—Debí suponerlo— dije al tenerla justo al lado.
—¿Pensaste que dejaría a mi esposo solo con esta?
—Podría maldecir los celos ridículos que tienes, pero te ves tan jodidamente buena, que solo por hoy me haré el sordo.
—Deberías ser así más a menudo— sonrió, y miró a la mujer—. ¿Y tú? — se acercó a ella, y se arrodilló para coger el arma del hombre, que había caído justo al lado de la motora.
La mujer estaba tratando de hacerlo reaccionar, aún sabiendo que eso es ridículamente imposible.
—Pobrecito. No creo que la respiración boca a boca funcione en estos casos, ¿Cierto? — burló Daisy, y sonreí.
Y yo que pensé que el hijo de puta era yo.
—¡Eres una perra! — trató de arañarla, y Daisy le sujetó la muñeca, con tanta fuerza, que vi sus uñas enterrarse en ella.
—No trates de dar más de lo que puedes. ¿Nunca has oído hablar de eso? Acompáñanos, tenemos mucho de qué hablar— la haló fuertemente, levantándola de golpe.
—Usa mi auto, John— me pasó las llaves, ya que en el mío no podría ser.
Caminamos a donde estaba su auto estacionado y Daisy la llevó literalmente por las greñas. Joder, esa mujer es candela pura. Abrió la puerta y la tiró dentro del asiento trasero y se subió. Me aseguré de ponerle el seguro para que no pudiera abrir la puerta, al menos no, hasta llegar a la fábrica. Saqué mi teléfono y le marqué a Alfred.
—Ve a los estacionamientos de la empresa que tengo un trabajo especial para ti, conserje— colgué la llamada y miré por el retrovisor.
—¿Qué planean hacer? Si es información, están perdiendo el tiempo. Si es por el dinero que están tan molestos, se los puedo dar de vuelta y hasta darle más cantidad de la que tienen.
—¿Crees que el dinero es algo que nos preocupe? — Daisy sonrió—. Es algo que podemos duplicar cuando queramos. Ni siquiera tu miserable vida valdría tanto, como para saldar las cuentas que tienes con nosotros.
—¡A ustedes no les he hecho nada! ¿De qué cuentas están hablando si no es de dinero?
—Pasar información a quien sabe quién, entrar a nuestra empresa para jodernos la vida y robarnos dinero; también pusiste a mis hijos en riesgo, a mi mujer y a mis negocios. ¿Necesito dar más razones para que comprendas en el lío que estás metida? — pregunté mirando por el retrovisor.
—Sin contar que estabas tratando de seducir a mi marido y ponerlo en mi contra— Daisy restregó su cara contra el cristal, y tuve que interferir.
—No hagas eso, Daisy.
—¿La estás defendiendo, John? — espetó una mirada amenazante por el retrovisor, y suspiré.
—Las mujeres son tan complicadas— murmuré—. Lo que quiero decir es que, no hagas eso aquí porque vas a ensuciar el cristal que con tanto esmero pulieron.
—Imaginé que dirías algo así.
—No me jodas. Acabas de atravesarme con esa mirada como si tuvieras rayos láser.
—Es bueno saber que nos entendemos tanto— esbozó una sonrisa maliciosa, y reí.
Manejé hasta la fábrica y le abrí la puerta por fuera para que se bajaran, cuando de repente vi que Daisy la empujó haciéndola caer a la grama. Está mujer está energética hoy. Como se nota que estuvo esperando por esto hace mucho.
Ella se levantó furiosa y trató de huir, pero esta vez era yo quien no dejaría que eso sucediera. Le agarré el brazo bruscamente y Daisy se fue al otro lado. La llevamos agarrada de brazos y tirando patadas en el aire. Al llegar a la habitación, la tiramos de golpe en el suelo y Daisy se quedó vigilándola, mientras iba a buscar la cinta adhesiva y la silla que estaba en el otro cuarto. Al regresar, tardamos un poco en poder amarrarla, ya que estuvo haciendo fuerza y luchando para evitarlo.
—Toma, mi amor— me dio el arma que era del hombre y la guardé en mi pantalón—. Ahora bien, ¿Por dónde comenzamos? — estiró los dedos, y de un solo puño sin aviso, hizo escupir sangre a la mujer.
—Yo no tengo nada que hacer aquí. Mejor buscaré otra silla para mí— solté, a lo que Daisy me miró.
—¿No toleras que le pegue a la mujer que te estabas ligando también? — sonrió—. Creo que debería sacar un turno para ti también.
—Ese comentario lo arreglaremos en la casa luego.
—Solo maténme, no van a sacar nada de mi— gritó la mujer, y ambos fijamos la mirada en ella.
—Oye, mi cielo. Soy yo, ¿O me pareció oír que no hablaría? — cuestionó Daisy, dándole un codazo en la nariz.
El grito que eso ocasionó en ella, me hizo admirar a la tigresa de mujer que tengo. No planeo interferir, no, hasta que admire por más tiempo a la belleza que tengo delante de mí; que sin duda alguna, es la mujer más bella que haya contemplado alguna vez.
—¡Eres una estúpida!— chilló, escupiendo sangre en el suelo.
De su nariz se deslizaba una lágrima de sangre, que en instantes Daisy la limpió con el segundo puño que le proporcionó.
—¿Decías?— acarició la mejilla de la mujer, mientras deslizaba su dedo con delicadeza hasta llegar al lóbulo de su oreja —. Tienes muchas pantallas, ¿Cuál debería arrancar primero? — ensanchó una maliciosa sonrisa.