Rayber se encontraba en una pelea sangrienta con Kor, un enemigo implacable cuya única obsesión era la sangre. El enfrentamiento había alcanzado un nivel de brutalidad que desafiaría la comprensión de cualquier observador.
Rayber, con su ojo divino activado, podía ver cada movimiento de Kor antes de que este ocurriera. Empuñaba su hermosa arma dorada, una espada que brillaba con un resplandor celestial, cortando el aire con una precisión mortal. Cada golpe que lanzaba era como una explosión de luz en la oscuridad que los rodeaba, pero Kor no era un oponente común.
Kor sostenía dos cuchillos, armas simples en comparación con la majestuosa espada de Rayber, pero sus habilidades con ellas eran letales. Su rostro, completamente cosido, mostraba una mueca retorcida de deseo; no deseaba nada más que sentir la sangre de su enemigo empapando sus manos.
La pelea fue llevando a los dos guerreros a las profundidades de un terreno extraño y oscuro. Ambos llegaron a un gran pozo que parecía surgir de la nada, un abismo profundo y oscuro, su origen un misterio. No se sabía quién o qué lo había colocado allí, pero una cosa era segura: ambos terminarían cayendo en él.
Sin poder evitarlo, Rayber y Kor se precipitaron hacia el pozo. Mientras descendían, Rayber miró hacia abajo, viendo que el fondo estaba cubierto de afiladas púas que brillaban como cuchillas. Estas púas eran tan filosas que podían cortar cualquier cosa con la que entraran en contacto.
En ese momento, Rayber, suspendido en el aire mientras caía, tuvo que tomar una decisión rápida, pero antes de que pudiera actuar, una estela oscura se lanzó contra él. Era Kor, moviéndose con una velocidad y precisión aterradoras. Kor comenzó a cortar cada parte del cuerpo de Rayber, sus cuchillos dejando marcas profundas y sangrientas en su carne.
Rayber intentó defenderse, pero Kor estaba imparable. Los cortes eran precisos y brutales, y Rayber sintió cómo su vida comenzaba a desvanecerse. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse, no mientras tuviera fuerzas para seguir luchando. Activó su ojo divino una vez más, intentando encontrar una salida, pero el dolor era tan abrumador que su visión se nublaba.
El fondo del pozo se acercaba rápidamente, las púas esperando para recibirlos. Rayber sabía que este podía ser su final, pero también sabía que si caía, Kor caería con él. Con una última muestra de fuerza, Rayber reunió todo su poder, decidido a hacer que su caída significara algo más que su muerte.
En el abismo oscuro donde el destino de Rayber y Kor se sellaba, Rayber, en su desesperación, activó una habilidad oculta de su ojo divino. Un poder ancestral que nunca antes había usado.
El ojo divino brilló con una intensidad cegadora, un resplandor dorado que iluminó todo el pozo como si el sol hubiera descendido a las profundidades de la tierra. En ese instante, el tiempo pareció detenerse, y Rayber, con una precisión sobrehumana, pudo prever cada movimiento de Kor, cada ataque, cada defensa. Era como si el mundo entero se hubiera ralentizado para él, permitiéndole moverse con una velocidad y eficacia inhumanas.
Mientras tanto, fuera del pozo, Manuel observaba todo desde las sombras, su mirada fría y calculadora estudiando cada detalle de la batalla. Pero de repente, un rayo de luz dorada surgió del pozo, moviéndose con tal velocidad que ni Manuel pudo anticiparlo. El rayo pasó rozando su rostro, dejando una herida ardiente que lo hizo retroceder, su expresión habitual de control ahora marcada por una leve sorpresa. Tocó su rostro, sintiendo la sangre caliente, y su mirada se endureció.
De regreso en el pozo, Rayber, confiado en su nueva habilidad, ejecutó un movimiento rápido y devastador. Con una destreza impecable, anticipó el ataque de Kor, esquivando sus cuchillos con facilidad. En un solo y fluido movimiento, Rayber agarró la cabeza de Kor con una fuerza sobrehumana, y con un grito de furia, la desgarró completamente del cuerpo. La sangre oscura de Kor brotó en todas direcciones, pero antes de que su vida se extinguiera por completo, una bala dorada, convocada por el ojo divino de Rayber, se dirigió directamente al cráneo de Kor.
