Mirai se esforzaba por contener el grito que amenazaba con escaparse de su garganta.
Se encontraba expuesta, sin ninguna alternativa para retractarse. Se mantenía en pie en una cuerda tensa de juicio, poniendo a prueba su confianza.
Sus opciones eran limitadas y las consideraba con rigurosidad, aprovechando cualquier distracción mínima como excusa para su tardanza. Todo porque no quería decir la verdad.
Sentía cómo todos los presentes tenían los ojos clavados en ella, esperando cualquier cosa que tuviera para decir. Mirai estaba atrapada en el foco como un insecto sin esperanza.
— ¿Y ahora qué hago? — Se preguntaba interiormente. —
En su mente, se regañaba sin cesar. Gritaba y daba vueltas, pero por fuera estaba impasible. Cerraba los ojos con fuerza, con una expresión reflexiva en su rostro. Sin embargo, su boca fruncida delataba su nerviosismo.
¿Qué diría? ¿Cuál sería la mejor opción para todos?
Cerraba los ojos buscando una pequeña escapatoria de la realidad, un espacio mental donde discutir sus opciones.
— No fue mi intención ocultarles algo tan importante, pero necesitaba este tiempo para reflexionar al respecto. — Murmuró, arrugando el ceño en una mueca y volviendo a cerrar los ojos al darse cuenta de que los niños la miraban expectantes. —
Sin embargo, en su interior, Mirai negaba con firmeza.
— No, eso no está bien. Tuve suficiente tiempo para pensar. — Se dijo a sí misma. — Y mientras más lo hacía, más me daba cuenta de que todavía no están preparados.
Sus zapatos se hundían en la arena, brindándole una pequeña distracción para liberar aún más sus pensamientos. Su caminata se detuvo cuando todos afirmaron querer saber más sobre la brújula que había mencionado accidentalmente hacía unos minutos.
Desde que partieron de los territorios de Konoha, Mirai había tenido bastante tiempo para reflexionar. Sumando las horas sin dormir, había tenido tiempo suficiente para aclarar las dudas que obstaculizaban su avance en este viaje.
Quería estar preparada, lista para lo que encontraran en el lugar marcado por Tanaka-san. Sin embargo, ni siquiera estaba segura de lo que les esperaba en ese silencioso destino.
A medida que avanzaban con los niños, los iba conociendo individualmente. Quizás no de la manera que hubiera preferido, pero sí de manera comprensiva. Todos parecían igualmente afectados y silenciosos, pero al menos había tenido la oportunidad de conocer sus pensamientos mientras estaban lejos de Konoha.
Su corazón se sintió aliviado cuando Tsubaki expresó su amor por la aldea durante una de las pausas para descansar.
Aunque había estado visiblemente afligida y con un brillo apagado en los ojos, compartió cómo Konoha la había cambiado y cuánto deseaba haberle contado a su familia sobre sus experiencias en la aldea.
Después de un buen rato de lágrimas, finalmente compartió su pesar con Mirai. Tsubaki lamentaba no haber respondido la última carta que recibió de su familia.
En el tiempo que Mirai había pasado pensando mientras los niños dormían o descansaban, había logrado vislumbrar a través de la neblina de recuerdos e impotencia que los envolvía.
Había tomado la decisión de protegerlos, sin importar las circunstancias. Cuando Tanaka-san le reveló la cruda verdad, comprendió que ya no habría vuelta atrás; esta vez, no habría nadie más para protegerla a ella. Ahora era responsable de las vidas de esos niños, porque sus padres, héroes o no, lo habían deseado.
Los padres de esos niños habían confiado en ella para llevarlos hacia lo que tal vez sería su última esperanza.
Por lo tanto, no podía permitirse bajar la guardia. Revelarles información a la ligera no los ayudaría. Sin embargo, ocultarles la mayoría de las cosas tampoco sería útil.
Si no sabían lo suficiente, podrían no actuar a tiempo. Recordó cómo había llorado al ver a los niños sumidos en el dolor durante más de una hora.
—Shikadai es muy astuto, y Sarada muy centrada... — Pensó Mirai, pero luego rechazó la idea con firmeza. — No, no puedo... no puedo decirles todo. Todavía no tienen las cosas claras.
A Mirai no le importaba si los niños sabían sobre la brújula o hacia dónde se dirigían. Sin embargo, ante la posibilidad de enfrentarse a una multitud de complicaciones, se negaba a considerar esa alternativa.
El malestar en su corazón persistía, como una sombra que la seguía en cada paso. Había perdido a su madre y nunca había tenido el tiempo para llorar su pérdida. El dominio del Jutsu Espacio-Tiempo y la repentina independencia la habían obligado a adaptarse rápidamente a situaciones difíciles. Sin embargo, su aprendizaje no avanzaba al mismo ritmo que sus experiencias.
Mirar hacia atrás siempre era doloroso. Se revivían todas las emociones cuando ya se estaba roto, corriendo el riesgo de causar aún más daño. Pero ella lo estaba haciendo, porque entendía que, si no lo hacía, nadie protegería a esos niños.
Si les contaba todo sobre las personas que habían conspirado con los adultos de Konoha, existía la posibilidad de que se revelaran contra ella. Eso era lo que llamaba "Rebeldía".
¿Qué pasaría si las emociones del momento los afectaban y se revelaban contra sus órdenes? Mirai no se lo perdonaría si algo les sucediera...
Si ella no podía actuar irresponsablemente, mucho menos podía permitir que actuaran de esa manera. Especialmente el rubio de bigote, que la miraba con juicio mientras cruzaba los brazos. Todos esperaban una explicación, y él buscaba la verdad que sabía que ella ocultaba.
Mientras reflexionaba sobre sus próximas palabras, escuchaba las insistencias del Uzumaki a lo lejos. Aunque aún estaba organizando mentalmente lo que iba a decir, ya estaba improvisando sobre la marcha.
— Esto... — Comenzó Mirai, esbozando una sonrisa forzada. — El superior con quien hablé me entregó la brújula y me indicó que nos dirigiéramos al noroeste para entregar algo de suma importancia para él.
