Con la corriente como su única guía, Quetzulkan y Vex fueron llevados hasta las cercanías de Aguasturbias. La embarcación, azotada por las olas y el viento salado, finalmente encalló en una costa rocosa, despertando al vastaya de su letargo. A su lado, Vex permanecía acurrucada, murmurando cosas incomprensibles a su sombra, que se movía con una inquietud casi sobrenatural.
Quetzulkan, recobrando sus sentidos, tomó los remos y comenzó a maniobrar la pequeña embarcación hacia la tierra firme. Mientras lo hacía, observó el entorno que los rodeaba. Aguasturbias, un puerto famoso por su caos y anarquía, se extendía ante ellos con sus estructuras de madera y metal oxidado. Las construcciones parecían surgir directamente del agua turbia, formando un laberinto de callejones oscuros y tabernas llenas de personajes de dudosa moralidad. El aire estaba cargado de salitre, humo de tabaco y el constante murmullo de riñas, negociaciones clandestinas y el bullicio de la vida pirata.
No había terminado de amarrar la embarcación cuando un grupo de residentes se acercó rápidamente, su desconfianza hacia los forasteros palpable. Los piratas y maleantes de Aguasturbias eran conocidos por resolver cualquier disputa con rapidez y violencia. Sin mediar palabra, comenzaron a interrogar a Quetzulkan, y la situación se tornó rápidamente hostil.
Las armas de fuego y espadas de los atacantes no lograron hacer mella en la formidable defensa del vastaya. Quetzulkan, con la destreza de un guerrero veterano, se movía entre ellos con una gracia letal, sus garras y fuerza abrumando a los atacantes. Los golpes resonaban, mezclándose con los gritos y disparos que atraían a más piratas, convirtiendo el muelle en un campo de batalla caótico.
En medio de la confusión, Vex bajó del bote con una calma inquietante. Al verla, los piratas y maleantes se detuvieron, sus miradas de codicia y miedo cambiando instantáneamente a expresiones de respeto y precaución. En Aguasturbias, todos sabían que meterse con los yordles era una pésima idea. Rumores recientes hablaban de cómo los legendarios mercenarios Graves y Twisted Fate habían intentado capturar a algunos yordles, solo para terminar con las manos vacías y Graves con una pierna dislocada. Exageraciones sobre yordles que podían crecer varios metros y convertirse en gigantes también circulaban, alimentando el temor hacia estos pequeños seres mágicos.
Mientras Vex avanzaba por el muelle, los piratas sin valor se apartaban, permitiéndole el paso sin problemas. Aquellos que se aventuraban a atacarla eran rápidamente golpeados por la sombra de la yordle, que parecía tener vida propia y defendía a su dueña con ferocidad.
Quetzulkan, mientras tanto, continuaba peleando. Aunque al principio había actuado en defensa propia, pronto se dio cuenta de que algo oscuro se apoderaba de él. El vastaya, conocido por su honor y justicia, nunca había abusado de los débiles. Sin embargo, ver a esos piratas tan delgados y simples, con miradas de malicia y codicia, lo llenaba de una ira que no podía controlar. Sin saberlo, empezó a golpearlos con más fuerza de la necesaria, dejándolos inconscientes y regocijándose en su derrota.
De repente, Quetzulkan regresó en sí. Observó los cuerpos de los piratas que lo habían atacado, tirados y desmayados sobre el muelle. Algunos presentaban heridas severas, mientras que otros solo tenían moretones. Quetzulkan estaba atónito. Sabía que no había usado toda su fuerza, pero parecía que los cuerpos débiles de esos humanos no podían soportar su poder. La realidad de su fuerza y el impacto de sus acciones lo golpearon profundamente. Aunque había actuado en defensa propia, la facilidad con la que había derrotado a los piratas le hizo cuestionar la diferencia de poder entre él y los humanos.
En ese momento, Vex se acercó, su sombra flotando inquieta a su lado. "Vamos," dijo, su voz monótona, pero con un matiz de preocupación. "No vale la pena quedarse aquí más tiempo."
