruto comprendió que ese entrenamiento ponía a prueba la percepción de cada uno.
Aunque eran ninjas, no podían predecir dónde aparecería la siguiente plataforma. Las plataformas emergían de las paredes de manera inesperada, lo que aumentaba el riesgo de caída. Además, no podían usar chakra en los pies para sostenerse de las paredes. Boruto sabía por experiencia que hacerlo solo prolongaría su tiempo en el entrenamiento de plataformas.
Los miembros del equipo de Sai-san y Sarada destacaron en el ejercicio, logrando llegar más lejos gracias a su aguda percepción y habilidades de adaptación.
No le sorprendió ver a Sarada en lo más alto de las plataformas, pero no pudo decir lo mismo de Hoki y sus compañeros. Ellos habían demostrado los frutos de ser Anbu, junto con Sai-san, cuya relación con Boruto era casi la de una familia. Sai-san podía ser divertido cuando se lo proponía, y si no fuera por ser el padre de Inojin, seguramente sería uno de los hombres a los que el Boruto del pasado hubiera deseado tener como su padre.
Después de tantas caídas, Boruto se adelantó y preguntó lo mismo que todos habían estado pensando, pero que no pudieron expresar debido al cansancio.
— ¿Por qué por orden de edad? — Jadeaba, exhausto. —
La anciana comprendió su pregunta entre el bullicio de aquellos que se enfrentaban al desafío de las plataformas. Le respondió a Boruto:
— Ya les he dicho que sus presencias son muy inestables. Esto es solo para asegurarme de no provocar muchas olas.
— ¿Qué? ¿Estás intentando evitar que algo de lo que hagamos se nos devuelva? — Indagó Boruto, secándose el sudor de la cara con el antebrazo. — ¿No era eso una metáfora?
Hubo un momento de silencio entre ambos, solo interrumpido por los ánimos de Wasabi a su amiga castaña, quien había roto su racha de tres plataformas seguidas.
— Nunca ha pasado, pero es mejor prevenirlo. — Respondió la anciana con claridad, absorta en las plataformas. El agarre en su báculo se suavizó. — Si algo les llegara a ocurrir... no sería culpa mía. Por lo tanto, procuro saltarme las reglas del tiempo.
Boruto volvió a cuestionarla, y ella contestó:
— Este tiempo... verás, es como si supiera que ustedes no pertenecen aquí, al menos no aún. — Reflexionó la anciana, con un gesto pensativo. — No, definitivamente no lo hacen. Su tiempo ya no existe, y éste intenta expulsarlos. Si apenas llevan un par de días aquí, sin provocar un disturbio, entonces podrán estar bien mientras más tiempo pasen sin provocar olas. La mejor manera es creando hondas muy diminutas. Dado que Iwabee-kun es el mayor de ustedes, ha de empezar lento, y ustedes seguirlo. Solo así podremos saltarnos las normas... al menos por ahora.
— ...
Todo estaba muy lejos de la comprensión de Boruto. Las cosas apenas se vislumbraban en la distancia, y su entendimiento era limitado. Él era un niño bastante astuto, y según las palabras de los adultos, por más información que se le ocultase, él sería capaz de adaptarse a la situación a su manera.
Esta situación era una de las tantas con las que se había arriesgado. Ya no ganaba nada con negarse y quedarse sentado. Tenía que aprender, adaptarse y luchar. Se la estaba jugando con entrenar algo que desconocía su veracidad, y se había jurado a sí mismo enfrentarse con quién sea el que portase la marca de "Asesino" en la frente.
Había sido enviado al pasado. Pero el "por qué" no era uno, sino muchos.
¿Qué buscaban los adultos exactamente? ¿Cambiar algo? ¿Evitar lo que les sucedió?
Y si es lo último, ¿cuál sería la raíz de todo eso?
El joven Uzumaki estaba hambriento de conocimiento. Esta curiosidad se interpretaba de manera distinta cuando la vivía el rubio, nieto del cuarto Hokage.