Los niños reaccionaron con sorpresa. La noticia de que continuarían solos había sido repentina, y la mayoría había desahogado sus corazones sin cuestionar más al respecto. Mirai los llevó adelante mientras dormían un poco, aprovechando el viaje para reflexionar sobre lo que había perdido desde que habían llegado a las Arenas de la Tierra del Viento.
— ¿Qué es lo importante? — Preguntó Namida, adelantándose. La mentira que Mirai había ideado dolió cuando se encontró con los ojos de la niña. — ¿Por qué tenemos que dirigirnos al noroeste? ¿Qué hay allí?
Mirai tragó saliva y frunció el ceño. Justo cuando estaba a punto de inventar otra mentira piadosa, Hako habló desde atrás del grupo, sosteniendo su marioneta rosa por la mano.
— ¿Por qué una brújula? Es muy inusual que un shinobi lleve consigo una brújula. — Planteó, dejando a sus compañeros pensativos. —
— Tiene razón... — Escuchó Mirai murmurar a Shikadai. — Podemos guiarnos fácilmente con el sol o la luna.
En ese momento, Mirai se encontró con la mirada de Shikadai. Él estaba visiblemente angustiado, no tanto por descubrir la mentira, sino por su propia incapacidad para pensar con claridad, algo que alguna vez había sido capaz de hacer.
— ¿Te dijo por qué debemos ir hacia allá? — Preguntó Shikadai, rompiendo el tenso silencio que envolvía al grupo. —
Mirai se quedó sin palabras al verlo así. Se sintió como si la verdad la estuviera estrangulando. Todos los ojos se posaron en ella, casi suplicantes. Inhaló profundamente, conteniendo un jadeo que amenazaba con escapársele mientras estuvo a punto de revelar libremente todo lo que se le había confiado.
— La línea de tiempo dejó de existir. — Recordó Mirai las palabras del Hombre Chunin. —
Entre las muchas cosas que vagamente recordaba del aluvión de información, estaba ese "tabú". El tema al que no quería llegar, pero del que seguramente se hablaría en el momento en que los niños buscaran desesperadamente alguna respuesta.
Protegerlos no solo de personas de su tiempo, sino también de individuos del pasado. Entre ellos podrían estar cualquiera: asesinos en busca y captura, ninjas de aldeas aliadas, incluso los propios ninjas de Konoha. No podía cargarlos con esa preocupación, porque si lo hacía, toda la tranquilidad que habían tenido hasta ahora se desvanecería.
Se adentrarían cada vez más en lo desconocido, hasta llegar a ese tabú. Ese tema del que nadie quiere hablar, pero que cada niño sabe que está allí, latente, esperando ser abordado.
Ella no quería que pensaran en Konoha. Prefería hacerlos esperar y hablar con ellos cuando las cosas estuvieran más calmadas en su entorno.
La adolescente tomó una respiración profunda. Con confianza, rebuscó en los bolsillos de su capa y le entregó al joven Nara la pesada brújula. Era grande y un poco oxidada.
— No les dije nada porque no pensé que fuera necesario. — Mintió. — La brújula me ha sido útil en momentos en los que estaba distraída... Y esto. — Sacó una pequeña bolsita de su bolsillo. Todos los Genin y Chunin miraron curiosos el objeto que sostenía. — Es para entregárselo a una persona. Pero no tengo idea de quién podría ser... Así que procuren no comentar este detalle tan a la ligera.
— ¿Ese señor conoce a alguien por aquí? — Preguntó Enko, levantando cejas. — Es decir, no lo hemos hablado, pero...
Viajar al pasado, despertar los recuerdos que muchos adultos embellecieron. Por más increíble que fuera el hecho, esa era la realidad. Y si hubieran sabido el costo de este experimento, habrían preferido no pensar más en las posibilidades de "tal vez sí".
Individualmente, mostraron expresiones amargas. Querían hablarlo, hacer preguntas sin interrupciones. Sin embargo, al ver a la Sarutobi seguir las palabras de un superior con sus emociones apagadas, no creyeron que fuera lo mejor que podían hacer.
Mirai desvió la mirada. No se sentía cómoda enfrentando sus miradas y viendo cómo evitaban preguntar por temor a lastimarla más.
El peso de su responsabilidad era evidente para todos. Agradecía la madurez y la comprensión que mostraban, pero seguía reacia a revelar la verdad. No lo haría hasta estar segura de que era lo correcto, o si quizás lo mejor sería encontrar otro lugar donde comenzar de nuevo.
Sería solitario, y muy diferente a sus vidas anteriores. No sería lo mismo, pero al menos estaban vivos, y eso era lo más importante. Nada tenía más valor que estar de pie aquí y ahora, en comparación con aquellos que ya no estaban.
Mientras todos reflexionaban, Mirai aprovechó para mirar hacia la lejanía. La arena del desierto se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Parecía infinita, y el calor era interminable.
Una brisa caliente como la arena bajo sus pies los acarició por unos momentos. La arena vino con ella, un encuentro poco amistoso.
— Tanaka-san dijo que nos dirigiéramos al noroeste... Pero ¿hasta qué punto? — Preguntó alguien, rompiendo el silencio. —
El nudo en la garganta de Mirai se hizo más pesado cuando tragó saliva. No sabía la respuesta exacta, y la pregunta reciente de Enko solo aumentó sus preocupaciones.
¿Por qué Tanaka-san los enviaría en esa dirección? ¿Conoce a alguien del pasado? ¿Los que planearon su rescate quieren que confíe en lo que encontrarán allí?
No tenían otra opción ahora. Era lo único que tenían. Porque a veces era más reconfortante no saber lo que estaban haciendo que quedarse inactivos y dejar pasar la vida en la arena.
Escuchó el lamento de uno de los niños por el calor, mientras se secaba el sudor de la frente. Sabía que debía detener ese ritmo si realmente quería encontrar lo que le habían encomendado buscar. Era su última oportunidad para entender exactamente cuál era su tarea y sentirse... libre.
