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40.74% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 22: Parte Primera, Capítulo Octavo: La Luz Amarilla Que Le Espera A Las Ruinas.

Chapter 22: Parte Primera, Capítulo Octavo: La Luz Amarilla Que Le Espera A Las Ruinas.

Los susurros del viento en el desierto se entrelazaban como un antiguo cántico, llenando el aire nocturno con su presencia etérea. Bajo el manto oscuro de la noche, la luna ascendía majestuosa, vertiendo su pálida luz sobre el vasto paisaje desértico.
A pesar de la oscuridad reinante, un frío penetrante se aferraba al ambiente. Parecía que la luna misma traía consigo una fuerza invisible que envolvía el desierto, haciendo que el clima se tornara opresivo.
No había nubes amenazadoras ni vientos furiosos que explicaran esta pesadez; era como si una presencia sutil e indescriptible impregnara el aire.
En medio de la aparente quietud, el desierto parecía estar poblado por una miríada invisible de seres, entidades fantasmales que acechaban en la penumbra.
Cada susurro del viento parecía transportar consigo un eco lejano, un lamento apenas perceptible que resonaba en el alma. Como si las mismas arenas guardaran los secretos de tiempos olvidados, y los susurros nocturnos fueran el eco de aquellos que yacían sepultados bajo capas de historia.
A medida que descendemos, dejando atrás la superficie dorada, nos adentramos en las profundidades del desierto. El suelo se vuelve firme y oscuro, rodeado por muros de roca desnuda. El aire se espesa, impregnado de una energía antigua y misteriosa.
En un rincón oculto bajo las arenas del desierto, en un laberinto de túneles y pasadizos subterráneos, los niños se reúnen con la gran anciana.
La tenue luz de las antorchas y la fogata ilumina sus rostros, revelando una mezcla de asombro y desconfianza. En este espacio subterráneo, lejos de los susurros del desierto, los secretos y las revelaciones aguardan, listos para ser descubiertos en la penumbra.
Como alumnos en una clase de sabiduría, los jóvenes ninjas se sientan alrededor de la fogata, prestos a escuchar a la anciana que descansa sus manos sobre las rodillas.
El báculo que había utilizado durante su presentación ante Boruto descansa a su lado, esperando ser empuñado una vez más.
Aunque estaban bajo tierra y a salvo de quienes los habían atacado sin razón aparente, la tensión seguía palpable en el aire. Los ojos del rubio bigotudo se ensancharon levemente, revelando su creciente inquietud mientras observaba fijamente a la anciana junto a la fogata.
Sus manos apretaban sus tobillos con firmeza, mientras sus hombros se elevaban ligeramente, signos evidentes de su desasosiego.
Alrededor de la cálida fogata, los jóvenes ninjas se acomodaron en un círculo, sus miradas clavadas en la anciana que reposaba las manos sobre las rodillas.
Detrás de ella, su báculo aguardaba silencioso, listo para ser empuñado una vez más. A pesar del ambiente seguro que ofrecía el refugio subterráneo, la preocupación persistía, acechando en los rincones de sus mentes y reflejándose en la postura tensa del rubio.
La anciana, con una calma imperturbable, contemplaba la danza de las llamas con una serenidad que parecía trascender el tiempo.
Su mirada profunda se perdía en el baile de luces y sombras, como si buscara respuestas en las profundidades del fuego. Aunque el silencio reinaba en el refugio subterráneo, el aire estaba cargado de una tensión palpable, una expectativa latente por las palabras que emergerían de los labios de la anciana sabia.
Los jóvenes ninjas, sumidos en un silencio respetuoso y llenos de ansiedad contenida, aguardaban con una paciencia que comenzaba a desvanecerse.
Anhelaban respuestas que arrojaran luz sobre el misterio que los rodeaba, pero al mismo tiempo temían las revelaciones que podrían sacudir sus cimientos.
En aquel momento, en medio de la penumbra del refugio subterráneo, se mantenía un delicado equilibrio entre la incertidumbre y la determinación de desentrañar la verdad oculta.
Mirai observó con atención mientras Hako servía la sopa caliente en las toscas tazas de madera y cerámica gruesa. Un leve gesto de nerviosismo se reflejó en el rostro de la joven, captando la tensión que flotaba en el aire cargado de silencio.
Conocía las peculiaridades de la anciana, entendiendo su dominio en el arte del silencio, dejando a sus interlocutores sumidos en la expectativa, esperando pacientemente por sus palabras.
Los ojos de Mirai se desviaron hacia los niños que la rodeaban, percibiendo la palpable anticipación que se manifestaba en sus gestos inquietos.
Era consciente de que lo que la anciana tenía que decir podía desencadenar una serie de eventos que cambiarían sus vidas para siempre. Reflexionó sobre los desafíos que les esperaban, las decisiones difíciles que tendrían que tomar y cómo podrían enfrentar las incertidumbres que se avecinaban.