Quetzulkan asintió, recuperando la compostura. Juntos, dejaron atrás el puerto y se adentraron en las calles laberínticas de Aguasturbias. A medida que avanzaban, los residentes de Aguasturbias los observaban con cautela, reconociendo la peculiar y poderosa combinación de vastaya y yordle. Los susurros sobre su llegada se propagaban rápidamente, pero nadie se atrevía a acercarse.
El vastaya reflexionaba sobre la naturaleza de su poder y la responsabilidad que conllevaba. Su mente estaba llena de dudas y remordimientos, mientras se preguntaba si había cruzado una línea que no debería haber cruzado. La ira y el regocijo en la derrota de los piratas habían revelado un lado de sí mismo que no reconocía.
Vex, por su parte, caminaba a su lado con su habitual apatía, aunque su sombra mostraba signos de inquietud. La yordle podía sentir el conflicto interno de Quetzulkan, pero su manera de ofrecer consuelo era simplemente estar presente, una constante en su caótico mundo.
La pareja siguió adelante, sabiendo que Aguasturbias era solo una parada más en su interminable viaje a través de Runaterra. Mientras se adentraban en la oscuridad de los callejones, la bruma del puerto envolviéndolos, ambos sabían que nuevas pruebas y desafíos los esperaban. Pero, por ahora, tenían que mantenerse unidos y seguir adelante, enfrentando el futuro con la fuerza y el valor que les eran propios.
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Mientras Quetzulkan y Vex avanzaban por las laberínticas calles de Aguasturbias, el bullicio y el caos parecían omnipresentes. El vastaya observaba con atención cada esquina, cada rostro marcado por la vida dura de los piratas y mercenarios que habitaban este lugar. A su lado, Vex caminaba en silencio, su aura oscura y la inquietante sombra que la acompañaba haciendo que los transeúntes se apartaran de su camino sin atreverse a mirarla directamente.
A medida que se adentraban más en la ciudad, un grupo de personas se acercó a ellos. A diferencia de los piratas que los habían atacado anteriormente, estos individuos no parecían hostiles. Vestidos de manera más discreta, pero con una firmeza en sus ojos que denotaba experiencia y autoridad, se presentaron como sirvientes de una de las líderes de Aguasturbias.
"No queremos problemas," dijo uno de ellos, levantando las manos en señal de paz. "Solo deseamos hablar. Nuestra capitana desea conocerlos."
Quetzulkan, aún alerta pero más calmado, asintió. Vex, como era su costumbre, permaneció en silencio, su expresión indescifrable. Decidieron aceptar la invitación, permitiendo que los guiaran a través de los sinuosos callejones hasta una taberna semioculta entre los edificios.
Al entrar en la taberna, notaron que estaba prácticamente vacía, salvo por el tabernero y un camarero que limpiaba algunas mesas. La atmósfera era tensa pero controlada. En una de las muchas mesas, una mujer pelirroja los esperaba. Su porte y la manera en que los observaba denotaban confianza y autoridad.
"Bienvenidos," dijo con una voz firme pero amigable. "Soy la capitana Miss Fortune."
Quetzulkan la observó con atención, reconociendo el nombre y la reputación que la precedía. Miss Fortune era conocida no solo por su habilidad como capitana pirata, sino también por su inteligencia estratégica y su ambición implacable.
Miss Fortune comenzó con preguntas triviales, interesándose por su viaje y sus experiencias recientes. Sin embargo, pronto llegó al punto crucial de la conversación.
"La razón de tu llegada a Aguasturbias, Quetzulkan, famoso protector de Ionia," preguntó, inclinándose ligeramente hacia adelante. "¿Qué te trae por estos peligrosos mares?"
Quetzulkan, consciente de la importancia de mantener sus verdaderas intenciones en secreto, respondió con calma. "Solo estoy de paso," dijo. "Buscando un breve respiro antes de continuar mi camino."
Vex, con su aura siempre sombría, fue prácticamente ignorada por Miss Fortune. Esto no pareció molestarle a la yordle, quien permaneció en silencio, observando la conversación con un ligero aire de desdén.
