La cabeza de Tania cayó sobre su hombro y ella enterró su rostro en la curva de su cuello. Su mano se deslizó hasta su pecho y lo acarició. Pizcó su pezón y luego lo masajeó con su pulgar e índice. Con su otra mano, agarró sus glúteos y trazó sus curvas.
—Quiero saber todo lo que Morava hizo contigo —dijo mientras ella balanceaba sus caderas en una silenciosa súplica para que hiciera más—. Y quiero saber cada detalle.
—La conocí por primera vez en los calabozos de Pegasii. Ella no hizo nada... —Tania mordisqueó su piel en el cuello.
—Si haces eso, no podremos hablar en absoluto —siseó él—. Te haré llegar tan intensamente que no podrás caminar por toda la noche.
Ella se rió.
—Estaré durmiendo por toda la noche.