Henry
Henry escaló el árbol junto a la ventana de Mae y observó hacia el interior. La luz seguía encendida. Un hormigueo de esperanza y deseo recorrió su cuerpo. Henry saltó a la rama más alejada y golpeó suavemente la ventana. Tragó saliva y aguardó, deseando que Mae estuviera despierta y sola.
Casi al instante, Mae apareció, su fina camisa blanca casi transparente, lo cual lo excitó aún más. Abrió la ventana y lo miró apenas colgado del árbol.
—¡Henry! ¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? —susurró Mae.
—Necesito hablar contigo ahora mismo —respondió Henry. Mae se apartó y le hizo espacio para que entrara por la ventana.
—Debes ser silencioso —le advirtió—. Mi padre duerme ligero —añadió mientras Henry saltaba de la rama al alféizar de la ventana.
Lo atrapó y lo ayudó a entrar, pero terminaron cayendo al suelo juntos.
—Eso no fue muy sigiloso —dijo riendo. Henry le devolvió la sonrisa.