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3.7% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 2: Parte Primera, Capítulo Primero: De Pronto, En Dieciséis Años En El Futuro...

Chapter 2: Parte Primera, Capítulo Primero: De Pronto, En Dieciséis Años En El Futuro...

Hace mucho tiempo, en los rincones más oscuros de la villa, se contaba una historia que resonaba como un eco lejano en el corazón de Konoha.

Era una leyenda conocida pero poco contada en la actualidad, una narrativa que se había desvanecido con el paso del tiempo, relegada al olvido por aquellos que preferían no recordarla.

Se decía que, en aquella fatídica noche, los gritos de terror resonaban sin cesar en el silencio de la oscuridad. El sonido del desgarro de la carne era casi tan claro como los últimos suspiros de quienes caían víctimas de un mal indescriptible.

Aquella criatura demoníaca, carente de cordura y misericordia, había arrasado sin piedad con la vida de niños, mujeres, ancianos y hombres por igual.

Una aldea próspera y pacífica había sido sumida en el caos y la desolación por un ser cuya maldad no conocía límites.

¿Cuánto tiempo había transcurrido desde entonces? ¿Treinta años? ¿Más? Nadie lo sabía con certeza. La generación más joven apenas tenía idea de lo que había ocurrido en aquella noche de octubre.

El protagonista de aquella tragedia, el hombre que había protegido celosamente la identidad y el honor de una bestia demoníaca, era ahora el Hokage de la villa.

Un líder que no solo había forjado una amistad con las bestias de colas, sino que también había logrado mantener la paz entre las naciones vecinas y lejanas.

El caos reinaba una vez más en Konoha. En medio de una tormenta eléctrica y los rugidos de las bestias, se escuchaban gritos de desesperación. "¡Hokage-sama está luchando! ¡Repito: El séptimo está en una batalla, y exige que nadie más intervenga! ¡Nuestra labor es exterminar a las Inmundicias por completo!", clamaba alguien con voz desgarrada.

El segundo al mando, Nara Shikamaru, había dado la orden de evacuación a las afueras de la aldea. La población de Konoha, presa del pánico, abandonaba sus hogares en busca de seguridad, mientras las órdenes del Hokage perdido continuaba.

La tormenta, implacable en su furia, no daba señales de ceder. La lluvia caía a torrentes y los rayos golpeaban la tierra con ferocidad. Más de uno caía víctima de la ira de la naturaleza, sus vidas arrebatadas en un instante por la furia del cielo.

Konoha, una vez un símbolo de prosperidad y paz, se veía ahora reducida a un escenario desolado y desolador.

Era como si el pasado hubiera regresado para reclamar su lugar en la historia, recordando a todos que incluso los ninjas más poderosos no estaban exentos del miedo y la vulnerabilidad.

En las leyendas que se contaban sobre los tiempos de guerra y los ninjas peligrosos, se narraban los hechos de manera casi heroica, exaltando la valentía y el coraje.

Sin embargo, aquellos relatos omitían la verdadera naturaleza de los ninjas, seres de carne y hueso que también experimentaban el miedo y la incertidumbre.

Fue ese error histórico, esa visión idealizada de la realidad ninja, lo que muchos jóvenes aspirantes a ninja ignoraban mientras ajustaban sus bandanas, sin darse cuenta de la verdadera gravedad de las circunstancias que les rodeaban.

Y vaya que lo era. Sin embargo, nunca se necesitaron tantas lecciones como las que se impartieron en aquellos tiempos.

En aquella era donde la guerra era tan rutinaria como el amanecer y se olvidaba al caer la noche.

Pero ahora, que algo como esto sucediera en una población donde la mayoría de los ninjas no habían vivido esa época, era completamente desalentador. Mirai se encontraba en un estado de confusión y desorientación.

Estaba en el limbo, incapaz de escuchar, sentir u oler nada a su alrededor. Todo parecía tan irreal, tan confuso, que al principio creyó que se trataba de un sueño.

Fue solo cuando una rama afilada le rasgó la mejilla inesperadamente que despertó de su trance.

El dolor agudo de la herida le recordó su realidad, y sus piernas se negaron a seguir corriendo. Habían estado huyendo durante quién sabe cuánto tiempo.

Las interminables olas de agua que caían del cielo y los relámpagos que iluminaban el horizonte como heraldos de la guerra eran el triste himno de su pueblo natal, Konoha.

Los ecos de los gritos resonaban en el aire, transportados por el viento. A pesar de que los edificios y las estructuras habían sido reducidos a escombros y los rostros tallados en las rocas eran irreconocibles, Mirai sabía que aún estaban en territorio de Konoha.

En ese momento, no había nada más peligroso que la propia aldea, ahora tapizada con Árboles que encerraban a personas dormidas en sus interiores.

Mientras sus piernas comenzaban a temblar, reafirmando su decisión de no continuar, Mirai escuchó un sonido detrás de ella, seguido de un chapoteo familiar. Al darse la vuelta, se encontró con un joven boca abajo en el suelo inundado.

— ¡Oye...!

Su voz temblorosa se perdió entre el estruendo de la tormenta. Mirai se acercó con cautela al joven que tosía violentamente, expulsando el agua que había tragado.

Sus propias extremidades temblaban, pero su preocupación por el estado de Shikadai la impulsaba a actuar.

— ¡Shikadai! — Llamó con urgencia, buscando una respuesta en los ojos del chico. —

Sin embargo, lo que vio la dejó helada. La frialdad en la mirada de Shikadai envió escalofríos por su espalda, recordándole lo que ambos habían presenciado. 

