Hades
Levanté a Ellen hasta que su coño palpitante quedó suspendido por encima de mi pene erecto. Luego sentí cómo se retorcía como si entrara en pánico.
—¡Soy virgen! —exclamó. Había un temblor en su voz. El bravucón se había ido, reemplazado por alguien que ni siquiera podía mirarme a los ojos.
—Rojo —murmuré, mi voz aún dura de lujuria.
Ella levantó la cabeza con hesitación, sus ojos encontraron los míos.
Me quedé quieto, mi sangre se volvió hielo. Aflojé mi agarre sobre ella, mis ojos se ensancharon. En las profundidades azul-verde de sus ojos, capté un destello de rojo, retrocediendo.
Parpadeé y desapareció como si nunca hubiera estado allí.
Sus ojos brillaban con lágrimas y me recuperé cuando sus hombros empezaron a temblar. —Lo... siento —balbuceó. —No sé... qué me pasó —tartamudeó.