Hades
—Ellen —comencé, mi voz baja y grave. El contacto ardía, no porque fuera doloroso, sino porque rompía todas las barreras que había intentado reconstruir apresuradamente. Su calor se filtraba en mi piel, su ritmo cardíaco constante contra mi pecho. La bestia no estaba apaciguada; solo buscaba escapar de su encierro y reclamarla.
—Hades —murmuró mi nombre con una suavidad que me hizo temblar. Mi nombre en sus labios era un arma, desarmante y peligrosa a la vez. Golpeaba profundamente, rozando la jaula reforzada que la contaminación arañaba. —Lo siento —dijo, su voz pequeña—. De verdad lo siento. Puede que no esté de acuerdo contigo en muchas cosas, pero esta vez desearía haberlo visto como tú. Pero me negué a ver más allá de los límites que había establecido para mí misma —continuó, su voz temblorosa pero firme—. No quería admitir que podrías tener razón porque pensé que significaría perder ante ti.