Mirai volvió la vista hacia la aldea en busca de alguna señal de ayuda, pero solo encontró caos y desolación. La oscuridad de la noche se cernía sobre ellos, exacerbando la sensación de desamparo.

A lo lejos, las figuras oscuras de los ninjas de Konoha luchaban contra la tormenta y los enemigos humanoides que atacaban al primero que se les cruzara.

Las caídas de los Ninjas, eran marcadas por el sonido ensordecedor del combate.

La incertidumbre se apoderaba de Mirai. ¿Dónde estaban los demás? ¿Los jōnin estaban cerca? La falta de liderazgo solo aumentaba su angustia, dejándola a merced de la desesperación.

Bajo el crepitar de la lluvia y el rugido de la tormenta, Shikadai apenas logró articular el nombre de su madre.

Mirai, preocupada, lo llamó por su nombre, pero el joven Nara estaba concentrado en levantarse para hablar.

— Vayamos a mi casa. — Dijo Shikadai con esfuerzo, su voz apenas audible entre el estruendo. — Tu casa no está lejos... Tal vez mi madre esté allí.

Mirai, con su uniforme de Chunin empapado y sucio, escuchaba en silencio. Shikadai no la miraba, absorto en sus pensamientos y teorías sobre el paradero de su madre.

— No la conozco como tú. — Respondió Mirai con tristeza, preparando una dolorosa Indirecta. — Pero ella no parece ser el tipo de mujer que se queda en casa esperando.

Las palabras de Mirai luchaban por salir mientras Shikadai continuaba pensando para sí, expresando sus temores y dudas en sus expresiones, bajo la lluvia torrencial.

Mientras escuchaba las palabras del joven Nara, Mirai luchaba por contener el dolor que amenazaba con desbordarse en su pecho.

La certeza de que Konoha ya no tenía salvación pesaba sobre ellos, recordando las palabras de su maestro, Shikamaru.

Bajo la lluvia y la guerra, Mirai puso sus manos sobre las de Shikadai, sintiendo cómo la realidad los envolvía con brutalidad.

Por primera vez, comprendió el sacrificio de su familia. Habían dado sus vidas para proteger a jóvenes como Shikadai del desaliento y la desesperación de la guerra.

Porque, a pesar de todos los títulos y reconocimientos, Shikadai seguía siendo solo un niño, incapaz de enfrentarse a la brutalidad del mundo ninja.

Con la tristeza apenas contenida en su voz determinada, Mirai se dirigió a Shikadai, buscando su complicidad en medio del caos.

— Vámonos, Shikadai. Si hay una oportunidad de encontrar a tus amigos con vida, la aprovecharemos. Pero no podemos perder tiempo.

Las palabras de Mirai resonaron en el aire, llevando consigo un urgente llamado a la acción.

— ¡Shikadai! — Exclamó, exasperada por la inacción del joven Nara. Sus ojos se encontraron en un instante de desesperación compartida. — Lamento decirlo así, pero debemos ser conscientes. Si nos quedamos aquí, lamentándonos, moriremos. ¿Quieres causar esa preocupación a tus padres? ¡¿Todavía cuando... han perdido todo, con tal de que tú huyeras?!

La expresión de Shikadai era la de un espectro, pálido y aturdido por la magnitud de la tragedia que los rodeaba. Mirai, con un pesar profundo en su corazón, rogó en silencio por la fortaleza necesaria para enfrentar lo que estaba por venir.

— Por favor... — Susurró, con las manos hundidas en el barro y el cabello empapado pegado a su rostro. — No quiero ser inútil. No quiero decepcionar a mi maestro... ni a nadie más.

Con determinación renovada, Mirai se levantó y tomó la mano de Shikadai con firmeza. Aunque evitaba encontrarse con su mirada, caminaba con determinación, apresurando el paso para evitar que el joven Nara viera su rostro angustiado.

Esta actitud era nueva para ella, distante de la familiaridad y la confianza que solían compartir.

En días pasados, Mirai y Shikadai se entretenían inconscientemente, peleando entre sí entre las partidas de shōgi y las bromas cómplices con el fin de bajar la guardia del otro.

Todo bajo la sonrisa de su padre y Maestro, Nara Shikamaru.

Pero ahora, en medio de la devastación de Konoha, todo eso parecía un recuerdo lejano. Shikamaru, una vez lleno de vida y sabiduría, ahora era solo otro vacío entre los escombros.

Con un nudo en la garganta, Mirai habló, aún sin mirar a Shikadai directamente.

— Le seré útil a mi maestro. — Comenzó, sus palabras cargadas de emoción. — Quiero ser útil en cada acción, en cada palabra. Cumpliré con su última petición, incluso si mi vida está en juego.

Ese día, aquel día lluvioso y sombrío, tenía un significado especial para Mirai. Era el aniversario número dieciséis de la muerte de su padre, un día marcado por la tragedia y la pérdida.

Pero también era un día de renovada determinación, un día para honrar su legado y cumplir con su última voluntad.

El lúgubre paisaje de escombros y desolación se extendía ante los ojos de Mirai y Shikadai mientras avanzaban entre las ruinas de lo que alguna vez fue su hogar.

No había determinación en sus pasos, solo el peso aplastante de la desesperanza y el dolor que se aferraba a sus corazones. La casa de Mirai yacía en ruinas, un monumento desgarrador a la violencia que había arrasado con todo a su paso.

Cada paso que daban resonaba como un eco vacío en el silencio ominoso que envolvía el lugar. Ante ellos se extendían las calles que solían recorrer con alegría, ahora cubiertas de escombros y recuerdos destrozados.

El antiguo negocio de dulces yacía en ruinas, sus cristales rotos destellando débilmente bajo la luz grisácea del cielo.