Él no se detendría a analizarlo todo (al menos no ahora). Si tenía justo a su lado una fuente de información aparentemente confiable, no perdería la oportunidad para bañarla de preguntas. Quería saber las razones detrás de este "entrenamiento".
Él dividía su tiempo entre cuestionar a la que se había ganado el apodo de "Gran Abuela" y poner a prueba lo que había aprendido.
Se enteró de que la Gran Abuela buscaba potenciar las habilidades más básicas: equilibrio, reflejos y fuerza.
Los ejercicios en los que destacó fueron los de reflejo y equilibrio. Boruto no contaba con una fuerza superior a la de sus compañeros, y eso lo desanimó un poco.
Una de las pruebas más desafiantes resultó ser también una de las más simples en apariencia. Consistía en atravesar los orificios de una pared de piedra que la Gran Abuela invocaba al otro lado de la sala, la cual se aproximaba a toda velocidad hacia la posición de los ninjas. Sin embargo, la dificultad aumentaba cuando los orificios se volvían más estrechos, dejándoles dos opciones:
1. Encontrar la manera de pasar por encima de la pared, utilizando plataformas de piedra que se desmoronarían o serían aplastadas por la misma pared.
2. Ser aplastado por la pared.
Boruto destacó en esta prueba. Aunque no fue muy hábil en el equilibrio sobre las plataformas, demostró buenos reflejos al atravesar los distintos orificios, logrando llegar al otro lado de la sala sin ser aplastado por ninguna pared.
Al menos tuvo mejor suerte que ChouChou. Cuando su amiga se daba cuenta tarde de que no podría pasar por un orificio, optaba por saltar, pero sus ánimos superaban a su fuerza.
Hubo muchas caídas, ya fuera al esquivar los ataques de la Gran Abuela mientras trotaban alrededor de la sala o al intentar prever su próximo movimiento y evitar sus ataques individuales.
En total, estuvieron unas cinco horas, alternando entre ejercicios y descansos de manera equilibrada.
En un momento determinado, entre jadeos y el sonido reconfortante de las vendas siendo sumergidas en agua caliente, Hoki cuestionó la prioridad que se le daba al entrenamiento básico en comparación con el perfeccionamiento de las técnicas que ya poseían como shinobi.
Boruto recordaba cómo la anciana, ocupada tratando las heridas de Namida mientras permanecía de espaldas a los niños, hizo tintinear la cerámica llena de agua caliente. Sintió que la pregunta era inoportuna, y aunque todos sabían que la anciana rara vez ofrecía claridad al hablar, era evidente que no le gustaba repetirse, incluso si lo hacía con distintas palabras.
— En dos días tendrán que salir al exterior. — Lo que les dijo provocó sorpresa en muchos de los presentes en la sala, incluyendo a Namida, quien estaba recibiendo atención para aliviar la fatiga en su pierna izquierda. — Cuando lo hagan, correrán el riesgo de ser detectados por personas peligrosas que puedan venir de su tiempo. Sin mencionar que muchos de mi época sentirán curiosidad por sus raíces.
Mientras escuchaba, Boruto se estiraba en el suelo como parte de un pequeño ejercicio, pero al considerar sus raíces como miembro del Clan Uzumaki y nieto del Cuarto Hokage, y como hijo de un futuro Hokage, se vio obligado a sentarse.
— Entiendo que pueda parecer una sobreprotección exagerada, pero es lo que se debe hacer. — Les dijo la Gran Abuela mientras aplicaba agua tibia con un trapo en el tobillo de Namida. —
Boruto se sentía extraño consigo mismo, como si lo que escuchara determinara su supervivencia. Presagiaba un acto que cambiaría el curso de su vida en algún momento. Observaba la espalda de la mujer, sintiendo una multitud de sensaciones inconclusas que aún no tenían nombre.
Una sensación conocida, pero de raíces desconocidas: el miedo. Esa era la atmósfera que los envolvía mientras la anciana hablaba.