Mientras la anciana mantenía su silencio, Mirai se sumergió en sus pensamientos, preparándose mentalmente para las inevitables palabras que vendrían.
Recordó las ocasiones anteriores en las que había presenciado cómo la anciana tejía cada una de sus palabras con habilidad, como si estuviera tejiendo un enigma que debía ser descifrado.
Una mezcla de nerviosismo y curiosidad se apoderaba de Mirai, preguntándose cómo reaccionarían los niños cuando la anciana finalmente decidiera hablar y revelar los secretos que guardaba.
Finalmente, la anciana rompió el silencio, sacando a todos de su expectación y sorprendiendo incluso a Sarutobi, quien pudo respirar un poco más tranquila.
Los jóvenes ninjas dirigieron su atención hacia ella, conscientes de que ahora recaía en sus manos la responsabilidad de explicar la situación. Mirai, con sus ojos enrojecidos, se concentró en la tarea de distribuir la comida caliente, reconociendo que había otros más capacitados que ella para abordar el tema.
La anciana, como si estuviera emergiendo de un trance, comenzó a hablar, revelando que Mirai les había mencionado a los niños mientras dormían.
Esta revelación casual generó una sensación de alivio en todos, sintiéndose un poco más tranquilos al saber que al menos alguien estaba informado sobre su situación. Sin embargo, la anciana dejó en claro que no habría favoritismos ni ventajas para nadie.
Todos estaban igualmente afectados por el pergamino, a excepción de Mirai, cuyos efectos parecían ser más lentos y menos mortales.
Los niños empezaron a formular preguntas en sus mentes, deseando comprender mejor la situación en la que se encontraban. Sin embargo, temían interrumpir a la anciana, quien parecía ser la depositaria de respuestas que tanto ansiaban.
Las dudas se agolpaban en sus cabezas, pero no sabían cómo abordarlas de manera natural y respetuosa. Mirai, consciente de la inquietud de sus compañeros, compartía ese mismo deseo de obtener respuestas, pero también comprendía la importancia de respetar el ritmo y la sabiduría de la anciana.
Todos aguardaban pacientemente el momento oportuno para plantear sus interrogantes y despejar las incógnitas que los rodeaban. La anciana, con voz serena y pausada, comenzó a desentrañar el misterio detrás del pergamino y cómo habían llegado al pasado. 
Explicó cómo los adultos, valientes y sacrificados, habían pactado sus vidas con el pergamino para activar el Jutsu que los transportó en el tiempo. Detalló los riesgos y las consecuencias de dicho acto, mostrando el amor y la determinación que tenían por proteger a los jóvenes y asegurar un futuro mejor. 
Los ojos de los niños se abrieron con asombro y admiración melancólica al escuchar la historia de valentía y sacrificio de los adultos. Comprendieron la magnitud del acto desesperado que habían llevado a cabo para traerlos a este nuevo tiempo.
Las preguntas comenzaron a surgir de los labios de los jóvenes ninjas, cada uno expresando su curiosidad y buscando una mayor comprensión de lo ocurrido.
Hoki, con su expresión seria y determinada, preguntó sobre los efectos secundarios del Jutsu y si había alguna manera de revertirlos.
Tsuru, con su inquietud evidente en su rostro, cuestionó sobre las posibilidades de regresar a su tiempo original.
Metal, con su determinación y espíritu protector algo quebrados, indagó sobre la forma en que podrían evitar futuros cataclismos y proteger a sus seres queridos.
Wasabi, con su mirada penetrante y pensativa, preguntó acerca de las implicaciones éticas y morales de cambiar el curso de la historia.
Denki, con su mente ágil y perspicaz, indagó sobre los límites y alcances del pergamino, y si había alguna manera de utilizarlo en beneficio de todos. La anciana respondió con sabiduría y paciencia a cada una de las preguntas, resumiendo sus respuestas de manera que no abrumaran a los jóvenes. 
Sus palabras resonaron en el corazón de los niños, quienes experimentaron una mezcla de emociones: confusión, esperanza decadente, incertidumbre y determinación. Aunque aún quedaban muchas incógnitas por resolver, la anciana contestó correctamente cada una de las anteriores.