En medio de su desolación, un murmullo apenas perceptible rompió el silencio. Shikadai, con la mirada perdida en la distancia, murmuró débilmente.

— Oye... — Escuchó a Shikadai Detrás de ella. Ella se detuvo en seco, girándose lentamente para enfrentar la dirección de su voz. —

Fue entonces cuando lo vieron: un brazo, apenas visible entre los escombros, extendiéndose en un gesto de súplica.

Un escalofrío recorrió sus espinas mientras ambos abrían los ojos con impotencia. Recordaron los compañeros que habían perdido en el pasado, pero la tragedia que presenciaban ahora eclipsaba cualquier otro dolor.

En una era de paz supuesta, se encontraban enfrentando la oscuridad más profunda.

Mirai reaccionó primero, empujando a Shikadai lejos del peligro con un gesto urgente. Sus palabras fueron un susurro apenas audible, cargado de temor y determinación a partes iguales:

— Tenemos que darnos prisa...

Sabían que no podían permitirse detenerse ante la devastación que los rodeaba; tenían que encontrar lo que buscaban y sobrevivir en medio del caos que los rodeaba.

El camino hacia la casa de Mirai estaba marcado por la devastación. Las calles que solían ser el escenario de la vida cotidiana ahora eran testigos mudos de la tragedia que había asolado la aldea.

Escombros yacen dispersos por doquier, mientras los restos de lo que una vez fueron hogares se alzan como monumentos a la desesperación y el caos.

Cuando finalmente avistaron el cuerpo de un hombre entre los escombros de su propia casa, ya habían superado la etapa más difícil de su travesía.

Mirai y Shikadai apartaron la mirada con repugnancia y miedo, apresurándose hacia unos escombros específicos que parecían contener algo importante.

El horror de lo que veían parecía amplificarse con cada paso que daban. La casa de Mirai, la que solía albergar sus más preciados recuerdos junto a su madre, ahora yacía reducida a un montón de escombros.

La madera retorcida y las vigas aplastadas sugerían un poder destructivo más allá de la comprensión.

La devastación que rodeaba su hogar no era casualidad. Las calles estaban marcadas por los ataques desesperados de los propios ninjas de Konoha, que luchaban con ferocidad contra las inmundicias que acechaban la aldea.

Las bestias, del tamaño de un hombre y con una sed de destrucción insaciable, encerraban a sus víctimas en su abrazo mortal, convirtiéndolas en prisioneras dentro de árboles retorcidos donde caían en un sueño inconsciente.

Sin embargo, alrededor de la casa de Mirai no se veían árboles con personas en su interior. En los suburbios, la mayoría de las personas habían sido evacuadas antes de que la tragedia alcanzara su punto máximo.

Aquellos que perecieron lo hicieron porque regresaron en busca de sus pertenencias, enfrentándose al horror que ahora dominaba su hogar.

Mirai y Shikadai se adentraron en los escombros con determinación mezclada con el temor palpable en el aire. El barro y la lluvia dificultaban cada paso, pero no había tiempo que perder.

En medio del caos y la destrucción, su misión era encontrar lo que buscaban, las supuestas pertenencias que la madre de Mirai había preparado para la ocasión.

La atmósfera cargada de confusión y miedo envolvía a Mirai mientras se adentraba en los escombros de lo que una vez fue su hogar, con Shikadai a su lado en silencio.

Mientras apartaba cuidadosamente los restos carbonizados, su mente bullía con preguntas que se agolpaban en su interior como un enjambre de abejas furiosas.

¿Por qué su madre estaba involucrada en esto? ¿Y qué significaba todo lo que habían descubierto hasta ahora? ¿Había colaborado con los ninjas de alto rango, como insinuaba el contenido del misterioso escondite?

La idea de que su madre estuviera enredada en asuntos tan peligrosos era inquietante. ¿Qué había sucedido en los días previos al ataque? Se sentía como si estuviera en un estado de trance, atrapada en una espiral de interrogantes sin respuestas.

Entonces, un sonido hueco rompió el silencio opresivo, atrayendo la atención de Mirai. Un destello de esperanza surgió en su pecho al descubrir un rincón familiar en medio de la devastación.

— ¡Aquí! — Susurró con voz apenas audible, emocionada por haber encontrado algo que aún recordaba. —

Pero la emoción fue reemplazada rápidamente por la incertidumbre cuando se dio cuenta de que aquello no era normal.

A pesar de la destrucción que la rodeaba, aquel lugar seguía siendo su hogar, el lugar donde había crecido y vivido momentos importantes.

Con manos temblorosas, apartó los escombros y reveló una superficie de madera dañada, oculta bajo una capa de tierra y humedad. Su curiosidad se vio aguijoneada al descubrir lo que parecía ser un escondite secreto en su propia casa.

Con determinación, Mirai se las arregló para levantar la tapa, revelando un pequeño compartimento oculto debajo. Shikadai, que la observaba con interés, se acercó para ver lo que había dentro.

— ¿Qué es esto? — Preguntó Mirai, con los ojos abiertos de par en par, mientras sacaba los primeros objetos del escondite. —

Shikadai frunció el ceño, igualmente desconcertado.

— Es extraño. — Murmuró, examinando el contenido con atención. — ¿Por qué tu madre guardaría todas estas cosas aquí? Y más importante aún, ¿para qué?

Entre los objetos cuidadosamente dispuestos, encontraron provisiones enlatadas, pergaminos etiquetados como armamentos de repuesto y capas dobladas con precisión.

Todo estaba organizado con meticulosidad, como si alguien hubiera planeado cuidadosamente cada detalle.

— Esto parece... una preparación. — Sugirió Shikadai, sus pensamientos girando en busca de respuestas. —

Mirai asintió, su mente dando vueltas.

— Pero, ¿Para qué? ¿Y por qué esconderlo aquí?

La incertidumbre los envolvió mientras continuaban examinando el contenido del escondite, su mente abrumada por las posibilidades.

Mientras tanto, el ruido distante de la guerra se intensificaba, como un eco distante que perdía su poder al pasar de los segundos.

Los labios del Nara se humedecieron involuntariamente mientras el cabello de ambos jóvenes se pegaba a sus rostros empapados por la lluvia torrencial.

El sonido del chaparrón golpeando los escombros y la aldea en ruinas creaba una atmósfera opresiva que añadía una capa más de tensión a la ya cargada situación.

Un ruido repentino rompió la monotonía de la lluvia, alertando a Mirai y a Shikadai. Ante la presencia de alguien más entre los escombros, Mirai se puso en guardia, preparada para enfrentar cualquier amenaza que se presentara.

Aunque intentaba mantener la compostura, el miedo latente se palpaba en el aire, amenazando con paralizarla.

Con las cuchillas de chakra en mano, Mirai luchaba por mantener la firmeza mientras sus piernas temblaban bajo ella. La idea de desenfundar un kunai cruzó su mente, pero rápidamente la descartó.

En medio de la destrucción que los rodeaba, cualquier movimiento en falso podría resultar fatal.

Entre el estruendo de la lluvia y los destellos de los relámpagos, los escombros comenzaron a moverse, revelando la presencia de personas ocultas entre ellos.

Con el corazón latiendo desbocado en su pecho, Mirai apretó la cuchilla con más fuerza, preparada para defender a Shikadai en caso de necesidad.

Sin embargo, la aparición de rostros familiares entre los escombros cambió el tono de la situación. Mirai contuvo el aliento al reconocer a Boruto, y a Sarada.

A su vez, tras ellos se sumaban gran variedad de rostros conocidos, todos y cada uno de ellos, con la suciedad en el rostro y la incertidumbre personificada.

El equipo Ibiki, los Niños Anbu, Namida y Wasabi, así como Tsubaki también. Muchos de los  doce Ninjas, de la edad de Shikadai, se habían presentado frente a sus ojos tras los escombros.

— ¿Tú eres Mirai Sarutobi? — La voz del Ninja Adulto, resonó como un eco áspero en medio del caos que los rodeaba. —

Mirai asintió, incapaz de apartar la mirada de los ojos penetrantes del Chunin, cuya serenidad casi sobrenatural la desconcertaba.

El Chunin se acercó a ella con determinación, su presencia imponente eclipsando todo a su alrededor.

Mirai se sintió atrapada bajo su mirada penetrante, luchando por mantener la compostura en medio de la incertidumbre que la envolvía.

— Toma tus cosas y ven con nosotros. — Declaró el Chunin con una frialdad que enviaba escalofríos por la espalda de Mirai. — Te guiaremos hacia la salida más segura. La aldea ya no es segura. Tú y estos ninjas son los únicos supervivientes. El Hokage ha ordenado liberar a todos los que queden.

La noticia la golpeó como un puñetazo en el estómago, dejándola aturdida, no solo por la magnitud de la tragedia que acababa de presenciar, sino por lo apresurado que parecía todo. Casi como si hubiera sido orquestado por su propia gente.

Entonces, La Sarutobi Jadeó.

Sintió que el peso abrumador de la tragedia que había caído sobre su aldea.

¿Qué significaba exactamente ser los "únicos sobrevivientes"? ¿Cómo había ocurrido esa masacre tan rápida y devastadora? Las preguntas se amontonaban en su mente, pero se vio incapaz de verbalizarlas ante la presencia de los adultos que observaban todo su alrededor, cuyos rostros inexpresivos sugerían que estaban allí únicamente para sacarlos del peligro inminente.

¿Por qué... estos hombres se arriesgarían a tanto?

La pregunta resonó en la mente de Mirai, como un eco persistente que se negaba a desaparecer. ¿Qué ocultaban los adultos? ¿Por qué actuaban con tanta premura y misterio? Sus labios se apretaron, reprimiendo el impulso de confrontarlos con sus preguntas, aunque la curiosidad ardía en su interior desde que era una niña.

El Chunin habló con voz monótona, urgente y autoritaria, instándolos a apresurarse y tomar lo que pudieran del escondite improvisado. Su mirada de reojo hacia el montón de objetos ocultos encendió una chispa de inquietud en el corazón de Mirai, quien se sentía cada vez más atrapada en una red de secretos y peligros que no podía comprender del todo.

— Rápido, todos, tomen lo que puedan y síganos. — Ordenó el Chunin a los Genin, mientras estos se apresuraban hacia el lugar indicado. —

Mirai se quedó allí, paralizada por la incertidumbre y el desconcierto. Por ambos lados, los niños Ninja siguieron el camino que el Chunin les había apuntado, para sacar todas las provisiones que podían del escondite recién descubierto por la, ahora, única Sarutobi.

Las palabras de su maestro resonaban en su mente, mezcladas con los sonidos de la lluvia y las explosiones lejanas. ¿Cómo habían llegado a esta situación desesperada? ¿Por qué los adultos actuaban tan rápido, sin explicaciones ni consuelo para los jóvenes que quedaban atrás?

Aunque no se esperaba una palmadita en la espalda y unas palabras de consuelo, había estado esperando que, al menos, un poco de información le fuese prestada debido a la ausencia del propio Hokage de la villa.

— Oye... — La voz del joven Chunin interrumpió sus pensamientos, cargada de miedo y desconcierto. — ¿No sienten... que algo nos empuja...?