— ¿Podemos seguir o prefieren descansar? — Preguntó, vacilando en su serenidad. — Oh... quizás no. Tal vez prefieran descansar, ¿no es así? Lo siento...
¿Tenía ella lo que se necesitaba para liderar? ¿Para cuidar? ¿Para luchar y protegerlos?
Había aceptado esta carga porque era lo que ella deseaba. Lo prometió cuando Shikamaru falleció, y lo reafirmó cuando dejaron atrás a Tanaka-san. Sin embargo, no estaba segura de sí poseía suficiente fuerza.
— Si sigo hacia el noroeste, quizás encuentre las respuestas que busco...
Si esa "Gran Anciana" realmente existía, había una posibilidad de que no solo le diera respuestas sobre lo que estaba sucediendo, sino también consejos sobre cómo enfrentarlo. Ver si había alguna esperanza de recuperarlo todo.
Aunque en lo más profundo de su corazón, se preguntaba seriamente si regresar a su hogar era posible... Tanaka-san mismo le había dicho que toda la línea temporal había sido destruida.
En el exterior, la atmósfera se tornó un tanto incómoda. La capitana del improvisado escuadrón de niños permanecía en silencio, con gestos faciales extraños, mientras ellos intercambiaban miradas entre sí. ¿Cuál era la razón de la preocupación de su capitana? Aparte de lo obvio, claramente había algo más.
— Um... Mirai-san. — Sarada tomó la iniciativa, dejando en evidencia a todos los demás, que esperaban pacientemente. — ¿Podemos saber por qué estás tan ansiosa?
— ¿Eh? — Sarutobi salió de su ensimismamiento. — ¿Ansiosa? ¿Quién está ansiosa?
Sarada dejó caer sus brazos a los lados, mirando a su capitana con una inocencia que denotaba el desgaste de sus emociones.
— Bueno... no es por ofenderte, Mirai-san, pero siempre sueles ser muy fácil de leer.
— Es fácil saber cuándo estás feliz, triste, seria... e incómoda. Eres muy transparente, Mirai-san. — La suave pero oportuna declaración de la Uchiha dejó a Mirai boquiabierta. — No sé si eso es bueno o malo, pero eres bastante mala mintiendo.
Al parecer, todos estaban igualmente convencidos. No pronunciaron una sola palabra, pero sus miradas lo decían todo.
Claro, dependiendo de lo que ellos pensaran, Mirai encontraría alguna forma de salir de esta situación. Pero el ser descubierto nuevamente, esta vez por alguien que no fuera Shikadai, le dejó un sabor amargo en la boca. ¿Era realmente tan fácil de leer? ¿O tal vez era simplemente porque todos se conocían muy bien?
En una ocasión, Kakashi-san le había expresado algo similar de manera muy clara. Le había dicho que era muy extrovertida y que lo mejor para todos, especialmente para ella misma, era actuar libremente sin la máscara de la chica responsable. En ese paquete de honestidad, también venía el detalle sobre su incapacidad para mentirles a sus amigos.
Tenía que encontrar una manera de evitar más encuentros como ese si realmente no quería que los demás indagaran más. Sarada y otros eran Chunin, al igual que ella. Sin embargo, en esta situación, era evidente que ella era la de mayor rango. Parte de su deseo era mantener en secreto la información, a pesar de que ellos también llevaban el chaleco verde de los Chunin.
— Estoy preocupada, eso es todo. Todos lo estamos, ¿no es así? — Finalmente habló, y sus palabras parecieron calmar sus semblantes. Mirai moldeaba la verdad. — Konoha estaba bien, y probablemente sigue estándolo. Aunque lo que me dijo fue algo extraño, necesito respuestas más detalladas.
— ¿Realmente crees que nos espera algo en el noroeste? — Sarada preguntó con expresión inquisitiva. —
— Creo que sí. — Suspiró Mirai. — Es lo único que tenemos ahora. Además, ustedes están bastante cansados, no podemos seguir así.
Sarada se retorció en su lugar.
— ¡Yo...! ¡Yo puedo seguir adelante! — Exclamó. Todos los ojos se dirigieron a Metal Lee, quien apretaba nerviosamente los puños bajo la repentina atención. —
— ¡Puedo correr! ¡Mucho más rápido si quieres! ¡Puedo adelantarme y echar un vistazo si eso es lo que quieres! — Se apresuró a decir Metal, mostrando una sonrisa nerviosa con los ojos entrecerrados. —
— ¡No vayas tan deprisa, Metal-kun!
Iwabee lo regañó después de Denki, agarrándolo por el hombro. Pero Metal seguía sonriendo nerviosamente, como si estuviera bajo una presión insoportable y no por elección propia.
Mirai observó la situación con una sonrisa triste, consciente de las tensiones y presiones que estaban afectando a sus jóvenes compañeros.
— No es necesario, Metal-kun. No tienes que forzarte. — Dijo Mirai con calma, aliviando al joven Lee de la presión autoimpuesta. — Si bien me gustaría avanzar rápidamente y descubrir por qué Tanaka-san estaba tan decidido a que fuéramos allí... el bienestar de todos ustedes es mi prioridad. No puedo permitir que gasten energías innecesariamente.
Mirai notó la expresión de gratitud en los rostros de los jóvenes, pero antes de que pudiera decir más, Shikadai habló, desafiando su decisión con una pregunta reflexiva.
— ¿Y si no queremos ir más despacio? — Planteó. — Yo... también me gustaría apresurarme. Si lo que dices es cierto, entonces también quiero estar allí. Quiero ver qué es tan importante que quieren que veamos.
Los demás se enderezaron, demostrando su acuerdo con las palabras de Shikadai. Incluso Boruto se unió a la conversación con un grito de determinación.
— ¡Yo también quiero seguir adelante! — Exclamó. — ¡Estoy cansado de caminar! Si tenemos un lugar al que ir, entonces quiero ser parte de ello.