— Sus efectos secundarios migran de vez en cuando. Las únicas personas capaces de sobrevivir son aquellas que tengan más edad que la época de la que vinieron. Ustedes son muy jóvenes, y sus existencias son muy frágiles. Han de tener cuidado con las enfermedades comunes y rasguños. Lamento decir que no hay manera de contrarrestar los efectos, hasta ahora. — Respondió a Hoki. —
— El pergamino es un medio que llama a una técnica prohibida incluso a los dioses. Llevarla a cabo conlleva un gran precio. Sus familias, amigos, conocidos... todos ellos se desvanecieron junto con toda su línea temporal. Siendo menores de quince años, han de ser protegidos por el pergamino que existe en el tiempo actual, y que yace escondido en un lugar desconocido. — Respondió a Tsuru. —
— Las consecuencias del pergamino nos llevan a un núcleo dónde toda vida se extingue. Sin embargo, el pergamino aún existe en este tiempo. Por lo tanto, lo mejor es nunca tocarlo, y nunca hablar de su existencia... ¿Entienden lo que digo? — Respondió a Metal. —
— Cualquier evento que suceda aquí y ahora, siempre y cuando no sea especialmente contra ustedes, no hará tal cosa como eliminarlos. Incluso si sus padres no se llegasen a conocer, ustedes seguirán existiendo. Pero ahora que ustedes están aquí, el tiempo acumula hondas que les será regresadas si no tienen cuidado. — Respondió a Wasabi. —
— Límites... ¿jum? Esa es una buena pregunta. Pero me aterra solo pensar en eso, ya que esto nunca ha sucedido. Si bien mi deber y obligación es ayudar a quienes se pierden por el tiempo, esto nunca ha sucedido. Sin embargo... sé que no tardaremos en descubrirlo. — Al responderle a Denki, el niño abrió sus ojos por la sorpresa. —
El refugio subterráneo se sume en un silencio denso, impregnado de emociones encontradas. Los niños, con semblantes preocupados y ojos llenos de dolor, asimilan las complejas respuestas que la anciana les ha brindado.
La realidad de su situación actual comienza a hundirse en sus corazones, reflejándose en sus expresiones angustiadas.
Algunos, como Hoki y Tsuru, buscan consuelo en la comida que se les ha ofrecido. Con manos temblorosas, agarran las tazas de sopa humeante y comienzan a consumirla con ansiedad, como si el acto de comer pudiera distraerlos temporalmente de la desgarradora verdad que han escuchado.
Sin embargo, otros rechazan la comida. Sus miradas evitan los platos, sus rostros palidecen y se tensan. Mirai, mostrando empatía y apoyo, se acerca a ellos en silencio y les ofrece palabras de aliento, instándolos a comer a pesar de las náuseas que sienten retorcerse en sus estómagos.
Mientras tanto, Sarada, con determinación en su mirada, captura la atención de todos en la habitación cuando levanta la mano. El peso de su apellido, Uchiha, es palpable en el aire, llenando el espacio con un aura de misterio y preocupación.
Con una expresión seriamente perturbada en sus profundos ojos oscuros, Sarada toma una respiración profunda y solicita permiso para hablar. Su voz, firme pero cargada de incertidumbre y temor, resuena en la cueva.
— Permítanme plantear otra pregunta... — Dice Sarada, con su voz temblorosa pero decidida. — Si nos encontramos ahora en un tiempo y lugar que no nos pertenece, ¿Qué debemos hacer con nuestros apellidos? ¿Deberíamos ocultar nuestra identidad para protegernos?
La pregunta reverbera en la cueva, envolviendo a todos en un silencio tenso. Cada uno contempla la importancia de las palabras de Sarada y cómo afectarán su destino en este extraño mundo.
La anciana toma un momento para reflexionar antes de responder, su mirada arrugada se posa en Sarada con una mezcla de comprensión y sabiduría.
El aire en la cueva se vuelve denso mientras todos aguardan la respuesta de la anciana. Aunque sus párpados arrugados permanecen cerrados, se percibe una intensidad en su mirada dirigida hacia Sarada. Es como si poseyera un conocimiento adicional, una información compartida en secreto.
Finalmente, la anciana rompe el silencio, su voz cargada de una pesadez que refleja la gravedad de la situación.
— Los apellidos no son solo palabras; son un sello que representa la historia y el linaje familiar. Sin embargo, en este nuevo tiempo y lugar, ya no tienen cabida. Es mejor que guarden sus apellidos en secreto para protegerse a ustedes mismos y a sus seres queridos. — La anciana habla con una seriedad que hace eco en las palabras y resuena en los corazones de los presentes. —
Un ligero movimiento de sus ojos revela que la anciana ha notado la marca del clan en el suéter de Namida. Sin embargo, en voz baja pero claramente audible, murmura una advertencia:
— Incluso los clanes a los que pertenecen deben permanecer ocultos. No deben exhibir los símbolos o marcas de sus clanes en este momento. Es una precaución necesaria para mantener su seguridad en este tiempo desconocido. — Advierte la anciana, su voz resonando con autoridad y sabiduría. —
El ambiente en la cueva se torna aún más sombrío, y los niños sienten cómo la realidad se ciñe sobre ellos. Las miradas se entrecruzan, reflejando la preocupación y la determinación en sus rostros.
Los lazos familiares y los legados de sus clanes, que antes eran fuentes de orgullo, se convierten ahora en un recordatorio de su vulnerabilidad y la necesidad de protegerse en este nuevo tiempo y lugar.
La respuesta de la anciana deja un sabor amargo en el aire, pero también infunde una sensación de cautela en los corazones de los jóvenes ninjas.
El silencio que sigue a las palabras de la anciana es abrumador. Los ojos de los presentes se desvían hacia Sarada, conscientes de la carga emocional que ha dejado su pregunta en su corazón.