Las palabras del joven resonaron en el aire, creando un silencio tenso y pesado. Todos se miraron entre sí, con expresiones de confusión y temor reflejadas en sus rostros. El joven Chunin miraba fijamente hacia el centro de la aldea, donde se suponía que el Hokage estaba luchando contra la amenaza que los había llevado a esta situación desesperada.

Contra las personas que habían causado todo esto.

Mirai tragó saliva, sintiendo un nudo en la garganta mientras luchaba por comprender lo que estaba sucediendo a su alrededor. El tiempo se estaba agotando y que debían actuar rápidamente si querían tener alguna esperanza de sobrevivir.

Igual de confundidos, y parando así la recolección de cosas, los Genin miraron a esa dirección. El Uzumaki, hundía tanto como podía sus pies en el suelo, con tal de no salir corriendo a auxiliar a su padre y maestro. Ambos luchaban por él, para protegerlo a él y a todos los que no podían defenderse.

Boruto aguantaba el coraje, y se lamentaba en silencio. Solo él podía saber por qué no podía luchar, aún cuando podía tener lo necesario para defenderse.

Le servía mejor a los suyos, si se mantenía alejado del núcleo de la batalla.

Shikadai jadeó detrás de Mirai, quien reaccionó instintivamente al sentirlo tambalearse. Sin pensarlo dos veces, ella lo agarró del brazo, evitando que cayera al suelo. Las energías de Shikadai estaban agotadas, y su estado era evidente incluso sin ver su rostro.

Un ceño fruncido de tristeza se dibujó en el rostro de Mirai. Aun no podía creer que ahora le tocara asumir un papel de liderazgo en medio de la tragedia que los rodeaba.

De repente, algo fuera de su campo de visión atrajo su atención. A sus pies, se encontraban pedazos pequeños de escombros incinerados. Lo extraño era que, a pesar de su peso, estos fragmentos se movían de manera casi imperceptible. No había viento lo suficientemente fuerte como para moverlos de esa manera, y sin embargo, allí estaban, deslizándose lentamente hacia una dirección específica.

Mirai se quedó observando los escombros con atención, sintiendo una extraña sensación de atracción hacia ese punto en particular. Era como si algo invisible los estuviera arrastrando, una fuerza misteriosa que desafiaba toda lógica. La tormenta rugía a su alrededor, pero no había viento lo bastante fuerte como para explicar ese movimiento.

Un escalofrío recorrió la espalda de Mirai, mientras su mente trabajaba frenéticamente tratando de encontrar una explicación lógica para lo que estaba presenciando. Pero en medio del caos y la confusión que reinaba en la aldea en ruinas, la única certeza que tenía era que algo muy extraño estaba sucediendo, concretamente, algo que yacía en el centro de la aldea Arbólea.

— ¡Mierda... ¡¡Andando, nos vamos ahora!! — Gritó el anciano del grupo, su voz resonando sobre el estruendo de la lluvia y los relámpagos distantes. —

Sus ojos reflejaban la urgencia de la situación, y su tono no dejaba lugar a dudas sobre la gravedad del momento. Sin perder tiempo, todos los Genin y Chunin se lanzaron a recoger cuanto pudieran, metiendo pergaminos en sus bolsos ninja con manos temblorosas.

— ¡¡Rápido, Rápido, Rápido!! — Hacía ademanes desesperados, tratando de apurar a los jóvenes que se agolpaban a su alrededor. —

La tensión en el aire era palpable, y los quejidos de algunos revelaban el miedo que los consumía. Namida, la niña del suéter naranja y cabello marrón con dos coletas, no era la excepción.

Mirai observaba la escena con el corazón apretado, sintiendo cada pisada sobre los escombros como un golpe directo a su alma. Sin embargo, entendía la necesidad imperiosa de actuar rápido en medio de la emergencia. No había espacio para la contemplación, solo para la acción.

Con el paso del tiempo, el grupo se lanzó a través del bosque, iluminado apenas por los destellos de los relámpagos. Los jadeos cansados resonaban en la oscuridad, mientras los Genin luchaban por igualar el ritmo frenético de los Chunin que lideraban la marcha. Aunque estaban adelantados, algunos equipos, como el de Sai-san e Ibiki, empezaban a rezagarse.

Mirai seguía detrás del grupo, con Shikadai y su equipo delante de ella. Observaba a los equipos que la rodeaban, reconociendo a cada uno de sus compañeros en medio del caos y la confusión.

El equipo siete, luchando por mantener la vista al frente; el equipo Hanabi, en una cadena humana mientras corrían; y entre otros, el equipo Genin liderado anteriormente por Ibiki, todos ellos mostraban signos de alarma y desesperación, corriendo con todas sus fuerzas y asegurándose de que ninguno de sus compañeros quedara rezagado.

Pero lo más aterrador no era la carrera desenfrenada ni la lluvia que caía con furia, sino el comportamiento anormal de la naturaleza que los rodeaba.

Mientras Mirai mantenía su enfoque en la carrera, sus ojos no podían evitar escrutar el suelo a su paso. De vez en cuando, ponía una mano en la espalda del Ino-Shika-Chou para mantener su velocidad controlada y evitar que se atrasaran demasiado.

La anomalía en el suelo no pasó desapercibida para ella. Piedras, ramas, rocas e incluso animales eran arrastrados en dirección contraria a la que seguían. Sin necesidad de voltear atrás, Mirai comprendió que algo los estaba atrapando, algo estaba ocurriendo en la aldea que absorbía todo a su paso. El latido de su corazón se aceleró ante la inminente amenaza.

