—Se ven lindos, ¿no lo crees? —La emperatriz giró la cabeza para ver a Feng Tianyi parado detrás de ella. Él se sentó lentamente a su lado y tomó su mano bajo la mesa, donde la gente no podía ver lo que estaban haciendo.
—Lo están, pero ¿qué haces aquí? —ella susurró.
—Extraño a mi esposa. ¿Hay alguna razón por la que no debería estar aquí? —él preguntó a cambio.
—Ni idea —ella se encogió de hombros y mantuvo la mirada en su hija.
Tang Moyu fingió no conocerlo y miró hacia otro lado, tratando de ignorar el rubor en su cara mientras él sostenía su mano. Era lo opuesto para Feng Tianyi, quien, por todo lo que valía, desearía hacer todo lo posible por reclamar a la emperatriz cada oportunidad que tuviera.
Quería que Tang Moyu lo mirara, que lo sostuviera en público sin sentir timidez. No había nada en este mundo que quisiera hacer más que hacerla a ella y a sus pequeños bollos felices y contentos.