Boruto, Mitsuki, ChouChou y Mirai la observan de reojo, preocupados por su reacción ante la respuesta que acaba de recibir.
El semblante de Sarada refleja el impacto de las palabras de la anciana. Lentamente, su mano desciende hasta reposar junto a su cuerpo, mientras su mirada se clava en el suelo.
Un torbellino de pensamientos parece abrumar su mente, como si estuviera retrocediendo en el tiempo en busca de respuestas a su interrogante. Sus puños se cierran con fuerza sobre sus muslos, revelando la lucha interna que está experimentando.
ChouChou apenas aparta la mirada de Sarada, y sus ojos parecen reflejar sus propias preocupaciones.
— Y... ¿Cómo se supone que vivamos ahora? — Pregunta ella, la desesperación evidente en sus ojos color miel. — ¿Qué debemos hacer para no desaparecer?
— Ustedes son ninja, y sé que tienen la capacidad de cuidarse por sí mismos. — Responde la anciana, observando las llamas de la fogata. — Pero, como le dije a tu amigo, hay cosas que están más allá de su control.
ChouChou se hunde en su asiento al escuchar esas palabras nuevamente. La sopa en sus manos ya no parece tan apetecible como antes. Aprieta los labios, mostrando un evidente gesto de frustración que no pasa desapercibido para su compañero de equipo.
El Yamanaka de tez pálida observaba a su lado, mostrando un semblante más frío ante la situación, aunque igualmente afectado. Estaba preocupado por los pensamientos de la única Akimichi, conocida por actuar impulsivamente sin considerar las consecuencias.
Ella, que solía vivir la vida como si fuera una película, ahora parecía desmoronada. La brecha entre ellos dos se hizo evidente, y el Yamanaka sintió un profundo pesar al darse cuenta de que los únicos lazos que les quedaban eran sus compañeros de equipo.
La anciana observó de reojo al trío Ino-Shika-Chou. Sabía que, pese a su juventud, estos niños podrían tener valores y perspectivas diferentes a los de ella. La experiencia de quince años en un mundo desconocido podía cambiar a cualquiera, y la anciana era consciente de ello.
Después de todo, quince años son un largo tiempo. Cualquier cosa podría haber sucedido en ese lapso.
— Sus técnicas ninja pueden seguir siendo efectivas, pero eso no les otorga ninguna ventaja. — Iwabee y Wasabi se sorprendieron al escuchar las palabras de la anciana. — La cantidad de chakra que poseen no ha sido afectada, pero una vez que lo agoten...
— ¿Qué puede suceder entonces? — Preguntó Renga, el compañero de Hoki. —
La anciana tomó la palabra, sus ojos entreabiertos observando a cada uno de los niños, incluso a aquellos que no la miraban directamente.
— Les advierto que no lo pongan a prueba. Cualquier efecto que experimenten en sus cuerpos será como si hubieran envejecido quince años. — Los ninjas inhalaron con sorpresa. — Pero confío en que ustedes serán lo suficientemente cautos. Por favor, tomen mi consejo y absténganse de usar su chakra por el momento.
— ¿Eh?
— No puede ser...
Los niños permanecieron en silencio, absorbidos por el peso de la realidad que acababan de enfrentar. La sombra del futuro incierto se cernía sobre ellos, y la incertidumbre llenaba la cueva.
Boruto mantuvo la mirada fija en el suelo, su semblante reflejaba una mezcla de frustración y resignación. Mitsuki, con su calma característica pero preocupado, entrelazó sus dedos y los apretó suavemente en un gesto de contención.
Enko, la joven con una habilidad técnica inquietante, no pudo contener su inquietud y rompió el silencio. Sus ojos brillantes se encontraron con los de la anciana mientras formulaba su pregunta con voz temblorosa pero decidida:
— ¿Cómo vamos a sobrevivir sin usar nuestro chakra? ¿No es fundamental para nosotros como ninjas?
La anciana centró su atención en Enko, sus ojos entrecerrados reflejaban una comprensión profunda. Tomó un momento para reflexionar antes de responder, escogiendo sus palabras con precaución.
— No se preocupen. Vivir sin chakra es posible, siempre y cuando eviten el combate y se mantengan discretos en este mundo desconocido en el que se encuentran. Existe un vasto conocimiento de supervivencia tradicional que pueden adquirir para mantenerse seguros y en armonía con la naturaleza.
Las palabras de la anciana despertaron la curiosidad de los niños. Mirai, con su mirada aguda, levantó una ceja y preguntó con interés:
— ¿A qué te refieres con supervivencia tradicional? ¿Existen habilidades y técnicas que podemos aprender para protegernos? ¿Técnicas que no revelen nuestra identidad como ninjas?
La anciana asintió, permitiendo que un pequeño destello de esperanza se reflejara en sus ojos arrugados.
— Así es, la supervivencia tradicional engloba una amplia gama de habilidades que permiten a las personas vivir en armonía con la naturaleza y adaptarse a diversas situaciones. Aprender lo básico sobre caza, recolección de alimentos, construcción de refugios y orientación en el terreno puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte en momentos de necesidad.