— ¡El suelo...! — Exclamó Mirai con esfuerzo, dirigiéndose a los dos mayores que corrían adelante. — ¡Algo está arrastrando las cosas del suelo!

— ¡¡Wah!! — El grito de Enko resonó en el aire, alertando a todos. —

La niña, con sus guantes de cuero abrazando sus brazos, cayó de bruces al suelo con un chapoteo ensordecedor, mientras sus compañeros gritaban su nombre, alarmados.

La escena se detuvo de golpe, incluso los dos Chunin se miraron entre sí con una mezcla de sorpresa y preocupación.

Los compañeros de Enko, Doushu y Tsuru, se apresuraron a ayudarla a levantarse del suelo. Sin embargo, el pequeño incidente solo sirvió para confirmar las sospechas de Mirai.

— ¿Qué...? — Comenzó uno de los Genin, con la mirada clavada en las piedras que se movían por sí solas. —

— ¿Qué es eso? ¿Por qué está sucediendo? — Preguntó una confundida Tsubaki. — Las piedras están bajo el agua y apiladas en el barro... ¿Por qué se mueven solas en dirección a la aldea?

— Es cierto...

— ¡¿Qué está pasando?! — Exclamaron sus compañeros, sumándose al desconcierto general. –

Con la atención de todos centrada en la aldea que se alzaba en la distancia, Mirai se colocó frente a los niños, quienes murmuraban sus temores en voz baja. El cielo negro se arremolinaba sobre la aldea, y la lluvia parecía menguar. Sin embargo, no era porque se detuviera, sino porque toda el agua estaba siendo absorbida por Konoha. A pesar de la distancia, los estruendos aún resonaban en sus oídos.

Las pestañas de Mirai se abrieron de par en par, permitiendo que las gotas de agua se deslizaran limpiamente por sus mejillas. Estaba atónita, una mezcla de asombro, asco y miedo se reflejaba en sus ojos temblorosos. Quería ver, quería contar cuántos estaban presentes, cuántos habían sobrevivido.

— Esos pocos... — Susurró para sí misma, con un nudo en la garganta. — No serán los únicos, ¿verdad?

En la mente de Mirai surgieron imágenes de sus superiores, hombres y mujeres de mayor edad pero igual de valientes y brillantes que los jóvenes de su generación. Recordó los momentos compartidos con ellos, los momentos de camaradería y aprendizaje. Sin embargo, una pregunta persistía: ¿cómo era posible que ninguno de esos líderes, padres de familia y pilares de la aldea, estuvieran presentes?

— Aquí está bien. — Intervino uno de los hombres, sacándolos a todos del trance en el que se encontraban. — Jovencitos, necesito que todos se agrupen aquí en medio. Manténganse juntos, no se separen.

— ¿Eh? ¡¿Qué estás diciendo...?! — Exclamó Boruto, visiblemente alterado. — ¡¿De qué están hablando?! ¡¡La aldea fue destruida y mi padre y Sasuke-san están peleando junto con todos los que pueden luchar!! ¡¡No es momento de hacer un experimento!!

— Uzumaki-kun... — Intentó interceder el hombre. —

— ¡¡Dejen de llamarme así!! – Cortó Boruto con vehemencia, apartando bruscamente la mano del hombre que intentaba calmarlo. Luego, dejó caer sus hombros con resignación. – Ya todo está perdido... Kawaki está fuera de sí mientras yo estoy aquí..., Eida está a sus aires y no ha aparecido. Toda mi familia... la aldea... mis maestros... Todos están...

Un silencio pesado se instaló en el grupo, cargado con la desolación y el peso de la tragedia.

De repente, todos los niños parecieron estar de acuerdo con Boruto. Sus rostros reflejaban la misma desesperanza y resignación. La aldea ya no existía, los adultos no estaban presentes y pocos habían sobrevivido. Para colmo, algo inminente y catastrófico parecía estar al acecho, y ninguna de sus habilidades podía detenerlo.

Sin embargo, en medio de esa depresión absoluta, dos destellos en la lejanía rompieron la monotonía. A pesar de la lluvia que se dirigía hacia la aldea y la creciente brisa fría, el sonido apenas perceptible pero audible, indicaba que no se trataba de una amenaza.

— ¿Qué son esos? ¿Malas noticias...? — Preguntó Namida, aferrándose al brazo de su mejor amiga. —

Un silencio tenso se apoderó del grupo mientras observaban cómo las dos luces, tras hacer su aparición, soltaban humo y se desvanecían.

— Es una técnica del estilo rayo. — Informó Taketori Hoki, el castaño enmascarado. Su único ojo visible se abrió con admiración casi impactante al ver cómo las luces se desvanecían. — Dicen que el sexto Hokage solía usar su Raiton como señal, adaptándolo en objetos para que sus compañeros pudieran utilizarlo como marca.

Un pergamino se desplegó en el suelo inundado, captando la atención de todos los presentes. El Chunin más joven sostuvo el pergamino con firmeza, colocando piedras en cada esquina para evitar que se cerrara debido a la brisa.

Lo que más llamó la atención de los niños fue el dibujo distintivo que adornaba el centro del papel. Realizado con tinta negra nítida y detallada, el trazado era tan claro que desde la posición de Boruto se podían distinguir cada una de las líneas y puntas con precisión. Yamanaka Inojin reconoció ese trazo, a pesar de estar algo apartado del pergamino.

— ¿Un pergamino de invocación...? — Indagó Sarada en un susurro. — ¿Por qué tenemos que quedarnos aquí parados si teníamos que alejarnos de la aldea? ¿Qué van a hacer con ese pergamino?

Un chisporroteo repentino los sobresaltó a todos, llevando a muchos a juntarse más para buscar protección. Ninjas como Iwabee o Tsubaki empuñaron sus armas, listos para enfrentar cualquier amenaza, solo para verse sorprendidos por el estallido de una bengala tras otra. Pronto, el entorno se iluminó con la luz de las bengalas, revelando incluso la suciedad en las uñas de los presentes.

— ¡¿Qué sucede?! — Exclamó Enko, mientras sus amigos la rodeaban en un abrazo reconfortante. —

— Son para iluminar el sello. —Explicó Mitsuki, tomando por sorpresa a muchos de sus compañeros, con un toque de suspicacia en su semblante sereno. — Aunque también... pueden funcionar para verlas desde la distancia.

El hombre mayor se encaminó hacia Mirai, sin apartarle los ojos, mientras los jóvenes ninjas de Konoha le abrían paso.

— ¿Estás lista? — Preguntó él, con la misma inexpresividad que caracterizaba a todos los adultos presentes. —

— ¿Lista...? — Mirai respondió, con una expresión de confusión. Luego negó levemente con la cabeza, dejando escapar un tono lamentable. — ¿Y para qué me tengo que preparar, señor? ¿Para qué se supone que debo estar lista?

El hombre cerró los ojos por un momento, reflexionando.

— De verdad... no creí que esto pasaría alguna vez, ni en mis peores pesadillas. — Murmuró para sí mismo. — Sarutobi Mirai, como el Ninja de más rango aquí presente, me veo en la obligación de ser yo quién te otorgue tu última misión: A Partir de este momento, serás la líder del escuadrón 13. Tus conexiones y obligaciones con Konoha... ahora serán nulas. Tú, junto con tu escuadrón, tendrán que alejarse lo más posible de aquí.

— ... ¿Qué? — Mirai se quedó sin palabras ante la declaración. Sus amigos más jóvenes también parecían igualmente estupefactos. —

Después de escudriñar a cada uno de los niños como si fueran algo del pasado, el hombre se dirigió nuevamente a Mirai.

— ¿Ves ese sello que mi compañero está preparando? — Dijo él, esperando una respuesta que no llegó. — Ese sello, Mirai, los sacará a ustedes de aquí. Al liberarlo, se ejecutará un Jutsu espacio-temporal.

— ¡¿Entonces es un Jutsu de invocación...?! — Exclamó Sarada, interrumpiendo con su pregunta mientras se encontraba entre sus dos compañeros de equipo, quienes la miraron sorprendidos. — ¡Un Jutsu espacio-temporal...! ¡Esos son muy difíciles de usar en personas...!

Después de echarle una mirada de reojo a Sarada, Mirai, con sus ojos rojos llenos de alarma, dirigió la mirada a su superior.

— ¡Señor...! ¿Puede ser más claro, por favor? ¿A qué se refiere con eso? — Inquirió Mirai, su voz temblaba ligeramente, mientras buscaba desesperadamente comprender la situación. —

— La respuesta está en los objetos que tienes tú y esos niños, Mirai. — Respondió él con calma, su tono transmitía una serenidad inquebrantable. — Toda esa comida enlatada, todos esos pergaminos llenos de provisiones y armamento, son para que tú y tu escuadrón estén con vida hasta que logren encontrar un buen lugar estable en el sitio que los mandaremos.

El hombre vaciló un poco con sus palabras antes de continuar.

— Un sitio que, aunque lejos de ser bonito, probablemente les dé una segunda oportunidad y puedan evitar este desenlace.

— ¿Señor? — La voz de Mirai sonaba aún más confundida, petrificada ante las palabras de su superior. —

— Tendrán que tener mucho cuidado en ese lugar. — El hombre prosiguió con su relato, ignorando tanto a ella como a los niños que ahora dejaba atrás. Se ubicó a un lado del hombre joven sentado en el suelo. — La guerra... no es un escenario bonito para ninjas tan talentosos como ustedes. Pero seguramente el al menos salir de todo este problema, los ayude a conseguir la felicidad que nosotros los adultos no pudimos conseguirles.

— ¡¡Oiga, viejo!! ¡¿Qué son todas esas ridiculeces de las que nos habla?! — Irrumpió Boruto, lanzándose hacia la figura mayor con vehemencia, pero fue detenido por Sarada, quien, aunque igualmente afectada y confundida, logró mantenerlo bajo control. — ¡Sea más claro! ¡¿Por qué estamos aquí hablando tonterías cuando algo está ocurriendo en la aldea?! ¡T-Tenemos que hacer algo...!

Con una sola palmada de las manos del hombre, los Chunin que tenían las bengalas imitaron su gesto. Sus rostros reflejaban una mezcla de tristeza, profunda melancolía y arrepentimiento.

Si aquello resultaba ser peligroso, no había escapatoria, estaban rodeados en un círculo del cual no podían salir. Mirai se vio aprisionada, chocando accidentalmente con alguno de los jóvenes ninjas que tenía delante.

— ¿Saben por qué los adultos les han ocultado tantas cosas? — Encendiendo el interés en todos los niños y en Mirai, el hombre habló con solemnidad. — Porque si hacían más contacto con ustedes del que ya estaban acostumbrados, tendríamos que reescribir todo este sello nuevamente. Y lo que más se restaba era el tiempo.

— ¿De qué se trata...? — Indagó el rubio Uzumaki, su tono denotaba desconcierto. —

— Este Jutsu... esta técnica, los enviará a una época anterior a la actual. — Explicó el Chunin mayor. —

Un coro de jadeos y exclamaciones resonó entre los presentes.

— ¡Espera! ¡¿Un Jutsu que puede regresar a personas al pasado?! — Se sumó Metal Lee a la oleada de confusión. — ¿Existe acaso una técnica así?