La sorpresa de Mirai fue evidente. Aquello era exactamente lo contrario de lo que había esperado. Había planeado tranquilizarlos con una mentira sutil, mezclada con la verdad, para dejarlos reflexionar en silencio. Pero en cambio, se encontró con que los jóvenes estaban decididos a unirse a la búsqueda, dispuestos a descubrir la verdad por sí mismos.
Quizás su deseo egoísta de mantenerlos al margen había sido malinterpretado. Pero ahora, con los Genin y Chunin decididos a seguir adelante, quedaba claro que no había esperado este resultado.
Su madre siempre le advirtió sobre ello: su egoísmo, más peligroso que el de una persona común. Mirai era curiosa y espontánea por naturaleza, y ahora, mientras observaba a los niños murmurar con emoción contenida, su voz interior clamaba por detenerlos.
Pero se encontraba atrapada en un dilema: su dignidad se había hundido bajo la arena y no podía permitirse mostrar debilidad frente a ellos.
Agradecía ser la única que sabía de su verdadera situación, aunque una inquietud persistente la carcomía por dentro. Con todos los ojos puestos en ella, esperaba fervientemente que no profundizaran más en el asunto cuando llegaran al destino, y le permitieran investigar en privado.
— ¿Y bien? ¿Podemos seguir adelante? — Preguntó Boruto, mostrando una determinación que lideraba al grupo. —
Fue todo lo que pudo articular ella.
Un grito resonó en los pasillos de la residencia Hokage, llegando incluso a los oídos de aquellos que transitaban por los alrededores. La exuberancia del joven llenaba la habitación, proclamando con alborozo su nueva responsabilidad y la confianza depositada en él.
Frente a él, Shizune luchaba por mantener la compostura mientras observaba la escena. Su Hokage, serena como siempre, apenas mostraba signos de emoción. Sin cambiar su expresión imperturbable, permitía al joven Naruto disfrutar del momento que tanto había esperado.
Ese joven, de cabello rubio y ojos azules, con las características marcas de bigotes en sus mejillas, no era otro que Uzumaki Naruto. Con la bandana ninja atada con orgullo en su frente, encarnaba el legado del Cuarto Hokage y el niño que alguna vez enfrentó la soledad.
— ¡Sabía que podía confiar en ti, abuela! — Exclamó Naruto con entusiasmo, apoyando medio cuerpo sobre el escritorio de la impasible Hokage. — ¡Lo sabía! ¡Jamás dudé que me dejarías a un lado en una misión tan importante como esta! ¿Verdad que te agrado bastante?
A los costados, sus compañeros del equipo Kakashi, Sai y Haruno Sakura, observaban la escena con miradas de resignación, deseando que el espectáculo terminara cuanto antes.
En el rincón ocupado por Sai se encontraba Kakashi, el Jōnin del equipo. Acostumbrado al comportamiento extravagante de Naruto, Kakashi observaba con calma, esperando a que la efusividad del joven disminuyera antes de dirigirse a la Hokage, quien probablemente esperaba lo mismo.
Mientras Naruto seguía elogiándose a sí mismo, Kakashi formuló una pregunta importante.
— ¿Cómo puede estar seguro de que esas personas están relacionadas con lo sucedido? — Inquirió el peliblanco. —
La respuesta de Tsunade llegó con la serenidad propia de su cargo.
— El consejo me informó al respecto y mencionó las amenazas recibidas. Al parecer, no fui informada debido a que la prioridad era Akatsuki.
— Entiendo. — Asintió Kakashi, sin cuestionar la leve distorsión de la verdad por parte de la Hokage. —
Mientras tanto, Sakura intentaba silenciar discretamente al elocuente Naruto. Tsunade continuó con su explicación, indicando a Shizune que le trajera un pergamino.
La misteriosa presencia del pergamino captó la atención de Naruto y sus compañeros. Observaron con curiosidad mientras Tsunade desenrollaba el pergamino sobre su escritorio, revelando un detallado mapa del continente en su interior.
Los colores del pergamino variaban en tonos de rojo y verde, delineando las grandes naciones con símbolos distintivos en su centro. Naruto pudo distinguir claramente las fronteras y los territorios marcados en el mapa detallado.
— La última vez que tuvimos noticias de esta gente fue en la época del tercer Hokage. — Tsunade trazaba con su dedo índice las líneas del mapa mientras hablaba. — En aquel entonces eran apenas un puñado de individuos dispersos por todas partes, pero ahora sabemos que residen en lo más profundo de los bosques del País del Fuego. Específicamente, en las cercanías de la frontera opuesta a nuestra aldea.
— ¿Son ahora un gran número de personas? — Inquirió Naruto. —
— Según el consejo, sí. — Confirmó la Hokage, escudriñando a los miembros del equipo Kakashi. — Me proporcionaron más información al respecto. Parece que son hábiles en el uso de jutsus espacio-temporales, lo que les permite ocultarse con eficacia en su ubicación actual.
Sakura se enderezó, dejando de lado su intento de contener a Naruto.
— ¿Quiere decir que posiblemente su aldea esté oculta en algún lugar? — Preguntó con atención. —
— Es muy probable. — Asintió Tsunade con seriedad. — Hasta hace una semana, se reportaron desapariciones de ninjas y civiles en la zona. Dado que el tercer Hokage colaboró de alguna manera en su protección, sospechan que ellos podrían creer que nosotros somos los responsables de estas desapariciones, y esta amenaza es su respuesta a nuestra inacción.
Tsunade mantuvo su presencia firme, procurando no dejar traslucir rastro alguno de incomodidad respecto a su mentira. De vez en cuando, dirigía discretas miradas hacia Kakashi. Él era agudo y no tardó en percibir la extrañeza que rodeaba a esta misión.
Era evidente para Kakashi que esta misión tenía un propósito más sutil, una suerte de señuelo. Para él, era plausible que la razón por la que todo el equipo había sido enviado a esa ubicación específica era por la inclusión de Naruto, el portador del Kyūbi.
