—Esa voz... ¿Lídia? ¿Eres tú, verdad? —preguntó el rey, aún débil.
En ese momento, la visión de la princesa Lídia comparó inconscientemente el recuerdo del rostro de su padre antes de su enfermedad con el actual. En los viejos tiempos, el rey Spelloyal tenía un rostro apuesto, sus ojos eran oscuros, tenía prácticamente nada de barba y poseía un glorioso cabello castaño, pero ahora la antigua y delgada fisonomía había cambiado por completo. Incluso en la oscuridad parcial era evidente que su cara estaba muy delgada y su mirada prácticamente sin esperanza, excepto por el brillo que resurgía al ver el rostro de su primogénita.
La princesa no pudo contener las lágrimas. Se arrodilló junto a la cama de su padre y lo abrazó.
—Estoy aquí, padre. Prometo que no te dejaré solo de nuevo —dijo con voz temblorosa.
—Oh, mi hija... —murmuró el rey, quien trató de contener las lágrimas, pero no pudo porque al acariciar su cabello, como si todavía fuera una niña, sintió el calor de su mano.