El viaje de regreso a casa fue tranquilo; Diana tenía frío a causa del agua del océano, así que Michael encendió la calefacción.
Cuando llegaron a su casa, él le sostuvo la puerta para que ella bajara.
—Gracias por hoy, no me había divertido tanto en mucho tiempo —dijo Diana con una sonrisa al salir del coche.
—Me alegra que estés feliz —dijo él, mirándola fijamente a los ojos, Diana no pudo evitar desviar la mirada.
—Está bien, buenas noches; llámame cuando llegues a casa —dijo ella, pero aún se quedó en el lugar, y no era la única que dudaba en moverse.
Finalmente, Michael respondió:
—Dulces sueños.
Diana asintió y se giró hacia la casa, justo en ese momento, Michael vio a los dos guardias adelante y sus ojos se agrandaron:
—¡Diana, espera! —Diana se sorprendió cuando lo vio acercarse a ella; él sacó su abrigo y se lo colocó sobre el cuerpo.
—Ponte esto —sus cejas se fruncieron—. ¿Por qué?
Michael se inclinó hacia su oído y susurró: