Los labios rojos de Tang Yuxin se movieron ligeramente. Algo de incomodidad surgió desde su interior, pero no sabía de dónde venía.
—¿Estaba él recordando el pasado o intentaba recuperarlo?
Tal vez, su visita era solo por eso.
Volvió a tocarse el brazo y se sintió frío bajo sus dedos.
Qin Ziye seguía de pie junto al Río Azul, mirando fijamente el agua. Su silueta se veía borrosa contra el pintoresco telón de fondo de montañas y aguas.
Tang Yuxin extendió la mano y, por un momento, no agarró nada.
Se puso la mochila al hombro, echó un vistazo hacia atrás, y paso a paso se alejó de ese lugar. En ese momento, el mundo de Qin Ziye era algo que ella no comprendía, no entendía ni se atrevía a adentrarse.