Miss Fortune, viendo que no obtendría más información, cambió de táctica. "Entiendo," dijo, recostándose en su silla. "Aguasturbias puede ser un lugar peligroso para forasteros. Permítanme ofrecerles un lugar seguro para descansar. Mis hombres se asegurarán de que no tengan problemas durante su estancia."
Quetzulkan asintió, agradecido por la oferta, aunque aún cauteloso. La propuesta de Miss Fortune parecía genuina, pero sabía que en un lugar como Aguasturbias, la lealtad y las intenciones podían cambiar tan rápidamente como la marea.
"Gracias por tu hospitalidad," respondió, con un tono respetuoso. "Aceptamos tu oferta."
Miss Fortune sonrió, satisfecha. "Muy bien, mis hombres los llevarán a un lugar seguro. Si necesitan algo más, no duden en pedirlo."
Mientras se preparaban para salir, Quetzulkan no podía evitar sentir una sensación de inquietud. Sabía que Aguasturbias era un lugar donde nada era lo que parecía, y aunque Miss Fortune parecía sincera, debía permanecer alerta. Vex, a su lado, continuaba en silencio, su sombra moviéndose inquieta a su alrededor, reflejando la oscuridad y la incertidumbre que envolvía su viaje.
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Quetzulkan y Vex fueron guiados con cautela por las tortuosas callejuelas de Aguasturbias, una ciudad marcada por su aura sombría y su atmósfera cargada de peligro. Siguiendo los pasos de sus acompañantes, finalmente llegaron a un establecimiento que destacaba por su inusual pulcritud y orden en contraste con el desorden y la decadencia que imperaban en el exterior. Era un refugio inesperado en medio del caos.
Al entrar, fueron recibidos por una espaciosa sala de estar adornada con muebles de madera oscura y detalles náuticos, que conferían al lugar un aire de confort y hospitalidad. Uno de los hombres de Miss Fortune les indicó con gestos amables que aquél sería su refugio durante la noche, un oasis de seguridad en medio de las turbulentas aguas de la ciudad.
Una vez solos en la habitación asignada, Quetzulkan se dejó caer en una de las robustas camas, sintiendo el alivio de la comodidad después de horas de lucha y tensión. Vex, con su semblante siempre enigmático y distante, se acomodó en la otra cama, su figura diminuta contrastando con la del vastaya.
A simple vista, Vex parecía tranquila y apática, como si el mundo exterior no pudiera perturbar su serenidad. Pero en su interior, su mente era un torbellino de emociones y pensamientos tumultuosos. Oculta tras su máscara de indiferencia, ardía una llama de admiración y amor por Quetzulkan, una verdad que nunca revelaría.
Mientras Quetzulkan se relajaba en su lecho, Vex se sumergía en fantasías y ensoñaciones, imaginando un futuro donde su relación con el vastaya trascendía los límites de la amistad y se convertía en algo más profundo y significativo. Visualizaba momentos de complicidad y ternura, donde él la protegía no solo en batalla, sino también en el laberinto de su propia oscuridad interior.
Pero pronto, la realidad volvió a reclamar su atención, y Vex se vio avergonzada por sus propios pensamientos. Negó con la cabeza, tratando de deshacerse de las imágenes demasiado íntimas que habían invadido su mente. A pesar de su negativa, el deseo persistía en lo más profundo de su ser.
Decidió apartar esos pensamientos y centrarse en el presente. Observó a Quetzulkan, aparentemente dormido en su propia cama, y se preguntó si él también estaba luchando con sus propios demonios internos. Aunque sus corazones latían al unísono en muchas formas, había una brecha insalvable que los separaba.
Sus labios se movieron en un susurro apenas audible, palabras de amor y anhelo que apenas se atrevía a reconocer. "Quetzulkan... ¿qué sería de nosotros... si te atrevieras a mirarme... de verdad?"
Quetzulkan, aunque parecía dormido, escuchó las palabras de Vex con una mezcla de sorpresa y compasión. No quería incomodarla, así que mantuvo su respiración regular y su postura serena, fingiendo un sueño que no lo era del todo.