La reciente muerte de Asuma a manos de los miembros de Akatsuki todavía pesaba en el ambiente, y Tsunade estaba particularmente preocupada por Naruto. Buscaba apartarlo de Konoha por un tiempo, ocultándolo en ese lugar. Sin embargo, a pesar de las dudas que albergaba, Kakashi no puso en tela de juicio la veracidad de lo que la Hokage decía.
Era una misión real, pero con el principal objetivo de mantener a Naruto alejado de Konoha por un tiempo.
Tsunade extendió el pequeño pergamino hacia Kakashi con determinación. Era la clave para desentrañar el misterio que envolvía la situación.
— Entrega este mensaje al líder de esas personas. Allí se encuentra mi perplejidad y las posibles soluciones para remediar todo esto. Diríjanse hacia allá y descubran lo que está sucediendo.
Tanto Sai como Sakura asintieron con solemnidad, aceptando la orden con respeto.
Sin embargo, Naruto gruñía entre dientes. Estaba visiblemente molesto y quería que todos en la habitación lo supieran.
— ¿Vas a permitirte ser chantajeado así? Eso no es propio de ti, Abuela Tsunade. — Comentó, mostrando una inusual calma en comparación con otros días. — Lastiman a gente y tú felizmente accedes a sus demandas. Es una falta de respeto para todos los que han salido heridos.
— Naruto, por favor, cálmate. La quinta ya ha considerado eso. Por eso nos ha enviado. — Le susurró Sakura, tratando de apaciguarlo. —
Con una expresión de confusión, Naruto miró a Tsunade con ceño fruncido.
La quinta Hokage entrelazó sus dedos, apoyando su mandíbula sobre ellos con determinación.
— Así es. Ustedes cumplirán con lo que se nos pide, pero también deben investigar quién o qué está detrás de todo esto. — Explicó con firmeza. — Esta falta de respeto no quedará impune. Si encuentran al responsable o descubren algo relevante, háganmelo saber. Solo entonces podré buscar una solución pacífica.
Naruto bufó, con los brazos cruzados. Sin embargo, en lugar de continuar protestando, reveló una sonrisa irónica.
— Así es como deberíamos hacer las cosas. No vamos a resolver los problemas de la misma manera que ellos.
Con esas palabras, Naruto dejó la habitación, sin que nadie volviera a verlo durante los próximos días.
Después de que la oficina se quedara vacía y Tsunade asintiera a Kakashi a través de la ventana de su despacho, se dejó caer en la silla con un suspiro.
Se preguntaba cuál sería el próximo movimiento. Kakashi estaba con el equipo, y confiaba en la capacidad de Sakura y Sai para proteger a Naruto. Sin embargo, la incertidumbre sobre lo que realmente había sucedido aumentaba su preocupación.
¿Y si esas personas eran los responsables? ¿Y si estaban vinculadas con Akatsuki y Tsunade estaba enviando a Naruto directamente hacia ellos? Pero, ¿y si no era así? ¿Y si el incidente tenía raíces más profundas y necesitaba la ayuda de terceros?
Con todas estas preocupaciones en mente, Tsunade escuchó una voz al otro lado de la puerta. Habían pasado al menos veinte minutos desde que despidió al equipo Kakashi.
— Adelante. — Autorizó, mientras esperaba pacientemente junto a Shizune a que la persona se presentara, siguiendo las órdenes dadas. —
La persona pidió permiso antes de ingresar a su oficina, pero Tsunade notó que lo hizo de todos modos. Detrás de él, dos personas más lo siguieron, y la Hokage no pudo evitar notar la decadencia en sus presencias.
Al principio, Tsunade había dudado si debía enviar a este equipo con Yamato. Había un sentimiento de venganza palpable en el aire, uno que ella había sentido antes.
La sed de venganza puede nublar el juicio de cualquiera que haya sufrido una pérdida. No quería arriesgarse a enviarlos a la misión y correr el riesgo de perderlos.
Sin embargo, cuando consultó al padre del chico, la respuesta fue inesperadamente positiva. Aparentemente, todo estaba bien, aunque el dolor aún persistía. La madurez se abre paso lentamente en el corazón de un joven afligido.
Con esta información, Tsunade decidió que era seguro enviarlos solos, sin necesidad de una escolta. Se acomodó en su asiento y dejó que la preocupación se reflejara en sus ojos serenos. Sabía que estos jóvenes no eran ingenuos, habían sido entrenados por Sarutobi Asuma y estaban listos para cumplir cualquier tarea que se les presentara.
— Tengo una misión para ustedes, el Ino-Shika-Chou. — Informó Tsunade con seriedad. — Quiero que se dirijan a la aldea de la Arena y le informen personalmente al Kazekage sobre todo lo que ha sucedido aquí.
La Hokage los miró con determinación, y vio comprensión en las miradas de la joven generación del famoso equipo.
— Quiero que Gaara esté al tanto de la situación en Konoha, y ver si puedo contar con él para proteger a Naruto. No permitiré que esa despreciable organización se salga con la suya.
Aquí, los pensamientos de Yamato no estaban cubiertos por servicios. No tenía nada más que hacer y no había nada fuera de lo común en su camino hacia las tierras del viento.
Actualmente, se estaba adentrando en los desiertos, buscando cualquier obstáculo que pudiera impedirles avanzar.
En su mente, consideraba este acto innecesario e incluso fútil. ¿Estaba la Hokage tan supersticiosa?
Sin embargo, al ponerse en sus zapatos por un momento, lograba comprender parcialmente su actitud. Fue ella quien decidió que Asuma lideraría el escuadrón en busca de Akatsuki. Pero con la muerte repentina del valiente shinobi, Konoha recibió un golpe sorpresivo que dejó a todos atónitos.
No solo Naruto estaba en peligro, sino cualquiera que se interpusiera en su camino.
Además, estaba el conflicto que Konoha mantenía con esas personas a las que la quinta Hokage se refería como "Un peligro en las sombras".
