—¿Dónde se fue de repente? —preguntó Oberón, alzándose sobre ella.
Ella negó con la cabeza—. No lo sé, simplemente desapareció —dijo tragando saliva.
Él entrecerró los ojos—. ¿Realmente estás tratando de jugar conmigo?
Ella negó con la cabeza—. No, estoy diciendo la verdad —cerró los ojos, asustada por la mirada ardiente en sus ojos.
Él apretó los dientes, la frustración y la ira creciendo dentro de él—. Dime la verdad, no quiero nada más que la verdad.
—Estoy diciendo la verdad, por favor créeme.
Él se sujetó la cabeza. El sacerdote de la luna se acercó a ella—. Mi señora, por favor díganos la verdad, necesitamos resolver todo y todo encajará.
—¿Por qué no me creen? Estoy diciendo la verdad, ¿acaso me inventaría algo así?
—Haz lo que quieras con ella —dijo Oberón y salió frustrado.
El sacerdote de la luna la miró intensamente—. ¿Estás segura de que estás diciendo la verdad?
Ella asintió, con un atisbo de esperanza en su corazón—. Sí, lo estoy.