Además, no importaba si permanecía en silencio o hablaba, sabía que este anciano y los que estaban detrás de él no lo dejarían en paz.
Entonces, ¿por qué iba a permanecer en silencio?
—¡Tienes agallas, te concedo eso!
—Solo estoy exponiendo hechos —se encogió de hombros William, sin importarle la fuerte presión que venía de ese enemigo suyo—. Tú quieres avergonzarte. Y yo no te detendré. Pero vas a hacerme perder el tiempo, y no puedo permitir que eso ocurra.
—¡Tú... Tú eres un cáncer en la academia, una mancha negra en nuestra larga historia llena de orgullo y grandes hazañas!
—Deja de engañarte, anciano —William cruzó sus brazos, hablando en un tono calmado y confiado—. Tú y yo sabemos muy bien quién es la verdadera mancha.
—¡Voy a matarte! —Guo no podía creer que un niño, ¡un niño de once años, uno que había pasado los últimos dos años sirviendo a otros y obedeciendo órdenes sin cuestionar, se atreviera a hacerle tal acusación de manera tan evidente!