La bala impactó con una fuerza descomunal, y en un instante, una explosión dorada llenó el pozo. El estallido fue tan poderoso que Manuel, observando desde la distancia, fue lanzado por los aires. Su sorpresa era evidente mientras intentaba estabilizarse en medio del caos. La explosión dorada iluminó el cielo, y cuando el polvo y el humo comenzaron a disiparse, una figura emergió lentamente del pozo.
Rayber, con su cuerpo cubierto de sangre y heridas, sostenía los restos mutilados de Kor. El cuerpo del enemigo estaba partido por la mitad, su rostro irreconocible, mientras que Rayber mantenía una sonrisa en su rostro, una sonrisa que reflejaba tanto el dolor como la victoria.
Manuel, sorprendido por la determinación y el poder de Rayber, sintió un leve temor recorrer su columna, un sentimiento que no había experimentado en mucho tiempo. Pero no dejó que eso se reflejara en su rostro. Con una sonrisa calculada, Manuel levantó una mano, y a su señal, varios clones suyos comenzaron a materializarse a su alrededor. Cada uno de ellos idéntico al original, cada uno con la misma mirada fría y maliciosa.
—¿Eso es todo, Rayber? —dijo Manuel con una voz que resonó en el aire, mientras los clones lo rodeaban—. No te preocupes, no vas a morir aquí… al menos no por mi mano.
De repente, Manuel y sus clones comenzaron a desaparecer, sus cuerpos siendo absorbidos por los portales que se abrían a su alrededor. Uno a uno, los clones fueron desapareciendo junto con todo su ejército, como si nunca hubieran estado allí. Manuel fue el último en irse, su mirada fija en Rayber hasta el último segundo antes de desaparecer en la oscuridad.
Frank observaba el campo de batalla. Su cuerpo, hecho pedazos y sus fuerzas casi extinguidas, lo mantenían clavado en el suelo. A lo lejos, vio a Jotean retirarse, sus miradas se cruzaron por un breve momento, el peso de lo que acababa de suceder vibraba en el aire. No intercambiaron palabras, pero la promesa de una futura confrontación era palpable. Frank apretó los dientes y murmuró en voz baja, "Esto no ha terminado… aún no…"
Por otro lado, Axel y Autumn aún no habían sellado su destino. Autumn, con una sonrisa arrogante, mantenía su posición, completamente seguro de sí mismo. Se limpió la sangre de su labio, evaluando a Axel con un aire de superioridad mientras el viento movía su capa oscura.
—Qué pena, amigo mío. Eres tan… lento. —Autumn rio con desprecio—. Pero está bien, soy un caballero. Regresaré para asesinarte cuando lo considere necesario. Tal vez… te deje un tiempo para mejorar.
Axel, con los ojos encendidos de furia y sed de venganza, apretó los puños mientras una sonrisa cruel se formaba en su rostro.
—Si es que no te atrapo primero —respondió, con la determinación vibrando en su voz.
Autumn fingió una expresión de miedo.
—¡Oh no! No me asustes, por favor… jaja —se burló mientras se desvanecía en la penumbra, dejando un rastro de oscuridad tras él.
Mientras tanto, en otra parte del campo, Elara y los comandantes observaban el final del caos. Los cuerpos esparcidos, el olor a ceniza y sangre llenaba el aire. Habían sobrevivido, pero la guerra aún no terminaba. A la distancia, entre las sombras y el humo, vieron una figura emerger. Rayber, caminando lentamente, arrastraba el cuerpo destrozado de Kor.
Kor, irreconocible y hecho pedazos, intentaba murmurar algo mientras sus manos destrozadas se aferraban a la tierra, suplicando piedad.
—Piedad… por favor… —susurró Kor, su voz rota.
Rayber, con una calma inquietante, lo miró desde arriba. Había alcanzado su límite, pero la furia que le consumía no estaba saciada.
—Tranquilo —respondió Rayber con una sonrisa fría—. ¿De verdad crees que te mataré ahora? Oh no, Kor. Aún no. Antes de que mueras… te haré sufrir.
El terror en los ojos de Kor era palpable mientras Rayber se agachaba a su lado, disfrutando cada segundo de su agonía.
El campo de batalla quedó en silencio, pero la tensión en el aire se mantenía. El suspenso se apoderó del ambiente, mientras el destino de Junior, Rayber, y todos los demás colgaba de un hilo fino, a punto de romperse.
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