Los niños escuchaban con atención, cautivados por las palabras de la anciana. Como ninjas, tenían conocimientos básicos de supervivencia, pero la idea de aplicarlos de manera tradicional generaba cierta incertidumbre en algunos y un sentido de aventura en otros.
Boruto levantó la mirada con determinación y preguntó:
— ¿Nos... mostrarías como hacerlo sin llamar tanto la atención?
La anciana sonrió con benevolencia, asintiendo con aprobación.
— Por supuesto. Estoy aquí para guiarlos y enseñarles todo lo que necesiten para sobrevivir. Pero recuerden, deben ser discretos y cuidadosos. Nuestro objetivo principal es encontrar la manera de no atraer a los del Pasado a sus asuntos, lo que implica evitar confrontaciones innecesarias y mantenerse ocultos.
En la cueva, una atmósfera cargada de determinación y esperanza envolvía a los jóvenes ninjas. Estaban decididos a enfrentar el desafío que se les presentaba y a adquirir las habilidades necesarias para sobrevivir en un mundo desconocido.
Mientras la anciana comenzaba a impartir su sabiduría ancestral, una chispa de determinación brillaba en los ojos del joven Uzumaki.
Había algo profundamente personal en su compromiso con ese objetivo.
Para él, era más que aprender a subsistir; era una oportunidad para desafiar las restricciones impuestas por su propia herencia.
Aunque el chakra era esencial para un ninja, Boruto estaba decidido a demostrar que podía encontrar su fuerza interna más allá de esa dependencia.
Sabía que su verdadera fortaleza residía en los valores transmitidos por aquellos que vinieron antes que él, aquellos que sacrificaron todo para proteger y preservar esos valores.
Para Boruto, esta era una oportunidad para demostrar su valía, para mostrar que era capaz de enfrentar la adversidad y prosperar, incluso sin depender únicamente del poder que fluía a través de él.
Su determinación era un homenaje a aquellos que habían sacrificado tanto para legarle ese legado de coraje y resiliencia.
Con su voz serena y sabia, la anciana continuó impartiendo enseñanzas sobre los principios básicos de la supervivencia tradicional.
Les explicó la importancia de descansar después de las comidas, permitiendo que sus cuerpos aprovecharan al máximo los nutrientes y se recuperaran adecuadamente. 
Les recomendó estar listos para partir al amanecer, cuando los primeros rayos de sol iluminaran el horizonte, para adentrarse en los intrincados túneles subterráneos que los conducirían a un lugar más seguro: la base principal, donde podrían profundizar en el aprendizaje de estas antiguas habilidades.
Boruto absorbía cada palabra con atención, grabando en su mente cada consejo y lección. Estaba decidido a adquirir todo el conocimiento necesario para enfrentar los desafíos que les aguardaban en este mundo desconocido. La adversidad no lo vencería; en cambio, la abrazaría como una oportunidad para crecer y demostrar su valía.
La noche avanzaba en la cueva mientras los jóvenes ninjas compartían una modesta pero reconfortante cena.
La anciana les recordó la importancia de descansar adecuadamente y permitir que sus sueños los fortalecieran, ya que al amanecer se abriría ante ellos un nuevo capítulo en su viaje.
Una vez que terminaron de comer, se acomodaron en sus improvisados lugares para dormir, dejando que el sueño los abrazara y los preparara para los desafíos que les esperaban al despertar.
Sin embargo, Shikadai luchaba por encontrar el sueño en la oscuridad de la cueva fría y sombría. Su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y determinación, consciente del peso que llevaba como heredero de las sombras.
La responsabilidad de proteger a sus seres queridos pesaba sobre sus hombros, especialmente cuando se trataba de aquellos a quienes consideraba especiales.
En silencio, Shikadai observaba las formas difusas que conocía tan bien: la sombra de su padre. Sentado con serenidad, su padre acariciaba a su lado una sombra más pequeña, cuyos movimientos suaves y caricias revelaban la conexión y el afecto entre ellos.
Aunque apenas podía distinguirlos en la penumbra de la cueva, esos gestos eran como un estímulo para su visión y una fuente de inspiración para darles nombres.
La figura oscura de Mirai tranquilizaba a Enko, ayudándola a conciliar el sueño mientras sus compañeros dormían a sus pies para brindarle compañía. Aunque la cueva no era espaciosa, tampoco era pequeña. Todos podían dormir por separado, pero algunos optaron por estar cerca unos de otros.
Mientras se dejaba llevar por el sueño, los pensamientos de Shikadai se dirigieron a las últimas palabras de su padre. Él confiaba plenamente en Mirai, la última Sarutobi.
Esto implicaba que Shikadai debía depositar su confianza en ella también, protegiéndola de las adversidades que el tiempo pudiera traer.
El joven Nara comprendió que su papel no se limitaba a preservar su propio linaje y legado, sino también a proteger y respaldar a quienes le importaban. No podía permitirse morir en vano, ni permitir que sus compañeros enfrentaran un destino similar. 