Al parecer, Yamato no estaba allí únicamente por Akatsuki, sino para asegurarse de que ningún sospechoso interviniera en el camino de los mensajeros de la Hokage. Tenía que estar alerta para evitar que alguien interceptara de alguna manera el mensaje que la Hokage quería enviar al Kazekage.
Una misión secreta camuflada bajo la apariencia de una colaboración con la aldea de la Arena, todo para evitar llamar la atención de los posibles responsables de los eventos ocurridos en Konoha.
— Será mejor que me detenga aquí. Los esperaré en este punto. — Se dijo a sí mismo, mientras identificaba rápidamente una roca en el sendero arenoso.—– El calor es bastante intenso... y durante la noche, las tormentas de arena no hacen más que empeorar el clima.
Yamato tomó un sorbo de agua, deleitándose con la frescura que tanto necesitaba.
Había sembrado una variedad de trampas a lo largo del camino e incluso había dejado un clon. Si el equipo encargado de entregar el mensaje era emboscado, podrían salir indemnes.
— Es arriesgado... pero Tsunade-sama me ordenó explícitamente que no me quedara esperándolos en los territorios del país del fuego. — Suspiró Yamato. — La Hokage seguramente sospecha que Konoha está siendo vigilada...
Guardó sus pensamientos para sí mismo y asintió para confirmarlos.
Si los mensajeros llegaban y le informaban sobre una emboscada, sería una confirmación de que estaban siendo vigilados por aquellos que entran y salen de la aldea. Lo que indicaría que posiblemente tenían a Naruto en su punto de mira.
Estaban limitados en sus acciones.
— Aun así, no tengo motivos para preocuparme. Kakashi-senpai está con él, después de todo.
Se quedó quieto en su asiento, disfrutando de la breve tranquilidad que aún quedaba. Aunque hacía calor, estaba relativamente cerca de las zonas verdes, por lo que el clima no era tan abrasador como en el interior de los desiertos.
Yamato calculaba que los mensajeros lo alcanzarían en un par de horas, como mínimo, si es que venían corriendo a gran velocidad, lo cual era poco probable teniendo en cuenta la distancia hasta la tierra del viento. Sin embargo, consideraba que era una posibilidad considerable, dado que se trataba de mensajeros enviados por la misma Hokage.
Permaneció en espera hasta que, no muy lejos de su posición, algo cayó con tal fuerza que provocó un estruendo prolongado.
La arena se levantó a su alrededor, y Yamato se alejó rápidamente con un salto antes de que la densa nube de arena hiciera imposible ver qué había caído. Aun así, la arena que llenaba el aire le causó molestias en los ojos y en los pulmones.
Mientras tosía para despejar sus vías respiratorias y se frotaba los ojos para retirar la arena, se preguntaba apresuradamente qué había sucedido.
Poco a poco, la arena se disipó y una figura emergió entre la polvareda. Yamato, forzando su visión, logró distinguir la silueta de una persona entre la arena, lo que le hizo comprender que algo inesperado estaba ocurriendo.
Un joven cuerpo, de estatura no demasiado pequeña, pero claramente perteneciente a un preadolescente, yacía tendido en el suelo.
Sus brazos estaban extendidos y sus piernas casi dobladas, resultado de la violenta caída que había sufrido.
Vestía un chaleco marrón sobre una camisa de manga larga de tono más oscuro, combinado con pantalones del mismo color. Se encontraba en el centro del cráter formado por el impacto de su caída, inconsciente y aparentemente herido.
La singularidad de su atuendo, con el distintivo chaleco y los tonos característicos de la aldea de la Arena, no pasó desapercibida para el capitán Yamato, cuyo interés se vio agudizado.
Con cautela, Yamato rodeó al joven, observándolo detenidamente para no perder detalle alguno. Al verificar su rostro, confirmó sus sospechas: se trataba de un genin de la aldea de la Arena.
Sin vacilar, Yamato dejó de empuñar su kunai en guardia y se apresuró a arrodillarse junto al muchacho. Verificó si aún tenía pulso y, al no obtener respuesta, trató de despertarlo con suaves golpes en las mejillas.
— ¡Hey, muchacho! ¿Estás bien? ¡Despierta! ¿Qué te sucedió? — Exclamó con evidente preocupación, buscando obtener alguna respuesta del joven. —
El rostro del niño mostraba signos de dolor, pintado de rojo sobre los ojos, típico de los habitantes de la aldea oculta de la Arena. Era evidente que había sufrido algún tipo de percance, aunque Yamato desconocía si había sido antes o después de la caída.
Yamato examinó detenidamente la escena, escudriñando los alrededores en busca de pistas que pudieran esclarecer lo ocurrido. Sin embargo, cada nuevo detalle solo añadía más incertidumbre a la situación.
Estaba claro que el joven no había caído por accidente, ni había sido transportado mediante un jutsu espacio-temporal como en Konoha. Había sido arrojado, pero ¿desde dónde? ¿Y quién, o quiénes, eran responsables?
— Está inconsciente. Es probable que esté gravemente herido. — Concluyó el Capitán Yamato, tratando de encontrar respuestas rápidamente. — Si es de la aldea de la Arena, será peligroso que los mensajeros de Konoha lleguen hasta aquí.
Sin embargo, antes de que pudiera profundizar en sus reflexiones, un indicio fuera de su campo de visión le hizo estar en alerta.
Se quedó inmóvil por unos momentos, aguardando cualquier señal de lo que pudiera estar acechando en las sombras. Luego, en un rápido movimiento, se giró con su kunai en mano, captando la figura que se encontraba a pocos metros de distancia.
Frunció el ceño al ver que se trataba de una persona, cuya vestimenta no se asemejaba en absoluto a la de un transeúnte común.
El hombre frente a Yamato tenía el cabello largo y azul, vistiendo una ropa de manga larga y cuello alzado en tonos celestes y ladrillo. Aunque no estaba muy bien vestido, su aspecto denotaba cierta moderación y atractivo físico, lo que sugería que rondaba los veinte años de edad.
— ¿Quién eres? — Inquirió Yamato con cautela, tomando su tiempo para formular la pregunta. — Estamos en territorio de la Tierra del Viento... y parece que acaba de ocurrir algo muy grave. ¿Has sido tú quien ha herido a este niño?