— Usar arcos y flechas, cuchillas, cualquier cosa que no los delate como shinobi. — La mujer mojaba los trapos y los estrujaba, dejando que el agua cayera ruidosamente en la cerámica mientras limpiaba a ella y a sus compañeros. —
En medio de esa densa nube de preocupación, Sarada levantó la cabeza para unirse a la conversación. Aunque su expresión corporal sugería distancia, su interés era evidente.
— ¿Qué pasaría si nos encontramos con aliados? — Preguntó, atrayendo la atención de Boruto. —
La anciana no se apresuró a responder, permitiendo que la pregunta resonara en las mentes de los demás.
— Rezar para que no sean traidores. — Su respuesta fue directa. Continuaba con su tarea de limpieza, empapando y escurriendo los trapos con un gesto firme. — En estos momentos, no pueden confiar en nadie. Mi caso fue diferente por varias razones. Si no, los adultos de su aldea los habrían preparado mejor para sobrevivir por sí mismos. En cambio, los entrenaron lo suficiente para llegar hasta mí.
— ¿Cómo puede estar tan segura?
Fue Hoki quien hizo la pregunta, dejando a Boruto momentáneamente en silencio.
El chico estaba de pie junto a sus compañeros en el suelo, con su diadema quitada pero con su máscara aún en su lugar. Miraba fijamente a la anciana, como si pudiera penetrar en sus pensamientos con la mirada.
Era evidente que la respuesta de la anciana había tocado una fibra sensible, y Taketori lucía visiblemente afectado.
— Venimos de Konoha, y aunque esta época sea más despiadada que la nuestra, ¡Podrían sorprendernos! ¡Podrían ayudarnos! — Hoki miró directamente a la Gran Abuela, desafiante. La mujer lo observó por encima del hombro, lo que provocó un fruncimiento en la frente del chico. —
— No quiero que se malinterprete, pero aunque esté dispuesto a quedarme aquí y colaborar para sobrevivir con mis amigos, ¡No puedo ni siquiera considerar esa idea! — Casi exclamó, pero se contuvo a último momento. Sus compañeros de equipo estaban igualmente interesados en la discusión. — Tal vez algunos buenos ninjas podrían ayudarnos. Podríamos incluso demostrárselo a la Hokage...
— Supongamos que lo haces. — La abuela respondió con calma. —
Sin embargo, todos sintieron el mismo pensamiento: era peligroso que ella siguiera hablando y que Hoki continuara. Por eso, se quedaron quietos, escuchando atentamente. La mujer continuó con su tarea, destacando el tono condescendiente pero también temible que contrastaba con sus verdaderas intenciones.
— Ganarías la oportunidad de entrar a Konoha sin ser percibido como una amenaza. Obtendrías el valioso permiso de hablar personalmente con la Hokage y explicar tu situación. — Detuvo su relato y concentró toda su atención en el chico de ojos azules. — ¿Crees que eso automáticamente te convertiría en uno de ellos?
— ¿Qué? — Hoki respondió desconcertado. —
— Te estoy preguntando si crees que no te verían como una amenaza, chico. — La mujer fue directa. — Sin importar cuál sea tu explicación, sigues siendo un desconocido, una amenaza para su pueblo. Ya no perteneces a ellos. Además, ¿Estarías dispuesto a arriesgar sus vidas y su bienestar solo para salvar la tuya?
— ¡¿Qué?! ¡Jamás he insinuado algo así! — Hoki llevó una mano a su pecho y desestimó sus palabras con un gesto. —¡Jamás haría daño a nadie!
— Lo harán si los involucran, niños. — La sentencia fue dirigida a todos por igual, llenando a Hoki de desesperanza. La mujer siguió mojando los trapos, avivando la ya tensa atmósfera en la habitación. — El pasado y el futuro están destinados a permanecer separados. Aunque ustedes hayan escapado del cataclismo, involucrar a su aldea podría desencadenar otro. Y aunque no sea tan devastador como un cataclismo, podría provocar la muerte de muchas personas debido a las olas que ustedes generan. ¿Creen que eso es justo para ellos?