Debía encontrar la fuerza y la sabiduría necesarias para enfrentar los desafíos venideros y proteger a Mirai, quien ahora se había convertido en un faro de esperanza en medio de la oscuridad.
No podía arriesgarse a perder lo único que lo mantenía conectado con la memoria de su padre.
A medida que el sol comenzaba a iluminar tímidamente el horizonte, la anciana guiaba al grupo de jóvenes ninjas por los intrincados túneles subterráneos. El aire era húmedo y la luz apenas llegaba a los pasajes angostos, creando un ambiente misterioso lleno de susurros de las sombras.
Con una destreza impresionante, la anciana levantaba las pesadas paredes de piedra como si fueran plumas, abriéndolas con un movimiento suave y controlado que dejaba a los niños maravillados.
En cada ocasión, revelaba un nuevo pasaje en la oscuridad, guiándolos hacia lo desconocido con una seguridad que infundía confianza en el grupo.
Mientras avanzaban por los oscuros pasajes subterráneos, los jóvenes ninjas observaban con asombro cómo la anciana manipulaba el duro material con facilidad sobrenatural.
En un breve descanso, rodeados por las sombras danzantes de las antorchas, los jóvenes ninjas aprovecharon para plantear algunas preguntas a su misteriosa guía.
Enko, con curiosidad palpable en su voz, rompió el silencio.
— Abuela, ¿cómo puedes mover estas piedras con tanta facilidad? Parece que ni siquiera estás haciendo un esfuerzo. — Enko preguntó con curiosidad, observando con asombro cómo la anciana manejaba las pesadas rocas como si fueran hojas al viento. —
La anciana sonrió sabiamente y la miró por encima del hombro antes de responder con voz serena.
— Estos túneles han sido mi hogar durante años. Con el tiempo, aprendí a dominar las energías que fluyen en la tierra y a usarlas en mi beneficio. Es un arte antiguo que pocos llegan a dominar.
Intrigado, Boruto se acercó un poco más.
— ¿No necesitas usar Chakra para hacer eso? ¿Y cómo aprendiste todo eso? ¿Quién te enseñó? — Preguntó con interés. —
La anciana guardó silencio por unos instantes, mientras el sonido de sus zapatos resonaba en el pasaje subterráneo. Finalmente, su voz se llenó de nostalgia.
— Fue mi maestro, un hombre sabio y poderoso, quien me enseñó los secretos de la tierra. Pero esa es una historia para otro momento.
El ceño de Boruto se frunció en su dirección. Durante la caminata, se contuvo de gruñir en protesta, recordando el reprimendo que recibió en su primer encuentro. Desde entonces, sentía como si su cuerpo se detuviera automáticamente cada vez que intentaba contradecirla.
Namida, observando hacia atrás al grupo, notó la ausencia de Mirai y la preocupación se apoderó de ella.
— ¡Esperen, Mirai-san no está con nosotros! ¿Dónde está? — Preguntó con nerviosismo. —
La anciana se detuvo brevemente y se volvió hacia Namida. La seriedad inquebrantable en sus ojos arrugados era evidente.
— Mirai está investigando la superficie con mis subordinados. Como una Kunoichi experimentada, sabe cómo cuidarse. No hay razón para preocuparse por su seguridad. — Declaró la anciana con calma. —
Iwabee y Boruto no pudieron contener su descontento y protestaron al unísono.
— ¡Pero eso no es justo! ¿Por qué ella puede ir y nosotros no? — Exclamaron. —
La anciana los miró con una mezcla de comprensión y autoridad.
— Mirai tiene exactamente quince años, lo que la hace más segura en esta situación. Además, está acompañada por mis subordinados, quienes la protegerán en caso de peligro. Debemos confiar en su juicio y experiencia.
A pesar de las palabras de la anciana, Shikadai percibió algo en su actitud. Sus ojos afilados notaron cómo la anciana lanzaba fugaces miradas hacia sus propias espaldas mientras avanzaban. La sospecha creció en su interior, pero decidió guardar silencio por el momento.
El grupo siguió adelante por los misteriosos túneles subterráneos, con la incertidumbre y las preguntas sin respuesta acechando en cada esquina.
Aunque la anciana los guiaba con destreza, su comportamiento despertaba dudas sobre los secretos que guardaba.
Manteniendo su liderazgo, apretó el agarre en su candelero.
— Esa joven... Se le ha encomendado una tarea bastante difícil.
El sol del desierto ascendía implacable en el horizonte, bañando la vasta extensión de arena con su calor sofocante. Aunque apenas amanecía, el desierto ansiaba la llegada del fuego celeste que prometía el día.
Cada respiración de Mirai era cuidadosamente controlada, una habilidad perfeccionada a lo largo de años de entrenamiento y misiones cumplidas. Con cada paso, sus botas levantaban nubes de arena, mientras las ondas de calor distorsionaban las dunas a lo lejos.