Manteniendo la distancia y sin apartar la mirada del sospechoso, Yamato se acercó más al joven de la Arena, arrastrando los talones en el suelo.
El hombre respondió con una sonrisa pretenciosa y una voz áspera: - ¿Y qué si fui yo? Nadie lo está buscando de todos modos.
Las cejas de Yamato se elevaron ante la respuesta desafiante.
— Es evidentemente un shinobi de la Arena. — Replicó. — Tarde o temprano vendrán por él. No te conozco, pero como ninja de Konoha, no puedo permitir que cometas esta locura delante de mí. Menos aún si se trata de un niño.
Un silencio tenso se apoderó del lugar después de la declaración de Yamato. Sin embargo, mientras su atención estaba enfocada en el hombre frente a él, el niño herido abrió sus ojos con todas las fuerzas que le quedaban.
El silencio envolvía al herido, cuyos traumas físicos dificultaban incluso la comunicación. Yamato lo observó de reojo mientras escuchaba las palabras susurradas por el chico, pero no lograba darles sentido, ya que se repetían en un murmullo confuso y repetitivo.
De repente, una ráfaga de aire alertó a Yamato, quien se puso en guardia al percibir el peligro inminente. El hombre de cabello azul marino estaba ahora frente a él, sosteniendo un tubo de acero delgado. Yamato se defendió con dos kunai, evitando que el hombre le ganara en la breve batalla de fuerzas.
Ahora, con el rostro del hombre más visible, Yamato pudo observar con detalle sus rasgos. Tenía la cara alargada, con unos ojos negros que destilaban maldad.
Uno de sus dientes estaba roto, con una pegatina adherida a él, probablemente hecha de algún material cristalino que reflejaba la luz de manera peculiar.
Al ver esto, a Yamato le vino a la mente la imagen de las personas que solían incrustar joyas en sus dientes, una práctica que denotaba cierto estatus o extravagancia.
— Escúchame, perro de Konoha. — Espetó el hombre de cabello azul, con tono autoritario mientras empujaba a Yamato con ambas manos, sosteniendo una barra. — Te recomiendo que no te involucres más en este encuentro, ¡¿Me escuchas?!, Este es mi asunto. ¡Encontré una mina de oro y no permitiré que me la arrebates!
Los movimientos del hombre fueron veloces, sorprendiendo incluso a Yamato.
Con una hábil maniobra, aprovechando la ventaja que le otorgaba la barra, logró atrapar al capitán de Konoha en su punto ciego. Luego, saltó no muy alto del suelo y giró en el aire, propinándole una potente patada en el estómago a Yamato.
El impacto fue tan contundente que lanzó al capitán Yamato a una considerable distancia, haciéndolo rodar por la arena del desierto.
Aunque no impactó contra ningún obstáculo, se levantó con dificultad, arrastrándose sobre sus pies mientras se sujetaba el estómago con evidente dolor.
Yamato se lamentaba de su error. Había subestimado a su oponente, confiando únicamente en sus dos kunai, y ahora se encontraba lejos del joven de la Arena.
Por su parte, el hombre de cabello azul se levantó con una sonrisa tiránica, regocijándose por haber herido al ninja de Konoha.
Con una mirada burlona, apenas le concedió un vistazo a Yamato antes de volver su atención a su objetivo, con la determinación de cumplir su cometido aprovechando la oportunidad que se le presentaba.
El capitán Yamato observó al joven tendido en la arena con una expresión de preocupación. El niño yacía en una postura incómoda, con el rostro contorsionado por el dolor y el cabello lleno de arena, desordenado aún más por la situación.
La mirada de Yamato denotaba una urgencia por proteger al indefenso chico.
— ¡Déjalo... déjalo estar! — Instó Yamato, intentando detener al hombre de la vestimenta celeste y sandalias negras, quien con indiferencia agarraba el cuello de la camisa del niño y lo levantaba del suelo sin consideración por su estado físico. —
El gesto era arriesgado, especialmente si el chico tenía alguna lesión grave en el cuello.
El hombre, sin embargo, no mostraba ningún signo de empatía. Con una mirada cínica dirigida al niño, afirmaba su poder y su determinación de llevar a cabo su cometido.
— Solo así adquiriré lo que tanto deseo. — Musitaba el hombre con desdén, sus palabras cargadas de arrogancia y malicia mientras sostenía al chico con fuerza. — Poder, reconocimiento, la lealtad de los más débiles... todo llegará a mi puerta una vez que acabe contigo.
Con un movimiento calculado, el hombre ajustó la posición de la barra de hierro que sostenía, acercándola peligrosamente a la garganta del chico. La distancia era mínima, casi imperceptible bajo la luz del sol del desierto, y su sonrisa despectiva insinuaba sus siniestras intenciones.
— No me tomes esto personal. — Pronunció el hombre, con una frialdad que helaba el aire del desierto. —
El sonido de su voz resonó en los vastos paisajes arenosos, desapareciendo en la inmensidad del entorno sin dejar rastro.
Para Yamato, el tiempo pareció detenerse en un instante de desesperación. Sin embargo, cuando abrió los ojos, el alivio inundó sus sentidos al percatarse de que había actuado a tiempo.
El hombre aún sostenía al joven ninja por el cuello de su camisa, pero algo extraordinario había ocurrido.
Enredadas alrededor de su brazo, unas raíces surgían del suelo y se enroscaban alrededor del cuerpo del hombre de cabello azul. Era como si la misma tierra se hubiera alzado en defensa del niño, evitando así un desenlace fatal.
— No lo permitiré. — Declaró Yamato con determinación, sus manos presionadas contra la arena mientras concentraban su chakra para manipular las raíces que habían surgido. —
Con habilidad y control, comenzó a hacer crecer las raíces, asegurándose de tener al hombre bajo su control y proteger al joven ninja inconsciente.
