Jadeante por el dolor y el entumecimiento en sus piernas, Amelie dio unos pasos pesados hacia adelante, alejando las frías y húmedas manos de Ricardo que aún intentaban jalarla hacia él. Si no hubiera sido por el frío y los repentinos y duros golpes de viento, ella habría llegado antes al perro, pero la noche peligrosamente se interponía en su camino.
—No llevo mucha ropa pero mi vestido largo me está frenando; ya está demasiado pesado...
Gimiendo desesperadamente, el Capitán Pantalones fijó sus grandes ojos asustados en los de ella y el corazón de Amelie se rompió dentro de su pecho.
—¿Cómo podría esa mujer hacerle algo así a un animal indefenso?
—¡Capitán Pantalones, aguanta! —gritó al perro que luchaba y finalmente, con otro paso pesado hacia él, extendió sus brazos, envolviéndolos alrededor de su pelaje mojado.