Impulsándose al límite de su resistencia, Mirai corría con toda la fuerza que le permitían sus piernas. En medio de su esfuerzo agotador, sacó una pequeña brújula del bolsillo de su desgastada capa amarilla.
A pesar del calor y el sudor acumulándose debajo de su capa, Mirai perseveraba, consciente de que ocultar su uniforme era crucial para evitar ser detectada. Prefería soportar el abrasador calor del desierto a enfrentar las consecuencias de ser descubierta en ese lugar inhóspito.
Cada paso en la ardiente arena parecía drenar la energía de Mirai, pero ella persistía, concentrada en el movimiento de las manecillas de la brújula mientras seguía corriendo. Con solo su desgastada capa amarilla para ocultar su identidad, soportaba el calor abrasador del sol mientras se dirigía hacia un destino desconocido en el vasto desierto.
— ¡¿Clandestinidad?! — Su propia voz resonó como un eco de la conversación de la noche anterior. — No lo entiendo... ¡¿Cómo...?! ¡¿Cómo se supone que yo...?!
— Ahora no es momento de cuestionar tus valores. ¿Comprendes la importancia de hacer a un lado tu honor como ninja y permanecer en silencio? — La anciana le había susurrado con firmeza, asegurándose de no despertar a los niños que dormían cerca. — Sus nombres, sus técnicas... Esos niños son especiales solo por venir del futuro. ¿Sabes que sus habilidades aumentan el precio por sus cabezas?
En la realidad, Mirai dio un salto hacia una colina de arena, buscando ganar terreno más rápidamente.
Después de tomar un breve momento para recuperar el aliento, guardó la brújula en su bolsillo y continuó con su desafiante maratón, con una expresión seria en su rostro.
El sudor recorría su cuerpo y su cabello despeinado ondeaba a medida que avanzaba. Cada paso era una lucha contra el agotamiento y la incertidumbre que le carcomía por dentro. El recuerdo de la conversación con la anciana seguía resonando en su mente, aumentando su impaciencia y ansiedad.
 El honor no te servirá aquí. Ser honorable solo te llevará a la muerte. En este mundo, nadie te felicitará ni se preocupará por ti. — La voz de la anciana resonaba en sus oídos con firmeza. —
Mirai, absorta en sus pensamientos como una ninja de Konoha, no había captado completamente la gravedad de esas palabras en ese momento.
— Misiones clandestinas... Un terreno peligroso pero adecuado para ti. Con tu conocimiento del futuro y la rareza de tu edad, tienes la capacidad de utilizar el chakra en estas misiones. ¡Pero con responsabilidad! ¿Me escuchas? ¡No eres invencible!
Mirai se sentía perpleja ante la idea de sumergirse en el mundo clandestino, un terreno que siempre había combatido como ninja de Konoha.
La palabra misma le parecía irónica y poco confiable. ¿Cómo podría participar en algo que había dedicado su vida a erradicar? Ser parte de ello añadiría una capa de hipocresía a su papel como ninja.
Pero antes de que pudiera expresar sus dudas, la anciana la interrumpió con una determinación que la dejó sin habla. Su presencia imponente parecía aplastarla con su sola mirada.
— Saldrás al primer rayo de sol. No puedes permitirte perder tiempo, ¿verdad? — Sus palabras resonaron con autoridad. —
Mirai asintió en silencio.
— Cuando revisé tus pertenencias, noté algo peculiar entre ellas: una brújula idéntica a la mía. Verla con mis propios ojos... no puede ser una coincidencia. — Añadió la anciana, sacando del bolsillo de su túnica una brújula que Mirai reconoció al instante. —
Saltando entre las rocas que bloqueaban su camino, Mirai recordaba la conversación mientras su mirada se perdía en el vasto desierto que se extendía más allá. Un mar de arena amarilla se extendía hasta el horizonte.
— Ve hacia el norte desde aquí, mucho más allá. Deberías encontrar unas ruinas.
— ¿Ruinas? - preguntó Mirai, su curiosidad despertada.
— Sí, así es. — Asintió la anciana, acercándose a ella. — Hace mucho tiempo, una ciudad fue devastada y sus habitantes se vieron obligados a ocultarse en las sombras. La última vez que supe de ellos, estaban protegiendo a la única hija restante de su reina. Si tienes suerte, podrías encontrarte con ellos en las rutas que rodean las ruinas. Después de todo, es su deber mantenerse cerca de ellas.
— ¿Y qué beneficio obtendré al encontrarme con ellos? — Preguntó Mirai, buscando entender el propósito de esta misión. —
La anciana desvió la mirada por un momento, evitando encontrarse con los ojos de Mirai.
— Ellos sabrán cómo llevarte a un lugar donde me conocen bastante bien. — Dijo la anciana, sin rodeos. —
— ¿Y qué debo hacer una vez que llegue allí? — Preguntó Mirai, buscando claridad. —
— Simplemente mencióname. —Respondió la mujer serenamente después de unos segundos de reflexión. — Cuando estés con las personas de esa ciudad y cuando llegues al lugar. En el momento en que entres al Ocaso, diles; diles que vienes por orden de la Sombra de Ébano.
