El tiempo parecía detenerse mientras Raziel miraba fijamente esos ojos antiguos, todo lo veían, sintiendo una abrumadora mezcla de asombro, miedo y un extraño sentido de reverencia.
Antes de darse cuenta, se arrodilló en la fría y rocosa cumbre, su ser entero envuelto en la presencia de Drakaris.
La voz del dragón, profunda y resonante, parecía repercutir en el aire que lo rodeaba,
—Muchacho... ¿Arriesgaste tu vida viniendo aquí para buscar mi poder y que te ayude, como todos los demás lo han intentado? —La voz de Drakaris retumbó, enviando temblores a través del cuerpo de Raziel.
Raziel, momentáneamente desconcertado por la imponente presencia de Drakaris, reunió su coraje y habló:
—Oh S-Supremo, como ya sabes... busco retribución contra aquellos hombres lobo que masacraron a mi gente y a todos los que amaba. Te ruego, por favor castígalos.
—¿Por qué debería ayudarte? —El tono de Drakaris era calmado, pero llevaba un filo de indiferencia que sacudió a Raziel.