Con un par de sellos de mano, Yamato invocó su jutsu característico, haciendo que la madera emergiera del suelo en un movimiento impresionante.
El enemigo soltó un alarido de sorpresa y dolor cuando la madera torció la extremidad que sostenía al niño, obligándolo a liberarlo. En un abrir y cerrar de ojos, el hombre se encontraba aprisionado en una celda de madera.
— ¿Qué es esto...? — Exclamó el enemigo, desconcertado por su repentina reclusión. —
— ¡La Aldea de la Hoja y la Aldea de la Arena son aliadas! — Proclamó Yamato, acercándose con rapidez al muchacho inconsciente. — Perdóname por entrometerte en tu asunto, pero cualquier ninja de la Arena herido delante de mis ojos será tratado como un camarada. Por lo tanto, te tendré resguardado aquí hasta que lleguen los ninjas de la Arena.
El enemigo gruñó en su encierro, lanzando maldiciones en un susurro impotente.
Yamato, alerta ante el movimiento de sus mangas, tomó al niño en brazos y saltó fuera del alcance de la jaula de madera justo a tiempo.
Los fragmentos de la cárcel improvisada volaron en todas direcciones con una explosión de aire de gran magnitud, revelando que su adversario no era un enemigo común. No cualquiera podía destruir su madera tan fácilmente.
— Ahora se ha escapado... — Murmuró Yamato, mientras dejaba al niño en el suelo con cuidado. — Aunque debería estar aliviado, debo apresurarme y llevarlo a un médico.
Tras unos minutos de inspeccionar los alrededores y confirmar la seguridad del entorno, Yamato se preparaba para prestar atención al chico herido. Sin embargo, su atención fue captada por tres figuras que se acercaban a lo lejos, lo que lo dejó atónito.
— ¿Podrían ser...? — Se preguntó Yamato, pero rápidamente descartó la posibilidad. — Los mensajeros de Konoha no podrían haber llegado tan rápido.
Forzó la vista, poniéndose de pie para ver si podía reconocer a las figuras desde esa distancia. Al final, pudo respirar aliviado al reconocer un rostro aliado, uno que demostraba tener suficiente juicio en este encuentro.
La persona, que resultó ser Temari de la Arena, notó la presencia de Yamato a lo lejos y se detuvo unos minutos para inspeccionarlo desde su posición, seguramente para confirmar que era alguien de Konoha.
— ¿Tú eres Yamato de Konoha? — Preguntó Temari una vez estuvo más cerca. —
Yamato asintió. - Así es. Vengo por órdenes de Hokage-sama, esperando a los mensajeros que vienen personalmente a comunicar algo al Kazekage-sama.
— ¿Esperas a los mensajeros? — Temari preguntó con ironía. — ¿Por qué llegaste antes que ellos?
— Me temo que fue por la misma razón. — Respondió Yamato, apartándose para que Temari pudiera ver claramente lo que había ocurrido. —
Sus ojos verdes, en forma de almendra, se posaron directamente en el niño recostado en el suelo. Los dos Chunin de la Arena que la acompañaban mostraron sorpresa ante la situación.
— Konoha está en crisis ahora, y me mandaron antes para asegurar el camino. — Informó Temari. — Lamentablemente, me encontré con esto. Este breve encuentro no hace más que preocuparme por los mensajeros que vienen detrás.
Hubo un momento de silencio incómodo, interrumpido por la vacilación de uno de los Chunin. Yamato notó esto y dirigió su atención hacia Temari. La rubia estaba callada, con una expresión que parecía contradecir alguna verdad incómoda.
— ¿Es uno de tus Genin? — Preguntó Yamato. —
Temari negó lentamente con la cabeza, su expresión seria.
— No. Lleva el uniforme y la diadema, además de la pintura distintiva de los expertos en marionetas. Pero estoy casi segura de que nunca lo he visto en la aldea.
La afirmación de Temari desconcertó a Yamato.
— ¿Y ustedes? — Temari se dirigió a los Chunin con firmeza. — ¿Conocen a este chico?
Ambos negaron con vehemencia con la cabeza.
— ¿No será un error? — Sugirió Yamato. — Su aldea es muy grande, no es sencillo recordar el rostro de todos los Genin de una villa oculta.
A pesar de la posibilidad planteada por Yamato, Temari gruñó ligeramente.
Nada escapaba a su observación aguda, y tenía una memoria excepcional para los rostros de las personas de su aldea. Sabía que debía hacerlo, ya que muchas de esas caras habían intentado matar a su hermano en el pasado.
Tomó fastidiosa la remembranza de aquellos eventos, y cerró los ojos para amortiguar la brillante luz de los recuerdos.
— No importa quién sea, no podemos dejarlo aquí. — Declaró finalmente. Intercambió miradas significativas con Yamato y los Chunin a su alrededor. — Ven conmigo a la aldea. Allí me contarás todo. Y ustedes, vuelvan y encuentren a los mensajeros de Konoha. Su misión es traerlos sanos y salvos a la aldea de la Arena.
— Hai. — Respondieron los Chunin al unísono, y en un remolino de arena, desaparecieron. —
El encuentro dejó a Yamato con una sensación de inquietud, y las interrogantes lo acompañaron en todo el camino mientras llevaba al niño en su espalda.
Buscó profundizar en el misterio, pues el enemigo parecía estar al tanto del verdadero objetivo. Sabía quién era el niño y comprendía el alcance de su intento de acabar con la vida de un ninja de la Arena.
No pudo evitar reflexionar sobre el extraño fenómeno que había ocurrido en Konoha. Uno del cual no se le permitió hablar hasta estar frente al Kazekage.
Los acontecimientos se sucedían uno tras otro, aumentando sus preocupaciones con cada giro del destino.
Al menos esta vez, no había habido ninguna pérdida de vida, solo un niño de la Arena sobre el cual Temari, la hermana mayor del Kazekage, desconocía cualquier información.
Rezaba para que los mensajeros llegaran sanos y salvos, aumentando así la seguridad en la aldea de la Arena. Konoha no parecía ser el único objetivo en la mira.