Nadie se atrevió a responder.
— Incluso el Kage más fuerte sería una víctima. Nadie del pasado debe estar involucrado en esto. Mi presencia es más que suficiente. — La anciana apuntó a Hoki con el trapo goteando. —Solo porque los estoy ayudando y conozco las consecuencias. Si las naciones se enteran y los ayudan, podría llevarlos a un final catastrófico. Por eso, deben evitar incluso ser perseguidos por ellos.
— ¡Pero estaríamos haciendo lo correcto, ¿no es así?! — Iwabee exclamó. — Aunque no nos ayuden, perseguirnos sería proteger a su aldea. Aunque nosotros también pertenezcamos a ella...
— ¡Es lo mismo! — Escupió la mujer, golpeando el trapo empapado en el suelo de piedra y salpicando al moreno en el proceso. — Que los persigan con buenas o malas intenciones no es lo importante. Ellos no deben enterarse de su existencia. Si llegan a ser descubiertos, bajo ninguna circunstancia se expongan a ser conocidos. Su deber no es solo mantenerse con vida, también es asegurar que ellos lo hagan.
El mensaje fue claro para todos, sin necesidad de más preguntas.
Incluso Hoki, quien había desencadenado esa cascada de sinceridad, estaba claramente abatido, aunque no se arrepentía de haber preguntado.
Ya no tenían el control sobre sus vidas; todo cambió desde el momento en que abrieron aquel pergamino.
La esperanza de encontrar aliados en Konoha se desvanecía lentamente, como las llamas que dan su último suspiro antes de extinguirse por completo.
Convencerlos no sería útil si su objetivo era evitar otro cataclismo. Ni siquiera sabían quién era el enemigo, el responsable de su desdicha.
¿Cómo podrían cargar a una Konoha sin Naruto con ese peso?
Esa Konoha no tenía a Kakashi como uno de los Hokage, ni al trío Ino-Shika-Chou liderando la vanguardia.
En el pasado, existieron Ninjas fenomenales, pero aquellos que estuvieron cerca de encontrar la solución al cataclismo optaron por proteger a sus hijos, sacrificando sus propias almas al retroceder en el tiempo y regresar a su juventud.
Ahora, ellos no eran más que jóvenes o niños. Sus padres, héroes, familia... todos se reducían a eso.
No podían ponerlos en peligro injustamente. No sería justo para nadie.
Aunque algunos aún mantenían una pequeña esperanza de que las cosas no fueran así.
— Entre ellos están los hijos de mi maestro y sus compañeros. Todos tienen la misma edad. El mayor no es mucho más joven que yo.
— Oh, entiendo. No son tan jóvenes como pensaba.
— ¡Ah, cierto! Je...
Mirai y Sara tenían una conversación tranquila, alejadas del peligro por el momento. Hace unas horas, Mirai había llevado a salvo a la joven reina a su hogar.
Fueron recibidas con lágrimas y gritos, y Mirai fue apartada cuando una multitud se acercó. Sara fue rodeada de abrazos y lágrimas, muchas de ellas provenientes de ella misma.
Mirai se sorprendió por el modo de vida de los habitantes. Vivían de manera que los de su época llamarían "clandestina".
El peso de la palabra no recaía en el significado que Mirai intentaba transmitir. Solía encontrar las palabras adecuadas, pero niños como Shikadai, que no pasaban por alto las actitudes ambiguas, usaban palabras para significados completamente diferentes.
Desafortunadamente, esa costumbre también estaba empezando a afectarla a ella.
El reino de Rouran ocupaba varias zonas del País del Viento. Casi cada mes se trasladaban a un lugar diferente, y disfrutaban haciéndolo. En su camino, Mirai había sido testigo de todos los viajes que Sara había emprendido junto a su gente.
Le pareció hermoso. De alguna manera, toda esa gente era la familia de Sara. Ver cómo ella los abrazaba y les agradecía entre lágrimas su preocupación, demostraba la importancia de esas personas para ella.
