—Debes descansar —dijo Rosa, negándose a dejar que Zayne saliera de la cama—. Una hora bastará para que descanses.
Zayne sostuvo la mano de Rosa, sin querer que ella lo dejara solo para que pudiera explorar la casa por su cuenta. —Cuando dijiste que pasaríamos tiempo aquí, pensé que significaba otra cosa.
—Es de día —respondió Rosa, apartando la mirada de Zayne—. Y de vez en cuando, alguien viene a tocar la puerta. No quiero que escuchen. Es vergonzoso para mi primer día.
Zayne tenía la solución. —Puedo despejar ese piso para que nadie nos moleste.
—No —Rosa negó con la cabeza—. Tú descansarás. Estuviste revisando el barco por más horas de las que estuviste conmigo. Si te importo, por favor descansa. No sé cuándo el rey te llamará y necesitarás irte de nuevo. Quiero saber que tuviste la oportunidad de descansar.
—No puedes hacerme esto. No puedes decirme esas cosas cuando sabes que haré lo que me pides después. Solo estaré acostado aquí por una hora —decidió Zayne.