— No es sencillo. – Repicó uno de los tantos Chunin que los rodeaban. — Para asegurar sus vidas, sus padres tendrían que hacer una especie de historial. Hacer un pacto de sangre con el sello, y encerrar allí todo lo que se juega en el caso de incumplir con el pacto. De esa manera, podríamos invocarlos a ustedes hasta esa época, a la inversa; a través de la sangre de muchos en Konoha. Pero de esto... es solo una vez; No hay una segunda oportunidad, una vez que alguien más ya haya pactado.

— El pacto sirve para asegurar en qué época llegarán, y se lleva a cabo si los pactados prometen algo. — Continuó otro Chunin. — Sus padres... son parte de muchos ninjas, incluidos nosotros, que regalaron su ser a este sello con tal de llevarlos a ustedes hacia allá.

Muchos estaban a punto de cuestionar a gritos, cuando el anciano los interrumpió con autoridad.

— Se decidió desde un principio que ustedes serían los salvados, chicos. Esas luces de aviso que el chico notó, fueron por parte de otros ninjas que sobrevivieron, y probarán esta técnica con otros pocos. Aunque no prometo que se encuentren tan fácilmente con ustedes...

— Pero... ¡Eso es una locura! — Exclamó Boruto, con frustración y confusión en su voz. —

— En una crisis, esta es la mejor opción, Uzumaki-kun. — Respondió el Chunin mayor con calma. Comenzó a formar sellos con las manos, alertando a Boruto y a los compañeros tras él. — Es realmente triste... pero si los adultos les dirigían más palabras de lo normal y crearan más recuerdos importantes, este sello ya no serviría. Tomen esto como la última voluntad de sus padres y adultos que dieron la sangre por ustedes, por favor.

Un silencio de funeral cayó sobre los jóvenes ninja de Konoha. Mirai, la que estaba detrás del todo, se limitaba a abrir enormemente los ojos, ajena a lo que ocurría a su alrededor.

Desde la aldea, una fuerte detonación se presentó con violencia. Justo después del estruendo, una fuerza los empujó junto con los árboles del bosque.

Estos se doblaban de tal manera que parecían árboles de plástico. Las chicas jóvenes gritaban, y los chicos se tapaban la cara con los antebrazos para evitar así que algo peligroso entrara en sus ojos.

Mirai, en cambio, estaba de espaldas a la aldea. Ella aguantó como pudo esa fuerza, y se quedó parada, sirviéndole de escudo a algún equipo que se refugiaba tras su figura inmóvil.

Lo creía antes, y ahora era un hecho. Estaba en una realidad más que acabada. Su hogar ahora era nada, y sus compañeros estaban muertos.

Para completar, los Chunin de la aldea llevaban a cabo un supuesto sello que los llevaría al pasado.

¿Sería esa una salvación o una perdición? Es decir, estaría bien empezar desde cero y evitar todo esto... ¿verdad? Pero... ¿Y si aquello era nada más una excusa para no perder las esperanzas? Mirai se sentía acabada.

— ¡¡Liberemos el sello!! — Gritó el Chunin que lideraba las poses de manos. —

— ¡¿Qué va a hacer?! — Gritó Namida con pánico. —

Los Chunin gritaban con fuerza los nombres de las poses de mano. El sentido auditivo de Mirai se iba volviendo cada vez más distorsionado.

Ya casi no era capaz de escuchar nada, sus oídos se sentían presionados. Una presión indescriptible se cernía sobre todos. Sentían que en cualquier momento serían arrastrados, y los árboles del oscuro bosque se inclinaban en dirección a Konoha.

El mundo se inclinaba, y hasta las aves que buscaban encontrar un lugar más seguro, sufrían el repentino cambio.

Mirai alertó a los niños, tomando las espaldas del Ino-Shika-Chou como iniciativa. Creía que así, ninguno sería arrastrado o caerían si su perspectiva del mundo inclinándose resultaba ser la realidad.

En pocos segundos, los niños se apegaron. Hoki y su equipo ponían toda la fuerza en sus piernas para no sucumbir ante esa fuerza invisible que quería arrastrarlos. Los gritos disminuyeron, y en su lugar, llegaron los jadeos de esfuerzo.

Todos los equipos de ninjas excelentes de Konoha, estaban colaborando para que ninguno fuera arrastrado.

— ¡Listo! ¡¡Todos, hagámoslo!! — Gritó el Chunin encargado del pergamino, con todas sus fuerzas. —

— ¡¡Sarutobi!! ¡¡Te deseamos la mejor de las suertes!!

Apenas eso pudo entrar en sus oídos. Para cuando Mirai pudo abrir con normalidad sus ojos para ver por última vez el rostro de su superior, la sangre corría de la palma de su mano.

Y en segundos, su vista se nubló luego de que una luz cegadora se disparara a sus ojos. Después de eso, no pudo sentir alguna señal de vida por parte de su cuerpo.

Y en un eco que se alejaba, las voces de los Chunin se despedían de ella, mostrándole así, por primera vez, un trato que no era a raíz de ser la hija de alguien.

Si no, porque eran compañeros. Y un compañero, estaba dispuesto a darle su vida a otro.

Un silbido se alargó hasta dispersarse al oído, y en un eco distante, todos los sentidos que ella tenía a su disposición, habían cedido al agotamiento repentino, y cayeron dormidos mientras el llamado a la técnica, era llevado a cabo por los adultos al unísono.

Sin importar que tanto insista la tormenta eterna, los lazos siempre estarán presentes, aun si relampaguee o pasen quinientos años.

— ¡Kuchiyose no Jutsu!


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