No pasó mucho tiempo antes de que recibieran a Mirai con los brazos abiertos.
— ¡Muchas gracias por traer de vuelta a Sara-sama!
— ¡Muchísimas gracias!
— Le debemos la vida... en serio...
Mirai no pudo evitar todos los agradecimientos. Más que un simple gesto de cortesía y humildad, era un reconocimiento profundo que ella deseaba que la destinataria entendiera.
Por eso, después de asegurarse de que la única víctima de Mezu estuviera bien, Mirai cerró los labios con fuerza y se prometió a sí misma castigarse si dejaba escapar alguna palabra de más.
Estas personas habían sido afectadas por su culpa, y no deberían haberse visto envueltas en el problema. Por esa razón, cuando Sara la invitó a entrar en su carreta, Mirai permaneció alerta ante cualquier señal de duda.
— Te lo contaré todo después. — Le dijo a Sara. —
Y ese momento llegaría pronto, aunque Mirai deseaba que nunca ocurriera si eso significaba mantener a Sara y a su gente al margen del tema del tiempo.
Estaban sentadas frente a frente, compartiendo una taza de té que uno de los súbditos de Sara les había ofrecido en un termo de metal. La carreta avanzaba con calma, y el paisaje arenoso les ofrecía una vista relajante en momentos de descanso.
Dada la situación, Mirai no pudo ocultarle a Sara que era una ninja. Por lo tanto, cuando Mirai sugirió que avanzaran para evitar a Mezu y su grupo, Sara y su gente asintieron sin objeciones. Mirai quería mantenerse alejada de ellos tanto como fuera posible y proteger a Rouran si era necesario.
Habían estado conversando durante un buen rato. Mirai aprovechó la oportunidad para explicarle su situación a Sara.
Absteniéndose de dar demasiados detalles, Mirai explicó que su aldea, cercana al País del Fuego, había sido arrasada hasta quedar reducida a cenizas, y que solo ella y algunos otros ninjas habían logrado sobrevivir.
Ella testificó que Mezu era un sicario buscado por su aldea como un individuo sumamente peligroso. Sin embargo, todos los adultos habían perecido antes de poder detenerlo, y era posible que otros enemigos de su aldea aún estuvieran sueltos.
Sara escuchaba atentamente, haciendo preguntas sobre detalles que le parecían importantes, y Mirai los explicaba cuidadosamente. Era evidente que nadie pasaría por alto el hecho de que ella provenía del futuro, pero mencionarlo levantaría sospechas que podrían ser perjudiciales.
Las cosas iban bien, y Sara escuchaba sin mostrar signos de sospecha, hasta que llegaron al tema que Mirai temía desde que comenzó la conversación:
— ¿Puedes decirme más sobre esa persona llamada "La Sombra de Ébano"? — Sara preguntó. Ahora que estaba segura, hablaba con un tono calmado y dispuesto a ayudar, pero evitando detalles que consideraba peligrosos. — Nunca he escuchado un nombre como ese, y no conozco a nadie con esas características. Pero el hecho de que esa persona te haya mencionado ese lugar... me parece más que curioso, en mi opinión.
Mirai se mordió la lengua. La Anciana le había aconsejado que no mencionara eso, ¿pero debía ser tan explícita?
— Si te soy sincera, Sara-sama...
— Llámame Sara, por favor. — La pelirroja la interrumpió. — Lo menos que puedo hacer por mi salvadora es permitirle esta familiaridad.
Mirai sintió una calidez en su pecho.
— Sara... san — Comenzó ella. — Esa persona, "La Sombra de Ébano", no es más que una anciana que vive bajo tierra.
— ¿Eh? — Sara levantó la vista de su té. — ¿Bajo tierra?
Sara había interpretado esas palabras como "Vive un poco más debajo del País del Viento" o "Vive muy alejada de estas tierras".
Pero Mirai negó con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta.
