Las sombras rodeaban a Islinda, tan densas que ella no podía distinguir sus propias facciones. ¿Dónde diablos estaba? Lo último que recordaba... ¿Qué era lo último que recordaba?
A estas alturas, debería estar presa del pánico, pero Islinda no podía. Era extraño decirlo, pero se sentía en casa en la oscuridad. Le llamaba. Era reconfortante.
Islinda comenzó a caminar a través de la oscuridad sin dirección, ni siquiera una pista de sobre qué estaba pisando. Era tan oscuro que no podía ver sus propios pies.
—¿Hola? —dijo, su voz resonando a través de la oscuridad—. ¿Hola? ¿Hay alguien aquí?
—Princesa —una voz rasposa surgió de la oscuridad e Islinda se sobresaltó, girando alrededor para ver quién hablaba pero no había nada más que oscuridad. Sin embargo, sintió una sensación extraña deslizándose por su brazo como si alguien la estuviera tocando y giró de nuevo para no ver nada.