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Tenía ganas de revolotear la cabeza de Hera, de la misma forma en que cariñosamente lo haría con su hija. Sin embargo, dudó al darse cuenta de que tenía las manos sucias y que podría no ser apropiado para su invitada. Así que se abstuvo de cualquier gesto físico y continuó vertiendo el fertilizante mezclado en el contenedor de compost. Otro aldeano llegó con una carretilla para hacer lo mismo.
Luego de no volver con las manos vacías, se acercaron a otro contenedor de compost y lo abrieron. Se quedaron inmóviles un par de minutos, quizás dejando que el olor se disipara antes de empezar a mezclar el fertilizante dentro. Una vez listos, lo paladearon dentro de la carretilla vacía.