— No sé cómo, pero logramos ocultarnos de nuestros enemigos gracias a que ella nos facilitó refugio en un escondite subterráneo. Tiene pasillos como los de un hormiguero y varias entradas. — Explicó Mirai, gesticulando con las manos para ayudar a Sara a visualizar la situación. Se abstuvo de revelar la ubicación exacta de la puerta de salida del escondite, aunque sentía que podía confiar en Sara. — Mis amigos se quedan allí mientras yo intento encontrar un trabajo que pueda hacer.
Sara mantuvo la calma, pero su determinación de ayudar a su salvadora seguía intacta, sintiéndose en deuda por haber salvado su vida.
— Mira, Sara-san, yo... mi trabajo como ninja ya no es viable. — Mirai pensó rápidamente en una mentira piadosa. Se encontraba incómoda bajo la mirada sincera de Sara. Ninguna de las dos tenía intenciones de engañar a la otra, pero la humanidad siempre prevalecía. — Solíamos colaborar con otras aldeas, pero debido a nuestros problemas, es arriesgado pedirles ayuda. Por eso me veo obligada a realizar misiones... clandestinas.
— ¡Eso es muy peligroso, Mirai-san! — Los ojos de la joven reina se abrieron de par en par. — Solo asesinos o ladrones se involucran en ese tipo de trabajos.
— Sí, lo sé, pero no tengo otra opción. — Mirai añadió un poco de firmeza a su tono sereno. — Es lo que La Sombra de Ébano me ha recomendado. Además, estoy segura de que ganaré lo suficiente para sobrevivir...
— ¡Es inaceptable! ¡Jamás permitiré que algo así ocurra bajo mi vigilancia! — Sara dejó su taza de té a un lado y adoptó una expresión ofendida. — Mirai-san, no puedo permitir que tú y tus amigos pasen por eso mientras yo esté aquí. Por favor, déjame ayudarte y tráelos...
— Agradezco tu preocupación, Sara-san. Pero no puedo aceptar eso.
La sorpresa se reflejó en el rostro de la pelirroja ante el tono serio de Mirai. Por un momento, se quedó sin palabras.
— ¡Pero...!
— Mezu podría regresar. — Interrumpió Mirai, su mirada firme. — O, en el peor de los casos, podrían aparecer más personas como él por aquí.
Sara se quedó en silencio.
— Mirai-san...
— Así como tú no puedes permitir algunas cosas, yo no puedo permitir que otros se manchen las manos buscando el camino más fácil.
Mirai seguía sus propias reglas. Tanto su madre como su maestro siempre le enseñaron a ayudar a los que no podían defenderse por sí mismos y a aquellos que estaban dispuestos a ayudar a los demás. Mirai consideraba su encuentro con Sara como una bendición divina, y no dudaba en que había sido destinado.
Sin embargo, no podía involucrar a Sara más de lo necesario. Solo la necesitaba para una cosa.
— Pero el Ocaso...
La joven reina titubeó al hablar.
— Ese lugar está lleno de gente extremadamente peligrosa. Mi situación es especial por ciertas razones... — Murmuró Sara, antes de apresurarse a continuar cuando vio el interés de Mirai. — Pero quiero que tengas en cuenta algo, Mirai-san. Si es peligroso para los clientes, será el doble de peligroso para los que son contratados.
Mirai desvió la mirada hacia su taza de té. La bebida casi terminada brillaba bajo los últimos rayos del sol del día.
Desde el cataclismo, no había disfrutado de grandes placeres como aquel. Más allá de la desesperación y la desolación, solo había encontrado consuelo en la comida y el café de la Gran Anciana.
Mirai había estado reflexionando sobre esto, incluso antes de su encuentro con Sara. Sabía que si sobreanalizaba la situación, corría el riesgo de quedarse estancada. Su maestro se había ido con esa preocupación en mente.
— Estoy consciente del peligro. — Quería decir "porque yo era quien los detenía". Pero decidió callarlo. — Pero no puedo dejarme paralizar por el miedo. — también quería añadir "porque ya he vivido algo mucho peor que eso", pero se lo tragó. —
Su súplica fue sincera y llegó al corazón de la joven Sara, cuyo cuerpo respondió al pedido de ayuda. Mirai la observaba con ojos llenos de esperanza, mostrándole el dolor que había experimentado a causa del miedo y la pérdida.