Por fuera, Vex seguía siendo la yordle sombría y misteriosa que siempre había sido. Pero por dentro, su corazón latía con fuerza, anhelando un amor que temía que nunca llegaría.
Finalmente, con un suspiro resignado, Vex se dejó llevar por el sueño, sabiendo que el futuro era incierto y que sus sueños más profundos seguían siendo solo eso: sueños.
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En el vasto mundo de Runaterra, donde los destinos se entrelazan como los hilos de un tapiz cósmico, los vastaya encontraron en la poligamia un modo de expresar su entendimiento más profundo del amor y la conexión entre seres. Para ellos, la monogamia era una restricción, un límite artificial en un universo lleno de posibilidades infinitas de amor y compañerismo. Quetzulkan, con sus ojos verdes que irradiaban una mezcla de determinación y ternura, se encontraba en una encrucijada emocional. Consciente de los sentimientos ardientes que Vex albergaba por él, ahora no solo especulaba, sino que abrazaba plenamente la profundidad de su afecto.
En lo más profundo de su ser, reflexionaba sobre cómo proceder. Sabía que estaba comprometido en una relación con Zoe, la encantadora aspecto del crepúsculo, y también sentía una conexión cada vez más intensa con la yordle que lo acompañaba en el bote proporcionado por Miss Fortune, mientras navegaban a través de las aguas embravecidas. Quetzulkan se acercaba a Vex con gestos sutiles pero significativos. Cada roce de sus manos, cada mirada cargada de emoción, era una invitación silenciosa a explorar los misterios del amor y la pasión.
Vex, por su parte, se encontraba atrapada en un torbellino de emociones contradictorias. Sus pensamientos, moldeados por la cautela y el escepticismo, luchaban por reconciliar su deseo de entregarse al amor con el conocimiento de la situación comprometida de Quetzulkan. Sin embargo, con cada gesto de afecto, con cada palabra cargada de promesas, sentía cómo se derrumbaban las murallas que había construido alrededor de su corazón.
Los días se convertían en noches estrelladas sobre el vasto mar, y los corazones de Quetzulkan y Vex bailaban al compás de una melodía antigua y eterna. Cada palabra susurrada al viento, cada caricia compartida en la intimidad del bote, tejía un vínculo más fuerte entre ellos. Aunque temerosa de las consecuencias de entregarse al amor, Vex se encontraba cada vez más cautivada por el fuego de la pasión que ardía en los ojos de Quetzulkan.
Con el paso del tiempo, los acercamientos de Quetzulkan se volvían cada vez más apasionados, más ardientes. Cada beso robado, cada abrazo prolongado, era una promesa de un amor que trascendía el tiempo y el espacio. Vex, por su parte, se dejaba llevar por la corriente del deseo, permitiendo que sus emociones florecieran como las flores en primavera.
A pesar de sus dudas y temores, cada gesto de afecto reforzaba la convicción de Vex de que el amor era una fuerza imparable, capaz de romper las barreras más impenetrables y sanar las heridas más profundas del alma. Juntos, Quetzulkan y Vex enfrentarían cualquier adversidad con valentía y determinación, sabiendo que su amor era más fuerte que cualquier fuerza en el universo.
Y así, mientras el bote se mecía suavemente en las olas y la luna se reflejaba en el agua, Quetzulkan y Vex se sumergían en un mundo de pasión y ternura, donde el tiempo se detenía y solo existía el presente eterno de su amor. En ese rincón remoto del mundo, dos almas destinadas a encontrarse se unían en un vínculo eterno que perduraría más allá de la eternidad misma.
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El paisaje de Zaun no era lo que Quetzulkan esperaba. En lugar de la habitual contaminación y decadencia, se encontró con una escena sorprendentemente diferente. Las calles estaban limpias y ordenadas, y en el aire flotaba un aura de renovación y esperanza. A medida que la embarcación se acercaba al puerto, Quetzulkan se sintió intrigado por la transformación que había tenido lugar en esta ciudad subterránea.
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