Mirai se encontraba en el estrecho boquete entre dos imponentes montañas de arena. Su mirada se perdía en la vastedad del desierto que se extendía más allá.
Con determinación, dio un salto ágil y se aferró a una de las rocas que sobresalía del suelo arenoso. Sus manos se apoyaron con firmeza en la superficie rugosa mientras sus pies buscaban un punto de apoyo seguro.
El aire cálido acariciaba su rostro, llevando consigo pequeñas partículas de arena. Los rayos del sol se filtraban a través de las grietas de las rocas, creando sombras danzantes en el suelo.
Mirai se impulsó con fuerza y se lanzó hacia la siguiente roca, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo mientras descendía por el estrecho pasaje rocoso.
Cada paso era una cuidadosa elección, una danza coreografiada entre sus movimientos y las formas de las rocas.
Sus dedos se aferraban a las aristas, sintiendo la textura áspera y erosionada de la piedra. El sonido de sus pisadas resonaba en el estrecho espacio, mezclándose con el susurro del viento que se filtraba por los huecos.
Descendiendo por el estrecho desfiladero, Mirai enfrentaba el desafío de mantener el equilibrio sobre la arena suelta y movediza.
El sol ardiente proyectaba sombras alargadas a su alrededor, jugando con luces y sombras en el paisaje rocoso. A lo lejos, el desierto se extendía con dunas ondulantes y un horizonte infinito.
Cada salto y paso seguro la acercaba más a las doradas arenas que se extendían al pie de las montañas. A pesar del calor abrumador, Mirai seguía adelante con determinación, decidida a superar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino hacia su destino.
— ¿Te marchas ya? — Preguntó la anciana en sus recuerdos, mientras organizaba las tazas y vasos para el desayuno de los jóvenes ninjas. —
— He estado reflexionando toda la noche. — Respondió Mirai, antes de que saliera el sol. —Necesito descubrir qué los llevó a esta situación, incluso si no puedo volver a casa.
— Hm. — La anciana emitió un sonido de asentimiento, concentrándose en su tarea. —
Mirai mantuvo su compostura, pero dejó entrever el ligero obstáculo que aún la retenía en el refugio.
 En cuanto a ellos... — Comenzó a decir, pero fue interrumpida por la anciana. —
— Déjalos en mis manos. — La anciana la interrumpió, su mirada fija en la joven. — Si aún no se han levantado después de solo unas horas, es un recordatorio de tu prisa. Me encargaré de ellos mientras estés fuera. No te preocupes, estarán bien cuidados.
 Entiendo... — Murmuró Mirai, aunque insistió una vez más. — Pero... ¿Qué quiere decir con esas palabras?
— El tiempo afecta a cada uno de manera diferente, como ya te he mostrado. — Explicó la anciana. — Sin embargo, con ellos podría ser al revés. El tiempo está desorientado, y sus cuerpos podrían reaccionar de manera inusual.
En ese momento, Mirai observó de reojo a los ninjas mientras dormían plácidamente, con rostros serenos e imperturbables.
Sus interacciones con ellos surgieron como recuerdos fugaces: la impaciencia de Boruto en el desierto, cómo Sarada la rescató de un apuro con un enemigo, la valentía de Wasabi e Iwabee en la batalla...
 ¿Y qué sucederá...? — Preguntó Mirai, ansiosa por respuestas. —
— Si no quieres descubrirlo, vete ahora. — La anciana la instó con firmeza. — Avanza hacia tu objetivo y haz lo que sea necesario. Regresarás al anochecer y te guiaré en tu travesía en el tiempo. No soy tu niñera; debes cumplir con la tarea que te han encomendado. Pensar en esas cosas solo te retrasará.
— Entiendo. — Respondió Mirai con solemnidad. —
Recordó haberse mordido la lengua como reacción, y luego hizo una reverencia notable como muestra de agradecimiento. A pesar de sentir un picor en los ojos, su voz salió decidida de su garganta.
— ¡Muchísimas gracias! — Expresó Mirai con gratitud, mientras la Gran Anciana aparentaba no darse cuenta del desborde emocional. —
Finalmente, Mirai alcanzó la última roca y descendió suavemente sobre la suave arena. Sus pies se hundieron ligeramente en el terreno, dejando huellas temporales a su paso. 
Ante ella se extendía un vasto mar de arena dorada, interrumpido solo por las siluetas ondulantes de las dunas. El silencio del desierto envolvía su entorno, solo interrumpido por el susurro del viento y el suave crujido de la arena bajo sus pies.
Tomándose un momento para respirar profundamente, Mirai absorbió la grandeza del desierto que se extendía ante ella. Con determinación en sus ojos, se adentró en las arenas, lista para enfrentar los desafíos y descubrimientos que le aguardaban en su camino hacia las ruinas y más allá.

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