Sara no pudo resistirse a su solicitud. No cuando Mirai se encontraba en una situación similar a la suya.
— Está bien, Mirai-san. Te ayudaré con gusto. Como te dije antes de venir, no puedo dar marcha atrás.
— ¡Muchas gracias!
— Pero debo admitir que estoy preocupada. — Agregó. — Incluso asustada.
Pero Mirai, firme en su determinación y siempre preocupada por los demás, no retrocedió. No fue necesario expresarlo con palabras, su decisión estaba escrita en sus ojos.
Sara aceptó su reprimenda y le ofreció una cálida sonrisa.
Pasaron tiempo compartiendo información y disfrutando del momento, compartiendo historias sobre sus seres queridos. Sara escuchó atentamente sobre la relación de Mirai con su maestro y cómo había crecido sin un padre.
En cierto modo, tenían experiencias similares. Sara había crecido sin un padre y había perdido a su madre cuando era muy joven. Mirai había disfrutado del tiempo con su madre durante mucho tiempo, pero lo había perdido todo frente a sus ojos.
Eran similares de alguna manera.
El viaje transcurrió en paz y Mirai se sumergió en el momento hasta que Sara se desvió hacia otro camino, dejando a Mirai reflexionando sobre el tema en su mente burbujeante.
— La Aldea de las Campanas es como una segunda casa para mí. Es pequeña pero está rodeada de montañas que alcanzan las alturas más imponentes. — Le contó Mirai a Sara, cuyos ojos brillaban con admiración mientras escuchaba. La carreta las mecía suavemente de un lado a otro. — Es difícil llegar hasta allí, pero no será mucho trabajo si voy contigo. Mañana por la mañana...
Mirai dejó de prestar atención al té y al pan, sus ojos se abrieron de par en par al escuchar las palabras de Sara, y migas de pan adornaron sus labios.
— ¡Sara-san...! ¿Dijiste... "mañana por la mañana"?
La expresión de Sara se tornó confundida.
— Sí, ¿por qué?
— ¡Hih!
Casi un chillido escapó de la garganta de Mirai. Rápidamente se cubrió el rostro con las manos, despeinándose el cabello hasta que sus dedos ardieran.
Sara se recostó en el respaldo de su asiento, preocupada por la reacción de Mirai, pero ella solo emitía sonidos ahogados.
Cuando Sara se acercó, preguntándole con suavidad qué le ocurría, Mirai parecía haber olvidado un detalle importante.
Mirai levantó la cabeza, mirando hacia el techo. Sus manos aún se aferraban a su cabello despeinado mientras lamentaba en voz alta.
— Se supone que tengo que volver antes de mañana... Maldición...
— ¿Eh? ¿Tienes algún límite de tiempo? — Sara preguntó con dudas. Al encontrarse en su carreta, que también servía como su habitación, rápidamente consultó un reloj de mano. — Pero con este ritmo, las carrozas...
— No tengo otra opción. — Respondió Mirai. Cuando Sara la vio levantarse, con una expresión de disculpa en el rostro, Mirai juntó las manos en señal de perdón. — Lo siento, Sara-san. Pero tendré que regresar. No tardaré en encontrarte en el viaje de mañana.
— ¿Qué? ¿Vas a hacer eso, Mirai-san? — Sara literalmente saltó de su asiento y tomó el brazo de Mirai. — ¡Eso definitivamente no es una buena idea! ¿No me escuchaste? ¡Es difícil llegar allí si no conoces el camino!
— ¡Ah!
Mirai se dio cuenta demasiado tarde. Una vez más, se sintió decepcionada consigo misma y volvió a cubrirse el rostro con las manos mientras murmuraba en voz baja.
— Mirai-san, por favor, no tomes decisiones tan apresuradas...
— Lo sé, lo sé ¡Y lo siento! — Se disculpó Mirai. — Pero tengo muchas cosas en la cabeza... Maldición, demonios...
— ...
Sara levantó ambas manos en respuesta. No estaba segura de cómo reaccionar.
Su salvadora era extraña en muchos aspectos. Era tierna pero no infantil, amable pero no sumisa. Tenía una manera única de pensar que le parecía impresionante.
Nunca había conocido a nadie así. Los niños de su aldea se acercaban a ese comportamiento, pero las jóvenes solían actuar de manera más tradicional, avergonzadas de mostrar su verdadera naturaleza.
Mirai era diferente.
— ¿Eh?
Mirai levantó la cabeza cuando Sara abrió la puerta de la carreta y se asomó al escalón de madera. Sara parecía estar considerando algo, con la mirada perdida más allá de Mirai.
— ¡Sara-sama!
Un súbdito de la joven se acercó al lado de la carreta. Mirai lo había visto entrar y permanecer junto a ellas durante bastante tiempo, por lo que supuso que estaba tomando un breve descanso en la parte trasera.
— Otto-san. — Llamó Sara. — Voy a adelantarme con Mirai-san a la aldea. ¿Puedo dejarte encargado del resto?
Escuchar eso dejó perpleja a Mirai.
— ¿Saldrá ahora mismo? — El hombre, aparentemente llamado "Otto", casi exclamó, pero se contuvo. No había comenzado a hablar cuando Sara estaba apartando a Mirai para empacar algunas provisiones básicas en una bolsa de color arena. — ¡Es muy peligroso! ¡Mire lo que le sucedió! ¿Y si algo malo le vuelve a ocurrir? Lo siento, pero me niego rotundamente.
— Muchas gracias por preocuparte, Otto-san. Pero no es necesario.
— ¿Eh?
Antes de que Mirai pudiera negarse o decir algo para calmar las preocupaciones del hombre, su brazo fue rodeado por el de Sara. La reina de Rouran era un poco más baja que Mirai, y lo era aún más debido al poco espacio en la carreta.
Ella sonreía con energía.
— Estás viendo a mi salvadora. — Le dijo. — ¡Mirai-san es una ninja y me rescató! ¿Qué me podría pasar estando con ella?
— Esto... todavía estoy preocupado por usted. — Dijo Oto, poniendo su peso en el escalón de la carreta para evitar caminar a su lado. — Si esos hombres regresan...
— Por favor, Otto. — Lo miró fijamente Sara, con los ojos azules brillando con la luz del sol que se estaba poniendo lentamente. — Necesito mostrar mi gratitud a Mirai-san. ¿No crees que es una bendición que alguien como ella me haya rescatado?
Otto quedó perplejo. Mirai no sabía si mirar a la reina o al hombre nervioso. Aunque intentó negarse a la ayuda, el agarre en su brazo se reforzaba cuando Sara percibía indicios de negación.
La Sarutobi no lo sabía, pero su nombre, ese al que su padre le dio con cariño a través de su madre, traía consigo un tema que Sara y Oto no habían abordado desde hace tiempo.
El futuro...
El futuro a veces no es tan brillante como parece, e incluso puede ser más oscuro que el pasado. Pero se sabía que, cuidando tus pasos y luchando con fuerza, podías embellecer el futuro; crearlo con tus propias manos.
Así mismo, cuando la pelinegra se hizo presente frente a los habitantes de Rouran, Oto no pasó por alto su nombre.
"Mirai".
Un nombre corto, pero lleno de esperanza, como el tintineo de campanadas frescas de la niñez.
Todos compartían un futuro.
Y ya no sabía si también podría decir que las personas compartían un mismo destino.
Sara siempre había sido una niña tranquila y llena de voluntad. Pero nunca antes había tenido esa mirada en sus ojos, mientras apretaba los puños con decisión frente a su rostro.
Cuando vio a la joven reina alejarse por las dunas en compañía de aquella joven ninja, Oto no pudo evitar pensar en una sola cosa.
— Solo los padres saben por qué llaman a sus hijos.

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